Conrad Schumann, soldado de la Alemania oriental, escapa saltando los alambres del Muro de Berlín que empezaba ya a construirse en 1961 dividiendo a la población en dos. Una imagen que ilustra muy bien cuánto valoramos la libertad. Y es que hay palabras que solo pronunciarlas transmiten una sensación agradable y positiva. Sobre todo por el propio significado que poseen o por el espíritu que transmiten. Y parece que eso es así en todos los idiomas. Es lo que suele ocurrir, por ejemplo, cuando se pronuncia en español la palabra libertad. Quizá sean pocas las palabras que representen tan bien lo que siempre ha sido uno de los más profundos anhelos del ser humano: ser y sentirse libre.
Desde el mismo comienzo de la vida deseamos ser libres. Cuando se intenta, por ejemplo, sujetar con fuerza para que no se mueva a un niño de año o año y medio, puede observarse cómo éste lucha con todas sus fuerzas por liberarse, aunque al final quede completamente extenuado. Y es que no soporta sentirse sujeto de ningún modo; y así seguirá siendo a lo largo de toda su vida.
La libertad como ideal siempre se valora, aunque hay que reconocer que la libertad de acción real siempre es relativa, tiene sus propios límites; es verdad que tenemos libertad, por ejemplo, para lanzarnos al vacío desde un edificio alto y sin paracaídas, pero es obvio que las consecuencias serían nefastas para nosotros mismos. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con las libertades cívicas. Tienen también sus propios límites, tal y como se indica en el Artículo 29.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
«En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática».
La expresión libertad abunda en infinidad de escritos filosóficos, declaraciones de derechos o canciones populares. Solo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos esa expresión aparece veintiuna veces. En ella se refleja,
- la libertad como ideal a alcanzar (Artículo 3)
- libertad de pensamiento, de conciencia y de religión (Artículo 18)
- libertad de cambiar de religión o de creencia (Artículo 18)
- libertad de manifestar la religión o creencias propias (Artículo 18)
- libertad de opinión y de expresión (Artículo 19)
- libertad de reunión y de asociación pacíficas (Artículo 20)
- libertad de voto (Artículo 21.3)
En el ámbito de la convivencia con otros, es bien conocido el dicho de que «mi libertad acaba donde empieza la de los demás, por lo que indefectiblemente ese ejercicio de libertad incluye también los deberes y las obligaciones que tenemos para con otras personas.
En muchos códigos penales se contempla la privación de libertad o penas de cárcel para ciertas infracciones de la ley. Solo quien haya pasado alguna vez por prisión puede entender realmente lo que se siente cuando no se tiene libertad de movimiento o se está permanentemente recluido. Por ejemplo, las condiciones de los presos eran tan nefastas antes del siglo XVIII, que el jurista italiano Cesare Beccaria (1738-1734) se vio impulsado a escribir su famoso tratado De los Delitos y las Penas, el cual proporcionó guía jurídica para los códigos penales de muchas naciones europeas y americanas. Con ello apeló a una mayor humanidad en el trato de los presos, a evitar la tortura y a la necesidad de proporcionalidad entre los delitos y las penas.
Por otro lado, hay que reconocer que nuestro grado de libertad está muy a menudo condicionado por nuestras propias circunstancias. Quizá por eso Ortega y Gasset dijo aquello de que «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Ni que decir tiene que, dependiendo de las circunstancias personales de cada uno, el campo de acción en libertad podrá ser muy diferente. Por otro lado, cuanto menor sea el grado de interferencia de otros humanos o de instituciones, mayor será el sentido de libertad que uno tenga.
Sin embargo, sentirse libre no depende siempre del lugar donde se esté, sino que es más bien una cualidad del interior del corazón. Porque incluso personas que sufrieron privación de libertad en campos de concentración y en las condiciones más adversas, confiesan haber disfrutado de plena paz y libertad en su interior.
En el cristianismo, también la libertad es un don muy apreciado. «Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud«, dice Pablo de Tarso (Gál. 5:1, BA). Sin embargo, la libertad cristiana, aunque no depende de preceptos o de ley escrita alguna, también significa responsabilidad; y es que la conciencia se convierte en el principal juez personal de uno a la espera de que al final sea Dios mismo el que juzgue todo. Por otro lado, en el Evangelio se muestra que la verdadera libertad del ser humano tendrá lugar solo cuando el Reino de Dios alcance su plena realización y «Dios sea todas las cosas en todos». Solo será entonces cuando hombre alcance su plena trascendencia en eternidad.
