Luigi Ferrajoli, por una Constitución de la tierra

No deja de sorprender que de tanto en tanto aparezcan noticias en las que se señala casos de corrupción por parte de algunos jueces o abogados, hechos que contribuyen a la consternación y desconcierto de la opinión pública. Porque se espera que quienes se dedican a la justicia sean personas con intregridad y ética suficientes como para dar prioridad al bien común de la ciudadanía. Cabe preguntarse cómo fue posible que algunos estudiaran derecho y al final no llegaran a amar realmente la estrecha relación que existe entre la ética y la justicia de verdad.

Hay que decir sin embargo, que la mayoría de los profesionales que se dedican al derecho son personas ejemplares en lo que se refiere a apreciar la justicia y el bien común. Y un buen ejemplo de eso podría ser quizá el del jurista Luigi Ferrajoli, cuyo talante ético siempre ha dado muestra de un sincero interés por que la justicia sea una realidad efectiva en la vida de la gente.

Luigi Ferrajoli nace en Florencia en 1940, y obtiene en 1969 la habilitación en Filosofía del derecho con el trabajo titulado Teoría axiomatizada del derecho. Parte general. Entre 1970 y 2003 es profesor en la Università degli Studi di Camerino, impartiendo Filosofía del derecho y Teoría general del derecho, y donde, entre otros cargos, es director del Instituto de estudios histórico-jurídicos, filosóficos y políticos. A partir de 2003 enseña en la Università Roma. Se reconoce también seguidor del histórico y prestigioso jurista italiano Norberto Bobbio (1909-2004).

Algunas de sus obras son:

  • Derecho y razón, teoría del garantismo penal (1995).
  • Principia iuris: teoria del diritto e della democrazia (2007).
  •  Los fundamentos de los derechos fundamentales (5.ª ed., 2013).
  • Razones jurídicas del pacifismo (2.ª ed., 2010).
  • La lógica del derecho. Diez aporías en la obra de Hans Kelsen (2.ª ed., 2018).
  • Derechos y garantías. La ley del más débil (8.ª ed., 2016).
  • Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada (2.ª ed., 2023).

Llama la atención observar en su trayectoria una constante preocupación por que la verdadera justicia sea una realidad en la vida de la gente. Lo ilustra por ejemplo su libro Derechos y garantías. La ley del más débil. Sin embargo, su inquietud va mucho más allá del derecho práctico diario. Lo ilustra muy bien su reciente obra Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada (2.ª ed., 2023), «un ensayo donde insiste en una propuesta particularmente llena de esperanza: la de una unificación pacífica de todos los pueblos del planeta bajo unos principios de convivencia y de gobierno político universales«. Sus planteamientos aquí son innovadores y valientes. Rompen con el modo a menudo rígido y tradicional de entender la política global, pero no cabe duda de que es una seria opción ante los graves problemas que afronta la humanidad. Como dice el mismo Ferrajoli, «parecen hipótesis utópicas. En cambio, son las únicas respuestas racionales y realistas a los grandes desafíos de los que depende el futuro de la humanidad«.- El País, 27 de marzo 2020.

La sinópsis del libro dice:

«Existen problemas globales que no forman parte de la agenda política de los gobiernos nacionales, aunque de su solución dependa la supervivencia de la humanidad: el calentamiento global, las amenazas a la paz mundial, el crecimiento de las desigualdades, la muerte de millones de personas todos los años por falta de agua potable, de alimentación básica y de fármacos esenciales, o las masas de migrantes que huyen de las condiciones de miseria y degradación de sus países. Pero estas tragedias no son fenómenos naturales, ni tampoco simples injusticias. Por el contrario, son violaciones masivas de los derechos fundamentales estipulados en las diversas cartas constitucionales vigentes, tanto nacionales como supranacionales. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada de la historia, seguramente la más dramática y decisiva: sufrir y sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien hacerles frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y política.Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demanio planetario para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos. El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.

«Cómo salvar al planeta de la acción del hombre y los intereses comerciales», Piero Bevilacqua, Il Manifesto.

«Luigi Ferrajoli quiere prohibir la guerra. Sigue confiando en el gobierno de las leyes y su nuevo libro, ‘Por una Constitución de la Tierra’, es el último ejemplo de esa confianza ejemplar. No es una obra utópica, al contrario: el futuro de la humanidad, nos dice este rea­lista ilustrado, depende de su capacidad para defenderse de sí misma. Y una Constitución global es la mejor defensa».

-«Ideas», El País.

