Es verdad que no se sabe el día exacto en que nació Jesús de Nazaret. También que muchas costumbres relacionadas con la Navidad parten históricamente de otras que eran paganas. Sin embargo, pocas personas hoy día verían en eso un impedimento serio para dejar de observar lo que para ellas es solo una simple tradición, algo parecido al uso matrimonial del anillo de bodas, que a pesar de que también tiene un origen pagano, son muchas las personas que lo usan hoy día sólo como un símbolo de unión en el matrimonio.
El caso es que a muchas costumbres antiguas se les dotó de un significado cristiano. Por ejemplo, Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba al dios Odín y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios. Lo adornó con manzanas y velas dándole un simbolismo cristiano. Las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador.
Esa costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media. Por medio de la Conquista española y las migraciones, la Navidad también llegó a América. Poco a poco, la tradición fue evolucionando: se cambiaron por ejemplo las manzanas por esferas, y las velas por focos que representaban la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo.
Y así se podrían citar muchos otros ejemplos. Y es que al dotar de un significado cristiano ciertas costumbres, lo único que se pretendía en el fondo era que se recordara a Jesús de Nazaret y lo que su oferta de sentido ha significado para la humanidad.
Una oportunidad para la reflexión
Pero también es verdad que habría que preguntar cuántas personas recuerdan realmente hoy día a Jesucristo cuando llega la Navidad, si ese tiempo solo sirve como excusa para consumir más o festejar, olvidándose por completo de que la razón de ser de la Navidad es recordar la venida del Hijo de Dios como hombre y su profundo significado para la humanidad. Y es que siendo sinceros, habría que reconocer que desde la perspectiva cristiana, a Jesucristo se le debería recordar no solo ese día, sino todos los días del año.
Habría por tanto que preguntar hasta qué grado es Jesuscristo una fuerza realmente motivadora que impulse hacia el bien. Porque llamarse «cristiano» no significa gran cosa si al final no se tiene en cuenta su ejemplo como derrotero a seguir, tener muy presente su regla de oro «haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a tí«, además de trabajar cada día por mostrar los frutos del Espítitu de Dios:
«Lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley«. – Gálatas 5:22, 23, DHH.
Y por incluir una reflexión más. En esta fotografía puede verse cómo un soldado británico y otro alemán intercambian cigarrillos y otros regalos durante la tregua de la Navidad de 1914. Al acabar la I Guerra Mundial en 1918 habían muerto unos veintidós millones de seres humanos. ¿No hubiera sido mejor que los hombres hubieran mantenido ese espíritu de paz y conciliación todos los días de todos los años y no tener que esperar a sólo unas fechas concretas?
Las instituciones religiosas podrían tener en cuenta también que el centro real del cristianismo es sólo Cristo Jesús, no otros conceptos o personas diferentes como «santos», «vírgenes», «Iglesia» u «organización», elementos que se han colocado muy a menudo en un lugar que sólo corresponde a Jesucristo:
«Porque uno solo es Dios y uno solo es el mediador entre Dios y la humanidad: el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos, como testimonio dado en el tiempo prefijado«. – 1 Timoteo 2:5, 6, BLP.
La religión organizada debería recordar que el modelo a seguir es Cristo Jesús, y que cuando eso se ha olvidado en la historia, un sufrimiento atroz ha tenido lugar en la forma de abuso espiritual a personas, guerras de religión, cruzadas sanguinarias, inquisiciones, corrupción, abuso de menores, falsedad doctrinal, etc. Habría que llevar a cabo una relectura del Evangelio para recuperar firmemente la persona y ejemplo de Cristo Jesús. Como escribió Henri de Lubac (1896-1991):
“Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del Rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la pasión de Jesucristo».
Es verdad que no puede esperarse que porque se celebre la Navidad las cosas van a mejorar de manera automática. Pero por lo menos podría ser un tiempo para compartir afecto sincero con otros y también, en el caso del creyente, una oportunidad para la reflexión sobre cómo va su relación personal con Dios y si él mismo es una luz benefactora para otros. Como escribió Thomas Merton:
«No podemos llevar la esperanza y la redención a otros, a menos que nosotros mismos estemos llenos de la luz de Cristo y de su espíritu».
En una sociedad en la que a menudo parece que se quiere borrar la impronta de Jesús de Nazaret, en lugar de decir «Feliz Navidad», algunos dicen «Feliz Solsticio de Invierno». Pero el solsticio de invierno ya lo celebraban diferentes pueblos paganos antes del cristianismo. Nada tiene de nuevo que algunas personas lo celebren en estos días otra vez. Otros también aprovechan estos días para reivindicar lo que supuso ‘la luz de la razón’ o la llamada Ilustración. En el cristianismo sin embargo, la verdadera luz proviene de Jesús de Nazaret por mostrar una faz de Dios nunca antes conocida y por su seria oferta de sentido y esperanza. Esa es la razón por la que muchas personas no sólo le recuerdan en unas fechas concretas, sino todos los días de su vida.
La Navidad no es Halloween, ni una simple celebración secular más. Y nada tiene que ver con el consumismo voraz. Tiene más bien a Jesucristo como su razón de ser, fuente de paz, ánimo para el espíritu y firme esperanza. Y eso, muy a menudo se olvida. Por eso, la Navidad adquiere pleno sentido entonces, sólo y cuando el centro de su alegría es la luz obsequiada por Dios a través de Cristo Jesús a todos los hombres.
Simeón y Ana
«Cuando llegó el día en que José y María debían ser purificados como decía la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor. Como está escrito en la ley del Señor: «Todo primer varón debe ser dedicado al Señor». Fueron a ofrecer el sacrificio tal como la ley del Señor dice: «Ofrezcan un par de tórtolas o dos pichones».
Había un hombre en Jerusalén que se llamaba Simeón. Dedicaba su vida a Dios y hacía su voluntad. Vivía esperando el tiempo en que Dios le trajera consuelo a Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había dado a conocer que no moriría sin haber visto al Mesías, a quien el Señor enviaría. El Espíritu hizo ir a Simeón al área del templo. Cuando María y José trajeron al niño Jesús al templo para cumplir la ley, Simeón tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo muera en paz, como lo prometiste. He visto con mis propios ojos cómo nos vas a salvar. Todas las naciones podrán ver ahora cuál es tu plan.
Él será una luz que revelará tu camino a todas las naciones, y traerá honor a tu pueblo Israel».
Los padres de Jesús se asombraron por lo que Simeón decía sobre él. Entonces Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la mamá de Jesús:
—Dios ha elegido a este niño. Por él, en Israel muchos caerán y muchos se levantarán. Él será una señal de Dios que muchos no aceptarán. Sacará a la luz las verdaderas intenciones de muchos, las cuales han estado secretas hasta ahora. También te hará sufrir como si te traspasara una espada.
Había también una profetisa llamada Ana, de la tribu de Aser e hija de Fanuel. Ya era muy anciana. Había quedado viuda después de siete años de casada. De ahí en adelante vivió sola hasta la edad de 84 años. No se alejaba nunca del área del templo. Alababa a Dios día y noche con oración y ayuno. Ana llegaba en ese momento y comenzó a darle gracias a Dios y a hablarles del niño a todos los que estaban esperando la liberación de Jerusalén.
- Lucas 2:22-38, PDT.
“Y tú, oh Belén, en la tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades reinantes[de Judá, porque de ti saldrá un gobernante que será el pastor de mi pueblo Israel«.
– Mateo 2:5-7 (NTV), citando al profeta Miqueas 5:2.
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en densas tinieblas la luz ha resplandecido«.
– Mateo 4:5-7, NVI.
Esteban López


