Veredicto final

Dice Immanuel Kant que el ser humano no es simplemente un medio sino un fin en sí mismo, y por ello merecedor de que se reconozca su dignidad intrínseca. De ahí que el Derecho, en su fundamentación ética, deba lograr justicia y equidad cuando un ser humano sufre algún perjuicio, daño o lesión y se vulneran así sus derechos básicos.

El llamado derecho de daños contempla la posibilidad de que se indemnice a quien lo haya sufrido. Es un derecho subjetivo porque corresponde a la persona misma. Que se repare el daño producido es propio en justicia («dar a cada uno lo suyo«-Ulpiano), pero como señala Jacques Maritain, la verdadera justicia, diferente a la mera legalidad, está unida también al amor al prójimo. El siguiente ejemplo basado en un interesantísimo filme no demasiado conocido podrá ilustrar lo que se quiere decir.

Veredicto final

El filme Veredicto final (The Verdict, 1982) es un drama judicial basado en la novela del abogado de Boston, Barry Reed, con guión del reconocido David Mamet y está dirigida por Sidney LumetDoce hombres sin piedad«, 1957). Se trata de un caso judicial que denuncia la corrupción latente dentro del sistema judicial estadounidense.

La historia tiene que ver con Frank Galvin, un abogado alcohólico de Boston que intenta redimir su reputación profesional y personal ganando un complicado caso de negligencia médica. De hecho, podría decirse que es el pleito más importante de su carrera después de pasar dos años en la desesperanza y sumido en el alcoholismo. El caso que debe afrontar tiene que ver con una mujer joven que, al ir a dar a luz, recibe una excesiva carga de anestesia y ahora se encuentra en estado de coma. El hospital y la Iglesia que lo regenta intentan sobornar a Frank, porque es más que obvio que se trata de un grave caso de negligencia y saben muy bien que supondría ante la opinión pública un enorme desprestigio.

El punto de inflexión en la posición de Galvin es cuando va al hospital y fotografía a Deborah Ann Kaye, la pobre mujer convertida en carne casi sin vida y ayudada por un respirador artificial, para intentar subir algo la cifra de un acuerdo en el que supuestamente todos deberían quedar satisfechos. Con su cámara Polaroid, Frank saca dos instantáneas del cuerpo yacente y a la tercera de pronto ve, a través del visor de la cámara algo que lo transforma absolutamente: un ser humano sufriente cuya dignidad ha sido mancillada por culpa de quienes ahora desean que el asunto se olvide fácilmente. Lo que siente en ese momento es como un rayo de luz que le produce una enorme compasión y pleno entendimiento; es en ese mismo momento que Galvin, profundamente afectado e involucrado emocionalmente con la víctima, decide no aceptar un dinero sucio e inmoral, proponiéndose hacer verdadera justicia y llevar a juicio a la archidiócesis y al médico de su hospital que dejó así a esta mujer a las puertas de la muerte.

Frank decide entonces jugarse el todo por el todo al notar detalles que parecen de todo menos «trigo limpio». Sin embargo, su profesionalidad y altura moral le ayudarán a salir de su propia situación anímica y de ese terrible absurdo. Aunque sabe muy bien que el caso es un «David contra Goliat», Galvin siente que su vida empieza de nuevo, que de alguna forma resucita y que, al aceptar el caso con valentía, riesgo y dignidad, deja de ser un simple ‘desecho humano’ que está sumido en el alcoholismo. Y es que al fin al cabo la película va de eso, de redención, de la oveja perdida, del hijo pródigo, de la fe en última instancia, la que se abre camino a pesar de todo, ya que como dice Frank en el alegato final «actúa como si tuvieras fe y la fe te será dada». Y eso a pesar de que el juez está manifiestamente en contra de él; es un juez oscuro, nada imparcial; no está de acuerdo con que se celebre el juicio y no piensa en absoluto ser ecuánime, algo profundamente triste cuando se espera que todo juez tiene la obligación moral de siempre procurar equidad.

Después de que una testigo de última hora ratificara con su testimonio que efectivamente había tenido lugar una terrible negligencia, Frank pronuncia su alegato final ante el tribunal:

«¿Deben ganar siempre los ricos y perder los pobres e indefensos?… hoy ustedes son la ley y también son como una plegariaEn mi religión se dice, ‘actúa como si tuvieras fe y la fe te será dada’. Si vamos a tener fe en la justicia, tan solo hemos de tener fe en nosotros mismos y actuar con justicia. Y yo creo que hay justicia en nuestros corazones«.

Finalmente el jurado da su veredicto. Ha entendido la importancia de que se haga verdadera justicia a una mujer inocente y hace que se indemnice a la familia con mucho más de lo que se esperaba. Es cuando se produce algo así, cuando se gana un juicio y hasta cierto grado se repara el daño que ha recibido un inocente, que los abogados suelen decir «Dios existe«.

La fotografía del filme es de aire clásico, inspirada en el claroscuro de Caravaggio. El film tuvo 5 nominaciones al Oscar, en las principales categorías. Lumet, que en esta película utilizó los silencios de forma tan elocuente como los diálogos, contó con un espléndido reparto en el que destacan James Mason, Charlotte Rampling y un impresionante Paul Newman, quien consiguió por su interpretación la séptima nominación al Oscar de su carrera, aunque finalmente no lo obtuviera y nadie se explica por qué. Llama la atención también la entrañable actuación de Jack Warden como amigo leal de Galvin y que le ayuda a salir de su pozo profundo existencial. Recuerdan muy bien las palabras «En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia» (Proverbios 17:17, VV). 

Un film absolutamente recomendado para entender muy bien cuando Aristóteles dice que la justicia es ‘la más sobresaliente de las virtudes‘.

Esteban López

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