Victoria Camps, filosofía moral y política

 

Victoria Camps (Barcelona, 1941) es una filósofa española, catedrática de ética en la Universidad Autónoma de Barcelona desde 1986. Fue también su Vicerrectora entre los años 1990 y 1993. Así mismo es consejera permanente del Consejo de Estado. Fueron sus maestros principalmente José Luis López Aranguren José Ferrater Mora. Es así mismo miembro del Consejo de Redacción de la revista Isegoría del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Los temas tratados en su obra tratan de ética, democracia, estado de bienestar y bioética, haciendo a menudo referencia a autores como John Rawls y Javier Muguerza. Autora de numerosos libros y artículos, entre sus obras destacan:

«Introducción a la filosofía política, Ética de la esperanza, Virtudes públicas, Hablemos de Dios, Pragmática del lenguaje y filosofía analítica, Ética, retórica y política, La mujer en el año 2000, Por una política feminista, Una vida de calidad y Los teólogos de la muerte de Dios (1968).

En 2012 fue galardonada con el Premio Nacional de Ensayo por su libro El gobierno de las emociones, Herder, Barcelona, 2011.

Algo de su pensamiento

«En los últimos años hemos vivido en Europa una discusión sobre la oportunidad de mencionar la herencia religiosa en el proyecto de la Constitución europea. La cuestión se ha resuelto políticamente, optando por la no mención religiosa, dado que la Constitución es un proyecto político. Es innegable por otra parte, que el pensamiento, los valores y los principios morales que se encuentran presentes y afirmados en todas las constituciones de los estados occidentales, no sólo europeos, tienen un trasfondo claramente religioso. El cristianismo ha sido la religión europea por antonomasia y los valores morales que hoy sostenemos también proceden de tal religión. Al cristianismo le debemos el primer reconocimiento de la conciencia individual como sujeto moral, como le debemos el reconocimiento de todos los hombres, eso sí, ante Dios, no en la tierra. Y sobre todo, el cristianismo es la religión del amor y de la fraternidad universales. En suma, la libertad, la igualdad y la fraternidad son valores de origen cristianos… Que la Constitución no lo diga explícitamente, no significa que ignoremos que es así. Las razones políticas obligan a seleccionar lo que hay que decir en cada momento, pensando en por qué y para quién se dice, pero no llegan a ocultar los hechos«.

«El ser o no una buena persona es algo que se consigue no con la teoría sino con la práctica. Los griegos decían que las virtudes se adquirían por medio de hábitos. Es así como se forma el carácter, cómo se crean costumbres que definen las formas de vida de las distintas comunidades. El carácter, las costumbres son el ethos del griego, que da origen a la palabra «ética», y los mores del latín, de donde deriva ‘moral‘.

«Seguramente preferimos el vocablo «ética» a «moral». De sobra sabemos que, etimológicamente, ambos significan lo mismo, pueden ser usados indistintamente con el mismo sentido, ya que lo único que los distingue es su origen: «ética» procede del griego, ethos, mientras que «moral» procede del latín mores. No obstante, preferimos hablar de ética que de moral porque asociamos «moral» a una moral religiosa concreta. «Ética», en cambio, nos parece un término más laico y más universal«.

«Hay que separar y distinguir la laicidad del laicismo, que es una perversión de la laicidad. El laicismo sería la laicidad convertida en una doctrina sustantiva que se complace y se empeña en la agresión explícita y sistemática a lo religioso. Una doctrina que, en lugar de aceptar la singularidad y privacidad de las morales religiosas, las descalifica sin más, de un modo similar a como las morales religiosas se han opuesto y se oponen a la moralidad laica… el laicismo consistiría en la voluntad de convertirse en algo así como una confesión más, la única confesión verdadera, cuya característica sería la oposición militante a cualquier otra moral que no fuera laica. Contra tal tendencia hay que decir que, al afirmar la laicidad, no se trata de borrar la experiencia religiosa y eliminarla del mundo, sino de defender la libertad de conciencia y el pensamiento libre». 

– Victoria Camps (1941), «La voluntad de vivir», Ariel 2005.

La ética o la moral deben de entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible”. – Victoria Camps (1941), “El gobierno de las emociones», Herder, Barcelona, 2011.

«Llevar una vida buena supone sobre todo desarrollar un determinado carácter, una especial manera de ser. «Una golondrina no hace verano» es el refrán al que acude Aristóteles para explicar que no es una acción, ni siquiera la suma de unas cuantas acciones buenas, lo que convierte a una persona en buena o prudente, sino, por el contrario, el haber forjado un carácter justo, prudente, generoso o temperante, que le llevará a responder sabia y correctamente a cualquiera de las situaciones que exijan tal respuesta… la naturaleza no nos hace de entrada ni buenos ni malos; seremos lo uno o lo otro según sean las costumbres que vayamos adquiriendo».

«Una sociedad, por liberal que sea, no puede prescindir de normas de respeto mutuo y reciprocidad. Normas que difícilmente serán prescritas por la ley o sancionadas por el código penal. El respeto mutuo se les presupone a los ciudadanos de una democracia, pero está lejos de ser una realidad. La civilidad o la razonabilidad de las que habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta debería avergonzar a quienes son capaces de adquirirlas. Como debería avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se presuponen en especial a aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas. Que en las democracias liberales prolifere la corrupción y que ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias. Falla el que no se consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe de tener que ver con la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa» (pág.120).

«Una explicación de por qué es difícil que tales sentimientos florezcan en las sociedades liberales es, sin duda, el énfasis puesto por el mundo moderno y posmoderno en el valor de la libertad o de la autonomía individual, restando valor a la interdependencia y a las responsabilidades mutuas que deberían vincular a las personas libres… El énfasis excesivo en la autonomía individual acaba socavando los mecanismos de socialización y el desarrollo de las emociones morales que precisamente provienen de la necesidad de poner límites a la autonomía… El problema es que para fomentar las emociones sociales se precisa una cierta coerción, y la coerción no está bien vista… La medicina también limita la libertad, obliga a tratamientos dolorosos, pero cura de las patologías y los traumas, es una coerción saludable. La educación, que también lo es, encuentra, en cambio, muchas más dificultades para seguir siéndolo… ¿Cómo es posible educar sin establecer límites?… Es obligación del Estado que todos los valores sociales se mantengan» (págs. 120-125).

«La relación paterno-filial, como la relación entre el maestro y el alumno, es asimétrica por definición… unos son educadores y los otros los educandos… los adultos y los niños no ocupan el mismo nivel. No tener en cuenta tal asimetría ha sido una de las causas de la pérdida de autoridad de los adultos con respecto a los menores… costumbres tan triviales como el no hablar siempre de tú a tú, no utilizar el «tío» a cualquier propósito, no permitir ciertos lenguajes ni ciertos tonos de hablar.

«No confía más en su padre o en su madre el niño a quien todo se le permite, sino aquel que encuentra una seguridad en las actitudes de los mayores, una seguridad que le indica, entre otras cosas, dónde están los límites. Porque educar, nos guste o no, consiste en gran medida en poner límites».

– Victoria Camps (1941), “El gobierno de las emociones«, Herder 2023.

Filosofía del envejecimiento

Conferencia el 26 de abril de 2012, dentro del ciclo «Envejecemos…» en la Fundación Juan March. Victoria Camps enmarca sus reflexiones sobre el envejecimiento en el pensamiento de Cicerón, Simone de Beauvoir, Norberto Bobbio, Jean Améry o Rita Rita Levi- Montalcini. Destaca la importancia de una actitud personal positiva, de vivir el final de la vida como un desafío y aboga por la búsqueda de una vejez más humanizada.

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