La historia de la humanidad muestra cuán fácil es para nosotros los seres humanos crear muros divisivos, reales o simbólicos, por razones ideológicas que a menudo ha llevado a odios, enfrentamientos o guerras fraticidas. Y todavía en el día de hoy existen países con «muros», al igual que fronteras nacionales polémicas, fuertemente armadas y barricadas, como las que existen por ejemplo entre Corea del Norte y Corea del Sur, Israel y Palestina, Estados Unidos y México, etc. Luego encontramos los «muros» que se crean entre las personas por razones políticas (derechas – izquierdas) o «muros» también enormes por razones religiosas. Existen también «muros» altísimos cuando ciertas amistades se rompen o se produce alguna separación matrimonial o divorcio. Puede que no sea un muro físico, pero a menudo su altura es infranqueable.
El muro de Berlín
Sin embargo, si hay algún muro que pudiera servir como ejemplo paradigmático de extrema división, sería sin duda el llamado Muro de Berlín conocido también como el «muro de la vergüenza«. Creado en el corazón de Europa y en medio de la «Guerra Fría» entre la Unión Soviética y Estados Unidos, se convirtió en el símbolo de ausencia de libertad, desconfianza, temor, encono y falta de humanidad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania quedó dividida en dos partes: una bajo la influencia de Estados Unidos y otra bajo la Unión Soviética. Y en el centro de la Alemania del este quedó Berlín. Los años pasaban pero no se producía ninguna reunificación de Alemania como país. El tiempo sólo hacía que fueran creándose progresivamente dos países diferentes, con ideologías y economías bien distintas. De modo que solo fue normal que los alemanes que se sentían en una condición inferior, desearan emigrar a la Alemania del oeste. Para 1961 alrededor de 1 650 000 ciudadanos de la Alemania comunista habían huido hacia el oeste. Y no era de extrañar. La Alemania occidental prosperaba económicamente, mientras que la comunista representaba a un régimen cerrado, con una economía mucho más precaria y además con falta de libertades democráticas. La sangría de personas desde una Alemania a otra estaba servida y ni la Unión Soviética ni el régimen del estado comunista alemán estaban dispuestos a que su modelo político se desvaneciera. Y es que todavía se mantenía una visión «romántica» de la revolución rusa de 1917 y de sus supuestos logros; algunos intelectuales europeos como Jean-Paul Sartre apoyaban sin ambages el régimen soviético. Estaba de moda hacerlo. Los soviéticos sentían el orgullo de haberse convertido en potencia mundial con todo su campo de influencia y poder sobre los países vecinos y otros. No en vano, los levantamientos de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968 por intentar ser países realmente independientes fueron cruelmemente aplastados.
Para 1961 empezaron a correr rumores de que la frontera entre Berlín este y oeste podría cerrarse con un muro. Aunque Walter Ulbricht (1893-1973), el líder comunista intentó tranquilizar a la población ante los constantes rumores del cierre de la frontera, en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, y sin previo aviso, se construiría un muro que dividiría en dos la ciudad de Berlín. La obra quedó completa en una sola noche. Usaron determinación y fueron industriosos. El muro medía más de 120 kilómetros.
La población, absolutamente perpleja, no daba crédito a lo que estaba viendo. De manera súbita se habían cortado todos los medios de transporte y comunicación, y miles de familias quedaron separadas entre un lado y otro de la ciudad sin saber si algún día podrían volver a ver a sus familias. La razón esgrimida por las autoridades comunistas fue que era un «muro de protección antifascista» para proteger a la RDA contra la inmigración, la infiltración, el espionaje, el sabotaje, el contrabando, las ventas y la agresión de los occidentales». Pero nadie pudo impedir que a aquello se le llamara «el muro de la vergüenza«. Los berlineses del este se sienten súbitamente presos como si estuvieran en un campo de concentración.
En esta fotografía puede verse a Conrad Schumann, soldado de la Alemania oriental, que escapa saltando los alambres del Muro de Berlín que empezaba ya a construirse en 1961 dividiendo a la población en dos. Una imagen que ilustra muy bien cuánto valoramos los seres humanos la libertad. Después de la construcción del muro, todavía se producirían 5000 fugas a Occidente; 192 personas murirían por disparos al intentar cruzarlo y otras 200 resultarían heridas; 57 se fugaron a través de un túnel de 145 metros, cavado por los occidentales, en los días 3, 4 y 5 de octubre de 1964. No se conoce ni un solo caso de huidas en sentido inverso. Si aquella República Democrática Alemana representaba la bondad del llamado «paraíso comunista», ¿cómo es que intentaban huir tantos miles de personas? Resuenan una vez más las palabras de Octavio Paz cuando dijo que «la historia de siglo XX es la historia de las utopías convertidas en campos de concentración«.
Este es Peter Fechter (1944-1962), la víctima más conocida del Muro de Berlín. Su amigo Helmut Kulbeik con el que iba sí logró escapar. Llevaban tiempo planeando la huida. Este joven de 18 años se desangró tras intentar huir por la frontera berlinesa al ser disparado desde los puestos fronterizos de la República Democrática Alemana delante de cientos de testigos e incluso periodistas. Para vergüenza de todos los presentes y a pesar de sus gritos pidiendo ayuda y de dolor, Fechter estuvo una hora desangrándose sin recibir ayuda de parte de ninguno de los dos lados. Ni que decir tiene que su amigo Helmut Kulbeik quedó afectado de por vida por el horror de aquel vil asesinato.
