
Durante siglos, la llamada oración del «Padre Nuestro» se ha usado por millones de creyentes de todo el mundo. Una de sus expresiones es: «venga a nosotros tu reino« Pero, ¿cómo viene el reino de Dios?
No deja de sorprender el constante interés que ha habido a lo largo de la historia por parte de algunos por saber el tiempo exacto de la segunda venida de Cristo; ese atrevimiento pertinaz en el cálculo cronológico ‘para establecer tiempos y sazones‘. Parece como si no se conociera que los discípulos de Jesús también querían conocer el tiempo exacto de la venida del Reino:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel? Él les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad«.- Hechos 1:7, NBLA.
«La venida del reino de Dios no se puede someter a cálculos. No van a decir: «¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!» Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes«. – Lucas 17:20, 21, Nueva Versión Internacional, NVI.
De modo que queda claro: no vale especular sobre el tiempo exacto de la venida de Cristo en su reino. Tampoco sirve decir aquello de ‘es que como deseamos tanto que venga, calculamos una y otra vez‘. Esas palabras de Cristo Jesús deberían bastar para que todo el mundo se quedara tranquilo porque al fin y al cabo se dice en las Escrituras que «el Hijo del Hombre vendrá como ladrón» (1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10), es decir, con sorpresa absoluta. «Porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis«.-Mateo 24:44, RV.
Eso no significa ni mucho menos ‘bajar la guardia‘ y dejar de interesarse en ese bendito Reino. Todo lo contrario, como Cristo Jesús anima:
«Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».- Hechos 1:8, NBLA.
De ahí que el apóstol Pablo dijera:
«Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios… Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta».- 1 Corintios 3:9-15, LBLA
‘El reino de Dios está entre vosotros’
Es interesante también observar cómo Jesús afirma aquí que «el reino de Dios está entre ustedes«. Es decir, una bendita alternativa a todo lo conocido, un nuevo modo de vivir ahora basado en fe sincera en Dios y una existencia plena de sentido y esperanza. El reino de Dios se abría a todos los hombres como una posibilidad real de ser vivido ahora con verdadera alegría. Los dichos y las obras de Jesús de Nazaret durante tres años y medio fueron como semillas benditas de esperanza que produjeron el impacto suficiente en la historia de la humanidad como para afirmar que «el reino de Dios en medio de ustedes está».
Juan el Bautista le preguntó en cierta ocasión a Jesús: «Señor, ¿eres tú el que ha de venir (el Mesías) o hemos de esperar a otro?» Jesús responde aquí como, ‘júzgalo tú mismo: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos se levantan‘. Y es que algo realmente maravilloso estaba ocurriendo. Quienes lo veían, quienes lo vivían, quienes estaban cerca de Jesús, no salían de su asombro. Pero aquello llenaba completamente su corazón de gozo y de esperanza. En realidad era todo lo que siempre habían estado esperando. Ahora todo casaba perfectamente, todo estaba en su lugar. Sus ojos brillaban de alegría como nunca lo habían hecho antes. Y ese, de hecho, ha sido el sentir de millones de personas desde entonces.
Sin embargo, es también manifiesto por la lectura de este capítulo y otros pasajes, que la realización plena de ese reino todavía está en el futuro. Por eso en las siguientes palabras, Jesús avisa sobre no dejarse llevar por falsas expectativas:
«Llegará el tiempo en que ustedes anhelarán vivir siquiera uno de los días del Hijo del hombre, pero no podrán. Les dirán: «¡Mírenlo allá! ¡Mírenlo acá!» No vayan; no los sigan. Porque en su día el Hijo del hombre será como el relámpago que fulgura e ilumina el cielo de uno a otro extremo… Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre«. – Lucas 17:22-37, NVI.
De modo que, por el espíritu de esas palabras, lo que se impone es la prudencia, la discreción y el sentido común. Entender a cabalidad que ‘los tiempos y sazones‘ en realidad solo pertenecen a Dios; que mientras tanto solo resta vivir en paz, en ‘la fe, la esperanza y el amor,’ disfrutando ya ahora del Reino de Dios aceptado como semillas en el corazón, y en la comprensión plena de que todo lo que se hace en la vida ahora tiene una dimensión trascendente en el futuro. Que esta vida de setenta u ochenta años no es todo lo que hay y que todavía queda lo mejor por delante. Y aunque no se conocen con exactitud todos los detalles, dice la Escritura: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman». – 1 Cor. 2:9, NBA.
El teólogo Jürgen Moltman escribe sobre el reino de Dios de este modo:
“Las parábolas tomadas de la naturaleza hace que el reino de Dios apele a todos los sentidos. Huelo una rosa y huelo el reino de Dios. Gusto del pan y del vino y gusto del reino de Dios. Camino por un colorido campo en flor y palpo el reino en el que todo puede crecer y desarrollarse, el reino en el que hay suficiente para todos”.
«Allí donde los enfermos son curados, los perdidos son hallados, los despreciados son acogidos y los pobres descubren su dignidad: allí comienza el reino de Dios. Comienza con una siembra… por eso es también objeto de esperanza… la semilla quiere crecer, quien fue hallado desea regresar a su hogar, los sanados quieren resucitar de la muerte y los liberados de la violencia desean vivir en la tierra en libertad. Justamente porque el reino de Dios es experimentado actualmente en la comunidad de Jesús, existe la esperanza de su perfeccionamiento futuro. La experiencia y la esperanza se refuerzan recíprocamente».- Jürgen Moltman (1926), «Cristo para nosotros hoy«, Trotta, 1997, págs. 16, 22.
Un tesoro precioso
Jesús comparó el Reino de Dios a un precioso tesoro o a una perla de gran valor que alguien encuentra:
«El reino de Dios es como un tesoro escondido en un campo. Un día, un hombre encontró el tesoro y lo escondió allí otra vez. Estaba tan feliz que fue y vendió todo lo que tenía y compró ese terreno. El reino de Dios también es como un vendedor que buscaba perlas finas. Cuando el vendedor encontró una perla muy costosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.– Mateo 13.44-46, PDT.
Cuando se encuentra algo de mucho valor, un tesoro o una perla de gran valor, uno hace lo que sea por conseguirlo y atesorarlo para sí. No es tibio en su posición, sino que apuesta radicalmente por ello. Igualmente aceptar el tesoro que significa el reino de Dios mostrado en las palabras y en las obras de Cristo Jesús transforma la vida y le da sentido pleno. Y es que cuando se recibe la luz de su esperanza, cuando se entiende lo que ofrece, cuando se percibe su importancia y se acepta en el corazón, nunca más nada será lo mismo. Porque cuando esa convicción es firme, la vida, aunque a veces sea tan dura, deja de ser en blanco y negro o falta de esperanza, y se transforma a todo color. Todo lo demás en la vida, aunque siga siendo importante, no lo es tanto cuando se compara con su entera plenitud.
Por eso se dice en la Escritura que personas de fe a lo largo de toda la historia «esperaban un lugar mejor» (Hebreos 11), aunque muchas de ellas sufrieran lo indecible o dieran su vida como mártires. De ahí también que adquiera tanto sentido ahora la oración enseñada por Jesús de Nazaret, “Padre nuestro que estás en el cielo, venga a nosotros tu Reino» (Mateo 6:10), y también «Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten». – Mateo 6:33, NTV.
Esteban López
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