«Ferrajoli tiene el mérito de haber defendido, de forma incansable y brillante, una concepción «rígida» de las Constituciones que hoy permea el trabajo de jueces, fiscales y abogados«.

– Ramón Sáez, magistrado del Tribunal Constitucional.

Estas son algunas de sus reflexiones:

«La idea del enemigo, que está en la base de todos los nacionalismos, es el verdadero obstáculo al proyecto kantiano de una federación de los pueblos. Los nacionalismos identitarios –de tipo étnico, lingüístico, religioso y similares– son los verdaderos enemigos del constitucionalismo global. Estos se defienden y cultivan por sus respectivas clases políticas como fuentes de legitimación de sus míseros poderes regionales o nacionales, además de por los poderes económicos y financieros globales, que obviamente se oponen a la construcción de una esfera pública global a su altura, por la que serían limitados. Naturalmente, el rechazo de estos nacionalismos agresivos, fundados en la recíproca exclusión y en la intolerancia, no excluye en modo alguno –por el contrario, implica– el reconocimiento del valor de las distintas identidades nacionales, políticas y culturales. Entre la convivencia de los pueblos y sus diferencias nacionales existe la misma relación que se da entre la convivencia pacífica de las personas y sus diferencias personales. Así como la convivencia pacífica de las personas se basa en el igual valor y dignidad asociados a todas las diferentes identidades que hacen de cada persona un individuo diferente de cualquier otro y de cada individuo una persona igual a las demás, del mismo modo la convivencia pacífica de los pueblos se basa en el igual valor. De ahí el respeto de todas las diferentes identidades nacionales, religiosas, lingüísticas y culturales que conviven sobre la tierra, dentro de ese único pueblo heterogéneo, mestizo y diferenciado que es la humanidad«.

«Tengo el convencimiento de que la humanidad está atravesando el momento más decisivo y dramático de su historia. Hasta hoy, nunca había sucedido que el género humano estuviera en riesgo de extinción. En los años 1945-1949 –cuando en Italia y en Alemania entraron en vigor las primeras constituciones rígidas y se escribieron la Carta de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos–, los desafíos y las catástrofes globales que ahora amenazan el futuro de la humanidad no eran siquiera concebibles. Los problemas que suscitan estos desafíos no son, ni pueden ser, afrontados por las políticas nacionales… Por otra parte, es bien difícil que ocho mil millones de personas, 196 Estados nacionales –diez de los cuales cuentan con armamento nuclear–, un anarcocapitalismo voraz y depredatorio y un sistema industrial ecológicamente insostenible puedan sobrevivir a la larga si el pacto de convivencia estipulado con la Carta de la ONU no se refunda mediante la introducción de garantías adecuadas«.

«Durante casi medio siglo, después de los horrores de Hiroshima y Nagasaki, la idea de una guerra mundial ha sido un tabú. El equilibrio del terror ha garantizado la paz, cuando menos en Europa. Hoy, frente a la agresión rusa en Ucrania, se habla irresponsablemente de un posible, aunque improbable, uso de armas atómicas. Estamos asistiendo a un sueño de la razón, que se manifiesta también en la sustancial inercia de los gobiernos frente al creciente calentamiento global, destinado a hacer inhabitable el planeta, si es que no se frena mediante un nuevo pacto de convivencia. A propósito de esta inconsciente irresponsabilidad, no hablaría de «libre albedrío» de los seres humanos. Seguramente, las personas y los pueblos están por la paz y por su supervivencia. Son los poderes arbitrarios y salvajes de los Estados soberanos los que, de no ser limitados por una Constitución de la Tierra, pueden llevarnos a la ruina«.

«El fracaso –inevitable– de los Estados nacionales está a la vista de todos. El coronavirus no conoce fronteras, y ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad y la profunda desigualdad en la distribución de las vacunas. De ello hay que extraer dos enseñanzas elementales: la interdependencia de todos los pueblos de la Tierra –manifestada por la rapidez de los contagios– y la necesidad de una esfera pública global (es decir, de un servicio sanitario mundial, universal y gratuito, además de público, que solo una Constitución de la Tierra puede instituir). Un buen Estado democrático debería, cuando menos, promover este constitucionalismo global de carácter sanitario. No obstante, y aunque sería deseable, es bastante improbable que los Estados más ricos –aunque (y quizá porque) democráticos– envíen gratuitamente a los países pobres vacunas y ayuda sanitaria, que son siempre insuficientes para sus poblaciones«.

