Abraham era ya mayor y quería que su hijo Isaac se casara, pero no con cualquier mujer, sino con alguien que respetara a Dios. De modo que envió a su siervo a buscar una esposa a la tierra de sus parientes, de sus antepasados, porque así se aseguraba de que era alguien de fe en el Dios verdadero. En aquel entonces era muy común que los padres se preocuparan por hallar un buen cónyuge para sus hijos. En este caso no era suficiente una mujer vecina, por ejemplo, inteligente, atractiva y otras buenas cualidades. No. Debería ser alguien con la sensibilidad espiritual necesaria y un profundo respeto a Dios.
De modo que el siervo de Abraham viajó hasta la tierra de sus antepasados preocupado por si realmente sería posible encontrar la mujer apropiada. El asunto no parecía fácil. De modo que oró a Dios por ayuda y al cabo de un tiempo recibió respuesta. Dios dijo al siervo de Abraham que podría identificar fácilmente a la mujer que sería la esposa de Isaac: sería aquella mujer que le diera de beber a él y a sus camellos al llegar a cierto pozo.
Cuando el siervo de Abraham llegó al pozo junto con sus camellos, vio que llegaba una joven. Se llamaba Rebeca y era efectivamente de la familia de Abraham. El siervo le pidió de beber y ella así lo hizo. Era amable y solícita. Pero no solo eso. También dio de beber a los camellos. Entonces, el siervo de Abraham, sorprendido y embelesado, dio gracias a Dios porque se dio cuenta de que ya había encontrado a la mujer apropiada para su amo. Entonces el siervo explicó con detalle, tanto a ella como a sus padres, por qué estaba allí y todos accedieron a que se fuera de vuelta con él.
Cuando iban llegando, después del viaje de vuelta, y mientras Rebeca iba sentada encima de un camello, ¡mira!, Isaac salió corriendo y vino a encontrarse con ella. Isaac era entonces de unos cuarenta años. Y el relato bíblico sigue diciendo:
«Rebeca era muy hermosa y tenía edad suficiente para estar casada, pero aún era virgen… Entonces Rebeca se cubrió el rostro con el velo, y el siervo le contó a Isaac todo lo que había hecho. Luego Isaac la llevó a la carpa de Sara, su madre, y Rebeca fue su esposa. Él la amó profundamente, y ella fue para él un consuelo especial después de la muerte de su madre». – Génesis 24, NTV.
Esta historia puede ser razón para reflexionar en lo importante que es encontrar un cónyuge apropiado en la vida. Sobre todo cuando se trata de compartir intereses, perspectiva existencial y proyectos de vida juntos. Que ambos tengan a Dios como referencia en sus vidas, no es un aspecto de poca importancia. Porque Dios siempre será razón para el amor y la esperanza, causa de verdadera alegría y cohesión en la relación; será «una cuerda de tres«. Si no es así, como dijo Jesús de Nazaret, hay muchas posibilidades de que «si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá permanecer«(Marcos 3:20, LBA). Sin embargo, en las Escrituras puede encontrarse suficiente exhortación para cuidar de una relación afectiva entre cónyuges.- Véase por ejemplo Efesios 3 y 1 Pedro 5.
Tener a Dios como referencia, también hará que ambos cónyuges luchen sinceramente para que el amor prevalezca sobre las debilidades y errores de cada uno. Nadie es perfecto, de ahí la importancia de mostrar comprensión y compasión cuando uno encuentra razón para sentirse ofendido. Las estadísticas actuales muestran lo poco que duran muchos matrimonios, cómo se rompen con facilidad a la primera de cambio, en lugar de perseverar y regar la relación como se cuida de una flor bella. Quizá por eso en el Escrituras se dice que «Dios odia el divorcio» (Malaquías 2:16); y es que la experiencia muestra que cuando eso se produce, es causa de muchísimo sufrimiento para toda la familia. Sin embargo, hay que reconocer con sinceridad y sentido común que, si la situación es insostenible debido a circunstancias realmente injustas de humillación, violencia, opresión psicológica o infidelidad, una separación a tiempo puede convertirse en toda una liberación refrescante.
Pero siguiendo con nuestra bella historia, con el paso del tiempo, Isaac y Rebeca tuvieron dos hijos: Esaú y Jacob. Jacob fue padre de doce hijos a partir de los cuales surgió la nación de Israel, y una genealogía que habría de llegar hasta el propio Jesucristo. Se mantuvo así firmemente aquella promesa de Dios a Abraham:
«Por medio de tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra.» – Génesis 22:18.
Una historia preciosa, ¿verdad?
Esteban López