Aunque su nombre suene de poco a algunas personas, Erasmo de Rotterdam fue la más grande y deslumbrate personalidad intelectual de su tiempo. Es verdad que sus obras, escritas en latín humanista, reposan en las bibliotecas sin que a nadie le importe en demasía. Sin embargo, su impronta ha quedado indeleble en la historia de Europa y Occidente. A ese gran olvidado se le reconoce como el primer creador consciente de ser europeo, el primer pacifista combativo, el defensor más elocuente del ideal humanista y del ideal de los amigos del mundo y del espíritu.
Desiderio Erasmo de Rotterdam (Rotterdam, 1466-Basilea, 1536) era hijo de un sacerdote y una joven de origen burgués. Se educó en las llamadas escuelas de la Vida Común, atenidas al ideal de Devotio moderna, una forma de religiosidad enemiga de los excesos místicos como de las especulaciones teológicas. Continuó su formación en el colegio agustino de Steyn, donde profundizó en el estudio de los clásicos latinos. Allí se entusiasma al conocer la obra del humanista Lorenzo Valla, quien había demostrado que la Donación de Constantino, documento mediante el que el papado se arrogaba el dominio de extensos territorios de Occidente, era una falsificación. En 1495 asiste a los cursos de la Sobona. En 1496 se establece en París donde se gana la vida dando clases particulares. En 1499 marcha a Inglaterra como preceptor del joven lord Mountjoy, donde conoce a Tomas Moro.
En en año 1500, escribió su Adagiorum collectanea (Colección de adagios) donde frases como Mejor es prevenir que curar, En el país de los ciegos, el tuerto es el rey, La guerra es bella solo para quien no participa en ella, o Un solo crimen convierte en un maldito; millares, en un héroe, han quedado para siempre en la memoria colectiva europea.
Erasmo consideraba que “monachatus non est pietas”, es decir, que la vida contemplativa de los monjes carecía de valor religioso; que la espiritualidad debería realizarse a través de las virtudes en la vida activa. Con ese ideal, en 1503 hizo imprimir para la gente común (laicos) su Enchiridion militis Christiani (Manual del soldado de Cristo), donde exponía la vacuidad de los ritos vacíos y dar demasiada atención a la letra de la Ley; que de nada sirven los ayunos, obras o penitencias si no provienen de la verdadera caridad. Erasmo muestra aquí su característico perfil religioso: desdén por todo formalismo, rechazo de la superstición, defensa de una religiosidad “en espíritu,” vuelta a la simplicidad del cristianismo primitivo, conversión interior, crítica a ciertos aspectos de la tradición eclesiástica, etc.
Entre los años 1504 y 1506 realizó una gran cantidad de trabajos relacionados con poesía, Platón, Séneca, etc. En 1505 escribió para Carlos V, Institutio principis christiani (Doctrina del príncipe cristiano), oponiéndose a la obra de Nicolás de Maquiavelo, El Príncipe, y a su nefasta filosofía de el “fin justifica los medios.” En 1509 volvió a Inglaterra donde permaneció hasta 1514. Allí efectuó revisión de los textos griegos del Nuevo Testamento. Y en 1511 se publica una de sus obras más conocidas, Moriae encomium, (Elogio de la locura), sátira donde critica con demoledora ironía a varios representantes del mundo eclesiástico y otros aspectos de su época en un latín rico y lleno de flexibilidad. En 1516 publica en latín su esperado texto del Nuevo Testamento, depurado de los errores de la Vulgata Latina, de Jerónimo, y que se había usado durante siglos. Esta nueva versión sirvió a Lutero como punto de partida para su primera Biblia en el idioma alemán.
