Al australiano Morris West (1916-1999) se le considera el escritor con más éxito en toda la historia literaria de Australia, con 60 millones de ejemplares vendidos y más de treinta libros publicados. Escribió «Las sandalias del pescador» en 1963, en pleno Concilio Vaticano II, un concilio que estaba siendo seguido con mucho interés y esperanza por millones de católicos en todo el mundo. West manifestó siempre un gran interés y pasión por la relación ciencia-religión y religión-violencia, temas frecuentes en todas sus obras. De hecho siempre se identificó con el filósofo, poeta y astrónomo Giordiano Bruno, quemado en la hoguera por la Inquisición en el año 1600.
En cierta ocasión y a poco de que el Concilio Vaticano II concluyera, Morris West se entrevistó con Hans Küng debido al deseo de ambos de que se llevaran cambios significativos en la Iglesia Católica. Incluso hablaron de la posibilidad de llevar la experiencia de Hans Küng al cine, invitación que éste último declinó.
Las Sandalias del Pescador se llevó al cine en 1968. Es pura ficción porque es la historia de un Papa que nunca ha existido. Sin embargo, Morris West ya anticipó en su libro la elección de un papa eslavo, 15 años antes de la asunción de Karol Wojtyła como Juan Pablo II. El film trata del sacerdote ucraniano Kiril Lakota (Anthony Quinn), que después de pasar veinte años en un campo de trabajos forzados en Siberia, es liberado sorpresivamente por el presidente Piotr Ilyich Kamenev (Laurence Olivier), quien había sido su carcelero 20 años atrás. Por decisión de las autoridades rusas, Lakota es enviado al Vaticano como asesor. Una vez en Roma, el Papa Pío XIII (John Gielgud), que está gravemente enfermo, le nombra cardenal. Mientras, el mundo vive en un estado permanente de crisis, con la Guerra Fría como telón de fondo.
Pierre Teilhard de Chardin
El film tiene momentos sumamente inspiradores en lo que destaca sobre todo sus cuidados e interesantes diálogos. Llama la atención el excelente papel del actor austríaco Oskar Werner (1922-1984), quien interpreta de forma convincente a un sacerdote residente en el Vaticano que escribe obras críticas sobre la fe católica y por las que debe responder ante una comisión investigadora, personaje en el que muchos identifican claramente al sacerdote jesuita y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), cuya obra ha sido también criticada por buena parte de la ortodoxia religiosa e ignorada incluso por la ciencia. En 1926 Pierre de Chardin había perdido su cátedra en el Institut Catholique perseguido por la Inquisición Romana, y no llegaría a ver ninguna de sus obras publicadas mientras viviera. Al final sería desterrado a algún lugar del estado de Nueva York.
No es que yo comparta todo lo que escribió Pierre Teilhard de Chardin. Si le recuerdo aquí es por cierta afinidad y empatía, ya que yo mismo en un entorno autoritario diferente, también sufrí el frío acero de un juicio ‘eclesiástico’ así como la desafección por parte de miembros de mi propia familia y de amigos que yo creía que eran ‘de toda la vida’.
Quizá la siguiente anécdota ilustre muy bien la extrema soledad a la que se suele recluir a los pensadores heterodoxos, aunque muy a menudo la historia muestre que la heterodoxia de hoy puede convertirse muy bien en la ortodoxia del mañana:
Pierre Teilhard de Chardin había fallecido de 1955 en Nueva York. Años después, el teólogo católico Hans Küng explica que viajó a esa ciudad y se interesó por encontrar su tumba situada a unos 160 kms de la ciudad. Sin embargo, no le fue nada fácil el encontrarla. Poco antes de morir Teilhard de Chardin le había expresado a un amigo que ‘si tengo que morir, me gustaría mucho que fuera el Domingo de Resurrección’. Y así fue, en ese mismo día falleció. Sin embargo, desde una perspectiva humana y meramente compasiva es triste saber que solo asistió una sola persona a su funeral. Casi habían logrado borrar su recuerdo. “Damnatio memoriae”, borrar el recuerdo, una vieja costumbre romana imitada muy bien también por otros grupos ‘cristianos’ de cariz autoritario.
