El milagro de una transición política hacia la democracia en España de forma pacífica, después de una guerra fratricida y una dictadura que iba a durar cuarenta años, hubiera sido menos posible sin el valor, visión de futuro y capacidad de diálogo de algunos hombres escogidos por el destino en la historia. Este podría ser el caso de Joaquín Ruiz Giménez.
Joaquín Ruiz Giménez Cortés nació en Hoyo de Manzanares, Madrid, 2 de agosto de 1913. Doctor en Derecho y licenciado en Filosofía y Letras, obtuvo en 1943 la cátedra de filosofía del Derecho y fue titular de la misma en las universidades de Sevilla, Salamanca y Madrid. Ocupó varios cargos durante el régimen franquista, entre ellos el de embajador de España en el Vaticano (1948-1951). En 1982, y en plena democracia, fue nombrado primer Defensor del Pueblo de España, y en 1989 presidente de UNICEF-ESPAÑA.
Pasar en España de un régimen dictatorial a uno democrático no fue una tarea fácil. Y desde luego no se produjo por la buena voluntad de los principales dirigentes del franquismo. Como señala Óscar Alzaga Villaamil, catedrático de Derecho constitucional y él mismo protagonista de excepción en todo aquel proceso:
«Se nos narra la transición como algo natural, que deseaban acometer los altos mandos de aquel sistema. De ser esto así, sería a ellos a quienes se debería reconocer el mérito de archivar la dictadura e instaurar la democracia; pero tal tesis no es cierta. Hubo una oposición democrática mucho más amplia eficaz de lo que, de ordinario, se reconoce, que logró que la mayoría de la generación entonces joven demandara públicamente el final de aquella dictadura«.
– Óscar Alzaga Villaamil (1942), «La conquista de la transición (1960-1978). Memorias documentadas», Marcial Pons, 2021.
El pensamiento político de Ruiz-Giménez, hombre inteligente y de gran bondad, fue evolucionando progresivamente llegando a ser abiertamente crítico con el régimen dictatorial de Franco. Deseoso de que españoles de todas las tendencias ideológicas pudieran tener un lugar donde expresarse, en 1963 fundó la revista Cuadernos para el Diálogo, donde se reuniría buena parte de la cultura política del segundo franquismo, un lugar de sociabilidad intelectual que reunió a gentes de distintas generaciones e ideologías, los jóvenes universitarios que más tarde formarían la élite dirigente de la democracia española. La revista contribuyó a deslegitimar el régimen franquista y ayudó a construir la razón democrática que hizo posible el cambio político en España.
El 1 de septiembre de 1962, Ruiz-Giménez firmó la solicitud de autorización para poder publicar la revista cuyo propósito era «establecer un cauce para una fructífera comprensión recíproca y un contraste de opiniones entre los distintos sectores de la sociedad española y de los países hispanoamericanos, abordando los problemas humanos más vivos del actual momento histórico, a la luz de la concepción cristiana de la existencia».
En la sección «Razón de Ser» del primer número de Cuadernos para el Diálogo, aparecido en octubre de 1963, se podía leer:
«Nacen estos sencillos Cuadernos para el Diálogo con el honrado propósito de facilitar la comunicación de ideas y sentimientos entre hombres de distintas generaciones, creencias y actitudes vitales… están abiertos a todos los hombres de buena voluntad, hállense donde se hallen y vengan de donde vinieren, más atentos al fin de la marcha colectiva que al punto de procedencia».
La siguiente porción escogida del número de febrero-marzo de 1964 de Cuadernos para el diálogo (ver imagen), podría ser ilustrativa del pensamiento de su fundador:
«La mente y el corazón del hombre están hechos para la verdad: la verdad en las realidades naturales y sobrenaturales, la verdad en la conducta personal y en la vida colectiva. Santo Tomás la señala como la más alta, la más específica de las inclinaciones naturales del hombre -y por eso de sus exigencias auténticas- la apertura y búsqueda de la verdad».
«Pero es bien penoso que muchos hombres -y todavía más, también muchos cristianos- actúen bajo el complejo del miedo a la verdad. Miedo a la verdad en la vida interior, tratando de esquivar sus exigencias con evasivas y sutilezas. Miedo a la verdad en el seno de la familia, en la relación de esposa y esposo, en la educación de los hijos, confundiendo con metáforas la comunicación sobre el misterio del origen de la vida. Miedo a la verdad en la vida social: en las relaciones contractuales, en el cumplimiento de los deberes fiscales, en la contabilidad.
«El cristiano, menos que nadie, puede dejarse vencer del miedo a la verdad. A la verdad histórica con los errores y las culpas que se hubieran cometido a lo largo de los siglos, a la verdad reciente, a la verdad de cada día. Y es que no hay dos verdades, una verdad científica y otra verdad religiosa, sino la única verdad que late en la acción creadora de Dios. El cristiano debe luchar contra las distintas formas de mentira y de inautenticidad en su vida privada, y en su vida pública, incluso, contra aquellas formas de propaganda que deforman la verdad.
«No nuestra pequeña verdad impuesta a los demás hombres, sino la verdad a secas, la verdad objetiva que se forma trabajosamente en un clima de libertad y de limpia comunicación de ideas y de sentimientos. En suma, todos los hombres de buena voluntad deben hacer un generoso esfuerzo para vencer ese complejo de miedo a la verdad. Miedo que solo se supera con la vivencia a fondo de la confianza recíproca, de la libertad respetuosa y, en suma, del cumplimiento de las exigencias de la justicia y de la caridad». – Joaquín Ruiz-Gimenez.
Esteban López