Hans Küng, itinerario y obra

Aunque personalmente no comparta todos los planteamientos teológicos de Hans Küng, sí reconozco su gran erudición y su búsqueda sincera de la verdad. Creo además en la necesidad de una crítica constructiva dentro de toda organización religiosa en bien de la verdad y en aras de un mejor reflejo del Espíritu de Dios.

Hans Küng nació el 19 de marzo de 1928 en Sursee (Cantón Lucerna, Suiza). En 1951 se licencia en filosofía por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma con un trabajo sobre el humanismo ateo de Jean Paul Sartre, y en 1955 se licencia en teología por la misma universidad con un trabajo de licenciatura sobre la doctrina de la justificación del teólogo evangélico Karl Barth. En 1957 consigue su doctorado en teología por la Universidad Sorbona de París con la tesis Justificación. La doctrina de Karl Barth y una reflexión católica, que aparecen simultáneamente tanto en francés como en alemán. Sin embargo, el departamento del Indice del Santo Oficio del Vaticano incluye el «Dosier Küng» (nº de protocolo 399/57/i) con la intención de censurar su libro sobre la «justificación», pero ésta finalmente no se produce.

En 1959, participa en la conferencia «Ecclesia semper reformada» en la Universidad de Basilea y a propuesta de Karl Barth. Escribe y publica Concilio y unión de los cristianos con grandes reparos del profesor Volk y del cardenal Döpfner. Entre 1960 y 1962, participa en numerosas conferencias preparatorias del Concilio Vaticano II, en Alemania, Austria, Suiza, Holanda e Inglaterra sobre los temas: ¿Llega el concilio demasiado pronto?, ¿Qué esperan los cristianos del concilio?

En 1962 es nombrado oficialmente por el papa Juan XXIII consultor (perito) teológico del Concilio Vaticano II, realizando numerosas conferencias a grupos de obispos de distintos continentes y a miembros de la prensa internacional sobre programa, realidad y esencia del Concilio. Un año después inicia una gira como conferenciante por los Estados Unidos e Inglaterra. Sin embargo, la Catholic University of America de Washington le prohibe que imparta clases allí. A finales del año 1963, tiene lugar el proceso del Santo Oficio contra su libro Estructuras de la Iglesia. Se le interroga en Roma bajo la presidencia del cardenal Bea y en la presencia de los obispos de Basilea y Rotemburgo. Sigue publicando nuevas obras, entre ellas La Iglesia e Iglesia en Libertad.

En 1965 recibe la amonestación del Santo Oficio a través del cardenal Ottaviani a causa de un informe negativo sobre el Concilio y de la conferencia sobre el mismo con el título Veracidad de la Iglesia. Pero en 1967, por decreto del Santo Oficio, cambiado ya su nombre por el de Congregación para la Doctrina de la Fe, queda prohibido difundir y traducir el libro La Iglesia mientras no tenga lugar un coloquio en Roma.

En mayo de 1970, como resultado del artículo Aufruf zur Selbsthilfe sobre el tema de los matrimonios mixtos, provoca la primera censura pública de la Conferencia Episcopal Alemana. En el mes de julio, la publicación del libro ¿Infalible? Un Interrogante desencadena un debate a escala mundial.

En 1971, en Stuttgart, tiene lugar un interrogatorio por parte de los obispos H. Volk (Maguncia) y F. Wetter (Spira) y los profesores J. Ratzinger y H. Schlier de la comisión para la Fe de la Conferencia Alemana en relación a su libro ¿Infalible? La Conferencia Episcopal Alemana se declara contra el libro, así como la Comisión de la Fe de la Conferencia Italiana y distintos teólogos. Sin embargo, en agosto de ese mismo año, 300 teólogos católicos y protestantes de lengua alemana e inglesa escriben una Declaración de solidaridad con Hans Küng. En 1974 publica el libro Ser Cristiano y se recogen en Suiza 20.000 firmas contra el proceso por los libros La Iglesia e ¿Infalible? Finalmente en 1975 se anula el juicio.

