«Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré, y allí mismo seré enterrada». – Rut 1:16,17, TLA.
Esta es una historia de lucha por la vida, como tantas otras. Pero también es una historia de lealtad, de abnegación y de amor desinteresado.
Nunca imaginó Noemí que al mudarse de Israel a Moab huyendo del hambre, todavía le vendría más calamidad y desgracia. Y es que a veces, hay circunstancias en la vida realmente despiadadas: fallecen su marido y sus dos hijos adultos. Solo quien haya pasado por algo parecido puede lograr entender lo que eso significa. De pronto, Noemí se queda absolutamente desamparada, sin marido y sin hijos.
Oye que en Judá de Israel las cosas han cambiado, que ha habido buenas cosechas y decide regresar allí con sus dos nueras, Orfá y Rut. Pero cuando ya llevaban algún tiempo de viaje, Noemí reflexiona e intenta convencer a sus nueras de que regresen a su tierra, Moab. Al fin y al cabo, ella es ya vieja, y no podrá tener más hijos para que Orfá y Rut se casen de nuevo. Todas lloran tristemente y Orfá decide volver. Sin embargo, Rut dice a Noemí:
«No me pidas que te deje; ni me ruegues que te abandone. Adonde tú vayas iré, y donde tú vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré, y allí mismo seré enterrada. Que Dios me castigue si te abandono, pues nada podrá separarnos; ¡nada, ni siquiera la muerte!»- Rut 1:16,17, TLA.
Noemí deja de insistir; entiende que, con firme determinación, Rut ha decidido quedarse con ella para siempre.
Llama mucho la atención que una mujer todavía jóven decida quedarse para compartir su vida con Noemí, una mujer ya mayor. Por ley, Rut no tenía ninguna obligación para con ella; sin embargo, resalta aquí su gran talla como ser humano, por su empatía, su gran compasión y amor. Esto puede servir de reflexión para todos nosotros hoy día, cuando tantos mayores son dejados y a menudo olvidados en frías residencias, como si sus vidas de dedicación y sacrificio ya no fueran apreciadas. Sin embargo, el ejemplo de Rut toca como una preciosa luz el alma.
Con el tiempo, sus cualidades y buen obrar fueron bendecidas. Apreciadas por un buen hombre, Booz, éste la tomó por esposa. El registro dice:
«Al poco tiempo Booz se casó con Rut y Dios permitió que ella quedara embarazada. Cuando nació el niño, las mujeres de Belén le decían a Noemí:
«Bendito sea Dios que hoy te ha dado un nieto para que cuide de ti. Dios quiera que cuando el niño crezca llegue a ser muy famoso en todo Israel. Él te hará muy feliz, y te cuidará en tu vejez, porque es hijo de tu nuera Rut. Ella vale más que siete hijos, porque te ama mucho y ha sido muy buena contigo».
Noemí abrazó al bebé con mucho cariño, y desde ese día se dedicó a cuidarlo. Las vecinas buscaron un nombre para el bebé y lo llamaron Obed; y a todos los amigos les decían: «¡Noemí ya tiene un hijo!»
Es muy interesante que el niño que tuvieron Rut y Booz se llamó Obed, quien a su vez engendró a Jesé y éste al rey David de Israel. Seguía así estableciéndose una genealogía que habría de culminar en Jesucristo mismo y que resultaría en bendición para toda la humanidad. El Plan de Dios para salvación de la raza humana seguía hacia adelante. Con razón Jesús dijo en cierta ocasión:
«Mi Padre ha estado trabajando y yo sigo trabajando». -Juan 5:17, TNM.
Esteban López