Suele ser muy extraño que en la rivalidad política, un partido determinado reconozca algo positivo en la acción o ideología de otro partido diferente, sobre todo porque siempre está en juego el objetivo exclusivo de los partidos políticos: obtener el poder.
Por eso es posible que pueda llegar a sentirse un profundo hastío cuando se observa el triste espectáculo de la rivalidad política. Nada de lo que haga el contrincante político está bien. Son los adversarios, los enemigos abyectos por método. Solo es el partido al que se pertenece, sus ideales y quienes pertenecen a él los que merecen todo el respeto. Todo lo demás debe descartarse sólo porque «no son de los nuestros».
Medios de comunicación
Algo parecido ocurre con muchos medios de comunicación. El código deontológico del periodismo es sobre todo el respeto a la verdad. Sin embargo, es difícil encontrar algún periódico, emisora de radio o televisión que solo se limite a informar. Muchos de ellos suelen mostrar tanto sectarismo como las ideologías que representan. Por eso tantas personas se niegan a dejarse arrastrar por ninguno de ellos, haciendo un esfuerzo ingente en recabar información que sea algo confiable.
En esa lucha por la llamada «desinformación» se encuentran también las llamadas «fake news«. Son noticias falsas deliberadas o bulos que se extienden por los medios de comunicación para confundir y manipular a la opinión pública. Los objetivos son principalmente personales, políticos o económicos. Pero respetar la verdad es imprescindible si se quiere ganar el respeto de la opinión pública. Como dijera Ben Bradlee, anterior director del diario The Washington Post,
«La verdad nunca es tan peligrosa como una mentira a largo plazo. Creo sinceramente que la verdad libera a los hombres«.
– Ben #Bradlee (1921-2014), director ejecutivo del The Washington Post entre 1968 y 1991. Desafió al gobierno de los Estados Unidos durante el mandato del presidente Richard Nixon al publicar los Documentos del Pentágono. Dirigió también las investigaciones relacionadas con el caso Watergate que desembocó finalmente en la dimisión del presidente Nixon.
El mundo del deporte
Esa rivalidad y enfrentamiento puede observarse también en el mundo del deporte. Lo que debería ser solo un espectáculo sano para entretener, se convierte a veces en un verdadero campo de batalla donde no se ve solo al equipo contrario, sino a un adversario y enemigo al que hay que vencer y si es necesario humillar y «machacar«. Y lo más triste es cuando el deporte se politiza, cuando se trasladan rivalidades y odios políticos al campo deportivo. El espectáculo entonces es absolutamente deprimente.
En la escuela
Muy triste es también observar cómo el nacionalismo ha usado tantas veces la educación para adoctrinar a los niños en la escuela. Por ejemplo, Jordi Cantallops, inspector de educación en la ciudad de Barcelona, reconoció eso en una entrevista para el diario El Mundo:
«Sí, hay pruebas evidentes que ya han recogido medios, el Ministerio, algunos partidos y parece que la Fiscalía. En algunos centros, gracias a determinado profesorado, hay tareas, murales, banderas sectarias y pancartas que perfectamente podrían calificarse de adoctrinamiento escolar y partidista. Todo con el conocimiento y la inacción de responsables públicos, y muy agravado tanto el 1-O, como antes el 9-N.
«Desde hace décadas se promueve una concepción identitaria excluyente, la catalanización, con la inmersión lingüística, o más bien imposición lingüística, con el catalán como única lengua vehicular y de comunicación en los centros. También con contenidos ideológicos de carácter nacionalista. Hay un adoctrinamiento identitario excluyente consustancial al sistema educativo prácticamente desde que se transfirieron las competencias de educación«.- El Mundo, 16 de octubre de 2017, «Soy inspector de Barcelona y sí, se adoctrina en los colegios«.
Y es que los niños son como libretas en blanco. Se puede escribir en ellas lo que se quiera. Pero al contrario de lo que ocurre en ciertos entornos excluyentes, tienen el derecho a que se les eduque en valores como la tolerancia, el respeto al otro o la solidaridad, en definitiva, intentar construir un mundo más justo para todos.
Ponderar antes de emitir un juicio
La sabiduría no se logra en un abrir y cerrar de ojos. Se adquiere por la experiencia, por la constante reflexión. Saber ponderar para obtener así un cuadro amplio de lo que esté en juego. Ese es el verdadero desafío para todos nosotros. No vale aquello de «mi patria, tenga razón o no«, sino desarrollar la habilidad o la sensibilidad necesarias como para identificar el bien o el mal, la verdad o la falsedad, allí donde estén. Por ejemplo, no se puede poner el grito en el cielo, y con razón, por el abuso militar y matanza de personas inocentes en Gaza, y por otro lado mostrar fría indiferencia por el asesinato de cristianos y otras minorías religiosas en Irák. O ser un defensor a ultranza de los derechos de los animales, pero ser mucho más laxo con el derecho del ser humano no nacido. El mal es el mal allí donde esté y el sufrimiento humano es exactamente el mismo. Ninguna ideología, ninguna institución o estamento está por encima del ser humano y de su dignidad intrínseca. La tribu, la nación, las instituciones o ideologías políticas o religiosas nunca deben ser lo más importante si es el ser humano el que al final sufre.