Entre los años 1975 y 1977 se producen tres declaraciones de la Conferencia Episcopal Alemana en contra del libro Ser Cristiano. Finalmente, en 1979, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano le revoca su facultad para la enseñanza como católico. Como es de imaginar, fue un tiempo muy difícil para Küng en el que incluso muchos dejaron de asociarse con él. Sin embargo, como se ha visto,  también recibió apoyo de parte de muchas otras personas. Por ejemplo, una carta que recibió por aquel entonces decía:

«Nos resulta incomprensible el trato que ha recibido de sus superiores eclesiásticos, porque a nuestro juicio, en los últimos tiempos pocas personas han publicitado a través de sus escritos la fe católica de forma tan efectiva como usted. Hemos seguido con gran interés y simpatía hacia usted su lucha contra esta miopía… No se deje confundir, continúe tranquilamente su camino. La historia le dará la razón». -Karl Klasen, presidente del Banco Federal de Alemania (Deutsche Bundesbank) desde 1970 a 1977.

La polémica fue menor debido a que se llegó a un acuerdo para que pudiera seguir enseñando desde una posición secular. Es el mismo año en que se publica su interesante libro ¿Existe Dios? 

En sus propias palabras

Karl Marx estaba así mismo en lo cierto: la religión puede ser -y con frecuencia es- un opio para el pueblo, un medio de apaciguamiento y consuelo social, de represión. Puede ser, pero no tiene por qué. Puede ser también un medio de abarcadora ilustración y liberación social… En vez de la extinción de la religión a manos del socialismo ateo, tal y como fue proclamada en la teoría del opio del pueblo de Marx, en la actualidad se experimenta con frecuencia un nuevo renacer religioso, incluso en los antiguos países socialistas. Para muchas personas hoy día el verdadero opio del pueblo, el verdadero consuelo interesado, resultó ser la revolución soviética…

“El filósofo Ludwig Feuerbach afirmaba que la creencia en Dios es sólo una proyección psicológica del ser humano. Pero el hecho de que se trate de una proyección en modo alguno determina que el objeto exista o deje de existir. Es perfectamente posible que el deseo de Dios se halle en correlación con un Dios real. ¿Y por qué no va a ser legítimo desear que no todo acabe con la muerte y que mi vida y la historia humana tengan un sentido profundo, en una palabra, que Dios exista?”

– Hans Küng, «El principio de todas las cosas. Ciencia y religión“, págs. 61, 62. Trotta 2007.

«La norma suprema de mi comportamiento y actuación no puede ser una autoridad o disciplina terrena, mundana o eclesiástica del tipo que sea, sino solamente la voluntad de Dios. Después, el cristocentrismo, es decir, el ir centrándome progresivamente en la persona de Jesucristo, en la que yo descubro en concreto la voluntad de Dios; esta orientación que se ha visto reforzada por la teología de Barth y el contínuo estudio del Nuevo Testamento. Finalmente, lo que concierne a la vida en el mundo y la sociedad actual: la «indiferencia activa» en todas las cosas humanas, que son importantes, pero no decisivas…indiferencia …frente a todas las cosas del mundo, frente a todo aquello que no es Dios. Así, pues, desde el dinero, los bienes y el prestigio hasta las relaciones humanas.

«Esto es lo que de contínuo me ha movido… no el afán de sobresalir y el engreimiento. He criticado a la Iglesia no por haberme distanciado de ella, sino por haberme comprometido con ella. La iglesia ha sido y sigue siendo importante para mí, pero nunca ha sido la instancia suprema, ni lo será en el futuro. La Iglesia solo tiene sentido en el servicio al hombre y, en definitiva, al mismo Dios. Y la iglesia cristiana solo tiene sentido cuando no se ordena según leyes y dogmas autofabricados, sino según la norma del evangelio de Cristo Jesús.

«Karl Barth me ha dado acceso a la teología evangélica. Y por encima de todo, ha desatado mi entusiamo por la teología en general… Desde mi primera visita pude entenderme con él mucho mejor que con casi todos los demás con quienes me he encontrado en mi vida. Le he considerado siempre como un amigo paternal… Barth me dijo repetidas veces: ‘¡Cuánto me gustaría ahora volver a ser tan joven como usted; otra vez volvería a saltar a las barricadas!’. Y no lo dudo: si Barth volviera ahora, con mi edad, a saltar a las barricadas, lo haría otra vez de forma muy distinta – bajo la censura de sus maestros y colegas mayores-, como de forma muy distinta lo hizo también en 1919 con su Carta a los Romanos.

