Si nos atenemos a lo que dicen las Escrituras, no se sabe mucho acerca de María Magdalena. Es posible que fuera oriunda de Magdala. Durante el ministerio de Jesús se la menciona con otras mujeres:
«Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban, como también algunas mujeres que él había curado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; también Juana, esposa de Cuza, el que era administrador de Herodes; y Susana; y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían«. -Lucas 8:1-3, DHH.
No hay ninguna evidencia de que María Magdalena sea la misma persona que aparece en Lucas 7:37-50, la mujer ‘de mala vida‘ que untó los pies de Jesús con perfume, puesto que Lucas la presenta en el capítulo 8 como una figura nueva en la historia. Además no es muy probable que Juana, esposa del intendente de Herodes, se hubiera asociado con una mujer de mala reputación. Lo que sigue corresponde a lo que indican exclusivamente los evangelios canónicos. Otros aspectos de la vida de María Magdalena como lo del lienzo con el rostro de Jesús, etc, provienen de la tradición y de escritos ajenos al canon bíblico original.
Varias mujeres presenciaron en Jerusalén la ejecución de Cristo Jesús. Como indica Marcos (15:40-41, DHH):
«También había algunas mujeres mirando de lejos; entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Estas mujeres habían seguido a Jesús y lo habían ayudado cuando él estaba en Galilea. Además había allí muchas otras que habían ido con él a Jerusalén».
Cuando se madruga con la intención de untar con perfume el cuerpo de alguien fallecido, es porque impulsa un profundo amor a pesar del terrible dolor por haber visto tanto sufrimiento. Y fue eso lo que precisamente hizo María Magdalena:
«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:
—¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar. Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa.
María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron:
—Mujer, ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
—Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó:
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:
—Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
—¡María!
Ella se volvió y le dijo en hebreo:
—¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»).
Jesús le dijo:
—No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes.
Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho». – Juan 20:1-18, DHH.
Pero el registro de Lucas 24:8-11, añade el detalle de que, al principio, nadie las creyó:
«Entonces ellas se acordaron de las palabras de Jesús, y al regresar del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a todos los demás. Las que llevaron la noticia a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María madre de Santiago, y las otras mujeres. Pero a los apóstoles les pareció una locura lo que ellas decían, y no querían creerles».
Tanta gente alrededor de Jesús, pero fue solo ella, María Magdalena, la primera que vio su resurrección y que tuvo que dar testimonio de ello a los discípulos que no creían. Para María todo aquello tuvo que ser una experiencia que la debió marcar de por vida, no solo por ser la primera en ver el esplendor de la resurrección de Cristo, sino por el impacto formidable de su persona, sus obras y enseñanzas. Desde el mismo principio supo que trataba con alguien muy especial. Lloraba de tristeza desconsoladamente porque había llegado a conocer la profundidad de su espíritu y la luz de su esperanza; por eso incluso cuando se da cuenta de que era su Maestro resucitado no quería ni tan siquiera soltarle, lo que muestra lo mucho que llegó a apreciarlo.
María Magdalena había entendido perfectamente el sentido de todo aquello. Hizo suya la verdad acerca de Jesús porque ya lo tenía en lo más profundo de su corazón. Sentía lo mismo que los dos discípulos que camino de Emaus dijeron:
“¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24).
Y ese mismo ha sido el sentir de muchas otras personas desde entonces. Han comprendido la importancia del asunto «Jesús de Nazaret» y su seria oferta de sentido y de esperanza. Saben que no fue solo un simple «asunto judío«. Para ellas no se trata de un profeta más o de un simple personaje histórico interesante, sino del Hijo de Dios enviado a la tierra con el propósito de mostrar mejor a Dios y dar su vida para la salvación de toda la humanidad. Se han dado cuenta de que eso no es cualquier cosa, que esta vida no es todo cuanto hay, que merece la pena vivirla con dignidad y pleno sentido, y que por delante queda todavía la mejor esperanza: vida eterna en un mundo mejor porque en eso consiste precisamente su promesa (Juan 6:47). Esa es la razón por la que desde entonces todas esas personas han dejado de ser las mismas, dedicando incluso su vida entera a su causa.
Se incluye una escena del film «Resucitado» (2016) de Kevin Reynols. La historia tiene lugar en Jerusalén, donde un joven centurión romano recibe, por parte de Poncio Pilato, prefecto de Judea, la misión de investigar la misteriosa desaparición del cuerpo de un predicador nazareno crucificado hace tres días, y los crecientes rumores sobre su resurrección. Es una historia ficticia pero que muy bien podría haber pasado. Ilustra perfectamente hasta qué grado el corazón de alguien puede ser ‘tocado» por el espíritu de Jesús de Nazaret. Pone el acento en la fuente de toda esperanza, la recuerda y la reactiva llegando profundamente al alma. Por todo lo que significa Jesús de Nazaret, su mensaje espiritual y lleno de esperanza, Resucitado es un film absolutamente recomendado.
Esteban López
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