«Quien tiene un amigo tiene un tesoro«, dice el dicho. Y ese es nuestro sentir sobre todo cuando ese amigo permanece ahí, a nuestro lado, en momentos difíciles y de mayor adversidad. Como se escribió hace mucho tiempo, «En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia» (Proverbios 17:17, VV).
Sin embargo, muchas personas reconocen que son muchos sus conocidos pero que los verdaderos amigos, los de verdad, «se podrían contar con los dedos de una mano«. Por ejemplo, José Ortega y Gasset (1883-1955) lo expresó muy bien cuando escribió:
«He tomado el palo del peregrino y he hecho vía por el mundo en busca… de los santos de la Tierra. De los hombres de alma especular y serena que reciben la pura reflexión del ser de las cosas. ¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que me ahogo!… «Sí: congoja de ahogo siento, porque un alma necesita respirar el aire de almas afines, y quien ama sobre todo la verdad necesita respirar aire de almas veraces«.- José Ortega y Gasset, «El espectador«, 1930. Editorial Edaf, 1998.
Y quizá ese sentimiento de no tener amigos de verdad se hace más fuerte sobre todo cuando alguna adversidad sobreviene; es entonces cuando se pone a prueba la verdadera amistad, sucediendo a menudo que los que se creía que eran amigos de verdad ahora simplemente han desaparecido.
Aldo Moro (1916-1978) por ejemplo, había sido dos veces primer ministro de Italia. Era un hombre de paz, de reconciliación, y en las lides políticas un gran negociador. Pero su historia entristece sobremanera a cuantos la recuerdan porque en cierto momento de su actividad mediadora fue secuestrado por el grupo terrorista Brigadas Rojas. Desde su cautiverio, Aldo escribía cartas desesperadas a colegas políticos de muchos años para que pudieran lograr su liberación. Sin embargo, llegó un momento en que se dio cuenta de la extrema soledad en la que se encontraba. Aquellas cartas eran el grito desesperado de un ser humano que sabía que iba a morir a pesar de todos sus incansables esfuerzos por conciliar la política italiana. Eran las cartas de un hombre absolutamente solo en el momento más crítico de su vida. Sin embargo, existían demasiados intereses políticos. Ahora sus «amigos» y colegas políticos simplemente habían «desaparecido». Apenas se movía un dedo para conseguir su liberación a pesar de los esfuerzos de su familia y del propio Papa Pablo VI. Finalmente el cuerpo de Aldo Moro fue hallado muerto en el maletero de un coche. Las fotografías de Aldo, inerte e indefenso, dieron la vuelta al mundo y el hecho consternó profundamente a la opinión pública mundial. Era la triste y desgarradora imagen del ser humano, absolutamente solo en el más oscuro y contradictorio de los mundos. Sin embargo, solo desde un sentir de humanidad y de empatía por el dolor ajeno, su recuerdo permanecerá en el corazón de muchas personas.
Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) dijo que “la amistad es un acuerdo perfecto de los sentimientos de cosas humanas y divinas, unidas a la bondad y a una mutua ternura«. Así las cosas, solo es normal que cada persona se sienta libre a la hora de elegir a sus amigos. De modo que es muy probable que alguien con un gran aprecio por el arte o la música, se sienta poco proclive a buscar la amistad de alguien profundamente indiferente en las cosas del espíritu. Por otro lado, a veces la verdadera amistad viene sin que se busque demasiado. Simplemente sobreviene porque se comparten gustos, valores y cierto grado de afinidad. Eso es algo inevitable tanto en la vida real como en las redes sociales. Es posible que en estas últimas la amistad no sea de lo más cercana, pero por lo menos facilitan la posibilidad de poder compartir con otros asuntos que interesan y mantener así algún intercambio de estímulo.
Por otro lado, en una relación de verdadera amistad, simplemente la envidia no cabe. Porque el aprecio sincero por la otra persona solo procurará siempre su bien. Como tan bien lo expresa, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), «el hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio».