Hans Küng y Karl Rahner disertando en pleno Concilio Vaticano II
Hans Küng y Karl Rahner, uno de los teólogos más significativos del Concilio Vaticano II, en plena disertación. Ambos fueron llamados por Juan XXIII como peritos expertos del Concilio.

«Ahora, como siempre, estoy en contra de una interpretación subjetivista de la Escritura y nunca dejo de tomar postura contra tal peligro de la exégesis y sistemática protestantes… De la Escritura no trato de ofrecer una opinión personal, sino de poner de relieve el consenso de los estudiosos… No se puede suponer como cosa obvia que todo concilio está de antemano de acuerdo con el testimonio cristiano, más en concreto con el mismo Cristo Jesús. Y él es para mí la norma irrevocable. Cristo Jesús, tal como está atestiguado en los documentos originales del Nuevo Testamento, es la «norma normans», la norma normativa, que no solo vale para el teólogo particular sino también para toda la comunidad eclesial y sus representantes y concilios… En suma, Cristo Jesús es la norma primaria; la iglesia, sus autoridades y documentos son solo norma secundaria.

«Es posible que no agrade a los actuales jerarcas y teólogos oír que Jesús no estuvo al lado de la jerarquía, sino que fue liquidado por ella en colaboración con los poderes políticos. Sin embargo, tal aserto representa una verdad histórica que nadie niega hoy y de la que podrían sacarse consecuencias prácticas. Que uno tenga a Jesús de su lado en determinados casos no es razón de disculpa, sino más bien de compromiso… el Jesús de la historia presentado en Ser Cristiano tiene tras de sí, en sus rasgos principales, el consenso de los exegetas neotestamentarios.

«La Iglesia necesita un criterio para saber lo que en la iglesia cristiana debe ser verdadero: el mensaje cristiano como consta en el Nuevo Testamento; en último término, Jesucristo mismo».

Hans Küng. Itinerario y obra, Cristiandad (1978).

«La Iglesia puede y debe ser a todos los niveles una comunidad de hombres libres. Si quiere servir a la causa de Jesús, nunca puede ser una institución de poder o una Santa Inquisición. Sus miembros han de estar liberados para la libertad: liberados de la esclavitud a la letra de la Ley, del peso de la culpa, del miedo a la muerte, liberados para la vida, el servicio y el amor. Hombres que no tienen que estar sometidos más que a Dios, y no a poderes anónimos ni a otros hombres.

«Donde no hay libertad, no está el Espíritu del Señor… Nadie en la Iglesia tiene derecho a manipular, reprimir o suprimir, abierta o solapadamente, la libertad fundamental de los hijos de Dios y establecer la soberanía del hombre sobre el hombre, en lugar de la soberanía de Dios. En la Iglesia debe manifestarse esa libertad en la libertad de palabra (franqueza) y en la libertad de acción y renuncia (libertad de movimientos y liberalidad en el sentido más amplio de la palabra)… la misma iglesia debe ser a la par ámbito de libertad y abogado de la libertad en el mundo.

Ser cristiano Trotta, 1996.

José Gómez Caffarena, profesor de metafísica en la Universidad Comillas de Madrid, escribió:

«La teología de Hans Küng da sin duda prevalencia a los orígenes cristianos. En segundo lugar, a la actualidad que vive el creyente de hoy; solo en tercer lugar a la tradición doctrinal».

