La fe como intuición

«Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron«. – Juan 20:29, Versión Valera.

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Tomás pretendía llegar a creer solo por la razón. «Lo que no veo, no creo» estaba en realidad afirmando. Pero la razón llega hasta donde llega; puede ayudar a la fe, pero tiene sus límites. A Dios no se le puede buscar sólo por la razón, aunque también. Hay que buscarlo en su terreno, en el espíritu, en todo lo que es recto y bueno y que resulta al final en lo mejor para el ser humano. Tiene muchas formas de hablar, aunque no lo hace con voz sonora. Muchas veces no lo comprendemos, pero también resulta muy difícil no verlo o sentirlo de muchos otros modos. De ahí que la definición de fe según la Escritura sea, «la fe es la firme seguridad de las realidades que se esperan, la prueba convincente de lo que no se ve«. – Hebreos 11:1, RVR77.

La fe no es simple credulidad. Es como un sexto sentido, como una profunda intuición. Cuando una persona de fe abraza a un ser querido, no piensa sólo que tiene ante sí “un manojo de células con un corazón que palpita”. Más bien sabe que se trata de algo muy especial, de todo un universo singular y milagro de Dios.

Pero es verdad, la fe no es posesión de todos. Al final a Tomás se le contestó con la razón. Puso sus dedos en las heridas de Jesús y creyó. Sin embargo, este pasaje es una invitación a creer aunque no se vea; a intuir como si fuera con un sexto sentido aunque nada se contemple con los ojos físicos.

El Evangelio muestra también que aunque vieran milagros, muchos seguirían sin creer…

«Había un hombre que tenía una mano tullida; y como buscaban algún pretexto para acusar a Jesús, le preguntaron:

—¿Está permitido sanar a un enfermo en sábado?

Jesús les contestó:

—¿Quién de ustedes, si tiene una oveja y se le cae a un pozo en sábado, no va y la saca? Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto, sí está permitido hacer el bien los sábados.

Entonces le dijo a aquel hombre:

—Extiende la mano.

El hombre la extendió, y le quedó tan sana como la otra. Pero cuando los fariseos salieron, comenzaron a hacer planes para matar a Jesús». – Mateo 12:9-14, DHH.

Llegar a tener fe requiere también un aprendizaje autónomo, a veces agridulce así como un buscar con el espíritu de uno el espíritu de Dios. En lugar de dejarse llevar por toda clase de vientos, puede ser una cuestión de voluntad, porque también se dice en la Escritura que «Dios, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros«. Al final lo que se promete en el cristianismo es la respuesta completa a todo anhelo del ser humano; la realización plena de su trascendencia en Dios, algo que en realidad puede incluso ahora vislumbrarse cuando se vive una vida de sentido y esperanza.

En cierta ocasión, el sirviente de un centurión romano cayó enfermo y no se recuperaba. El evangelio dice:
«Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un centurión pidiendo ayuda.
—Señor, mi siervo está postrado en casa con parálisis, y sufre terriblemente.
—Iré a sanarlo —respondió Jesús.
—Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano. Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.
Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían:
—Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe. Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero a los súbditos del reino se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.
Luego Jesús le dijo al centurión:
—¡Ve! Todo se hará tal como creíste.
Y en esa misma hora aquel siervo quedó sanado».

– Mateo 8:5-13, NVI.

Este precioso pasaje muestra que la fe nunca pasa desapercibida a los ojos de Dios. Que el asunto no le da igual y que aprecia a quienes lo aman y esperan en él. Se podría decir que Dios es como cualquier padre humano: no espera que sus hijos estén constantemente diciéndole que lo quieren. Los padres más bien lo dan todo por sus hijos. Sin embargo, sí aprecian que de tanto en tanto alguno de sus hijos le diga «te quiero». Y no quedan indiferentes. Quizá por eso las siguientes palabras llenan también de esperanza:

«Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman».1 Corintios 2:9, Nueva Versión Internacional (NVI).

Y así lo entendieron muchas personas de fe en el pasado, «una gran nube de testigos» se les llama en el capítulo 11 a los cristianos hebreos y que merece la pena recordar ahora:

«Ahora bien, fe es la realidad de lo que esperamos. Es la prueba palpable de lo que no podemos ver. Dios aprobó a los que vivieron en tiempos pasados por la fe que tenían. Por la fe, sabemos que Dios con una orden creó el mundo. Esto significa que el universo no surgió de lo que se ve.

