Cuando hace algunos años se arrestó y condenó al líder de una secta religiosa que causó con gas venenoso la muerte de varias personas en el metro de Tokio, éste dijo que «a los profetas verdaderos siempre se les ha perseguido«. No deja de estremecer semejante razonamiento, ni extraña que una percepción así de la religión haya llevado a tanto abuso y sufrimiento injusto de tantas personas inocentes. Y es que en nombre de la religión, se han iniciado horribles guerras, se llevan a cabo atentados terroristas, se amputan manos, se apedrea a mujeres o se condena al ostracismo a sus disidentes.
Una acepción para la palabra religión es «Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido» (DRAE). Es difícil asumir la idea de que algo malo o pernicioso pueda venir de Dios, por lo que el culto que se le dé a Él debería significar también la erradicación de todo lo que pudiera afectar adversamente al ser humano. Si éste está hecho a imagen y semejanza de Dios, entonces en la adoración lo que debería primar es el respeto al hombre y su dignidad intrínseca. Es ahí donde radicaría la diferencia entre el concepto «secta» y «religión». Cuanto más mancille o veje la dignidad humana una religión dada, más se ganará a pulso el calificativo de «secta«. El sentido común indicaría por tanto que debería dejarse a Dios ser el juez de toda causa, antes que humillar o hacer sufrir indebidamente al ser humano hecho a su imagen.
Fernando Mariño, catedrático de Derecho Público Internacional de la Universidad Carlos III de Madrid, lo expresa muy bien cuando dice:
“Ninguna gran religión si es verdaderamente universal puede dejar de defender los valores de la paz y de la dignidad de la persona. Cualquier ‘religión’ o ‘secta’ que defienda la violencia contra el ser humano en cualquier forma o la imposición violenta de sus creencias, es una “religión muerta” y constituye alguna forma de ideología degenerada”. – Aportación de las religiones a una ética mundial, pág. 237. Dykinson 2003.
A algunas comunidades religiosas no les gusta nada en absoluto que los llamen ‘secta‘, pues esa expresión ha llegado a tener hoy día una connotación muy peyorativa. Sin embargo, hay que reconocer que algunas políticas doctrinales que practican hacen que se ganen ese calificativo por méritos propios. Para que pudieran desprenderse de esa etiqueta y ser considerados movimientos religiosos respetables, quizá podrían reflexionar en la posibilidad de revisar los siguientes aspectos:
1 – Reconocer con humildad que ellos no son los únicos siervos de Dios en el mundo, que hay buenas personas en otras denominaciones religiosas y que solo Dios es el juez supremo de todos.
2 – Llevar a cabo un análisis riguroso y meditado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo Primer Artículo dice: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros«, http://www.un.org/es/documents/udhr/
3 – Erradicar absolutamente, si lo hubiera, todo aparato represor o judicial a semejanza del Tribunal del Santo Oficio de la Santa Inquisición, así como las posibles políticas de marginación, expulsión y extremo rechazo a quienes disientan en conciencia.
4 – Exhortar a sus fieles con lo que a nivel oficial se considere correcto, pero nunca amenazar con represalias judiciales, castigos físicos o muerte, a quienes en conciencia no lo puedan asumir.
5 -Pedir perdón públicamente por todo el posible daño causado a personas inocentes, debido a la imposición de doctrinas o políticas contrarias a la dignidad humana y trabajar con resolución en la aplicación de principios que la protejan.
Solo la aplicación sincera y determinada de aspectos como esos, hará que una religión determinada sea respetada, por lo menos en las sociedades donde la libertad y la democracia son ya valores irrenunciables. Solo el tiempo dirá si sus dirigentes serán capaces de mostrar la suficiente talla y valentía necesarias para afrontar semejante reto.
Esteban López
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