Karl Rahner solía decir que ‘el hombre se tomará siempre a sí mismo lo suficientemente en serio como para no renunciar a un futuro absoluto’. Quizá la desgarrada lucha interna manifiesta en la obra del escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936) sea un buen ejemplo de eso.
Miguel de Unamuno nació en Bilbao en 1864. Estudió Filosofía y Letras en Madrid, donde obtuvo el doctorado con una tesis sobre el pueblo vasco. En 1891, obtiene la cátedra de Griego en la universidad de Salamanca, ciudad en la que vivirá el resto de su vida. Fue una de las figuras más representativas de la Generación del 98.
Llegó a estar muy comprometido en política y en varias ocasiones sufrió bastante por ello. Le tocó vivir en una España convulsa y enfrentada por diferencias ideológicas. Aunque en un primer momento apoyó la insurrección militar que llevó a la guerra civil española, después se arrepintió y retractó públicamente.
Miguel de Unamuno pronunció el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en medio de un episodio de gran exaltación política, unas palabras que muestran su deseo de concordia entre todos los españoles y su oposición a la violencia:
«En este torbellino de locura colectiva falta imponer una paz verdadera de convencimiento, pues no se oyen, sino voces de odio y ninguna de compasión. Ni siquiera por parte de las mujeres. Lo mismo que las rojas hacen alarde de todos los crímenes y maldades, hay también unas que se regodean entre nosotros con el espectáculo de los fusilamientos. Vencer no es convencer; conquistar no es convertir. Y eso que algunos llaman sin ningún fundamento la anti-España es tan España como la otra. Y el mayor peligro es que la ramplonería iguale a los dos bandos. Para mí es tan español como nosotros el filipino Rizal, que se despidió del mundo en español». – ABC, 23/10/2020.
Siempre fue alguien muy querido y respetado a pesar de algunas incongruencias. Miguel era así, visceral y lleno de sentimientos encontrados. Pero hay que decir también que la España de entonces facilitaba mucho las cosas para que se fuera así. Murió finalmente en su domicilio de Salamanca el 31 de diciembre de 1936.
Deseo de trascendencia
Pero su gran preocupación fue siempre la filosofía y el deseo de trascendencia y eternidad que como pensador serio le consumía todo el tiempo. No comprendía ese ir y venir de seres humanos por la existencia. «No me resigno a nuestro trabajado linaje humano se reduzca a una fatídica procesión de fantasmas que van de la nada a la nada«, decía. Pero por otro lado sentía la eternidad de llevar una vida buena cuando dijo, «obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir».- Palomo Trigueros (2013), p. 212.
Unamuno veía también una estrecha relación entre filosofía y religión, y en ese sentido escribió:
«Filosofía y religión son enemigas entre sí y, por ser enemigas, se necesitan una a otra. Ni hay religión sin alguna base filosófica ni filosofía sin raíces religiosas; cada una vive de su contraria. La historia de la filosofía es, en rigor, una historia de la religión«.
En su obra Historia de la filosofía (1941), Julián Marías escribe sobre Unamuno:
«No se lo puede considerar como un filósofo en sentido estricto; y sin embargo es extremado el interés que tiene para la filosofía. Su obra y su propia figura personal constituyen, en rigor, un problema filosófico… Unamuno, que siente vivamente el problema filosófico, centra su actividad intelectual y literaria íntregra en lo que llama «la única cuestión«: la inmortalidad personal del hombre concreto, que vive y muere y no quiere morir del todo… Como Kierkegaard, como William James, como Bergson, cree que la razón no sirve para conocer la vida; que al intentar aprehenderla en conceptos fijos y rígidos la despoja de su fluidez temporal, la mata… Unamuno es un efectivo precursor, con personalidad propia, de la metafísica de la existencia o de la vida».
–Historia de la filosofía, Madrid 1941, Alianza Editorial.
Se suele decir también de Unamuno que era de fuerte personalidad y a veces contradictorio. Pero en 1897 Miguel llega a tener una profunda crisis personal que hace que profundice mucho más en asuntos religiosos. En cierta ocasión recibió una carta en la que un amigo le preguntaba sobre qué razón podría haber para que el insignificante ser humano pudiera creer, en su orgullo insensato, que le está reservado un más allá. La respuesta de Unamuno fue la siguiente:
«No veo orgullo, ni sano ni insano. Yo no digo que merezcamos un más allá ni que la lógica nos lo muestre; digo que lo necesito, merézcalo o no. Y nada más. Digo que lo que me pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es igual todo. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ella ni hay alegría de vivir, ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómo esto de decir: ‘¡Hay que vivir!’, ‘¡Hay que contentarse con la vida!’ ¿Y los que no nos contentamos con ella?»
Y con la sinceridad que le caracterizaba, en las siguientes palabras expresa cuál llegó a ser su principal propósito en la vida:
«Mi religión es buscar la religión en la vida y la vida en la verdad, aún a sabiendas que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde romper el alba hasta la noche, como dice que con él luchó Jacob… Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me rebela por vía cordial en el Evangelio y a través de Cristo y de la historia… y me pasaré la vida luchando con el misterio, porque esa lucha es mi alimento y mi consuelo«. – Miguel de Unamuno, «Mi religión y otros ensayos breves», Espasa Calpe, Madrid 1942, pp. 10-11.