«Una federación de la Tierra es necesaria porque los problemas globales imponen garantías globales que solo pueden ser aseguradas por funciones e instituciones globales. Los Estados nacionales se transformarían en Estados federados… por ejemplo un servicio sanitario planetario y una educación igualmente universal y gratuita capaz de asegurar, sobre la base de una relación de subsidiariedad, la salud, la educación, la alimentación básica y la subsistencia de todos los seres humanos«.

«La ONU ha quebrado por muchos motivos: porque su carta estatutaria no es una constitución rígida (es decir, supraordenada a todas las demás fuentes y garantizada por un Tribunal Constitucional global); porque es contradictoria y ha mantenido «la igual soberanía de los Estados» y sus distintas ciudadanías y porque, en definitiva, no ha previsto las instituciones y las funciones de garantía primaria de los derechos fundamentales cuya creación es necesaria para dotar de efectividad a los derechos y a los demás principios de justicia«.

«Los poderes económicos… se trata de poderes que, de no estar sujetos a límites y a controles constitucionales, degenerarán en poderes salvajes, destructivos del medio ambiente natural, como estamos viendo. Ellos se han convertido en los verdaderos y nuevos soberanos: absolutos, invisibles, impersonales, anónimos, irresponsables«.

«La unidad del género humano ya es un hecho. Hace sesenta años éramos poco más de dos mil millones, pero lo que sucedía en la otra parte del mundo resultaba para nosotros en gran parte desconocido o indiferente. Hoy somos ocho mil millones, pero estamos incomparablemente más unidos: porque estamos en gran parte interconectados; porque a todos nos gobierna la globalización económica y porque todos estamos expuestos a idénticos desafíos y catástrofes. Nuestras divisiones son todas artificiales, determinadas por viejas fronteras y defendidas por nuestras clases políticas«.

  • Ethic, enero 2023.

Algo más de su pensamiento

La guerra entre Estados, precisamente por sus intrínsecas características destructivas, no admite justificaciones morales y políticas. Es de por sí un mal absoluto”. – Luigi Ferrajoli (1940), “Razones jurídicas del pacifismo” (Trotta, 2010).

«La guerra es, por su propia naturaleza, un uso de la fuerza desmesurado e incontrolado, encaminado a aniquilar al adversario y destinado inevitablemente a golpear también a la población civil… la guerra ha sido prohibida por el derecho. Pero también es verdad lo contrario. La guerra ha sido prohibida porque se ha hecho inaceptable moralmente«. – Luigi Ferrajoli (1940), » No en mi nombre» (Trotta, 2003) págs. 214-215.

«Los derechos fundamentales se configuran como otros tantos vínculos sustanciales impuestos a la democracia política ; vínculos negativos generados por los derechos de libertad que ninguna mayoría puede violar, vínculos positivos generados por los derechos sociales que ninguna mayoría puede dejar de satisfacer…Ninguna mayoría, ni siquiera por unanimidad, puede legítimamente decidir la violación de un derecho de libertad o no decidir la satisfacción de un derecho social».

Los países de la UE van cada uno por su lado defendiendo una soberanía insensata”.- El País, 19/5/2024.

Nosotros los pueblos de la Tierra, que en el curso de las últimas generaciones hemos acumulado armas mortíferas capaces de destruir varias veces la humanidad, hemos devastado el medio ambiente natural y puesto en peligro, con nuestras actividades industriales, la habitabilidad de la Tierra (…), promovemos un proceso constituyente de la Federación de la Tierra (…) a fin de estipular este pacto de convivencia y de solidaridad”. 

Declaración de Luigi Ferrajoli

«Han pasado cuatro años desde que se fundó, el 21 de febrero de 2020, el movimiento destinado a promover una Constitución de la Tierra. Desde entonces, todas las grandes catástrofes globales que amenazan la supervivencia de la humanidad y con las que justificamos nuestra propuesta de constitucionalismo global se han agravado enormemente.

«En primer lugar, la guerra, o más bien dos guerras insensatas: la agresión criminal de la Rusia de Putin contra Ucrania y la guerra de Israel contra la población palestina de Gaza, en respuesta a la terrible masacre terrorista del 7 de octubre llevada a cabo por Hamás. Dos guerras unidas por el odio a la identidad, por el hecho de que ambas carecen de ley y de política, y por el doloroso aval que el debate público ofrece a su prolongación como guerras interminables, como masacres inhumanas de personas inocentes.

«En segundo lugar, el empeoramiento del calentamiento global, que avanza sin obstáculos hacia el punto de no retorno: las inundaciones, las sequías, el gran calor y el gran frío, el derretimiento de los glaciares, los incendios y los tornados, el aumento del nivel del mar y la desecación de los ríos y lagos nos dicen que nos estamos comportando como si fuéramos la última generación que vive en la tierra, mientras que los que podrían ponerse de acuerdo para evitar las catástrofes no hacen nada, salvo aprobar leyes punitivas contra los jóvenes que intentan abrirles los ojos con sus denuncias.

