Rut, la compasión y el amor

El mundo que nos ha tocado vivir es a menudo duro y despiadado. La presión que se ejerce sobre millones de personas para poder subsistir diariamente, encontrar trabajo o poder conservarlo, tener acceso a sanidad, vivir en un hogar digno o pagar las necesidades básicas de la vida se convierte en un sufrir constante y en todo un desafío. Eso sin mencionar los millones de seres humanos que mueren de hambre, o que sufren de enfermedades provocadas por la miseria o en horribles guerras producto de la avidez de poder de hombres poderosos y sin escrúpulos. El resultado es que a menudo el corazón de mucha gente se entristece y endurece, hasta el extremo de que lo que mueve a muchos no es el altruismo sino el simple interés personal. Por eso no es extraño seguir escuchando expresiones como «tanto tienes tanto vales«, «la vida es corta, disfruta todo lo que puedas» o «el dinero es lo que más importa y lo que mueve el mundo«. Sin embargo, si lo pensamos bien y a pesar de todo, afortunadamente y como muestran tantas experiencias de la vida real, siempre ha habido y sigue habiendo excepciones que muestran compasión, solidaridad e interés sincero en el bienestar de otras personas. La luz no se ha apagado del todo.

Rut

Esta es una historia de lucha por la vida, como tantas otras. Pero también es una historia de lealtad, de abnegación y de amor desinteresado.

Nunca imaginó Noemí que al mudarse de Israel a Moab huyendo del hambre, todavía le vendría más calamidad y desgracia. Y es que a veces, hay circunstancias en la vida realmente despiadadas: fallecen su marido y sus dos hijos adultos. Sólo quien haya pasado por algo parecido puede lograr entender lo que eso significa. De pronto, Noemí se queda absolutamente desamparada, sin marido y sin hijos.

Oye que en Judá de Israel las cosas han cambiado, que ha habido buenas cosechas y decide regresar allí con sus dos nueras, Orfá y Rut. Pero cuando ya llevaban algún tiempo de viaje, Noemí reflexiona e intenta convencer a sus nueras de que regresen a su tierra, Moab. Al fin y al cabo, ella es ya mayor, y no podrá tener más hijos para que Orfá y Rut se casen de nuevo. Todas lloran tristemente y Orfá decide volver. Sin embargo, Rut dice a Noemí:

«No me pidas que te deje; ni me ruegues que te abandone. Adonde tú vayas iré, y donde tú vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré, y allí mismo seré enterrada. Que Dios me castigue si te abandono, pues nada podrá separarnos; ¡nada, ni siquiera la muerte!»- Rut 1:16,17, TLA.

Noemí deja de insistir; entiende que, con firme determinación, Rut ha decidido quedarse con ella para siempre.

Llama mucho la atención que una mujer todavía jóven decida quedarse para compartir su vida con Noemí, una mujer ya mayor. Por ley, Rut no tenía ninguna obligación para con ella; sin embargo, resalta aquí su gran talla como ser humano, por su empatía, su gran compasión y amor. Esto puede servir de reflexión para todos nosotros hoy día, cuando tantos mayores son dejados y a menudo olvidados en frías residencias, como si sus vidas de dedicación y sacrificio ya no fueran apreciadas. Sin embargo, el ejemplo de Rut toca como una preciosa luz el corazón.

Con el tiempo, sus cualidades y buen obrar fueron bendecidas. Apreciadas por un buen hombre, Booz, éste toma a Rut por esposa. El registro bíblico dice:

«Al poco tiempo Booz se casó con Rut y Dios permitió que ella quedara embarazada. Cuando nació el niño, las mujeres de Belén le decían a Noemí:

«Bendito sea Dios que hoy te ha dado un nieto para que cuide de ti. Dios quiera que cuando el niño crezca llegue a ser muy famoso en todo Israel. Él te hará muy feliz, y te cuidará en tu vejez, porque es hijo de tu nuera Rut. Ella vale más que siete hijos, porque te ama mucho y ha sido muy buena contigo».

Noemí abrazó al bebé con mucho cariño, y desde ese día se dedicó a cuidarlo. Las vecinas buscaron un nombre para el bebé y lo llamaron Obed; y a todos los amigos les decían: «¡Noemí ya tiene un hijo!»

Es muy interesante que el niño que tuvieron Rut y Booz se llamó Obed, quien a su vez engendró a Jesé y éste al rey David de Israel. Seguía así estableciéndose una genealogía que habría de culminar en Jesucristo mismo y que resultaría en bendición de toda la humanidad. El Plan de Dios para salvación de la raza humana seguía hacia adelante. Con razón Jesús dijo en cierta ocasión, «mi Padre ha estado trabajando y yo sigo trabajando». (Juan 5:17, TNM).

Se podrían citar muchísimos más ejemplos de la vida real que muestran que hay aspectos mucho más poderosos que pueden mover el corazón del ser humano hacia el bien, como por ejemplo la compasión o el amor sincero y altruista hacia otros, en realidad mucho más que simplemente lo material. Quizá por eso también se diría en el Evangelio: «Porque las cosas que se ven son temporales; las que no se ven son eternas« (2 Coririntios 4:18).

Esteban López

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