La vasta erudición teológica y filosófica de Hans Küng se percibe cuando el lector se familiariza con sus escritos. Aunque es verdad que algunos de sus planteamientos podrían ser objeto de discusión (hay aspectos de su teología que yo mismo no comparto), él mismo defiende la necesidad de que el teólogo pueda realizar su labor de investigación libre de ataduras dogmáticas cuando escribe:

«El teólogo no debe permitir que nadie le frene en su trabajo. Ni siquiera la dirección de su Iglesia, a la que se siente lealmente ligado. El teólogo debe -tal es su gozoso deber y obligación- buscar mediante el estudio serio y sin jactancia respuestas sinceras de las que pueda responder ante la Iglesia y la sociedad… Así se interesará cada vez más por la causa de la teología, sin reivindicar jamás para sí mismo la infalibilidad».

  • ¿Existe Dios?, pág. 462.

«Los teólogos no deben ser conformistas, sino críticos; críticos frente a sí mismos, pero críticos también frente a su propia tradición e iglesia. Pues, ¿cuáles son las consecuencias en la que callan los teólogos? En ella ya nadie se esfuerza con honradez intelectual por llevar a cabo el discernimiento crítico: a fin de poner de relieve sin cesar la tradición buena (pues existe también una mala), la doctrina auténtica (existe también una falsa), el mensaje cristiano originario (existe también uno no originario); a fin de traducir sin cesar la verdad del Evangelio del allí y entonces al aquí y ahora. Pues la teología puede ser y debe ser en el cristianismo la justificación intelectual de la verdad de la fe cristiana. Y es obligación del teólogo buscar la verdad cristiana con veracidad. Y ello, dado el caso, aun frente a la represión por parte del propio gobierno de la Iglesia».

– Hans Küng (1928), «Humanidad Vivida. Memorias«, pág.101, Trotta 2014.

«Yo, personalmente, he aceptado la “apuesta” de Blaise Pascal y apuesto -no en razón de un cálculo de probabilidades o una lógica matemática, sino en razón de una confianza razonable- por Dios y el infinito contra cero y nada.
“A Jesús de Nazaret la muerte no lo condujo a la nada sino a Dios. Así pues, desde la confianza de este mensaje, como cristiano espero, al igual que muchas otras personas de otras religiones, que la muerte no desemboque en la nada: lo contrario se me antoja sumamente irracional y carente de sentido. Espero más bien que la muerte lleve a la realidad primera y última, a Dios». – Hans Küng, “El principio de todas las cosas. Ciencia y religión“, Epílogo, pág. 201. Trotta 2007.

«Según la tradición musulmana, Dios, el Uno, tiene ‘cien hermosos nombres’, el último de los cuales, sin embargo, no lo conoce más que él. Lo anterior no es únicamente la visión de la Biblia y el Corán: también la mayoría de los budistas acepta una realidad última o suprema, una Ultimate Reality.

“Una cosa es segura respecto al futuro. Al final de la vida humana y del girar de los mundos, ya no habrá budismo o hinduismo, y tampoco islám ni judaísmo. Al final tampoco habrá cristianismo ni ninguna otra religión. Solo persistirá el Indecible al que se orientan todas las religiones».

– Hans Küng, Teología para la postmodernidad, 202.

«¿No será acaso la religión ‘the missing dimension of philosophy’ (la dimensión perdida de la filosofía)?… De igual modo que de la filosofía (cuyos méritos en materia de tolerancia, democracia y derechos humanos son indiscutibles), puede esperarse algo para la cohesión de la sociedad actual, también puede esperarse algo en ese mismo sentido de la religión, cuyos méritos en materia de actitud ética son igualmente indiscutibles. Quien elimina la religión o la ignora, crea un vacío que le obliga a aclarar qué alternativas aporta en este tiempo de creciente desorientación y pseudorreligiosidad, sobre todo para tantos jóvenes ávidos de sentido y de orientación en valores«.

 – Hans Küng (1928), «Una ética mundial para la economía y la política«, Trotta 1999.
 
«Esta visión de cómo salvar la Iglesia la sinteticé hace ya tiempo en cuatro fases dobles. Tal visión global -que no solo vale para la Iglesia católica- se ha confirmado una y otra vez en años pasados, por lo que no veo razón alguna para apartarme de ella:
 
1. No es posible salvar una Iglesia que, vuelta hacia el pasado, siga enamorada de la Edad Media, la época de la Reforma o incluso la Ilustración. Pero una Iglesia orientada hacia los orígenes cristianos y concentrada en las tareas actuales sí puede sobrevivir.
 
