El arco de Tito en Roma

arcodetito

Miles de personas viajan a Roma todos los años pero para muchas, este arco romano, y sobre todo su significado, pasa totalmente desapercibido. Situado cerca de la Vía Sacra, arteria principal del que fuera centro de la Roma imperial, fue edificado por el general Tito, hijo del emperador Vespasiano, por su victoria sobre Jerusalén.

Un imperio como el romano no podía permitirse tener problemas constantes, insurrecciones o revueltas en ningún rincón de su dominio. Pero esa había sido precisamente la tónica en el caso de Palestina. Un encuentro de paradigmas: Israel, pueblo escogido de Dios y herencia de Abrahán, Isaac y Jacob, nación por la que había de aparecer el Mesías. Y por otro lado, Roma, expansionista, imparable e imperial. Poco se podía hacer para parar su formidable maquinaria bélica. En realidad el aplastamiento era solo cuestión de tiempo.

titoEl emperador Vespasiano envió a su hijo, el general Tito, para eliminar completamente aquel foco de constantes revueltas en Palestina. Aquí puede verse el busto del emperador romano Tito (A.D. 79-81) encontrados en la llamada “basilica” Herculaneum. Ahora se encuentran en el museo de Nápoles, Italia, (foto hecha en la exposición “Divus Vespanianus”, 2009, Curia, Forum Romano).

Tito llegó a Jerusalén con las legiones romanas en abril del año 70 y el asedio duraría hasta septiembre. Roma desplegó su poderío militar enviando cuatro legiones, unos 60.000 soldados, pero el asalto a la ciudad fue más difícil de lo que esperaban. De modo que la ciudad fue sitiada y rodeada de estacas puntiagudas.

Dentro de la Jerusalén sitiada había miles de personas que se morían de hambre y de sed. Eran muchos más los que se encontraban en esos momentos dentro de Jerusalén porque muchos habían viajado a la ciudad como peregrinos para celebrar la pascua. Pero los judíos no estaban dispuestos a rendirse, y sacrificaban incluso a los pacifistas. Según relata el historiador judío Flavio Josefo, hasta las madres llegaron a comerse a sus propios bebés.

Tito también recurrió a la guerra psicológica. Antes de atacar las murallas de Jerusalén, ofreció a los sitiados un espectáculo: el ejército romano en su totalidad se desplegó a la vista de los asediados, para impresionarlos con su enorme poderío.

En el mes de agosto, las puertas de la ciudad fueron incendiadas y el templo también ardió, a pesar de las órdenes al contrario dadas por Tito. Atacaron, en primer lugar, la fortaleza de Antonia y seguidamente ocuparon el Templo, que fue incendiado y destruido el día 9 del mes judío de Av del mismo año; al mes siguiente cayó la ciudadela de Herodes.

Finalmente, en septiembre, toda la ciudad se halló en manos del ejército de Tito.  El historiador judío Flavio Josefo indica en su “Guerras de los Judíos” que perecieron 1.100.000 judíos y 700.000 fueron enviados como esclavos a todas las naciones. La Diáspora judía definitiva tuvo lugar en el año 135, cuando el emperador Adriano aplastó otra revuelta judía por querer convertir lo que quedaba de Jerusalén en una ciudad completamente romana, Aelia Capitolina.

arco de triunfo, arco tito

En los relieves del arco de Tito, puede verse cómo el general conmemoró su victoria sobre Jerusalén. Contiene escenas que no dejan de impresionar profundamente a toda persona familiarizada con la Biblia y la historia, como la que representa a los soldados en cortejo triunfal llevándose los tesoros del templo, entre ellos, todo un símbolo querido por el pueblo judío: el candelabro de siete brazos o Menoráh, que había estado en el Tabernáculo mientras Israel anduvo por el desierto y en el espléndido templo de Salomón.

En la representación de la marcha triunfal también pueden verse las Trompetas de Oro, las cacerolas de fuego para la eliminación de la ceniza del altar, y la Mesa del Pan de la proposición hecha de madera recubierta de oro donde se colocaban doce panes santos remplazados cada siete días y que sólo los sacerdotes podían comer. Todo un mundo llegaba a su fin. Quizá por eso no es de extrañar el profundo dolor de Jesús de Nazaret al predecir toda aquella calamidad:

Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. Dijo:  —¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte”. -Lucas 19:43,44, NVI.

Esta historia ofrece muchas lecciones. Herodes el Grande había reconstruido el templo de Jerusalén y parece que el resultado final fue espléndido y majestuoso. Muchos interpretaban aquello como muestra evidente de la bendición de Dios. ‘Más impresionante que el templo de Salomón‘, decían. Pero en cierta ocasión los discípulos de Jesús quisieron mostrarle toda aquella grandiosidad y le decían, ‘¡Mira, Señor, qué magnífico templo es este!’ Pero Jesús no dio indicación alguna de que aquello fuera evidencia de la bendición de Dios. Más bien profetizó que allí no quedaría ‘piedra sobre piedra que no fuera derribada‘. Y por el brazo ejecutor de Roma, así sería en el caso de Jerusalén.

Igualmente hoy día, ni grandes edificios, ni bienes raíces, ni inmensas catedrales, ni grandes corporaciones, ni tan siquiera una gran cantidad de fieles nominales son muestra alguna de la bendición de Dios. Porque según se muestra en las Escrituras, la verdadera bendición divina viene cuando no solo se afirma tener fe en Cristo, sino cuando se siguen sus pasos de verdad, cuando se muestra amor al prójimo y se ama la verdad y lo que es recto. Como escribiera el profeta Oseas (6:6, NTV):

“Quiero que demuestren amor, no que ofrezcan sacrificios. Más que ofrendas quemadas, quiero que me conozcan“.

Esteban López

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