
Se dice que una organización es un «grupo de personas y de medios organizados con un fin determinado«. Y no cabe duda de que mucho se ha logrado cuando los hombres han cooperado juntos para conseguir ciertos objetivos, sobre todo cuando esos esfuerzos han repercutido en el bien del hombre mismo. Puede encontrarse organización en el mundo empresarial o laboral, en las asociaciones culturales, en las políticas y en las religiosas. Sin embargo, la experiencia muestra por otro lado que hay ciertos aspectos negativos de las organizaciones que merecen seria reflexión, sobre todo cuando se las ha considerado un fin en sí mismas y no un simple medio para alcanzar algún fin. Si me animé a escribir sobre este tema es porque en demasiadas ocasiones he observado cómo la organización se convierte en el centro absoluto de todo, desplazando muy a menudo a la persona misma.
«El Hombre Organización»
En el año 1956, el sociólogo norteamericano William H. Whyte (1917-1999) publicó un libro intitulado El Hombre Organización. La obra había sido el resultado de entrevistas a varios ejecutivos de las empresas General Electric y Ford, y mostraba con cifras específicas cómo el norteamericano medio había llegado a la conclusión de que cualquier objetivo podría alcanzarse mucho mejor perteneciendo a alguna organización que actuando individualmente, concepto que el mismo autor no compartía. De hecho Whyte opinaba que esto era contrario a los hechos y enumeró varios ejemplos de cómo el trabajo individual y la creatividad pueden producir mejores resultados que los procesos colectivistas. Observó que este sistema conducía a ejecutivos reacios al riesgo que no enfrentaban consecuencias y podían esperar trabajos de por vida siempre que no cometieran errores atroces. También pensaba que todos deberían tener más libertad.
Pero su obra aportaba también razones para la reflexión seria sobre el modo en que la organización podía afectar negativamente en la vida de las personas. Una reseña de la Universidad de México describía así el espíritu del libro:
«Esta obra es, como la alarmante novela de George Orwell, 1984, la descripción de un futuro inmediato, con la diferencia importante de que, mientras Orwell trabaja con la imaginación, Whyte trabaja con datos estadísticos. El autor analiza los valores y tendencias de la sociedad industrializada contemporánea. Aunque sus datos los ha obtenido en los Estados Unidos, cita testimonios de que la situación que describe es común a los países más industrializados. De hecho, basta con enunciar los dos valores principales para reconocerlos como característicos del siglo veinte: a) la comunidad es superior al individuo, y b) todo lo que funciona bien es bueno. Los efectos prácticos de estos valores son el conformismo y la miopía espiritual, y se pueden apreciar en las siguientes tendencias:
Actualmente la gran mayoría de los jóvenes en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, en agudo contraste con la generación anterior, busca la seguridad y huye de la competencia y de la libertad. No desea tomar iniciativas, sino servir a las iniciativas ya tomadas. El grupo ha tomado conciencia de sí mismo como grupo, y tiende a suprimir al que se atreve a disentir de la opinión de la mayoría. Complementariamente, el individuo original tiende a desaparecer. La vida privada del individuo se sacrifica, cada vez más, hasta un punto intolerable a la comunidad, por un mecanismo que no tiene escapes. El individuo no sólo tiene que pensar lo mismo que los demás, tiene que vivir de la misma manera que los demás. Empieza a ser peligroso leer los libros que no lee la mayoría.
Este mundo es un pulpo que crece y absorbe cada vez a más sectores de la sociedad, aun a los «creadores» o sea a los artistas y hombres de ciencia. El panorama es amenazante, sobre todo si nos damos cuenta de que ya nos ha empezado a invadir, y de que son muchas más las fuerzas que hay en su favor que las que se le pueden oponer.
Por todo esto, «El hombre Organización» es un libro importante, muy importante, que, me atrevería a decir, tenemos la obligación moral de conocer. El autor es un observador profundo y autorizado, su pensamiento es claro y lo expresa claramente».
I.F.