Por la fe, Abel ofreció mejores sacrificios que Caín. Dios dijo que aceptó sus ofrendas y lo aprobó por su fe. Aunque Abel murió, él sigue hablando por medio de su fe.
Por la fe, Enoc no murió. Dios se lo llevó con vida de este mundo, por eso nunca pudieron encontrar su cuerpo. Se da testimonio de que antes de ser llevado, Enoc agradaba a Dios. Nadie puede agradar a Dios si no tiene fe. Cualquiera que se acerque a Dios debe creer que Dios existe y que premia a los que lo buscan.
Por la fe, Noé recibió una advertencia de Dios sobre algo que aún no se podía comprobar. Respetó la advertencia de Dios y construyó un barco muy grande para salvar a su familia. Con su fe, Noé demostró que el mundo estaba equivocado, y así recibió las bendiciones del que agrada a Dios.
Por la fe, Abraham obedeció la orden de Dios de ir a una tierra que iba a recibir como herencia y salió sin saber ni siquiera dónde quedaba ese lugar. Por la fe, Abraham vivió como inmigrante en la tierra prometida. Vivía en carpas lo mismo que Isaac y Jacob, porque Dios también les había hecho a ellos la misma promesa. Abraham obedeció porque quería ir a la ciudad que tiene bases eternas, una ciudad planeada y construida por Dios.
Abraham estaba ya muy viejo para tener hijos, y Sara no podía tenerlos, pero por la fe de Abraham, Dios hizo que tuvieran hijos. Abraham confiaba en que Dios cumple lo que promete. Este hombre estaba ya muy viejo, casi en sus últimos días, pero tuvo tantos descendientes que no se pueden contar, tan numerosos como las estrellas del cielo y como los granos de arena de la playa.
Todos estos grandes hombres mantuvieron la fe toda la vida hasta que murieron. Ellos murieron sin recibir lo que Dios les prometió, pero vieron lo prometido a lo lejos, en el futuro, y aceptaron ser inmigrantes y refugiados en la tierra. Al obrar así, demostraron claramente que buscaban otra patria. Si ellos hubieran estado pensando en el país que habían abandonado, habrían tenido tiempo de sobra para regresar; pero ellos aspiraban a una patria mejor, un país celestial. Por eso, Dios no se avergonzó de ser su Dios y les preparó una ciudad celestial.
Dios puso a prueba la fe de Abraham pidiéndole que sacrificara a Isaac, su único hijo. Por la fe, Abraham obedeció. Él ya tenía las promesas de Dios, quien le había dicho: «Tu descendencia será trazada a través de Isaac». Abraham creía que Dios tenía poder para resucitar a los muertos. Entonces se puede decir que prácticamente Abraham recuperó a su hijo Isaac de entre los muertos.
Por la fe, Isaac bendijo el futuro de Jacob y de Esaú. Por la fe, Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José y adoró a Dios, apoyado en su bastón.
Por la fe, cuando José estaba por morir les dijo a los israelitas que algún día habrían de salir de Egipto y les hizo prometer que se llevarían su cuerpo con ellos.
Por la fe, los padres de Moisés lo escondieron tres meses después de que nació. Vieron que era un bebé hermoso y no tuvieron miedo de desobedecer las órdenes del rey.
Por la fe, cuando Moisés creció rechazó los honores de ser llamado nieto del faraón. Moisés decidió no disfrutar los placeres pasajeros del pecado; al contrario, decidió sufrir junto al pueblo de Dios. Prefirió sufrir por el Mesías que tener todos los tesoros de Egipto porque estaba esperando la recompensa de Dios.
Por la fe, Moisés salió de Egipto sin temer al enojo del rey. Siguió firme como si estuviera viendo al Dios invisible. Por la fe, Moisés preparó el día de la Pascua. Puso sangre en las puertas de las casas para que el ángel de la muerte no matara a los hijos mayores de los israelitas.
Por la fe, el pueblo que seguía a Moisés atravesó el mar Rojo como si fuera tierra firme. Los egipcios en cambio trataron de hacer lo mismo, pero se ahogaron.
Por la fe, las murallas de Jericó se derrumbaron cuando el pueblo de Dios marchó alrededor de ellas durante siete días y luego se desplomaron.
Por la fe, la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes porque ella recibió amistosamente a los espías israelitas.
¿Qué más puedo decir? No hay tiempo suficiente para contarles sobre Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Por la fe, todos ellos conquistaron reinos, hicieron justicia y Dios los ayudó de la manera que les prometió. Por la fe, cerraron la boca de leones, pudieron apagar la violencia de las llamas y se salvaron de morir a espada. Por la fe, unos que eran débiles se hicieron fuertes, llegaron a ser poderosos y derrotaron ejércitos. Por la fe, hubo mujeres que recibieron de nuevo con vida a familiares que habían muerto. Otros, en cambio, por alcanzar una mejor resurrección fueron torturados y no aceptaron ser puestos en libertad. Por la fe, unos sufrieron burlas y golpes. Otros fueron atados y llevados a la cárcel. Los mataron a pedradas, los cortaron por la mitad y los mataron a espada. Algunos de ellos vestían pieles de ovejas y de cabras. Por la fe, fueron pobres, perseguidos y maltratados por la gente. ¡El mundo no los merecía! Ellos anduvieron en desiertos y montañas, viviendo en cuevas y huecos.
Todos ellos son reconocidos por su fe, pero ninguno de ellos recibió la promesa de Dios. Dios tenía planeado algo mejor para nosotros. Él quería perfeccionarlos también a ellos, pero solamente junto con nosotros». – Hebreos capítulo 11, PDT.

