Alma de mujer y el más profundo pensamiento poético pueden ser sin duda el summum de la excelencia y del espíritu humano. Y es que no le faltaron mimbres, ya que conoció siendo adolescente a Antonio Machado, amigo íntimo de su padre. También a León Felipe y a García Lorca. Leía con asiduidad a Unamuno, Azorín, Baroja y demás autores de la llamada generación del 98, lo que marcó profundamente su trayectoria vital y determinó de por vida el quehacer de su pensamiento, moviéndose siempre entre la filosofía, la poesía y el civismo.
María Zambrano (1904-1991) nació en Vélez-Málaga y era hija de maestros de escuela. Su padre era también filósofo, por lo que no es de extrañar su temprana vocación para el pensamiento. Estudió filosofía y letras en la Universidad Central de Madrid teniendo como profesores a José Ortega y Gasset, Manuel García Morente y Xavier Zubiri, quienes le impulsaron en su vocación filosófica.
Tiene María también inquietudes políticas y da mítines en diversas ciudades españolas. Pero debido a su apoyo a la República tiene que exiliarse de España poco antes del fin de la Guerra Civil española. Se va a América y enseña como profesora en México, Cuba y Puerto Rico. En 1953 regresa a Europa pero se instala en Roma, donde escribirá una de sus más importantes obras, «El hombre y lo divino«. Al final estuvo 45 años exiliada, hasta que en 1984 regresa a España, después de difíciles gestiones por parte de instituciones españolas que saben de su avanzada edad y de su difícil y precaria situación económica. Se había abordado con resolución el vil paradigma de un espíritu sabio y enorme olvidado por el destino.
En 1987 se le concede el Premio Príncipe de Asturias en reconocimiento de su obra filosófico literaria. Se crea también la Fundación que lleva su nombre, y en 1988 se le concede el Premio Cervantes. Más vale tarde que nunca. María Zambrano muere finalmente en Madrid en 1991 a la edad de 86 años, pero antes ella se asegura de ser enterrada con plena identidad cristiana.
Algo de su pensamiento
En su obra «El hombre y lo divino«, María Zambrano lamenta la ausencia de Dios en nuestro siglo diciendo: «Hace muy poco tiempo que el hombre cuenta su historia, examina su presente y proyecta su futuro sin contar con los dioses, con Dios, con alguna forma de manifestación de lo divino«. Opina que la ausencia de Dios se manifiesta en el vacío inquietante de la vida de los hombres y que ésta se pretende llenar a través de la Historia (Hegel), de la Sociedad (Marx) o del Futuro (Nietzsche y toda la filosofía moderna).
María diferencia entre la expresión «lo sagrado» y «lo divino«. La primera se refiere al fondo último que sustenta toda la realidad. La segunda a la forma en que el ser humano capta esa realidad. La humanidad ha ido manifestando «lo divino» de diversos modos. Por ejemplo el dios natural de los dioses griegos, el dios de la filosofía (la primera causa, la última causa final o la inteligencia pura). Y el Dios cristiano, cuarta causa en la que se ha manifestado lo divino en la cultura occidental y que según nuestra autora, el «Dios de la Revelación«, el Dios «judeo-cristiano» es totalmente distinto de las demás formas de manifestación de lo divino. Porque se da a conocer como Creador de todo, es absoluto, autosuficiente, que impulsa a los hombres a realizar su propia vida desde la soledad. Deja al hombre totalmente libre para realizar su vida, lo que genera un cierto vacío, una irremediable soledad como la del hijo que ya no tiene cerca a su padre, tal y como hizo Dios con su Hijo Único. Sin embargo, el Dios cristiano es también el Dios de amor. Eso hace que la relación con las personas sea sumamente valiosa, lo más importante, mucho más que la relación con las cosas o los bienes materiales, lo que ella llama «la inanidad de las cosas«.
Por otro lado, María Zambrano cree que es en este último periodo de la historia de la humanidad cuando parece que el Dios cristiano se desvanece cuando lo que más se preconiza es «la nada«, «la muerte de Dios» o el ateísmo, haciendo que se oculte o se enmascare lo divino. Pero eso no significa, según ella, que lo sagrado haya sido ni mucho menos eclipsado. Sigue ahí, pero bajo nuevas formas culturales, y la realidad es que Dios sigue en la mente y el corazón de los hombres. El ateísmo solo logra una purificación de la idea de Dios que da paso a nuevas formas de vivir ante lo divino.
Zambrano toma el concepto «Razón Poética» de Nietzsche y Machado. La hace suya buscando la unidad de la filosofía, la poesía y la religión. Para ella, la realidad no puede ser solo la razón típica de Occidente. Es un nuevo método de conocer la realidad con el propósito de alcanzar saberes distintos tanto desde la dimensión racional como irracional de la existencia.
“Yo he buscado la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos (poesía y filosofía), pues a ninguna he podido renunciar” (carta a Jorge Guillén, 1957).
«La filosofía es una preparación para la muerte, y el filósofo el hombre que está maduro para ella».
«El filósofo no se contenta con gustar de la vida, sino que quiere penetrar en ella, reduciéndola, haciéndola consciente, transparente a su razón».
«Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo«.
«Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. El escritor sale de su soledad a comunicar el secreto».
«La poesía pura fue a establecer, desde el lado opuesto del romanticismo pero con más profundidad, con más derecho, diríamos, el que la poesía lo es todo. Todo, entendamos, en relación con la metafísica; todo en cuanto al conocimiento, todo en cuanto a la realización esencial del hombre. El poeta se basta con hacer poesía, para existir; es la forma más pura de realización de la esencia humana«.
«La cultura es el despertar del hombre».
«La acción de preguntar supone la aparición de la conciencia».
«Sólo en soledad se siente la sed de verdad«.
«¿Es de extrañar que el amor haya preferido casi siempre el derrotero poético al filosófico?»
«Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona«.
«Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluyente, movediza, la radical heterogeneidad del ser«.
“La pura razón es la pura monotonía… Es necesario adentrarse en la fuerza de la palabra. Y quienes mejor descifran la fuerza de la palabra son los poetas, los inventores (poiesis) de la palabra. El instrumento que apoya al conocimiento” (Blanco Martínez, 2009, p. 31).
Esteban López