Isaiah Berlin (1909-1997), fue un pensador que en su juventud llegó a conocer muy bien la falta de libertad y represión en la Rusia comunista, hecho que le obligó a salir de su patria junto a su familia y a exiliarse en Inglaterra. Su experiencia vital hizo que siempre huyera de toda clase de totalitarismo, tanto del comunismo como del fascismo. Se oponía además con vehemencia a quienes tenían respuestas para todo.
En su obra “Cuatro ensayos sobre la libertad” (1969), Berlin afirma la necesidad de que el hombre, para ser feliz, necesita una parcela privada de libertad en su vida donde pueda sentirse en paz; un espacio sin injerencias de nadie en absoluto. Es lo que él llama «libertad negativa«. Esta clase de libertad, afirma, ese deseo de que nadie se inmiscuya en nuestra soledad es relativamente nueva, propia de nuestra civilización, ya que no existía en tiempos anteriores. Por otro lado, la llamada «libertad positiva» tiene que ver con el deseo de la persona de ser dueña de sí misma, y de tener su propia autonomía. ‘Ser libre para poder hacer algo‘ sin que ello dependa de fuerzas externas que lo impidan. Es en esa misma obra, que Berlin hace una definición interesante sobre la libertad:
«El sentido positivo de la palabra libertad se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mis propios actos voluntarios y no de los de otros hombres. Quiero ser un sujeto y no un objeto; quiero persuadirme por razones, por propósitos conscientes míos y no por causas que me afecten, por así decirlo, desde fuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser accionado por una naturaleza externa o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de jugar mi papel como humano, esto es, concebir y realizar fines y conductas propias. Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando afirmo que soy racional y que mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo. Sobre todo, quiero tener conciencia de mí mismo como un ser activo que piensa y quiere, que es responsable de sus propias elecciones y es capaz de explicarlas por referencia a sus ideas y propósitos propios. Me siento libre en la medida en que creo esto cierto y me siento esclavo en la medida en que me doy cuenta de que no lo es».
– Isaiah Berlin (1909-1997), «Sobre la libertad«, p.217, basado en su obra «Cuatro ensayos sobre libertad» (1969).
La historia humana está llena de episodios que ilustran muy bien el deseo del ser humano por ser libre. Sólo a modo de ejemplo podríamos citar a la activista británica por el derecho al voto de la mujer, Emmeline Pankhurst. En la foto de al lado se muestra cuando está siendo arrestada en Londres en 1914. Estuvo en prisión varias veces, pero para cuando murió en 1928, ya había logrado que se reconociera el derecho al voto de la mujer en el Reino Unido. Una vez más: la lucha y el deseo del ser humano por su libertad.
O también podría ser un ejemplo el esclavo tracio Espartaco (113 a. C – 71 a. C.) Éste había sido sentenciado a trabajos forzados y esclavizado de por vida. Sin embargo, en el año 73 antes de Cristo, encabezó una rebelión tan importante contra el Imperio Romano que lo puso realmente en jaque. Se dice que era un hombre culto, inteligente y justo. ¿Puede alguien imaginar cómo puede sentirse alguien con esas cualidades en un estado permanente de opresión y esclavitud? Al final es verdad que su insurrección por la abolición de la esclavitud fue aplastada por las legiones romanas. Pero en adelante ya nada sería lo mismo. Solo en Italia, Roma perdió la mano de obra de más de cien mil esclavos. Como consecuencia se produjo una grave crisis agropecuaria. Todo se trastocó lo suficiente como para que al final, todo un imperio, «el Imperio de Hierro«, se desmoronara completamente.
Y es que amamos profundamente la libertad. Fuimos hechos para ser y sentirnos completamente libres.
Esteban López
Navegamos en una vasta esfera, siempre flotando en la incertidumbre, arrastrados de un lado a otro. Cuando creemos estar anclado en algún lugar, éste se agita y nos abandona y si lo perseguimos, desde nuestro acoso, se desliza y desaparece para siempre.
¿No ocurre esto con la Libertad en este mundo globalizado e imperfecto?
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Creo que tienes mucha razón. En la realidad, las cosas son como son. Pero por otro lado, ¿por qué renunciar a unos mínimos? ¿podríamos vivir sin luchar por la utopía?
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