Años después sin embargo, buena parte de su obra se empezó a comprender un poco más. Había tenido muchas críticas y seguía siendo heterodoxa, pero en algunos aspectos no tanto. Por ejemplo, en 1981, el cardenal Agostino Casaroli, en nombre de Juan Pablo II, escribió en la primera página del periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano:
«Lo que nuestros contemporáneos, sin duda, recordarán (del padre Teilhard de Chardin) más allá de las dificultades de concepción y deficiencias de expresión en este audaz intento de llegar a una síntesis, es el testimonio de la vida coherente de un hombre poseído por Cristo en lo más profundo de su alma. Estaba preocupado por honrar tanto la fe como la razón, y anticipó la respuesta al llamamiento de Juan Pablo II: «No tengáis miedo, abrid, abrid de par en par las puertas de los inmensos ámbitos de la cultura, la civilización y el progreso a Cristo«.
El papa Paulo VI en un discurso sobre la relación entre fe y ciencia se refiere a Teilhard como un científico que pudo ‘encontrar el espíritu‘, de manera que su explicación del universo manifiesta «la presencia de Dios en el universo en el principio inteligente y Creador».
También en 1987 el entonces teólogo y cardenal Joseph Ratzinger, en sus Principios de teología católica admitió que uno de los principales documentos del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes fue influenciado por el pensamiento de Chardin. Benedicto XVI afirmó también que Teilhard tuvo una gran visión, que culmina en una verdadera ‘liturgia cósmica‘.
Como el propio Teilhard de Chardin escribió, «toda nueva verdad nace como herejía tanto más cuanto más nueva sea«. No cabe duda de que su propia experiencia personal corrobora la verdad de sus palabras.
Quizá en su recuerdo, en el de un ser humano que con toda sinceridad buscó a Dios, merece la pena recordar algo de su pensamiento:
«Necesitamos la esperanza para que nuestra alegría sea perfecta«.
«Uno a uno, Señor, veo y amo a quienes me has dado como apoyo y deleite natural de mi existencia«.
«Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la Humanidad, excepto la Humanidad misma».
«El amor universal no sólo es psicológicamente posible, sino la única, completa y definitiva forma de amar«.
«No somos seres humanos con una experiencia espiritual. Somos seres espirituales con una experiencia humana«.
«El Amor…Por su ubicuidad, su fogosidad y el espectro innumerable de sus formas, esta extraña potencia ha intrigado y fascinado desde siempre a los maestros del pensamiento humano«.
«Para estar totalmente a gusto, para ser completamente feliz, necesitaba saber que existe ‘algo esencial’ de lo cual todo lo demás no es sino un accesorio, o bien un ornamento».
«Tú has visto con frecuencia por la noche cómo ciertas estrellas cambian su luz: tan pronto son perlas de sangre como destellos aterciopelados violáceos. Y has visto también cómo el arco iris se desplaza sobre una burbuja transparente…Así, en un tornasol inexpresable, brillaban, sobre la fisonomía inmutable de Jesús, la luz y los colores de toda nuestra belleza».
«La fe necesita toda la verdad«.
Se adjunta la escena final del film, en el que el día de su coronación, el Papa Cirilo I, frente a la multitud reunida en la Plaza de San Pedro, se quita la tiara en un gesto de humildad, y anuncia al mundo la enajenación de todos los bienes materiales de la Iglesia católica, con el objetivo de paliar la hambruna del pueblo chino. Su decisión es aclamada en todo el mundo. La banda sonora, de Alex North, es sencillamente sublime, una de las más inspiradoras de la historia del cine.
Son muchos los católicos sinceros que desean cambios significativos en la Iglesia Católica, cambios que representen una mayor aproximación al espíritu sencillo y amoroso de Jesús de Nazaret. Como la esperanza es siempre lo último que se pierde, quizá ver este film lleve al sentir que todo es absolutamente posible.
Esteban López