2. No es posible salvar una Iglesia que se halle patriarcalmente comprometida con imágenes estereotipadas de la mujer, con un lenguaje exclusivamente masculino y con roles de género definidos de antemano. Pero una Iglesia igualitaria que anude ministerio y carisma y acepte a mujeres en todos los ministerios eclesiásticos sí puede sobrevivir.
 
3. No es posible salvar una Iglesia que, ideológicamente constreñida, se entregue al exclusivismo confesional, la arrogancia ministerial y la negación de la comunidad. Sí que puede sobrevivir, sin embargo, una Iglesia ecuménicamente abierta, que practique el ecumenismo hacia adentro y que a las múltiples palabras ecuménicas haga seguir, por fin, hechos ecuménicos, como el reconocimiento de los ministerios, la revocación de todas las excomuniones y la plena comunión eucarística.
 
4. No es posible defender una Iglesia eurocéntrica que defienda la exclusividad cristiana y el imperialismo romano. Lo que sí puede sobrevivir, en cambio, es una tolerante Iglesia Universal que cultive el respeto a la verdad -siempre mayor- y que, por consiguiente, procure aprender de otras religiones y conceda una mesurada autonomía a las Iglesias nacionales, regionales y locales. Y que, a consecuencia de todo esto, también ella sea respetada por los seres humanos, tanto cristianos como no cristianos.
 
¿Tiene salvación la Iglesia? No he perdido la esperanza de que la Iglesia sobrevivirá».
 
– Hans Küng, «¿Tiene salvación la Iglesia?», Trotta 2013, pág.
190.
 

Pedro, ¿el primer papa?

«Pedro, ¿el primer papa? ¿Qué es lo que puede verificarse históricamente? En el Nuevo Testamento no se dice ni una sola palabra de que Pedro estuviese en Roma. Y mucho menos se menciona un sucesor de Pedro (vinculado además a Roma). Lo que, según la tradición de Mateo, es y será la «roca» de la Iglesia, su fundamento permanente, es la fe en Cristo de Pedro, no un sucesor de uno u otro tipo (Mateo 16:18).

«La comunidad cabeza y madre del cristianismo primitivo es Jerusalén, no Roma. Y de fundación apostólica son diversas Iglesias de Oriente por entero independientes de Roma, como Antioquía, Éfeso, Tesalónica, Corinto… A este hecho le siguen dando importancia esas Iglesias.

«Por lo que respecta a los primeros siglos, no cabe hablar de un primado de la jurisdicción romana ni del obispo de Roma, y menos de una primacía bíblicamente fundamentada».

«Fue el papa León I (440-461) al que los historiadores atribuyen el título de «papa» en sentido propio. Los pasajes relativos a Pedro, León los entiende, a diferencia del texto bíblico, desde un punto de vista meramente jurídico, en el sentido de una «plenitud de poder» (plenitudo potestatis), esto es, un primado de gobierno sobre el conjunto de la Iglesia. La posición jurídica del sucesor de Pedro la determina León de forma más precisa con la ayuda del derecho sucesorio romano. El sucesor no hereda los rasgos personales y los méritos de Pedro, pero sí la autoridad y la función del ministerio, conferidas por Cristo. Según eso, incluso un papa indigno sería legítimo sucesor de Pedro. León es el primer obispo romano que se apropia del título del sumo sacerdote pagano, pontifex maximus, al que acaba de renuncia el emperador de Bizancio.

«León es el primer obispo de Roma que recibe sepultura en la basílica de San Pedro. Sus sucesores continúan actuando en consonancia con su línea teológica y política».

– Hans Küng, «¿Tiene salvación la Iglesia?«, Trotta 2013.

¿Trinidad?

