“Los tropiezos son inevitables, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños. Así que, ¡cuídense!”- Lucas 17:1-3, Nueva versión Internacional.
Con estas palabras Jesús indica la importancia de no ser causa de tropiezo para la fe de nadie. Para ello usa una ilustración bien gráfica: una piedra de molino atada al cuello siendo arrojado al mar, un marco de circunstancias nada agradable para nadie si se tiene en cuenta que algunas de ellas podían llegar a pesar hasta 1.500 Kilos.
En los evangelios y en los escritos apostólicos siempre se pone un gran énfasis en cuidar de los más débiles, en, si es necesario, andar el doble de distancia si otro lo pide, incluso en poner la otra mejilla con tal de que alcance el reino de Dios. El asunto es más serio de lo que parece desde una perspectiva cristiana, porque hacer tropezar a alguien en su fe no es precisamente una carta de recomendación a los ojos de Dios. El autoexamen individual por tanto, es absolutamente necesario porque el deseo de todo cristiano es que ‘todo el mundo llegue a ser salvo’. De ahí la importancia de que el vivir diario sea una muestra de que se siguen los pasos de Jesús, o de que existe al fin y al cabo una fiel interrelación entre ética y religión. Como escribe el apóstol Pedro:
«Pues Dios los llamó a hacer lo bueno, aunque eso signifique que tengan que sufrir, tal como Cristo sufrió por ustedes. Él es su ejemplo, y deben seguir sus pasos».- 1 Pedro 2:21, NTV.
Esas palabras de Jesús relacionadas con la piedra de molino, también podrían ser causa de reflexión para quienes dirigen iglesias u organizaciones religiosas, a quienes según las Escrituras se les pedirá una mayor responsabilidad. Podrían preguntarse cómo afectan sus decisiones en otros, si son realmente causa de bendición o todo lo contrario.
Por ejemplo, quizá habría que preguntar cómo afecta en el creyente de su iglesia u organización religiosa el exceso de legalismo o la aplicación de normas tan estrictas que, como una pesada carga, fuera tan difícil de llevar que hiciera olvidar aquellas refrescantes palabras de Jesús, “mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11:28-30). O, ¿cómo afectaría en la fe de otras personas el que ante casos de abusos de menores por parte de dirigentes religiosos no se mostrara una firme postura de resolución y condena, siendo como es este asunto no sólo un delito ante los hombres, sino un grave pecado contra el ser humano y contra Dios mismo? O, ¿cómo afectaría en la gente la falta de honestidad o la imposición de doctrinas o normas sin que éstas tengan firme base en las Escrituras? ¿Contribuiría todo ello a fortalecer la fe de los fieles o más bien todo lo contrario?
Cuando una persona cifra su fe en Cristo Jesús, entrega todo su corazón y toda su vida, es decir, es como si lo entregara absolutamente todo. Por tanto nada ni nadie debería ser tan inconsciente o pertinaz como para hacer tropezar en su fe a otros; en el Evangelio, todas esas personas de fe son ovejas de Jesucristo a las que él aprecia muchísimo; de hecho él las llama «esos pequeños«. De ahí la seriedad del asunto tal y como se muestra con el ejemplo de la piedra de molino.
El que se corrijan o no ciertas desviaciones que causan opresión espiritual a otros, dependerá en gran medida de la adherencia o no al espíritu de Jesús de Nazaret. Como dice Henri de Lubac (1896-1991), «Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable«. Sin ese autoexamen constante, sin una firme determinación por la verdad, la justicia y la honestidad, una iglesia determinada puede convertirse en causa relevante de tropiezo y en un verdadero obstáculo para la fe y esperanza vital de otros. Un asunto de la mayor trascendencia sin duda, si es que se toma a Cristo Jesús en serio.
Esteban López
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