Que el autor de la reseña compare la situación social descrita con el mundo de Orwell, sin duda estremece. Porque no estamos hablando de una novela de ciencia ficción sino de la realidad misma. Escojamos algunas expresiones de la reseña sólo a modo de reflexión:
«La comunidad es superior al individuo»
Esta aserción pone a la organización como el centro de todo, no al ser humano. La organización empresarial suele referirse a las personas con el eufemismo «recursos humanos», pero como dice el experto en el mundo de la empresa Tom Peters,
«Hay que enterrar el término recursos humanos. Son personas, no recursos… Las empresas tienen la responsabilidad de contribuir al bienestar humano… las empresas se crearon para aumentar la felicidad de las personas, no para hacer millones. Esto es lo que hace que me levante todas las mañanas de la cama”.- Tom Peter, Factohumá.org
El propósito de la organización suele ser a menudo prevalecer sea como sea, y si tiene que prescindir o «eliminar» a individuos molestos o que constituyan un estorbo a sus intereses no lo dudará ni un momento. De ahí que la experiencia muestre que, tanto en el mundo laboral, como en el político o el religioso, «el que se mueva no sale en la foto«. Quienes defienden ese concepto suelen argüir que eliminar a los elementos molestos o sobrantes es totalmente necesario si es que la organización quiere prevalecer. Sin embargo, el equilibrio de fuerzas en este escenario es muy desigual y será siempre el más débil quien más sufra.
Otro asunto que podría ser motivo de preocupación es que se descarte por método la sabiduría y experiencia que dan los años. En el pasado se respetaba profundamente a los ancianos y se les pedía consejo. Es verdad que las canas no son siempre patrimonio de sabiduría, pero muy a menudo lo son. Sería por tanto un equilibrio necesario: aunar la vitalidad de la juventud con la experiencia que dan los años.
El asunto se complica todavía más en el caso de organizaciones con un fuerte contenido ideológico. Disentir en algo convierte a quien lo haga en un «apestado», en un traidor a la causa. Por ejemplo, el caso de Borís Pasternak (1890-1960), escritor ruso autor del best seller «Doctor Zivago» y Premio Nobel de Literatura en 1958, es muy ilustrativo. Pasternak hizo que el libro se publicara en Occidente sin la autorización del gobierno de la Unión Soviética, en el que daba cuenta del papel de los servicios de inteligencia durante la Revolución de Octubre. El resultado fue que Pasternak fue despreciado y perseguido durante toda su vida. De hecho, en el pleno del Comité Central de la Unión de las Juventudes Comunistas, el 29 de octubre de 1958, su jefe, Vladímir Semichastny, desacreditó a Pasternak delante de 14.000 personas, entre las que se encontraban Jrushchov y otros jefes políticos. Semichastny empezó diciendo que Pasternak era una «oveja sarnosa» que se plegaba a los deseos de los enemigos de la Unión Soviética con «escritos llenos de calumnias».
«Todo lo que funciona bien es bueno«.
Eso suele llevar al inmovilismo, a la falta de iniciativas y al conformismo. Es terror al cambio, a ni siquiera considerar otras posibilidades que podrían aportar una bocanada de aire fresco en su acción y que por tanto se produjera un mayor beneficio para todos. Es «miopía espiritual», tal y como dice la reseña del libro de Whyte. Un hombre de organización, jamás se atreverá a proponer ideas nuevas ni a objetar a las existentes; prefiere la comodidad de lo que ya fue bien establecido por otros. «A mí no me pagan para pensar«, suele ser su argumento.
Las estructuras políticas autoritarias son también una fuente de creación permanente de «hombres organización». Eso pudo verse con claridad tanto en el caso del régimen nacionalsocialista en Alemania como en la Rusia Soviética. En organizaciones políticas así, era posible desarrollar toda una «carrera» dentro de la organización, lo que conllevaba a menudo riqueza y prestigio. Pero el precio a pagar era a menudo elevado pues se requería obediencia total y ciega al líder y tener que obedecer órdenes en ocasiones que significaban un desafío a la propia conciencia. Sin embargo, los «hombres organización» cumplían fielmente las órdenes que recibían. Los campos de concentración y el exterminio de millones de personas inocentes, no hubieran sido posible sin la colaboración y obediencia ciega de miles de leales al régimen.
