Gustav Mahler, la música como consuelo

Nacemos y se nos «arroja» a esta existencia sin saber nada. Pero la asumimos cada uno de nosotros según nuestra forma de ser y nuestras propias circunstancias. Cada ser humano es un mundo, un universo exclusivo, que se formará progresivamente sin poder evitar que la dicha o el infortunio nos marquen inexorablemente de por vida. La vida de Gustav Mahler por ejemplo, quien conoció la muerte y la adversidad demasiado pronto y que condicionó por completo toda su obra, podría servir de ilustración de lo que se quiere decir.

Gustav Mahler fue un compositor y director de orquesta austro-bohemio nacido el 7 de julio de 1860 y fallecido el 18 de mayo de 1911 de una enfermedad cardíaca. Tenía solo cincuenta y un años. Es considerado uno de los compositores más influyentes y destacados del período romántico tardío. Se le ha llamado el más filosófico de los músicos conocidos. Conocía las obras de Nietzsche y Schopenhauer. Schopenhauer abordó temas como la voluntad, el sufrimiento y la naturaleza ilusoria de la realidad. Si bien Mahler no citaba directamente a Schopenhauer, se cree que su filosofía influyó en la visión trágica y pesimista que a veces se encuentra en algunas de sus composiciones. Éstas abordan temas como el amor, el sufrimiento, la transitoriedad de la vida y la búsqueda de un significado trascendental.

Mahler nació en un pequeño pueblo en lo que ahora es la República Checa, y desde temprana edad mostró un talento musical excepcional. Sus padres no se llevaban bien y cierto día después de una terrible discusión entre ellos, Mahler salió de casa y vio a un hombre tocando el organillo. Ese contraste entre la fealdad de su existencia y la belleza de la música sería el patrón anhelante y reflexivo que seguiría durante toda si vida. En otra ocasión, en casa de su abuela vio por primera vez un piano y decidió dedicarse a la belleza de la música.

Mahler aparece en un momento de la historia en el que se le da a la música un nuevo sentido en un mundo laico, algo que ya había iniciado el músico Wilhelm Richard Wagner (1813-1883), que escribiendo a una admiradora comentó, «La música debe contener siempre un anhelo, un anhelo por las cosas que están más allá de este mundo«. Es decir, que la música debería ocupar el lugar de sentido y consuelo que antes correspondía a Dios. Incluso que contestara la grandes preguntas de siempre hechas desde los días de Job. Como Mahler mismo escribió a una amiga en cierta ocasión, «Para qué vives? ¿Por qué sufres? ¿Es todo una gran broma aterradora? Tenemos que responder a estas preguntas si queremos seguir viviendo».

Como compositor, Mahler es conocido principalmente por sus sinfonías. Escribió un total de nueve sinfonías completas, y una décima que quedó inacabada. Sus sinfonías son extensas, emotivas y exploran una amplia gama de emociones y estados de ánimo. Mahler incorporó elementos del folclore, la música popular y la tradición sinfónica en su obra, creando un estilo distintivo y personal. La introducción de esos elementos populares en sus composiciones, sería un contraste con las composiciones rígidas de su día reservadas solo para las élites.

Mahler fue también un innovador como director de orquesta por la forma de dirigir que tenía. Hasta entonces el director solo acompasaba; pero cuando él aparece en la Filarmónica de Viena, es su fuerza o energía la que dirigía con plena autoridad. Tanto la vida como la música las sentía de un modo apasionado. Por todo ello, Mahler se convierte en todo un innovador.

Sin embargo, su pasión era componer música, no simplemente dirigir conciertos para ganarse la vida, por lo que dedicaba los veranos a aislarse en bellos parajes y a componer. Su Tercera Sinfonía por ejemplo, fue compuesta en un refugio creado por él en plena naturaleza. La belleza de todo aquél entorno la plasmó en esa bella composición.

Pero al principio la música de Mahler fue inicialmente recibida con opiniones encontradas, sin que se apreciara mucho, aunque en las últimas décadas de su vida ganó reconocimiento y admiración por su originalidad y profundidad emocional. Su legado influyó en muchos compositores posteriores, como Dmitri Shostakóvich, Arnold Schönberg, Benjamin Britten y Leonard Bernstein, quien fue uno de los mayores defensores y promotores de la música de Mahler en el siglo XX.

Es curioso saber que después de su estreno, la Quinta sinfonía de Mahler no fue comprendida, hasta el extremo de que el propio Mahler llegó a decir que era una «obra maldita porque nadie la entiende«. Hoy día sin embargo, es considerada una de las sinfonías más populares de Mahler. Mucho de eso se debe a la película Muerte en Venecia de Luchino Visconti (1971). En las salas de conciertos del mundo, la 5ª Sinfonía es una de las sinfonías de Mahler interpretadas con mayor frecuencia. Es de una intimidad y belleza extraordinarias que trasportan a lo más bello del espíritu humano. Está llena de muchos aspectos biográficos de su vida. La compuso seis meses después de una grave hemorragia que casi le cuesta la vida. Es todo un canto al triunfo de la vida sobre la muerte, como una oración de gratitud por sentirse sorprendido y embelesado por el don y misterio de la existencia. Solo en sus primeras notas puede percibirse su profundidad y esplendor.