«No hay doctrina de la trinidad en el Nuevo Testamento. Si bien abundan las fórmulas triádicas, sin embargo, en todo el Nuevo Testamento no hay ni una sola palabra acerca de una ‘unidad’ de estas tres magnitudes altamente distintas, de una unidad en un igual plano divino. Cierto que hubo una vez en la primera carta de Juan una frase (Comma Johanneum) que, en el contexto de espíritu, agua y sangre, mencionaba a continuación al Padre, la Palabra y el Espíritu, que serían uno. Sin embargo, la investigación histórico-crítica ha desenmascarado esta frase como una falsificación nacida en el norte de África o en España en siglo III o IV, y de nada sirvió a las inquisitoriales autoridades romanas su empeño en defender todavía a principios de este siglo como auténtica esta frase.

«¿Qué otra cosa significa esto en palabras llanas sino que en el judeo-cristianismo, incluso en todo el Nuevo Testamento, existe la fe en Dios el Padre, en Jesús el Hijo, y en el Espíritu Santo de Dios, pero que no hay una doctrina de un Dios en tres personas (modos de ser), una docrina de un ‘Dios uni-trino,’ de una ‘Trinidad’? Pero ¿cómo entiende el Nuevo Testamento la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? “Para darnos a entender la relación de Padre, Hijo y Espíritu no hay en todo el Nuevo Testamento otra historia mejor que aquel discurso de defensa del protomártir Esteban que Lucas nos ha transmitido en sus Hechos de los Apóstoles. Esteban tiene una visión durante ese discurso: ‘Lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: ‘Veo el cielo abierto y a aquel Hombre de pie a la derecha de Dios.’ Aquí se habla, pues, de Dios, del Hijo del Hombre y del Espíritu Santo. Pero Esteban no ve, por ejemplo, una divinidad trifacial y menos aún tres hombres de igual figura, ni un símbolo triangular, como llegará a utilizarse siglos más tarde en el arte cristiano occidental. Más bien:

– El Espíritu Santo está al lado de Esteban, está en él mismo. El Espíritu, la fuerza y poder invisibles que proceden de Dios, lo llena por completo y le abre así los ojos: ‘en el espíritu’ se muestra a él el cielo.

Dios mismo (ho theós ‘el’ Dios a secas) permanece oculto, no se asemeja al hombre; solo su ‘gloria’ (hebreo ‘kaboda’, griego ‘doxa’) es visible: esplendor y poder de Dios, el resplandor que proviene por completo de él.

Jesús, finalmente, visible como el Hijo del Hombre, está ‘a la derecha de Dios’: esto significa en comunidad con Dios, en igual poder y gloria. Como Hijo de Dios elevado y recibido en la vida eterna de Dios, él es vicario de Dios para nosotros y, a la vez, como hombre, el representante de los hombres ante Dios.

«De todo esto debería desprenderse con claridad que la cuestión clave sobre la doctrina de la Trinidad es, según el Nuevo Testamento, no la cuestión declarada como ‘misterio impenetrable (misterium stricte dictum) de cómo tres magnitudes tan distintas pueden ser ontológicamente uno, sino la cuestión cristológica de cómo hay que expresar según las Escrituras la relación de Jesús (y en consecuencia también la del Espíritu) con Dios mismo. Ahí no es lícito poner en tela de juicio ni por un instante la fe en el Dios uno, que el cristianismo comparte con judíos y musulmanes: fuera de Dios no existe ningún otro dios… El principio de unidad es para el Nuevo Testamento, como para la Biblia hebrea, el Dios uno, (ho théos: el Dios=el Padre), del que todo procede y hacia el que todo se dirije.

«Si se quisiera enjuiciar a los cristianos anteriores a Nicea desde la vertiente del concilio de Nicea, entoces no solo los judeoscristianos, sino también casi todos los padres de la iglesia griegos serían herejes porque ellos enseñaban como obvia una subordinación del ‘Hijo’ al ‘Padre’ que según la posterior medida de la definición equiparadora de una ‘igualdad de esencia’ por el concilio de Nicea es considerada como herética. A la vista de estos datos apenas se puede obviar la pregunta: si en vez de tomar al Nuevo Testamento como medida se toma al concilio de Nicea, ¿quién había en la Iglesia antigua de los primeros siglos que fuera ortodoxo?