También, en un lugar de su diario inédito, Unamuno escribe:
«Felices aquellos cuyos días son todos iguales. Han vencido al tiempo y viven sobre él y no sujetos a él. Se acuestan tranquilos esperando un nuevo día, y se levantan alegres a vivirlo. Rara vez se forman idea de su Señor, porque viven en él, y no lo piensan, sino que lo viven. Viven a Dios, que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo. Su oración es algo que no destaca ni se separa de sus demás actos, porque toda su vida es oración».
La preocupación por la religión surgió del interés de Unamuno por la muerte y el más allá. Para Unamuno la Naturaleza no obra en balde: si en el hombre existen deseos de eternidad, tales deseos tienen que tener respuesta. El hombre necesita que exista un Dios que garantice su perdurabilidad más allá de la muerte. Por eso escribe:
«Creer en Dios es anhelar que le haya y es, además, conducirse como si le hubiera; es vivir de ese anhelo y hacer de él nuestro resorte de acción. De ese anhelo o hambre de divinidad surge la esperanza…»
Miguel no aceptaba que el sepulcro tuviera la última palabra y consideraba que morir era un poco ‘no morirse del todo’, como un pacto con Dios más allá de la muerte. Por eso, en su humilde nicho de la ciudad de Salamanca, pueden leerse los siguientes versos:
«Méteme Padre eterno en tu pecho misterioso hogar, dormiré tranquilo pues vengo
deshecho del duro bregar».
Bibliografía: Del sentimiento trágico de la vida, Espasa Calpe, Madrid, 1967.
En sus propias palabras
«La inmortalidad del alma,… es un dogma filosófico pagano».- La agonía del cristianismo.
«Los jesuitas… nos vienen con la cantinela esa del reinado social de Jesucristo, y con ese criterio político quieren tratar los problemas políticos y los económico-sociales… El Cristo nada tiene que ver ni con el socialismo ni con la propiedad privada…. Él dijo que su reino no era de este mundo«.
«Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después porque se me revela por vía cordial… Y me pasaré la vida luchando con el misterio».- Del sentimiento trágico de la vida, 1983, pág.107.
«El cristianismo es apolítico«.- Del sentimiento trágico de la vida, 1983, pág. 416.
«El nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia».- Tierra de nadie: para una educación y una sociedad internacionalista.
«En este libro tan profundamente anticristiano (Maurras, Charles. Enquête sur la monarchie. Les Écrivains de la renaissance française), leí aquello del programa de 1903 de la Action Francaise que «un verdadero nacionalista pone la patria ante todo y, por ende, concibe, trata y resuelve todas las cuestiones políticas en su relación con el interés nacional». Al leer lo cual me acordé de aquello de «mi reino no es de este mundo», y pensé que para un verdadero cristiano —si es que un verdadero cristiano es posible en la vida civil— toda cuestión política o lo que sea, debe concebirse, tratarse o resolverse en su relación con el interés individual de la salvación eterna, de la eternidad. ¿Y si perece la patria? La patria de un cristiano no es de este mundo. Un cristiano debe sacrificar la patria a la verdad«.
«La opresión, una mentecatada. Hablar de nacionalidades oprimidas —perdonadme la fuerza, la dureza de la expresión— es sencillamente una mentecatada; no ha habido nunca semejante opresión, y lo demás es envenenar la Historia y falsearla«.- Torrealdai, Joan Mari. El libro negro del euskera. Editorial Ttarttalo, 1998.
«¿Racionalizar la fe? Quise hacerme dueño y no esclavo de ella, y así llegué a la esclavitud en vez de llegar a la libertad en Cristo«.
«Todo acto de bondad es una demostración de poderío».
«Jesucristo creía acaso en la resurrección de la carne, a la manera judaica, no en la inmortalidad del alma, a la manera platónica [griega] y en su segunda venida al mundo. Las pruebas de esto pueden verse en cualquier libro de exégesis honrada».- Del sentimiento trágico de la vida, 1983, pág. 379.
«Y el Cristo dijo: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen», y no hay hombre que sepa lo que se hace. Pero ha sido menester convertir a la religión, a beneficio del orden social, en policía, y de ahí el infierno«.- Del sentimiento trágico de la vida, capítulo 4.
«Yo no aseguro ni puedo asegurar que hay otra vida; no estoy convencido de que la haya; pero no me cabe en la cabeza que un hombre de verdad no sólo se resigne a gozar más que de esta vida, sino que renuncie a la otra, y hasta la rechace«.- Ponce, Fernando. Aventura y destino de Valle Inclán. Editorial Ed. Marte, 1969, p. 70.
«Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da«.- Unamuno, Miguel de. Ensayos, volumen 7, p. 39. Editor Est. tip. de Fortanet, 1918.
«El que tiene fe en sí mismo no necesita que los demás crean en él«.- Del sentimiento trágico de la vida, Palomo Trigueros, 1983, pág. 80.
Esteban López