Por otro lado, la inquietud de Mahler por las grandes cuestiones existenciales hizo que introdujera también la voz humana en sus obras (sólo Beethoven lo había hecho algo en su Novena Sinfonía) como apoyo a lo que quería expresar en sentido filosófico, tal y como sucede en su Segunda Sinfonía, conocida como «Resurrección«, y en la Octava, apodada «Sinfonía de los Mil» debido al gran número de músicos y coristas involucrados en su interpretación.

En esta grabación de su Segunda Sinfonía (Resurrección), Mahler no duda en contemplar la esperanza de la vida eterna después de la muerte. A pesar de estar familiarizado con la filosofía de Nietzsche y Shoppenhauer. Con esta sinfonía parece que deseaba que se entendiera bien lo que quería transmitir, porque introduce las voces humanas para que pronuncien palabras de esperanza. Expresiones que parece que vienen de Dios mismo dirigidas a quien está próximo a la muerte, como «te levantarás de nuevo, polvo mío, después de un breve sueño a la vida eterna», «el que te llamó te dará vida eterna», la semilla se sembró para florecer de nuevo», «el Señor sale para recoger en las gavillas a los que han muerto», «créeme corazón mío, nada de ti se perderá, todo es tuyo, lo que anhelabas, lo que amabas y todo por lo que te has esforzado, créeme, no naciste en vano, no viviste y luchaste en vano», «todo lo que se trae a la vida debe pasar y todo lo que pasa debe levantarse de nuevo», «deja de temer», «prepárate para la vida», «te he librado de todo gran dolor», «vas a conquistar todo lo que la muerte ha destruido«. Y la persona contesta: «con las alas ganadas volaré dentro de una luz que ningún ojo jamás ha visto», «moriré para encontrar la vida». Y Dios contesta: «Te levantarás de nuevo, sí corazón mío, te levantarás de nuevo, en un instante vencerás y vendrás a Dios«.

Su música era también un reflejo de sus tristes vivencias. Había conocido la muerte de cerca, pues siendo todavía un niño vio como ocho de sus doce hermanos morían. Todo ese dolor condicionó profundamente su música convirtiéndola en una fusión de experiencias personales y ambiciones grandiosas esencialmente religiosas. También debido al fuerte antisemitismo existente en Viena, Mahler recibe toda clase de desprecios por ser judío y presión para que dejara su cargo en la Ópera de Viena. Además, el 12 de julio de 1907, su hija María fallece de escarlatina. Eso le sume en una profunda tristeza que le hace recordar su Cantos de los Niños Muertos, compuesta en 1902, en la que Mahler expresa el profundo dolor de un padre cuando se le muere un hijo. Por si fuera poco, un médico le diagnostica al poco tiempo una enfermedad cardíaca grave y se entera con cuarenta y siete años que tiene los días contados.

Fue sobre todo la muerte de su querida hija María la que lo sume en una tristeza tan profunda que nunca vuelve a recuperarse, ya que vive dramáticamente la terrible y prolongada lucha de la pequeña por su vida. Durante la agonía de María, Mahler se mueve de un lado para otro sumido en la desesperación frente a la puerta de la habitación de la niña hasta que escucha el sonido de sus estertores. Su esposa Alma sale corriendo y gritando de dolor por la orilla del lago donde estaba la casa. Semejante trauma hace que ni ellos ni su matrimonio se recuperen jamás.

En el mes de octubre de 1907, Mahler renuncia a su puesto en la Ópera de Viena y dos meses después embarca junto a su familia hacia Nueva York, lejos del ambiente crítico y provinciano de la Viena de entonces y donde va a dirigir la temporada de la Metropólitan Ópera. Fue a partir de entonces cuando su obra fue mucho más apreciada cosechando allí grandes éxitos. Gran época para él, solo ensombrecida cuando se entera de que su esposa Alma había inciado una relación con un arquitecto. Como muestra de su gran amor hacia ella, Mahler le dedica su Octava Sinfonía.

Durante los veranos Mahler suele volver a Austria para poder componer, su verdadera pasión. Pero debido a su enfermedad ya no puede caminar por el campo ni hacer el ejercicio que siempre solía hacer. Intuye que le queda poco tiempo y compone sus últimas obras llenas de profundo sentimiento. El Canto de la Tierra y la Novena Sinfonía son de las más bellas obras de arte de Mahler. Es en los últimos compases de su Novena Sinfonía donde Mahler lleva al oyente al mismo borde del silencio, como si diera a entender que la labor consoladora de la música debe terminar y que es ahora el oyente el que debe seguir buscando el sentido por sí mismo. Sabe que pronto morirá, quizá recordando su bella Segunda Sinfonía «Resurrección«. Fallece el 18 de mayo de 1911 a los cincuenta y un años sin poder acabar su Décima Sinfonía en cuya partitura había garabateado, «Dios mío, ¿por qué me has abandonado

Llama la atención también el contenido de su Octava Sinfonía conocida como la Sinfonía de los Mil, debido a la gran cantidad de interpretes que requería. La obra se divide en dos partes. La primera parte se basa en el texto latino de un himno cristiano del siglo IX para el Pentecostés, Veni Creator Spiritus («Ven, Espíritu Creador»), y la segunda parte es un arreglo de las palabras de la escena final del Fausto de Goethe. Las dos partes están unificadas por una idea común, la de la redención a través del poder del amor. Es como si se estuviera preparando para su destino final ‘transitorio’ y seguir amando la música y la vida mucho más allá.

Esteban López

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