De modo que es posible pensar por uno mismo y mantener una posición neutral con respecto a todo aspecto ideológico, solo si hay esfuerzo sincero de nuestra parte y procurando mantener el sentido común y el amor por la verdad. Y aquí el uso de las etiquetas fáciles sobra. No se es simplemente «de izquierdas» porque alguien se oponga al maltrato animal; no se es tampoco «feminista» porque alguien esté a favor de que la mujer adquiera derechos que le corresponden; ni se es simplemente «católico» porque alguien se oponga en conciencia al aborto.
A menudo se observa cómo lo que hace o dice «la izquierda» es malo por método para la «derecha» y viceversa, en lugar del matizar reflexivo y sólo porque no se está en la línea ideológica de uno. En lugar de eso, debería preguntarse con sinceridad, ¿es todo lo que hace la «derecha» siempre malo? O, ¿es nefasto siempre todo lo que hace la «izquierda»? ¿No sería mucho más razonable analizar caso por caso antes de emitir un juicio de valor o descalificar fácilmente por método a personas concretas? ¿No pertenecería eso más bien a etiquetas simplistas, a una lucha histórica de rivalidades absurdas, en definitiva a ideologías rígidas que lo único que hacen es dividir más a las personas? Lo que debería primar en nuestro caso es el uso de nuestras facultades mentales para discernir con claridad y sin prejuicio lo que es bueno y lo que no lo es allí donde esté. Difícil es, es verdad, porque el lastre es grande, pero no tiene por qué ser imposible.
Partidismo excluyente en el campo de la religión
Pero es más difícil de comprender todavía que ese partidismo excluyente se produzca entre personas en el campo de la religión. Se supone que todos adoran a Dios pero parece que les resulta más difícil tratarse unos a otros con el debido respeto. Por ejemplo, judíos, cristianos y musulmanes adoran a un solo Dios; son las llamadas «religiones monoteístas». Sin embargo, es bien sabido cuántos conflictos ha habido entre ellas.
En el cristianismo el problema sin duda es la división. Los cristianos conviven en sus propias iglesias con sus compañeros de fe. Pero suele ser muy raro que tengan algún trato con cristianos de otras denominaciones, permaneciendo todos en sus respectivos ‘compartimentos estancos’. Es verdad que ya no hay guerras de religión como antaño, pero sí suele encontrarse a menudo agrias críticas de unos contra otros. El Diccionario de la Real Academia de la lengua Española dice que la palabra exclusivismo es «Obstinada adhesión a una persona, una cosa o una idea, sin prestar atención a las demás que deben ser tenidas en cuenta«. Y es ese mismo exclusivismo el que hace imposible para los dirigentes de muchas instituciones religiosas el acercamiento ecuménico en un verdadero espíritu conciliador.
Pero el problema se agrava mucho más cuando se mezcla la religión y la política. Porque aunque el sentido común y el Evangelio sugieren que debería haber una estricta separación entre el cristianismo y la política, la realidad a menudo es muy otra. Solo es necesario echar un vistazo a la historia para percibir cuán nefasto ha sido eso, llegando a ser la causa de gran sufrimiento para la humanidad. Y hoy día no se entiende tampoco que ciertas iglesias coloquen banderas nacionales o independentistas en sus campanarios, que bendigan a ejércitos antes de que salgan a matar a otros, o que ciertos clérigos hagan declaraciones políticas. Sin embargo, Jesús de Nazaret dijo «Mi reino no es parte de este mundo«; también «dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios«, que la ciudadanía del cristiano pertenece «a un lugar mejor» en sentido espiritual, y que su objetivo primordial es la hermandad y salvación de todos. Su oferta de sentido correspondía a un reino espiritual que habría de hacer hermanos a los hombres, no enfrentarlos agriamente.
Y por otro lado, encontramos a aquellos que por método, no se limitan a hacer crítica constructiva de la religión, sino que usan el lenguaje del odio y del desprecio hacia todo lo que tiene que ver con el hecho religioso. Sin embargo, despotricar o despreciar a una religión determinada sin reconocer nada positivo en ella, es tan falto de perspicacia como afirmar que todo el género humano es pernicioso y que nada de positivo hay en él. Es posible que haya aspectos mejorables en todas las religiones o que necesiten alguna reforma, pero muy a menudo se olvida que la mayoría de las religiones también inculcan buenos principios y que dentro de cada una de ellas hay buenas personas que se esfuerzan por llevar vidas limpias y rectas.
El mantener firmes convicciones no tiene por qué estar reñido con la tolerancia y el respeto sincero por las creencias de otros. Un verdadero sentido de empatía y amor por todo el género humano nos hace más «ciudadanos del mundo«, entendiendo que todos tenemos las mismas necesidades humanas y afectivas, y que todos somos en realidad ciudadanos del mismo hogar terrestre donde vivimos.
Esteban López