Imparcialidad y neutralidad
Hacía ya tiempo que muchas personas sinceras y de naturaleza más religiosa, exigían cada vez más impacientes, una “reforma de la iglesia de los pies a la cabeza». Erasmo defendía un programa de reforma de la Iglesia desde dentro de la Iglesia católica; en realidad un programa de reforma antes de la Reforma. Se daba cuenta de cuán grande había llegado a ser el abismo entre los apóstoles, su sencillez, y la Iglesia triunfalista del presente. Que Iglesia y Papa eran más un impedimento que una ayuda para acercarse a Dios. Que había que tener como referencia, no el derecho canónico, el dogma de la Iglesia o el sistema eclesiástico, sino la Sagrada Escritura y el Cristo viviente que se compadecía de los pobres. Y es que en Italia por ejemplo, los papas y los cardenales llevaban la vida opulenta y licenciosa de los príncipes italianos renacentistas. Eso causaba una gran consternación en los espíritus más sensibles. Sin embargo, Roma y los papas fastuosos rechazaban las protestas, incluidas las mejor intencionadas y muchos disidentes lo habían pagado con su vida en la hoguera.
Pero Erasmo tuvo la habilidad y el arte de envolver con ambigüedad sus palabras. Con un estilo literario singular debilitó la autoridad eclesiástica e hizo entrar de contrabando en monasterios y cortes principescas toda la materia explosiva de la Reforma. Supo mantener el equilibrio entre el humor alegre y burlón y la seriedad erudita. Poseía una gracia chispeante y cáustica, pero no malévola, que heredarían por ejemplo Voltaire o Bernard Shaw.
Sin embargo, Erasmo era partidario de una reforma de la Iglesia que fuera gradual, lenta y pacífica, no el tipo de reforma/ruptura que propició Martín Lutero, un monje agustino que había sido admirador suyo. Erasmo en cambio deseaba la concordia en la Iglesia, no el enfrentamiento divisorio. Mientras el movimiento humanista era una corriente cultural, la reforma de Lutero, sin embargo, fue religiosa y de cariz político. En cierta ocasión Erasmo escribe al reformador suizo Zwinglio:
«Todo lo que Lutero reclama se lo he enseñado yo, solo que no con un lenguaje tan vehemente y llevado a los extremos».
Erasmo recibe cartas tanto desde el lado del Papa como desde el de la Reforma para que se una a sus respectivas causas, pero rechaza tomar partido. Su independencia de pensamiento es la que le guía . Se niega a llamar hereje a Lutero como quería la iglesia católica. Pero aunque Erasmo era un referente moral e intelectual en su día y llevaba tiempo denunciando los abusos eclesiásticos conociéndolos muy bien, en conciencia tampoco podía unirse a la causa de Lutero ni a sus métodos. Aborrecía la violencia y la guerra, así como la muerte de Thomas Münzer y la matanza de miles de anabaptistas aprobadas explícitamente por Lutero. Y es que para Erasmo, aquello no era “evangelio”, sino simple dogmatismo partidista, sectario y bárbaro. Allí donde Lutero tenía razón, él se la daba. Pero donde estaba equivocado no podía darle su consentimiento.
Erasmo tampoco pudo comprender la doctrina de la gracia de Lutero que enseña que el ser humano es salvo por la gracia de Dios, no por méritos propios. En ese sentido Erasmo escribió,
«Si como afirma Lutero todo depende únicamente de la gracia de Dios, ¿qué sentido tendría para el ser humano hacer el bien?»
Estaba claro que el concepto de Sola Scriptura preconizado por Lutero rompía con la tradición; ahora no era la Iglesia la que enseñaba la verdad a través de su tradición acumulada por siglos, no. Lo importante ahora era la Biblia. Sin embargo, lo que aquello significaba realmente era, la Biblia, sí, pero solo según la interpretación única y exclusiva de Lutero.
Erasmo por tanto, rechaza la posibilidad de unirse a la Reforma y despierta la capacidad de odiar de Lutero, algo que puede verse por el modo de responder a Erasmo delante de algunos amigos:
«Os mando por orden divina, que seáis enemigos de Erasmo y os guardéis de sus libros. Voy a escribir en su contra, aunque hacerlo sea vuestra muerte y ruina; voy a matar a Satán con la pluma… Igual que he matado a Münzer, de cuya sangre aún tengo las manos manchadas».
