Se suele decir que «de un árbol caído, todo el mundo hace leña«. En el capítulo 19 del evangelio de Juan leemos sobre la humillación, desprecio, condena injusta y ejecución de Jesús de Nazaret. Murió del modo socialmente más ignominioso en su día: clavado en un madero, instrumento de ejecución usado por Roma (de origen persa), y fuera de los muros de Jerusalén como un vil criminal. Pilato sabía muy bien que estaba mandando a la muerte a un inocente. Pero hasta transgredió el método procesal del derecho romano por temor a los judíos.
Sin embargo, la impronta de Jesús había dejado discípulos en secreto. El registro nombra a José de Arimatea y Nicodemo. Corrieron riesgo cuando pidieron a Pilato el cuerpo de Jesús e intentaron perfumarlo; pero no pudieron resistirse porque lo amaban; el nazareno les había tocado el corazón para siempre. Nunca más volverían a ser los mismos. El registro evangélico dice:
«Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces fue y se llevó el cuerpo de Jesús. Vino también Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, trayendo un compuesto de mirra y de áloes,como cien libras.» – Juan 19:38,39.
Este relato muestra a Jesús como el centro de todo, como la causa única del cristianismo. Ocurre que después, a lo largo de la historia, siempre hubo quien reclamando autoridad, quiso desplazar el centro a otro lugar usando intimidación, amenazas, persecución y miedo. Y el resultado a menudo ha sido que una y otra vez, Jesús volvía a tener ‘discípulos en secreto.’
Las siguientes palabras son de Charles Davis, anterior sacerdote católico. Las comparto solo a modo de ilustración, no porque crea que se es mejor o peor si se pertenece o no a alguna iglesia; creo más bien que lo que Dios realmente ve es el corazón, no el lugar u organización religiosa donde se esté. Son sin embargo unas palabras que invitan seriamente a la reflexión porque muestran el conflicto que puede llegar a haber en el interior de una persona cuando siente que la organización religiosa donde está no es completamente fiel al espíritu de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Este no es un caso único ya que a lo largo de la historia del cristianismo se han sentido así personas de otras iglesias también. El caso es que hayan dejado o no sus respectivas iglesias, han seguido sintiéndose discípulos de Jesús:
“Cuando alguien me pregunta lo que siento al estar fuera de la Iglesia Católica Romana, me encuentro respondiendo espontáneamente: ‘es como si me hubiese vuelto a encontrar con la raza humana’. No quisiera que se me interpretase mal. He conocido gran amor y generosidad entre los católicos. . . . No me considero apartado de los católicos como personas cristianas. No estoy, por lo tanto, repudiando a los católicos como personas individuales. . . . Los conozco como personas muy buenas, pero que están luchando contra cargas pesadas . . . dentro de los confines de su Iglesia. Sigo siendo cristiano. Sin embargo, he llegado a comprender que la Iglesia, tal como existe y se comporta en la actualidad, constituye un obstáculo en la vida de los cristianos comprometidos que conozco y admiro. No es la fuente de los valores lo que aprecian y fomentan. Por el contrario, viven y trabajan en tensión constante y en oposición a eso… Para mí, el compromiso cristiano va inseparablemente unido al interés por la verdad y por la gente. Nada de eso veo representado en la Iglesia oficial. Hay interés en la autoridad a costa de la verdad, y me siento constantemente afligido por casos de daño infligido a personas por la actuación de un sistema impersonal y falto de libertad. Además, no creo que la pretensión de la Iglesia en cuanto a institución tenga una base bíblica e histórica suficiente». – Charles Davis, A Question of Conscience (Una cuestión de conciencia), Londres: Hodder and Stoughton, 1967.
Ejemplos así deberían ser una llamada de atención, una seria invitación a la reflexión sobre cómo se están haciendo las cosas. Porque, qué necesidad hay de que alguien de fe tenga que expresarse así en relación a la iglesia a la que había pertenecido? Y es que cuando se percibe opresión espiritual por parte de instituciones que reclaman sólo para ellas la autoridad debida afirmando ser el «único conducto» entre Dios y los hombres y que además amenacen con represión, lo único que hará es generar más disidentes y más ‘discípulos secretos de Jesús‘. De ahí que fuera absolutamente necesario un cambio de paradigma por parte de instituciones religiosas que hiciera de Jesús de Nazaret y del espíritu excelso de sus enseñanzas el único referente. Como lo expresó Manuel Fraijó:
«Sus métodos eran distintos. Él procedía por insinuaciones, por respetuosas invitaciones y apelaciones a lo más profundo del hombre. Nunca violentó conciencias ni impuso dogmáticamente sus propias convicciones. Es ocioso recordar que no impuso sanciones ni condenó a nadie al silencio. Alguna vez, sus discípulos le pidieron que hiciera bajar fuego del cielo para dar su merecido a los disidentes, pero Jesús rechazó ásperamente su propuesta. Y sus mejores seguidores hablaron siempre con parresía, es decir, con una libertad que afrontaba el riesgo. Es la libertad que mueve a los que confían en que la verdad es noble y se abre paso por sí misma”. – Manuel Fraijó, «Fragmentos de Esperanza», pág. 355.
Esteban López
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