Un ejemplo que se puede traer a colación tiene que ver con el que fuera ministro de asuntos exteriores nazi entre los años de 1939 al 1945, Joachim von Ribbentrop (1893-1946). Fue el primer dignatario nazi condenado a muerte en los Juicios de Nuremberg. El 16 de octubre de 1946 fue sentenciado a morir en la horca por crímenes de guerra. Ribbentrop había mostrado desde el mismo principio una gran disposición a colaborar con el partido nazi y a labrarse una «carrera» dentro de su organización. Acabó aceptando todos los postulados nazis a pesar de que anteriormente nunca había mostrado ideología política alguna ni ninguna clase de antisemitismo. Pero él mismo confesó lo atraído que se sentía con Hitler:
«Estaba realmente bajo el hechizo de Hitler, eso no puede negarse. Me impresionó desde el primer momento en que me encontré con él, en 1932. Tenía un poder terrorífico, especialmente en sus ojos… Hitler siempre, hasta el final, e incluso ahora, ejerció una extraña fascinación sobre mí. ¿Podrían llamarme anormal por ello? A veces, en su presencia, cuando hablaba de todos su planes, de las cosas buenas que haría por el Volk, vacaciones, autovías, nuevos edificios, ventajas culturales y esas cosas, se me escapaban las lágrimas de los ojos. ¿Podría ser porque soy un hombre histéricamente débil?“– A Leon Goldensohn,»Entrevistas de Núremberg».
«Estaba interesado, diría, únicamente en su reputación personal con Hitler. Pasaba horas y días redactando cartas de protesta sobre las interferencias de Goebbels en sus asuntos, simplemente porque estaba celoso de su prestigio. Ribbentrop tenía un deseo anormal de rango y posición. Quería influencia personal y buena reputación con Hitler. No quería que nadie estuviera más cerca de Hitler que él. En eso era diferente a Himmler, que, estoy convencido, quería el poder militar. Ribbentrop quería satisfacer su propia vanidad. Es un hombre muy superficial. – Paul O. Schmidt a Leon Goldensohn, 13 de marzo de 1946.
No cabe duda de que Ribbentrop había sido todo un «hombre organización» y que había entregado toda su vida a una causa que al final resultó ser de las más perversas. La experiencia muestra que, bajo determinadas circunstancias y el debido adoctrinamiento, personas normales y ejemplares padres de familia pueden participar y colaborar activamente en organizaciones totalitarias o sectarias, sean políticas o religiosas.
En el campo de la religión
Las organizaciones religiosas fundamentalistas con una fuerte estructura jerárquica y autoritaria suelen ser también un nido de «hombres organización». Hay organizaciones religiosas en las que es posible tener una «carrera» de servicio en ellas. Una vez que se han aceptado todos los postulados ideológicos de la organización, una vez que la persona los ha hecho completamente suyos en su interior, los defenderá a capa y espada sin hacer demasiadas preguntas. La simple sospecha de que algo no esté bien o que simplemente no esté en armonía con la verdad, se descarta automáticamente. Y mucho más será así en el caso de quienes colaboren estrechamente con sus líderes y dependan económicamente de ellos por estar dedicados a «tiempo completo». El deseo de prestigio dentro de la organización hace que quienes tienen menos escrúpulos procuren alcanzar los mejores puestos de autoridad a costa de otros. Como sucede en cualquier organización de carácter humano, sea política, social o empresarial, las envidias y las luchas internas por sobresalir son el pan de cada día.
Por otro lado, la presión social interna suele hacer que se vigilen unos a otros para ver si se guarda la ortodoxia. Como dice la reseña al libro de Whyte,
«El grupo ha tomado conciencia de sí mismo como grupo, y tiende a suprimir al que se atreve a disentir de la opinión de la mayoría. Complementariamente, el individuo original tiende a desaparecer. La vida privada del individuo se sacrifica, cada vez más, hasta un punto intolerable a la comunidad, por un mecanismo que no tiene escapes. El individuo no sólo tiene que pensar lo mismo que los demás, tiene que vivir de la misma manera que los demás. Empieza a ser peligroso leer los libros que no lee la mayoría».
De hecho se avisa internamente sobre todo a que no se lea información de anteriores miembros aunque se trate de crítica constructiva. Se suele pedir lealtad al líder fundador o al cuerpo actual de gobierno. Con adoctrinamiento repetitivo y constante suele inculcarse, explícita o implícitamente, que «fuera de la organización no hay salvación«. Y si alguien debido a investigación personal hace preguntas que comprometan seriamente la credibilidad de los líderes o algunas de sus políticas doctrinales, primero se le avisa y si no rectifica se le hace un juicio privado y sin testigos (diferente a las sociedades democráticas), y finalmente es marginado o expulsado de la organización aunque haya invertido buena parte de su vida en apoyarla. Dependiendo del carácter totalitario de la organización, la expulsión o marginación del disidente suele traducirse en un cese total de relación con él por parte de amigos y familiares que pertenezcan a aquella. En estos casos, la organización siempre es superior al individuo. Si llega el caso, a éste se le tratará sólo como a un frío número, y poco importará toda la labor anterior realizada.