Con el tiempo la respuesta de Erasmo es clara y contundente:
«A qué venían todas aquellas observaciones sarcásticas y mentiras denigrantes que me calificaban de ateo, escéptico en cuestiones de fe, blasfemo y qué sé yo qué cosas más?… Lo que ha pasado entre nosotros no es tan importante, al menos para mí, como para llevarme a las puertas de la muerte, pero lo que es un escándalo para cualquier persona decente, y yo lo soy, es que tu comportamiento arrogante, sinvergüenza y sedicioso haya destruido el mundo … y que por voluntad tuya esta tempestad no haya llegado al buen fin por el que yo había luchado».
Erasmo no quiere saber nada con quien ha arruinado su mundo, que destruye la paz de la Iglesia y provoca el más terrible tumulto del espíritu en Alemania y en el mundo. Como no quiere tomar partido por ningún bando, ni el católico ni el luterano, se enemista con los dos. Lutero lo había maldecido; la Iglesia católica incluyó sus libros en el Índice de libros prohibidos. Pero las amenazas y los insultos no inclinaron a Erasmo hacia ningún lado concreto, sino únicamente contra el enemigo común de todo pensamiento libre: el fanatismo.
Erasmo de Rótterdam: una aproximación
Erasmo no disfrutaba con las discusiones religiosas o teológicas. Prefería retirarse al mundo del arte, la ciencia o al de su propia obra. Las riñas partidistas le asqueaban. Escribió:
«En muchos libros, en muchas cartas y en muchas disputas he declarado inquebrantablemente que no iba a mezclarme en cuestiones partidistas… Yo amo la libertad y no quiero ni podré jamás servir a un partido».
Para Erasmo hay algo más importante que la observancia de ritos y oraciones, que el ayuno o la asistencia a misa, y es llevar en lo personal una vida acorde con el espíritu de Cristo. “La quintaesencia de nuestra religión es la paz y la concordia», afirma.
Erasmo amaba los libros, y si intentaba ganar algún dinero era para poder comprarse más y más libros. Trabajar en ellos y para ellos era su forma natural de vivir. No creó una escuela filosófica nueva, pero gracias a su agudeza de pensamiento y a la perspicacia de su sensibilidad fue un gran divulgador, educador, crítico y maestro de su día y en los siglos posteriores. Era conciso, didáctico y hacía entender con facilidad. Lo confuso lo desmitificaba, haciendo que brillara la claridad.
Para él la filosofía era una forma de buscar a Dios diferente de la teología pero tan pura como ésta. No tuvo residencia fija en ningún país; era cosmopolita y nunca reconoció la superioridad de ninguna nación sobre las demás.
La guerra le parecía la forma más grosera y violenta de dirimir las diferencias humanas, incompatible por tanto con una humanidad que pensara moralmente. Estaba convencido de que casi todos los conflictos entre los hombres y los pueblos podrían resolverse de manera pacífica gracias a la mutua condescendencia. Reconoce que todos los conflictos de la humanidad se producen, no por la apetencia simple de violencia, sino por la existencia de alguna ideología que la desata contra otra parte de la humanidad. Y sobre los líderes religiosos escribe:
«Los teólogos y campeones de la vida cristiana no se avergüenzan de ser incitadores, instigadores e impulsores de aquello que Nuestro Señor Jesucristo tanto odiaba. ¿Cómo casan el báculo obispal y la espada, la mitra y el casco, el evangelio y el escudo? ¿Cómo se puede predicar a Cristo y a la guerra?, a Dios y al diablo con una única trompeta?»
Erasmo creía también que, tanto el individuo como la colectividad, podrían progresar gracias a la cultura, la escritura, el estudio y los libros. En su ensayo sobre Erasmo de Rotterdam de 1938, Stefan Zweig escribe:
«Del mismo modo que no quería obligar a nadie a aceptar su visión de las cosas, se oponía de la manera más decidida a que cualquier confesión religiosa o política se impusiera a las demás. Pensar sobre sí mismo era para él una obviedad, y este espíritu libre siempre consideró un impedimento a la divina pluralidad del mundo que alguien pretendiera, desde el púlpito o la cátedra, hablar de su verdad personal como de un mensaje que Dios hubiera susurrado a su oído y solamente al suyo«.