En la fotografía de al lado puede verse a Albert Einstein hablando con un amigo. Algunos dicen que era su psicólogo. Sea como sea, su rostro parece que muestra gran preocupación e inquietud interior por la situación de la crisis bélica de su día. Y es que a veces lo único que se necesita en poder abrir el corazón y hablar sinceramente con alguien que nos escuche y que nos comprenda, y no cabe la menor duda de que para eso, un amigo de verdad puede ser de mucha ayuda. El resultado podría ser de lo más positivo; algo así como subirse a un lugar alto y poder ver las cosas con una mayor perspectiva.
La amistad verdadera no puede darse por sentada. Debe cultivarse día a día si realmente se aprecia. Se dice que en un momento de furia descontrolada, Alejandro Magno mató de un lanzazo a uno de sus más leales amigos solo porque éste, en conversación sincera, le habló con toda franqueza acerca de su orgullo y ansias de poder. Un acto horrendo y atroz cuyo remordimiento y pena le acompañó durante el resto de su corta vida.
Por otro lado, nada hay como la amistad «cara a cara», la que se va cimentando por compartir día a día vivencias y afinidades juntos. Las redes sociales nunca podrán ser un sustituto porque son más bien medios fríos que facilitan ciertos «contactos» pero sin la cercanía real que se necesita para una estrecha amistad. Se conocen ciertos nombres y fotografías pero no a la persona real ni sus circunstancias en profundidad. A menudo es un mundo de simples apariencias alejados de la realidad. No obstante, bien usadas y vigilando a los falsos perfiles, las redes sociales pueden ser de ayuda para personas con poca actividad social o que viven en extrema soledad.
Sin embargo, si por la razón que fuera uno perdiera a los que creía sus amigos, conforta saber que esa sensación de soledad no tiene por qué ser absoluta. Porque hasta Jesús de Nazaret, en los momentos más difíciles de su vida, se vio más solo que la una. «Todos le abandonaron«, dice el registro evangélico, cuando fue arrestado. Hasta sus apóstoles, los amigos que habían estado a su lado durante los tres años y medio que duró su actividad terrestre, dejaron de permanecer junto a él. Habían huido de pavor. Sin embargo, la fuente de estímulo y las fuerzas que necesitaba en aquellos terribles momentos, fue la misma que podría estar disponible también para todos nosotros. Las había recibido de parte del Único Fiel amigo que había permanecido junto a él hasta el mismísimo final. Aquel a quien él mismo se había referido siempre como «Dios mío» y «Padre mío«, fuente segura e infalible de toda amistad y consuelo.
Algunos ejemplos de buena amistad
Quizá un ejemplo de preciosa amistad sincera es la que había entre el filósofo José Gómez Caffarena y el profesor Manuel Fraijó. En el libro homenaje a éste, «Pensar la religión. Homenaje a Manuel fraijó», Trotta, 2013, Caffarena decía:
«Querido Manolo, no sé que más cosas decirte. Nuestra amistad sigue adelante, yo estoy seguro por mi parte, y veo que lo estás por la tuya. Porque yo desde hace mucho estoy bastante atado a mi habitación, con mis viejas y recientes dolencias. Ya soy bastante mayor y eres tú quien domingo tras domingo si puedes – y, si no, te sientes obligado a decirme por qué no puedes- vienes a verme. Charlamos, rehacemos con la memoria nuestros antiguos tiempos, y comentamos lo más destacable de las personas del mundo académico que hemos tratado juntos. Yo me alegro mucho con tu relato y poder estar contigo. Nuestra amistad empezó ciertamente en lo académico, en lo filosófico. Tú has preferido siempre la filosofía de la religión y la teología. Sabes que también yo cultivo la teología; sobre temas teológicos solemos hablar los domingos… Esto ha sido mi ocasión para decirte que te admiro y te quiero con toda mi alma, y espero que sigas en el mismo trabajo aunque en condición de emérito. Un abrazote fuerte, mi querido Manolo».
El sensible poeta e importante figura de la música popular brasileña Vinícius de Moraes (1913-1980) escribió con profundo sentimiento :
«Se busca un amigo. No importa que sea hombre o mujer, basta que sea humano, basta que tenga sentimientos, basta que tenga corazón. Se necesita que sepa hablar y callar, y sobre todo que sepa escuchar.
