El escritor estadounidense y Premio Nobel de Literatura en 1962, John Ernst Steinbeck (1902-1968), escribió:
«Me parece que si tú o yo debemos escoger entre dos cursos de pensamiento o acción, debemos pensar antes en nuestra muerte e intentar de tal forma que nuestra muerte no le traiga placer al mundo«.
Parece que no se podría decir eso de José Luis Pérez de Arteaga (Madrid, 1950), crítico y musicólogo fallecido el 8 de febrero de 2017 a los 66 años. Y es que quienes le conocían personalmente, dicen que ‘se fue demasiado pronto‘ y que ‘las personas buenas no deberían morir nunca‘, que tenía sentido del humor, alegría, carisma y que era ingenuo en el sentido de seguir manteniendo la capacidad de asombro; también que era cinéfilo y un gran lector, pero que solo la música fue en realidad la gran diva de su corazón. Había estudiado Derecho y Empresariales, y la música, la gran pasión de su vida, la estudiaría en Madrid y en Londres. Quienes le seguíamos desde hace años sentimos mucho su desaparición, como aquello de que «algo se muere en el alma cuando un amigo se va«.
Muchos nos acostumbramos desde hacía años a escuchar su voz en su programa de Radio Clásica «El mundo de la fonografía«, y sobre todo sus amenas retransmisiones de los Conciertos de Año Nuevo todos los uno de enero. Era como si su voz sanara el alma; no solo transmitía una enorme erudición, sino una gran calidez, bondad, y además esperanza. Era como si todos tuviéramos la sensación de que toda aquella sabiduría envuelta en la más bella de las músicas, presagiara lo mejor para aquel año nuevo que comenzaba. El mal simplemente no existía. Muy difícil será a partir de ahora acostumbrarse a que la voz que aparezca ya no sea la suya.
No cabe duda de que poder dedicarse a la música como profesión es un privilegio de solo unos pocos. José Luis era experto en todo lo que se ha dado en llamar «música clásica«. Y es que era capaz de hablar durante horas del músico que fuera, aportando anécdotas y mil y un detalles sobre su vida y su obra, sin pedantería, con una elegancia que todo lo envolvía y sin aburrir ni un ápice. Mucho talento hay que tener para hacer eso día tras día y año tras año y sin embargo, sonar siempre como nuevo y refrescante.
El autor de un artículo del blog Pons Asinorum.com describe muy bien el perfil José Luis:
«Llevo escuchando más de 20 años a este tipo. Es mucho más tiempo conociéndolo que al más antiguo de mis amigos. José Luis Pérez de Arteaga es una de esas personas que saben tanto de todo (… ) que no queda más remedio que dejarle hacer lo que quiera.
«Es uno de esos tipos que aprendió alemán para poder apreciar mejor la música. Aprender alemán porque has ido a Weisbaden a buscarte la vida en la construcción es meritorio, pero hacerlo para poder leer buenos libros sobre Stockhausen, por no poder esperar a que alguien decida traducirlos o no al inglés o el español, es heroico.
«Este locutor es un joya cuando va a conciertos en el extranjero. Imaginad una ópera de Wagner. Eso está lleno de tiempos muertos, ratos en los que el locutor debe hablar sin parar. Y no puede pararse en lo anecdótico, como los locutores de fútbol (¿Te has fijado el peluco que lleva Mijatovic en el palco?). En estos casos, Pérez de Arteaga es capaz de hablar durante horas sobre la ópera, el director de la orquesta, el teatro, los intérpretes, soltando gigas y gigas de información que sale de su cabeza sin esfuerzo.
«Luego llega el director, que es un fuera de serie, y accede a dejarse entrevistar en el descanso entre actos, sólo porque el que le va a entrevistar es él. Le habla en su idioma – ya sea éste el inglés el francés o el alemán – y charlan como buenos amigos, sin que haya el servilismo o el sentimiento de inferioridad que se nota en otras artes cuando un pobre periodista se enfrenta a una personalidad».
José Luis era experto sobre todo en Gustav Mahler (1860-1911, – ver aquí conferencia suya en la Fundación Juan March) sobre el que llegó a escribir dos extensos libros. Mahler fue un compositor y director de orquesta austriaco cuya obra fue muy influenciada por la filosofía, y que conoció el profundo dolor que se siente cuando se pierde a un ser querido, como fue el caso de su hermano mayor y una de sus hijas. Quizá por eso se ha dicho que la mejor obra o la mejor filosofía es aquella que surge del más hiriente sufrimiento.
Dicen los amigos de José Luis que estando en el hospital tratándose de su enfermedad, todavía quería ir a la radio para trabajar en proyectos que le quedaban pendientes, y que cuando lo hiciera volvería otra vez al hospital para seguir tratándose. Era como si su cuerpo no le acompañara mucho ya, pero que su espíritu siguiera deseoso de vivir, de sentir, de crear y de volar. «Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre«, dice Eclesiastés (3:1). Y es que hasta el último momento, la vida de todos nosotros tira. Sin embargo, en esa ocasión ya no iba a poder ser. José Luis se iría. Pero es verdad, ninguna persona buena debería irse y menos para siempre. Es como si se desvaneciera un bello, único y exclusivo universo. Quizá por ello aquellas palabras de Jesús de Nazaret llenan por completo el alma: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mat. 22:32). Tranquiliza intuir o sospechar que para Dios, José Luis sigue más vivo que nunca.
De momento, quede en su memoria la Quinta Sinfonía Mahler, cuya obra amó y conoció mejor que nadie, y que tanto llenó su vida.
Esteban López