«¿De dónde proviene en realidad esta doctrina de la Trinidad? Respuesta: es un producto del gran cambio de paradigmas, del paradigma protocristiano-apocalíptico al paradigma veterocristiano-helenista»

-Hans Küng, El Cristianismo, Esencia e Historia, Trotta, 1997, págs. 110-118.

María de Nazaret

La veneración a María se desarrolló primero en el paradigma helenista-bizantino. Porque hubo en Oriente una antigua tradición del culto a la “Virgen perpetua”, la “Madre de Dios” y excelsa “Reina del cielo”.  Fue en Oriente donde se invocó primero a María en oración… donde se dio el nombre de María a iglesias, donde se introdujeron fiestas de María y se hicieron imágenes de ella.

“Fue Cirilo de Alejandría en el concilio de Éfeso (431) quien impulsó la idea de María como “alumbradora de Dios”. Era éste un título nuevo, alejado de la Biblia, que provocaría fórmulas aún más equívocas como “madre de Dios”.

“Solo en Oriente, pues, en Éfeso, había sido posible imponer tal mariología; en una ciudad en la que el pueblo veneraba a la “Gran Madre” (originalmente la virginal diosa Artemisa, Diana) y que, por tal motivo, recibieron con entusiasmo a la “diosa” María”.

“Este hablar de una “Madre de Dios” es responsable, entre otras cosas, de que los judíos miraran al cristianismo con desconfianza y de que muchos musulmanes malentendieran hasta hoy la Trinidad cristiana como una tríada compuesta por Dios (Padre), María (madre) y Jesús (hijo).

“En Agustín, por ejemplo, no encontramos ni himnos ni oraciones a María; tampoco se mencionan fiestas marianas.

“En especial Pío IX cargó, mediante su política, a la Iglesia con dos dogmas. Después de que, manteniéndose en un conservadurismo revolucionario frente a la Ilustración, ciencia, democracia y libertad religiosa, sin ningún fundamento bíblico, proclamará como dogma la Inmaculada Concepción de María (preservación del pecado original)(1854), dieciséis años más tarde, con la ayuda del concilio Vaticano I (1970), impuso también a la Iglesia el primado y la infalibilidad del papa. Después de la II Guerra Mundial Pío XII continuó esa línea. Tuvo la ambición (insensible en su triunfalismo romano a los reparos protestantes, ortodoxos e intracatólicos) de proclamar como dogma la asunción corporal de María a la gloria celestial justo en el año 1950 como punto culminante de una “Época Mariana” proclamada entonces por él. Con ese “clima mariano” casan también numerosas apariciones de María que, no de forma casual, tienen lugar en el siglo XIX y XX: Lourdes (1858) y Fátima (1917)”.

 – El cristianismo. Esencia e Historia, Hans Küng, Trotta 1997.

La labor del teólogo

En vez de una autoridad cristiana auténtica, encuentra uno con excesiva frecuencia un autoritarismo eclesial que se traduce en dogmatismo. Porque el dogma no juega un papel central en el judaísmo ni en el islam. Ninguna de las dos religiones tiene ni de lejos una dogmática tan desarrollada como la que en el catolicismo encontró su piedra clave en el concilio Vaticano I.

“¿No hay, pues, autoritarismo alguno en las otras confesiones? Por desgracia existe una forma de autoritarismo que se ha configurado también en el judaísmo y en el islam: el juridicismo. Porque no hay duda de que las tres religiones profético-monoteístas han orientado por el derecho (ius), por las leyes, la realización de la relación Dios-hombre. Y las tres meten a sus fieles en problemas parecidos. Lo que en el catolicismo es el derecho eclesiástico (ius canonicum) lo es de forma aún más aguda el sistema religioso en el judaísmo (la Halaká) y en el islamismo (la Sharia). La verdad y orientación de Dios se encuentran, pues, al fin de cuentas en las tres religiones en una forma asegurada jurídicamente: legalización como desfiguración de la revelación de Dios.

“El papado absolutista se ha convertido en el problema ecuménico número uno que el papa Pablo VI fue el primero en admitir con franqueza ecuménica: el papado, en vez de una roca de la unidad, es un “peñasco” sobre el camino hacia el entendimiento ecuménico.