Hay que decir que en muy pocas ocasiones el muro se abría para dejar que alemanes del oeste pudieran ver a sus familiares, algo prohibido para los alemanes de la República Democrática Alemana. De modo que los intentos por huir desde allí se multiplicaban a lo largo de los años. Algunos lo conseguían, pero otros muchos morían por disparos de los guardias fronterizos, quienes siempre aducían que ellos se limitaban a obedecer órdenes. Sin embargo, semejante argumento adolece de un mínimo sentido de humanidad. De hecho, para el jurista Gustav Radbruch la expresión «una orden es una orden«, debe carecer de obligatoriedad para un soldado si lo que ordena es un crimen o un delito. Esa forma de entender de un modo más profundo la justicia causó profunda repercusión en juicios posteriores, sobre todo en los que tuvieron que ver con los soldados que vigilaban el muro de Berlín, quienes tenían órdenes de disparar contra cualquiera que intentara huir y atravesarlo. Este principio del derecho de Radbruch fue acogido por el Tribunal Constitucional de la Alemania Federal en varias sentencias.
“Ich bin ein Berliner”
En el verano de 1963, Berlín occidental recibe la visita del entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Hacía tiempo que los berlineses le esperaban deseosos de sentir algún gesto de apoyo por parte de Estados Unidos y que les sirviera de esperanza. Kennedy pronunció un discurso que quedaría grabado en la memoria de todos para siempre cuando entre otras cosas dijo:
«Hace dos mil años el alarde más orgulloso era “civis romanus sum”. Hoy, en el mundo de la libertad, el alarde más orgulloso es “Ich bin ein Berliner”. ¡Agradezco a mi intérprete la traducción de mi alemán! Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende, o dice que no comprende, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo Comunista. Dejad que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen que el Comunismo es el movimiento del futuro. Dejad que vengan a Berlín. Y hay algunos pocos que dicen que es verdad que el Comunismo es un sistema maligno pero que permite nuestro progreso económico. Lasst sie nach Berlin kommen Dejad que vengan a Berlín. Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras “Ich bin ein Berliner”. Todo aquel discurso llegó a conocerse con esas últimas palabras que se convierten en leyenda. Aquello liberó a los berlineses de muchos de sus miedos.
Perversidad
Regímenes como el que se esta describiendo, suelen crear en la convivencia un espíritu perverso. Al no haber libertad se crean partidarios ciegamente leales por un lado, pero también disidentes sinceros por otro. El clima asfixiante existente en el sistema hace que nadie se fie de nadie o que se produzcan delaciones injustas sólo porque no se es un buen «camarada«. Eso mismo fue lo que ocurrió en la Alemania del este y que se ve en el siguiente ejemplo: la asociación de escritores fieles al régimen denunciaron e enjuiciaron junto al aparato del partido a tres escritores disidentes (entre ellos Rolf Schneider) que fueron expulsados de la asociación. Como ningún escritor que no perteneciera a la asociación podía publicar en la Alemania del este, eso significaba para ellos no sólo que se cortara su fuente de ingresos, sino el desprecio y la condena al ostracismo de por vida. Si se tiene la convicción de estar en lo correcto, la defensa debería hacerse con argumentos, nunca con la amenaza que crea temor. Cortar el medio de vida de una persona y de su familia, es sencillamente inicuo y una vil falta de respeto a su dignidad. Como lo expresó Adoux Huxley (1894-1963),
“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.
Caída del muro
El muro de a vergüenza había estado presente durante casi treinta años condicionando profundamente la vida de los alemanes. Pero soplaban ya nuevos vientos de libertad, sobre todo desde la aparición en la escena política del nuevo secretario general de la Unión Soviética Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (1931-2022), quien con su nueva política del desmantelamiento del sistema comunista, propiciaría la caída del muro. Como escribió el presidente de Alemania Frank-Walter Steinmeier en una carta dirigida al último dirigente de la Unión Soviética, «no hemos olvidado, y nunca lo haremos, que el milagro de la reunificación pacífica de mi país y el fin de la división de Europa no habrían sido posibles sin las decisiones valientes y humanas que tomó usted personalmente entonces«.- EFE, Berlín, 05/11/2019.
Como anécdota, en 1977 y desde su estudio en Berlín, el cantante David Bowie podía observar cómo el imponente muro de Berlín partía en dos a la ciudad. Pero mientras observaba, vio también a una pareja besándose cerca del muro. La escena no podía ser más chocante: el amor en medio de todo aquel absurdo. Fue así cómo se creó «Heroes«. Aquellos amantes, con su amor, podrían serlo aunque solo fuera por un día. Las balas volarían por encima de sus cabezas, pero una cosa era segura: «la vergüenza queda al otro lado del muro. Por eso podemos derrotarlos para siempre«.
Las imágenes de los alemanes celebrando la caída del muro muestran la alegría que produce la libertad en el ser humano. Lloran, ríen, se abrazan y se aman como hermanos. Y es que como escribió Miguel de Cervantes en El Quijote (1605),
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres«.
Esteban López




Eso de la canción HÉROES no lo sabía. Gracias por eso dato. He escrito tres entradas acerca del Muro de Berlín, las puedes ver en esta última
https://tigrero-literario.blogspot.com/2023/11/la-grieta-del-telon-de-acero-que.html
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Muchas gracias por escribir, Alí. Excelente artículo.
Un saludo afectuoso.
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Por cierto, se me olvidaba. Antes de los comentarios de ese artículo estánlos enlaces para los tres artículos anteriores acerca del Muro.
Tengo mucho tiempo siguiéndote pero creo que no me había animado a escribirte. Saludos desde Maringá, Brasil
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