Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los pensadores que mayor influencia ha tenido en el pensamiento de Occidente. Se le considera el padre de la modernidad y el iniciador de la filosofía contemporánea, tal y como atestiguan multitud de filósofos herederos de su pensamiento. Su obra “Crítica de la Razón Pura”, así como otras, en la que investiga la estructura misma de la razón, todavía resulta hoy día todo un estímulo para la reflexión y el pensamiento, sobre todo en el ámbito de lo práctico.
Es curioso saber que para ser uno de los pensadores que más relevancia universal ha tenido, Kant nunca salió de su ciudad natal Königsberg, capital de Prusia (actual Kaliningrado, Rusia) a más de dieciséis kilómetros de distancia. Allí hizo toda su vida; y allí se doctoró en 1755 empezando a dar conferencias de ciencia y matemáticas, siendo nombrado en 1770 profesor de lógica y metafísica. Sus clases las aderezaba con anécdotas, narraciones y sentido del humor, e invitaba a sus alumnos a que procuraran siempre pensar por sí mismos.
Era un hombre con intereses amplios y variados, y aunque no solía viajar, le gustaba entablar conversación con los visitantes a su ciudad, quienes a menudo quedaban sorprendidos por sus amplios conocimientos en diversos temas. Era metódico en sus horarios: todos los días se levantaba a eso de las cinco de la mañana y preparaba sus clases, que solían empezar a las siete, y después de la comida (que a veces se alargaba porque siempre estaba acompañado y era un gran conversador) solía pasear durante una hora. El resto de la tarde lo empleaba en la lectura y en la reflexión. Se acostaba siempre a las diez.
Sus creencias religiosas no eran del todo ortodoxas. No era un hombre de misa regular; asistía más bien a la iglesia solo para ciertos eventos concretos, pero sí creía en Dios. De ahí que escribiera, «Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí«. Aunque esa posición suya, alejada del misticismo y más próxima al racionalismo, en la sociedad de entonces le causó algunos problemas con las autoridad civil y eclesiástica. Se podría definir su carácter de seriedad moral más que devoción religiosa, pero tampoco se podría afirmar que fuera un hombre irreligioso.
Kant planteó tres cuestiones vitales para la razón que confluían también en la pregunta ¿qué es el hombre? Eran 1) ¿qué puedo saber?, 2) ¿qué debo hacer?, 3) ¿qué puedo esperar?
El imperativo categórico
Es verdad que hoy día no existe un concepto de moral unificado; personas, organizaciones y sociedades suelen mantener a menudo sus propios sistemas de valores. Pero entonces, ¿qué referencia podría tenerse en cuenta en medio de tantas diferencias que significara una base moral común para toda la humanidad? En su obra Ética mínima, Adela Cortina, Catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, España, escribe:
“A la altura de nuestro tiempo, la base de la cultura que se va extendiendo de forma imparable, hasta el punto de poder considerarse como sustento universal para legitimar y desligitimar instituciones nacionales e internacionales, es el reconocimiento de la dignidad del hombre y sus derechos; el techo de cualquier argumentación práctica continúa siendo aquella afirmación kantiana de que:
“El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no solo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no solo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin”.
– Immanuel Kant, Grundlegung, IV. Adela Cortina, Ética mínima, Tecnos, 1986.
La referencia aquí a Immanuel Kant se hace inevitable. En su obra Fundamentación para una metafísica de las costumbres, expresa lo que él mismo llama un “imperativo categórico“, es decir, un mandato que ordena lo que ordena sin considerar otros aspectos externos como evitar un castigo o el logro de una recompensa. Reza así:
“Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal».
O también,
“Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal».
Y además:
“Obra de tal modo que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio.
“Cada cual debe tratarse a sí mismo y a los demás, nunca simplemente como medio, sino siempre como un fin en sí mismo… Sin embargo, lo que constituye la única condición bajo la cual puede algo ser fin en sí mismo, no posee simplemente un valor relativo, o sea, un precio, sino un valor intrínseco: la dignidad».
– Immanuel Kant (1724-1804), “Fundamentación para una metafísica de las costumbres,” Alianza Editorial, Madrid, 2002.
Nuestra sociedad tiene como referencia el tener que regirse por los valores democráticos de libertad y el respeto a los derechos humanos. La mayoría de las constituciones democráticas del mundo se aseguran de que esa sea su principal base jurídica. El verdadero meollo de todo de suma trascendencia es que se entienda que el hombre no es un simple medio, sino un fin en sí mismo debido a su dignidad intrínseca. Por eso, tanto en el ámbito seglar como en el religioso, los derechos humanos deben ser respetados por todos. De ahí que, para que una sociedad plural pueda convivir con respeto al ser humano y en paz, el imperativo moral categórico de Immanuel Kant deba recordarse siempre :
“El hombre existe, no como un simple medio, sino como un fin en sí mismo. No posee simplemente un valor relativo, o sea, un precio, sino un valor intrínseco: la dignidad».
Algo más de su pensamiento
«El hombre en cuanto consciente de su deber en el mundo no es cosa, sino persona«. – Opus Postumum, volumen XXI, página 61.
“Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad de la que él mismo es culpable. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Y uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de valor y de resolución para servirse del suyo propio sin la guía de algún otro. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración».
“Todo hombre tiene conciencia moral y se siente observado, amenazado y sometido a respeto -respeto unido al temor- por un juez interior. Y esa autoridad que vela en él por las leyes no es algo producido arbitrariamente por él mismo, sino inherente a su ser. Cuando pretende huir de ella, le sigue como su sombra. Puede, sin duda, aturdirse y adormecerse con placeres y distracciones, mas no puede evitar volver en sí y despertar de cuando en cuando tan pronto como percibe su terrible voz. Puede incluso, en su extrema depravación, llegar a no prestarle atención, pero lo que no puede en ningún caso es dejar de oírla».
«Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí«.
– Immanuel Kant (1724-1804), citado por Javier Muguerza y Carlos Gómez en La aventura de la moralidad, págs.90, 105, 281, Alianza Editorial, Madrid, 2007.
“El hombre es en verdad bastante impío, pero la humanidad representada en su persona tiene que serle sagrada. En la creación, se puede utilizar como simple medio todo lo que uno quiera y todo aquello sobre lo que uno tenga cierto poder; solo el hombre, y con él toda criatura racional, es un fin en sí mismo. Él es, precisamente, el sujeto de la ley moral… en virtud de la autonomía de la libertad”.
– Immanuel Kant, “Crítica de la razón práctica”, 1788.
Por cierto, es Kant quien dice que a todas las personas se les debe respeto por el simple hecho de ser personas. La versión de la canción «Respect» (respeto) de la cantante norteamericana Aretha Franklin (1942-2018), se convirtió en los años sesenta del siglo XX en un himno reivindicativo de los derechos civiles y los derechos de la mujer. Y es que sin respeto al ser humano como fin en sí mismo, ninguna relación es posible. Kant tenía razón.
Esteban López
Kant es maravilloso
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