“La posibilidad de una demostración convincente de una sucesión histórica directa del obispo romano en un primado de Pedro aparece como extremadamente cuestionable.

“Pero lo problemático de una demostración histórico-exegética de una serie sucesoria no excluye que el primado de un individuo en la Iglesia total, también según la opinión de muchos teólogos ortodoxos y evangélicos, no solo no es contrario a la Escritura, sino que incluso puede ser conforme a ella yútil: en la medida en que se trata de una sucesión en el espíritu (fundamentalmente posible también de forma carismática), en la misión y cometido petrino, en el testimonio y espíritu petrino; por consiguiente, de la sucesión de un realmente vivido primado de servicio para la unidad y edificación de la Iglesia.

“Sería un primado pastoral en el servicio del evangelio… Tal servicio petrino tendría que esforzarse de manera preferente por la unidad de las Iglesias individuales y, como portavoz, tendría que servir no solo a la Iglesia católico-romana, sino a la ecumene entera como una voz representativa de toda la cristiandad en el mundo uno de hoy. Contra semejante primado de servicio pastoral nada tendrían que objetar tampoco muchos teólogos ortodoxos y evangélicos.

“A la vista de esta situación del catolicismo romano, ¿no tiene el teólogo católico el derecho y la obligación de criticar en público a la Iglesia? ¿No tiene la obligación, a la vista de la evolución histórica, en el fondo conmovedora, de declarar reparos siempre que en la predicación oficial, liturgia, disciplina y pastoral se desplazan de forma consciente o inconsciente acentos bíblicos, se dibujan mal las proporciones originales de forma que se hace de lo secundario lo principal y de lo principal lo secundario? ¿No tiene que protestar también el teólogo católico cuando la autoridad eclesiástica encubre u olvida la verdad católica e ignora, niega o incluso sigue difundiendo los propios errores y medias verdades? Una y otra vez aludirá con toda radicalidad a lo esencial, al “centro de la Escritura”, a la “jerarquía de las verdades”, a la “esencia del cristianismo.” Ése es su cometido. De ese modo no se socava la autoridad de la Iglesia, sino que se la hace de nuevo creíble frente a todo autoritarismo».

Hans Küng. El cristianismo, esencia e historia, págs. 527-529.

«Jesús mismo no fue un místico… ¿qué exigió Jesús de los hombres? ¿Experiencias extáticas extraordinarias, cavilosas manifestaciones sobre el ser de Dios, autodisección psicológica y técnica de sumersión ahistórica. No, amor a Dios y al prójimo. Jesús se encuentra sin duda en la línea de los profetas del Antiguo Testamento y no en el de los místicos hindúes«.

– Hans Küng, El Cristianismo, Esencia e Historia, Trotta, 1997, pág. 457.

«No solo rechazo la visión optimista y armonizadora de la historia de la Iglesia, sino también la interpretación de la historia marcada por el odio y el afán de denuncia que pone a la Iglesia de vuelta y media. Así pues, no simpatizo con los admiradores acríticos ni con los críticos guiados por el resentimiento, ya que unos y otros no quieren más que ver una cara de la Iglesia. Más bien abogo por el esfuerzo de la matización. Pues la historia de la Iglesia, como la de todas las grandes instituciones, es ambivalente».

Hans Küng, ¿Tiene salvación la Iglesia? Trotta, 2013, pág. 41.

«Lo cristiano nunca ha de implicar menoscabo de lo humano. Ser cristiano no es «más» que ser hombre, en sentido cuantitativo; los cristianos no son superhombres. Pero lo cristiano sí puede implicar la ampliación, profundización, arraigamiento, más aún, radicalización de lo humano, al basar esa calidad humana en la fe en Dios y al tener como modelo de vida a Jesuscristo.

«Visto así, el cristianismo puede ser entendido como un humanismo perfectamente radical… Fe, esperanza y caridad (amor); esta fórmula puede resumir, para un cristiano, el sentido de la vida, «pero la mayor de todas es la caridad (ágape, 1 Cor. 13:13)».

– Hans Küng, «Credo. El Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo«, Trotta, 1994, págs. 189, 190.

 

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