«En tercer lugar, el crecimiento exponencial de la desigualdad mundial, con su séquito de terrorismo, fundamentalismo y migración masiva. Según el informe de Oxfam de 2024, la riqueza de las cinco personas más ricas del mundo se ha duplicado con creces en los últimos cuatro años, pasando de 405.000 millones en 2020 a 869.000 millones en la actualidad, mientras que el 60% de la población mundial está empobrecida, el trabajo forzado ha aumentado y en todo el mundo las grandes rentas del capital tributan mucho menos que las rentas del trabajo precarias.

«Estas catástrofes no son, ni pueden ser, abordadas por las políticas nacionales, inertes e impotentes porque están ancladas en los estrechos espacios de las circunscripciones electorales y en el corto tiempo de las elecciones y los sondeos. Y, sin embargo, es seguro que 8.000 millones de personas, 193 Estados soberanos, nueve de ellos equipados con armas nucleares, un anarcocapitalismo voraz y depredador y un sistema industrial ecológicamente insostenible, no podrán sobrevivir durante mucho tiempo sin producir catástrofes capaces de poner en peligro la habitabilidad del planeta y la supervivencia misma de la humanidad.

«Por lo tanto, frente a esta trayectoria y a la ceguera e irresponsabilidad de las clases gobernantes de todo el mundo, vuelve a plantearse la necesidad de un despertar de la razón. La paz, la igualdad y los derechos universales ya están consagrados en la Carta de Naciones Unidas y en las numerosas cartas de derechos que abarrotan nuestro derecho internacional. Pero las declaraciones de principios no son suficientes. Lo que se necesita es una innovación radical en la estructura misma del paradigma constitucional: la provisión y construcción de avales e instituciones de garantía internacionales, capaces de poner en práctica los principios proclamados. La paz y los derechos son los fines enunciados en las numerosas cartas de que disponemos. Las garantías son los medios sin los cuales los derechos establecidos son palabras, destinadas a quedarse en papel mojado.

«Se trata, en resumidas cuentas, de restablecer el pacto de convivencia estipulado en la Carta de la ONU mediante la imposición, en interés de todos, de estrictos límites y restricciones constitucionales a los poderes indómitos de los Estados soberanos y de los mercados globales: la prohibición de todas las armas, no solo nucleares sino también convencionales, para garantizar la paz y la seguridad; la creación de un dominio planetario que rescate de la mercantilización y la disipación los bienes comunes de la naturaleza, como el agua potable, los ríos y lagos, los grandes bosques y los grandes glaciares de cuya protección depende la supervivencia del género humano; el establecimiento de servicios sanitarios y escolares mundiales, para garantizar los derechos a la sanidad y a la educación, hasta ahora proclamados en vano en tantas cartas y convenios; un sistema tributario mundial progresivo, que ponga fin a la acumulación ilimitada de riqueza y sirva para financiar las instituciones de garantía internacionales.

«Esto es lo que planteábamos en el borrador de una Constitución de la Tierra que publiqué en el libro ‘Per una Costituzione della Terra. L’umanità al bivio’, editado en 2022 e inmediatamente traducido al español por Perfecto Andrés Ibáñez, ‘Por una Constitución de la Tierra’, para la Editorial Trotta. Hasta ahora, en los numerosos debates que se han mantenido sobre este proyecto, no ha habido ninguna crítica a sus méritos. La única objeción era su carácter utópico: se trataba de un sueño, que nunca podrá hacerse realidad porque no hay alternativas a lo que de hecho sucede. Es el realismo vulgar el que naturaliza la realidad social –la política, el derecho, la economía– que es, en cambio, fruto de nuestras acciones o de nuestra inercia.

«La alternativa, por el contrario, siempre existe, y construirla depende de la política. Este es el realismo racional de todas las constituciones avanzadas, que, frente a las injusticias y catástrofes provocadas por el juego natural de las relaciones de poder, prefiguran y prescriben los principios de paz, igualdad, derechos y dignidad de todos los seres humanos como personas. Es también el realismo que, durante un debate en un instituto de Piombino, expresaba un chico de 18 años: no me preguntó cómo sería posible alumbrar una Constitución de la Tierra, sino, por el contrario, cómo ha sido posible que, hasta ahora, ante tantas catástrofes globales y tantos peligros anunciados, aún no se haya elaborado una Constitución similar.