«Tiene que disfrutar de la poesía, de la madrugada, de los pájaros, del sol, de la luna, del canto, de los vientos y de las canciones de la brisa. Debe tener amor, un gran amor por alguien, o sentir entonces la falta de ese amor. Debe amar al prójimo y respetar el dolor que los peregrinos llevan consigo. Debe guardar el secreto sin sacrificio. Debe hablar siempre de frente y no traicionar con la mentira y la deslealtad. No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada…
«Se busca un amigo para compartir los mismos gustos, que se conmueva cuando es tratado de amigo. Que sepa conversar de cosas simples, de lloviznas y aguaceros. Se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad. Deben gustarle las calles desiertas, los charcos de agua y los caminos, el borde de la calle y acostarse en el pasto.
«Se precisa un amigo que nos diga que merece la pena vivir, no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos. Se necesita un amigo para dejar de llorar, para no vivir de cara al pasado. Que nos palmee los hombros, sonriendo o llorando, pero que nos llame amigo, para tener conciencia de que aún estamos vivos».
“Wish You Were Here”, 1975, (“Ojalá estuvieses aquí») de Pink Floyd, está dedicada a Sid Barret, antiguo miembro del grupo que abandonó en 1968 por problemas mentales. Es una muestra de nostalgia por un amigo que, con sus defectos y virtudes, se ha ido y se le echa de menos. Es un canto a la verdadera amistad, la que en el corazón perdura para siempre. Esta experiencia marcó de por vida al grupo Pink Floyd, impregnando de melancolía todas sus canciones. Roger Waters junto a David Gilmour, que la interpreta aquí, fueron sus compositores. Y es que la amistad, cuando es sincera y profunda, siempre deja un recuerdo indeleble.
La letra dice en parte:
“Cómo desearía…
cómo desearía que estuvieses aquí, somos solo dos almas perdidas, nadando en una pecera, año tras año, corriendo sobre el mismo viejo suelo, ¿qué hemos encontrado?
Los mismos viejos miedos. Desearía que estuvieses aquí”.
Amistades así hacen entender muy bien aquello de que «quien tiene un amigo, uno de verdad, tiene un tesoro«.
Esteban López
Buenos días lejos aún de despuntar la aurora,
Sólo (yo, tilde) tres cosas, aunque ya sé que hay muchas más.
1.- Ortega: sí, buena cita, en la línea del inmortal pensador, el mismo que elevó el idioma castellano al éter. Tengo varios artículos escritos sobre el madrileño más ilustre de todos los tiempos. No obstante, perdí por un virus el más largo y querido, «Marañón y Ortega, amigos.» Antes de la creación de la FOM (Fundación Ortega-Marañón). Al ilustre médico le pasó algo parecido, pero en papel, claro: se dejó en un taxi parisino (en su exilio) lo más jugoso de su «Tiberio. Historia de un resentimiento.» Claro que como él fue, en sus palabras, «un trapero del tiempo», lo recompuso.
2.- Respecto a la división del cristianismo, si con «un mal entendimiento» del mismo quiere decir que las diferentes iglesias se han convertido en una especie de multinacionales, de acuerdo. No obstante, intuyo que Vd. no va por ahí (más que intuir, estoy casi seguro, pero no quiero dar la sensación de presuntuoso). Por lo tanto, ya sé que es intrascendente el poner o no poner MG, pero no lo hago mientras no sepa exactamente qué quiere decir.
3.- Einstein: en fin, creo que preocupación e inquietud hubo de tener desde que firmó la famosa Carta que abrió el camino al proyecto Manhattan, aunque luego no participara. Así que no es nada extraño que, en su momento, dijera aquello de que para otra vida, mejor ser fontanero, o algo así (voy, como suelo, de memoria). Para mí es uno de los responsables del horror nuclear, pecado que no puedo deslindar de cualquier exégesis de su persona. Sé que goza de muy buena prensa. Ahora bien, yo trato de pensar por mi cuenta, y tengo tendencia, quizá por «deformación profesional», a no creerme las cosas que leo y oigo sin una previa digestión.
Que tenga una excelente jornada de Reyes
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Muchas gracias, Julio, por sus comentarios. Enriquecen y siempre añaden matices necesarios. Un abrazo.
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