En el campo de la religión, el problema viene cuando la organización o sus líderes se colocan en el lugar de Dios. Cuando la organización dice algo, debe aceptarse como si viniera de Dios mismo. El hombre organización siempre aceptará eso sin rechistar y entregará su vida entera a la causa. Al disidente en cambio se le condenará al oprobio eterno. El adoctrinamiento interno siempre se asegurará de transmitir la idea de que cuando la «iglesia» o la «organización» dice algo, es como si Dios mismo lo dijera. Para liberarse de eso es imprescindible deslindar los conceptos «Dios» de «organización» o «iglesia» como institución.
¿Organización o Evangelio?
Hay que ser sinceros y reconocer que si nos remitimos al Evangelio, ni la palabra «organización» ni la idea de jerarquía aparecen allí. La comunidad de creyentes tenía una relación como de familia y se servían y ayudaban unos a otros. El respeto se ganaba no por un cargo de mando asignado, no por haber sido declarado «santo» por otros hombres, sino por la sabiduría y cualidades espirituales de la persona. Expresiones como «obispo» o «anciano» hacían referencia sólo a asignaciones de servicio a los demás, no a nombramientos de autoridad. Sin embargo, la organización ha incorporado expresiones aplicadas a ciertas personas que ni siquiera aparecen en las Escrituras o que sólo se aplican a Dios, como por ejemplo, «santo», «santísimo», «reverendo», «reverendísimo», «padre», «santo padre», etc. Sin embargo, en palabras de Jesús de Nazaret,
«Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos«.- Mat. 20:25-28, Nueva Versión Internacional).
Queda claro también que la autoridad espiritual sobre los cristianos no se ha concedido a una organización jerárquica dirigida por hombres, sino a Jesucristo mismo:
«Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mat. 28:18, NBLA).
Dios no habla hoy día a través de algún profeta, de algún papa o de alguna organización religiosa concreta. Ya ha hablado desde hace tiempo a través de Cristo Jesús. Tanto su obra como el espíritu de sus enseñanzas pueden leerse y meditarse en los Evangelios. Nada más fácil. Como indica el libro de Hebreos:
«Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas. Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de su Hijo. Dios le prometió todo al Hijo como herencia y, mediante el Hijo, creó el universo. El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra. Después de habernos limpiado de nuestros pecados, se sentó en el lugar de honor, a la derecha del majestuoso Dios en el cielo. Esto demuestra que el Hijo es muy superior a los ángeles, así como el nombre que Dios le dio es superior al nombre de ellos«.- Hebreos 1:1-4, NTV.
De modo que pertenecer a una organización es una decisión personal. Quizá podría compararse a vivir en una gran ciudad, donde hay muchas ventajas. Pero considerando lo que muestra la experiencia y sus aspectos negativos, nada extraño es que muchas personas prefieran permanecer en el campo, viviendo en tiendas de campaña
Esteban López
Las ideas mantienen su actualidad, pese al paso de los años, salvo tal vez «todo lo que funciona bien es bueno». Creo que es incompleta, simplificadora y que se ha luchado contra su tendencia a la inmovilidad.
En el aspecto moral, que no se trata, es evidentemente falsa. La ética empresarial debe estar presente, y no sé hasta que punto lo está en la actualidad.
En cuanto a la pérdida de iniciativa, innovación, … creo que es una tendencia que pervive, pero que en la práctica de la gestión empresarial, al menos a nivel alto o de excelencia, se tiene muy en cuenta. Porque «lo que funciona» hoy, tiene los días contados. Seguro que en pocos años está obsoleta. El mundo técnico va a velocidad de vértigo, y las empresas exitosas son las que logran anticipar, aunque sea por poco, el siguiente movimiento. O si ya se ha producido el cambio, identificarlo, y si conviene, subirse a él con rapidez.
Magníficas reflexiones del autor
Un saludo
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Muchas gracias, Joaquín, por escribir y por tus buenas reflexiones. Un saludo afectuoso.
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