«Por supuesto, la perspectiva de un constitucionalismo global está destinada a encontrar obstáculos muy poderosos: en la miopía de la clase política, interesada en mantener sus pequeños poderes y privilegios, y en los intereses, igualmente miopes si quieren tener un futuro, de las grandes potencias económicas y financieras. Por otro lado, los tiempos de los procesos constituyentes son mucho más lentos que los procesos destructivos llevados a cabo por los crímenes de sistema. Pero frente a los desafíos y amenazas que unen a todos, pobres y ricos, débiles y fuertes –la Tierra, dice un viejo eslogan, es el único planeta que tenemos todos–, es inevitable un despertar de la razón. Todos estamos en el mismo barco, y debemos ser conscientes de que la presencia de la humanidad en la Tierra es un fenómeno efímero, que puede acabar y probablemente acabará si no hay un cambio de rumbo. El verdadero gran problema es el tiempo. Tenemos poco tiempo –50 años, tal vez uno o dos siglos– y es posible que no podamos cambiar nuestra ruta a tiempo.

LUIGI FERRAJOLI, profesor emérito en el Departamento de Jurisprudencia de la Universidad Roma III, Diario ABC 5/3/2024.

TÍTULO PRIMERO

Principios supremos

Artículo 1

La Tierra, casa común de los seres vivientes

La Tierra es un planeta vivo. Pertenece como casa común, a todos los seres vivientes: los humanos, los animales y las plantas. Pertenece también a las generaciones futuras, a las que la nuestra tiene el deber de garantizar, con la continuación de la historia, que ellas vengan al mundo y puedan sobrevivir en él.

La humanidad forma parte de la naturaleza. Su supervivencia y su salud dependen de la vitalidad y de la salud del mundo natural y de los demás seres, animales y vegetales, que junto con los seres humanos forman una familia unida por un mismo origen y por una global interdependencia.

Artículo 2

Los fines de la federación de la Tierra

Los fines de la federación de la tierra son:

garantizar la vida presente y futura sobre nuestro planeta en todas sus formas y, con este fin, acaban con las emisiones de gases de efecto invernadero y con el calentamiento climático, las contaminaciones del aire, el agua y el suelo, las deforestaciones, las agrasiones a la biodiversidad y los sufrimientos crueles a los animales;

mantener la paz y la seguridad internacional y, con este fin, prohibir todas las armas, nucleares, químicas, microbiológicas y convencionales, suprimir los ejércitos nacionales y realizar así el desarme de los estados y de las personas, y el monopolio de la fuerza de las solas instituciones de seguridad pública;

promover relaciones amigables de solidaridad y cooperación entre los pueblos, para la solución de los problemas globales de caráctes ecológico, político, económico y social y, con este fin, garantizar la igual dignidad de todos los pueblos y de todas las personas y la conservación y la tutela de todos los bienes vitales;

realizar la igualdad de todos los seres humanos en los derechos fundamentales y, con este fin, introducir, a cargo de adecuadas instituciones y funciones globales de garantía, las prohibiciones de lesión y las obligaciones de prestación que, como garantías, corresponde a tales derechos.

Esteban López

4 comentarios sobre “Luigi Ferrajoli, por una Constitución de la tierra

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  1. Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demanio planetario para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos. El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.

    Luigi Ferragoli 2023

    Hola Esteban como esta ….Que bueno, nos represente él Maestro Ferragoli a los que no tenemos voz para expresar el mismo valor ,sentimiento por lo perdido y a su vez ir para recuperar la libertad que nunca se debio perder. La pregunta es donde tengo que firmar para que LA CONSTITUCION DE LA TIERRA sea prioridad en la agenda de los politicos Mundiales .

    Saludos Cordiales Rita Bennardis

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    1. Muchas gracias, Rita, por escribir. Comparto su inquietud por la situación mundial y la necesidad de una Constitución de la tierra que permita controlar los problemas más acuciantes que afligen a la humanidad, como el riesgo de una guerra nuclear, la inusitada fabricación de armas convencionales, el calentamiento global o el crimen organizado.

      Por lo que sé, parece que hay intención de presentar el proyecto de una Constitución de la tierra en la Naciones Unidas y ya son varios los países que han mostrado interés en ello. Sin embargo, el proceso es lento sobre todo debido a la resistencia de grupos de poder políticos y financieros.

      De todas formas, cualquier novedad sobre el tema va publicándose en la prensa y en Internet, por lo que le sugiero estar expectante.

      Gracias de nuevo por escribir, y un saludo afectuoso.

      Esteban López

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