Ser feliz o bienaventurado por creer aunque no se vea. Queda ahí una vez más lo que para algunos sería una curiosa invitación.

Esteban López

2 respuestas a “La fe como intuición

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  1. “¡He visto al Señor!” (18)

    Aquella mañana de domingo, María Magdalena vio la piedra de la entrada a la tumba fuera de lugar. El relato repite una frase, esta es: “Corrió, corrieron”. Si, tanto ella como Pedro y Juan se apresuraron. Más aun, Pedro mismo se precipito, como era su costumbre, dentro de la tumba. Era verdad, Jesús no estaba allí. Sin embargo, notemos lo que dicen los versículos 9 y 10:

    “Hasta entonces no habían entendido la Escritura, que dice que Jesús tenía que resucitar. Los discípulos regresaron a su casa”

    No obstante, María se quedo sola, estaba llorando. Ella no se regreso a su casa, como si quisiera darle a la fe una oportunidad más. Fue entonces cuando presintió la cercanía de alguien. Pensó que se trataba del jardinero y le rogo que le dijesen donde habían llevado el cadáver de su Maestro. Ella estaba dispuesta a traerlo de nuevo al sepulcro ¡ella sola! Y entonces oyó su voz: “María”. Se dio vuelta, y era El: “Maestro”, dijo ella.

    Sin esperar más, salió a darles la noticia: “¡He visto al Señor!”. ¡Que recompensa la de ella por darse otra oportunidad! Es en este punto que deseo detenerme.

    Muchos de nosotros en algún momento de nuestra vida también hemos “creído”. No me refiero a creer las promesas de una religión o algún dogma de ella. Sino más bien, creímos en Dios y su Hijo. Eso nos toco el corazón y también, como sus discípulos, corrimos. Si, es verdad, luego vino el desengaño, la decepción, ¡Cuánto duele todo eso! Me pregunto, ¿pudiera ser que al día de hoy ya se nos esté empezando a olvidar que un día fuimos poseedores de fe, que la atesoramos en nuestro corazón? ¿Qué un día también dijimos para nuestros adentros y afueras: “he visto a Jesús”? Mas allá de una fecha en particular que hubiéramos esperado. En realidad, la fe en Dios no tiene fechas. ¿Pudo una decepción religiosa ser más fuerte que la fe, si es que en realidad la poseímos algún día? Sabemos que la fe no es posesión de todos.

    ¿Por qué no hacer como María y darle otra oportunidad a la fe? Quizás nos llevemos una gran sorpresa que le dé nuevamente sentido a nuestra existencia, color a nuestros días. La resurrección de Jesucristo es una “garantía” que Dios ha dado. Hechos de los apóstoles 17: 31 dice:

    “Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al levantarlo de entre los muertos.”

    Por lo tanto, que la resurrección de Cristo nos de las fuerzas para, si es necesario, renovar la fe. Esto mas allá de si una religión se renueva o no, si reconoce errores u horrores o no, si muchos despiertan o no. Lo fundamental allí esta, no lo dejemos escapar.

    “Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el *Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida”. (31)

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  2. Gracias Esteban y Spiri por sus excelentes comentarios. Ambos son bien pertinentes en este mundo racionalista y escéptico en el que nos movemos.

    Ciertamente que las pruebas para la fe son cada vez más aumentantes. De ahí que Jesús dijera si cuando el llegue se encontraría la fe sobre la tierra.

    Esta vez quiero retomar el texto que Esteban magistralmente comentó, el vers. 29: «Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.».

    En el Jesús destaca el aspecto de la felicidad o la bienaventuranza de el que ejerce a plenitud la cualidad de la fe. Lo destaca sobre aquellos que ejercieron fe en el porque vieron pruebas tangibles del poder que Dios le dotó.

    De ahí que Pedro años después escribiera a sus compañeros cristianos de entonces lo siguiente: «Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas».

    Desde aquel entonces han surgido creyentes en Jesucristo sin haberle visto. Estos han desarrollado tanto amor y apego por él, como uno de esos discípulos que anduvieron con él. Diría que en algunos casos hasta más amor y fe. El ejemplo de Tomás es aleccionador. Todos esos discípulos posteriores que no lo vieron y ni lo conocieron, y aún así ejercieron fe en él, son un testimonio de que no es cierta la expresión que dice que «vista hace fe». Esa era la divisa de Tomás. De ahí que Jesús le lanzara esta expresión lapidaria: «no seas incrédulo, sino creyente».

    Es posible que en alguna crisis de fe que nos sobrevenga, o en algún alti bajo, necesitemos ser aleccionados y sacudidos, para que no nos dejemos ahogar por el espíritu de falta de fe que arropa al mundo. Esa fue la piedra angular de la caída del Israel del pasado. Así que tenemos un ejemplo amonestador para curarnos en salud.

    Un saludo afectuoso a todos,

    Apolo

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