Wilhelm Hosenfeld, conciencia y compasión

Wilhelm Hosenfeld2El nazismo había encandilado a buena parte de la población de Alemania. Pero aquella nefasta ideología política y pseudoreligiosa no solo resultó ser uno de los mayores engaños que ha conocido la humanidad, sino una de las mayores catástrofes que jamás se han vivido: 80 millones de seres humanos muertos violentamente además de cientos de miles de heridos y tullidos. Un episodio de la historia humana que podría haberse evitado absolutamente si no se hubiera seguido ciegamente a un simple mito: «Deutschland» (Alemania).

Pero aún pareciendo mentira, en medio de toda aquella locura desenfrenada, de todo aquel horror desalmado, algunas luces brillaron, incluso entre ciudadanos alemanes, que de un modo u otro se opusieron al régimen o lo resistieron por razones de conciencia. Y es que los desmanes de las SS y del ejército nazi se acumulaban hasta el cielo y eran absolutamente despiadados, lo suficiente como para hacer reaccionar a las conciencias más sensibles. Wilhelm Hosenfeld es un ejemplo de eso.

Wilhelm Hosenfeld (2 Mayo 1895-Agosto 1952), fue un oficial del ejército alemán durante la II Guerra Mundial. Era un patriota alemán resentido, como muchos otros, por la humillación que supuso para Alemania el Tratado de Versalles. Lo único que quería era ayudar a su país a salir de semejante situación. A ello se entregó en cuerpo y alma. De modo que fue muy fácil para él quedar prendido del espíritu entusiasta y nacionalista de Adolf Hitler y de sus encendidos discursos.

Sin embargo, los antecedentes de Wilhelm no lo hacían el candidato perfecto como fanático nazi. Era hijo de un maestro de escuela, profesión que él mismo adoptaría, mostrando siempre un gran interés en pedagogía y en mejorar la enseñanza de los niños. Después de participar en la I Guerra Mundial en la que fue herido de gravedad dos veces, se casó con Annemarie Krummacher, con la que tuvo cinco hijos. Ambos se interesaban por la música, el arte y la literatura, en definitiva las cosas del espíritu.

Pero además de sus buenas cualidades humanas había un factor añadido que seguramente coadyuvaría poderosamente en su posición de resistencia progresiva al nazismo: sus creencias cristianas. De hecho no podía compartir el fuerte adoctrinamiento que recibían las Juventudes Hitlerianas y mostraría gran compasión a muchos prisioneros.

Sus escritos personales en su diario muestran que nada más comenzar la II Guerra Mundial Wilhelm ya se indignaba por los «crímenes contra la humanidad» que en Polonia cometían los alemanes. Cuando veía tanta atrocidad escribía: «¿será que el diablo ha tomado forma humana? No lo dudo«. También, «nos hemos llenado de una vergüenza inexpugnable, de una maldición imborrable. No merecemos misericordia, todos somos culpables. Me avergüenzo de caminar por la ciudad; cualquier polaco tiene el derecho de escupirnos en la cara«.

Wladyslaw SzpilmanFue su compasión la que hizo que Wilhelm ayudara a esconder y a rescatar a varios polacos, además de a judíos. Entre ellos al pianista y compositor polaco y judío Władysław Szpilman, en las ruinas de Varsovia durante los últimos meses de 1944. Finalmente, Wilhelm fue hecho prisionero por el Ejército Rojo en enero de 1945 e internado durante siete años en diversos campos de detención soviéticos. Hubo peticiones de clemencia por parte de muchas personas a las que él ayudó, pero sin que los soviéticos las aceptaran. Leon Warm, otro judío a quien Wilhelm había salvado en Varsovia se lamentaba en 1950:

«El hecho es que toda suerte de canallas y malhechores siguen libres, mientras que este hombre, que merece una condecoración, tiene que sufrir«.

En un juicio posterior y sin ninguna garantía jurídica, Wilhelm sería condenado a 25 años de prisión. Después de varios infartos y con la salud muy mermada -la escritura temblorosa de su mano reflejada en cartas a su familia así lo muestran-, Wilhelm murió en cautividad en la Rusia soviética el 13 de agosto de 1952 debido a las heridas causadas por la tortura.

El ejemplo de Wilhelm muestra que de un modo u otro, la resistencia a la maldad y a la oscuridad, es posible. Que todos tenemos algo misterioso incrustado en nuestro ser, la conciencia que responde y da avisos cuando se sobrepasa los límites de lo bueno y lo recto. Que no importa cuán extendida esté cierta ideología o cuanta aceptación tenga, que si conculca la dignidad humana, resistir merece la pena. Que la compasión es muy superior al orgullo personal, nacional, patriótico o racial, y que Nietzsche se equivocaba absolutamente cuando se burlaba de ella como muestra de debilidad. Más bien, todo lo contrario, la compasión que emana de un corazón sensible, de una conciencia entrenada para el bien, solo muestra la grandeza y lo mejor del espíritu humano. De hecho, es muy posible que Wilhelm hubiera leído en las Escrituras aquellas palabras de Jesús de Nazaret en la montaña:

«Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión. Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios«.- Mateo 5:7-9, NVI.

En esta escena del filme «El pianista» (2002), de Roman Polanski, el capitán Wilhelm Hosenfeld encuentra escondido en una casa abandonada a Wladyslaw Szpilman, un brillante pianista polaco de origen judío. Para probar su condición de músico hace que toque el piano. Desde entonces lo mantuvo escondido durante un mes facilitándole comida envuelta en periódicos para que supiera sobre la pronta caída del régimen nazi. Szpilman dijo de él que «fue el único ser humano con uniforme alemán que yo conocí«. Wilhelm Hosenfeld había estado ayudando a huir a judíos y polacos desde 1939, tal y como mostraba su diario. El 25 de noviembre de 2008, y después del testimonio de multitud de personas, Wilhelm Hosenfeld fue declarado «Justo entre las Naciones» por el Estado de Israel.

Esteban López 

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