Su legado posterior
¡Cuánto no se le habría ahorrado a Europa si se le hubiera escuchado más a él que a Lutero, si en Europa se hubiera abierto paso la tercera fuerza, que él encarnaba, la fuerza de la reforma, del entendimiento y de la tolerancia! Dietrich Heer, en su obra Die Dritte Kraft (La tercera fuerza) escribe:
«La derrota de la tercera fuerza significó: para Alemania, la guerra civil de cien años que culminó en la Guerra de los Treinta años; para Francia, la guerra civil de ciento cincuenta años entre la “religión regio-católica” y los hugonotes, que terminó con la expulsión de una floración de la nobleza francesa, de la burguesía francesa, de la inteligencia francesa; para España, la separación interna de Europa, mediante la aniquilación o expulsión de los humanistas erasmistas, de sus judíos, marranos, protestantes; para Italia la expulsión de los no conformistas religiosos, la apretura de los Estados gueto de los siglos XVI a XIX que con su policía estatal y sus inquisidores sofocan la vida interna o por lo menos las constriñen de manera desesperada. Para Inglaterra, el distanciamiento definitivo, como un alter orbis, de Europa, como otro “continente.” Para Europa en conjunto: la fijación hasta el siglo XX como “Occidente”, como Europa occidental, en neto contraste con el Este, Rusia, Iglesia oriental, con las masas propias, el pueblo bajo, con el fondo de la persona«.
– D.Heer, Die Dritte Kraft (La tercera fuerza), Frankfurt, 1959.
Erasmo nunca había querido atarse a ningún señor o príncipe. Amaba la libertad y la independencia de espíritu más que a nada en el mundo. Por no tomar partido en una de las épocas más tumultuosas de la historia humana fue poco comprendido por muchos. Sus últimos años los pasó solo pero libre, trabajando sin cesar y escribiendo, como él siempre había querido. Pero su obra habría de tener un profundo influjo en diez o veinte generaciones posteriores de europeos, incluida España donde su influencia tuvo profundo calado y un gran número de seguidores. Hasta en el Quijote recoge Cervantes buena parte de la herencia del erasmismo. Su obra fue pensada y dicha con espíritu claro y pureza moral, y nada impulsado con ese espíritu podría caer nunca completamente en saco roto. Sobre eso mismo, Zweig escribe:
«Quedará para la gloria de Erasmo, vencido en la tierra, haber mostrado en sus obras el camino a la idea de la humanidad, a esta idea simple y al mismo tiempo eterna de que la tarea suprema de la humanidad es ser siempre más humana, más espiritual, más comprensiva. Su discípulo Montaigne -para el que la inhumanidad es el peor de todos los vicios-, repetirá más tarde el mensaje de la razón y la tolerancia. Spinoza exige, en vez de la ceguera de las pasiones, el amor intellectualis. Diderot, Voltaire, Lessing, escépticos e idealistas al mismo tiempo, combaten el empequeñecimiento de las mentes en pro de una tolerancia universal. Schiller vivifica poéticamente el mensaje del cosmopolitismo. Kant reclama la paz perpetua. También en Tolstoi, Gandhi y Rolland reivindica repetidamente el espíritu de conciliación, con la fuerza de la lógica, su derecho moral frente a la ley del más fuerte. Una y otra vez se abre paso la fe en la posibilidad de una pacificación de la humanidad precisamente en los momentos de más encendida discordia, pues la humanidad nunca podrá vivir ni crear sin el consuelo de esta ilusión del progreso moral, sin el sueño de una última y definitiva conciliación».
–Erasmo de Rotterdam. Triunfo y tragedia de un humanista, Stefan Zweig, 1938.
Desiderius Erasmus de Rotterdam: equilibrio, sentido común, concordia, sensatez y amor por la cultura. Un hombre para la eternidad.
Esteban López