Hannah Arendt, «la banalidad del mal»

HANNA-ARENDTHannah Arendt, (1906-1975) autora de «Eichmann en Jerusalén«, además de otras importantes obras, reflexionó ampliamente sobre las causas del totalitarismo. Sobre el terrible sufrimiento infligido por el nazismo a millones de judíos y otros, reconoció que semejante injusticia nunca podría ser resarcida por ningún derecho humano.

Arendt hace alusión al concepto «la banalidad del mal«, afirmando que cualquier persona mentalmente sana puede llevar a cabo los más horrendos crímenes cuando pertenece a un sistema totalitario. Por ejemplo, sólo por el deseo de ascender dentro de la organización y hacer carrera dentro de ella. Personas así actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de lo que hacen, sólo por el cumplimiento de las órdenes.

Juicio a Adolf Eichmann

Arendt fue enviada como corresponsal del New Yorker a cubrir el juicio en Jerusalén contra Adolf Eichmann, arrestado en Argentina en 1961 por los servicios secretos israelíes y conducido a Jerusalén para ser juzgado. Eichmann había sido un dirigente nazi responsable directo de la llamada «solución final» que causó el genocidio de millones de judíos inocentes.

Arendt también hace referencia en su obra a la extrema complejidad del carácter humano. Llegó a decir «ahora sabemos que hay un Eichmann en cada uno de nosotros». Reflexionando sobre ello escribe en su libro «Eichmann en Jerusalén» :

«Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales».

«Lo que se grababa en las mentes de aquellos hombres que se habían convertido en asesinos era la simple idea de estar dedicados a una tarea histórica, grandiosa, única (una gran misión que se realiza una vez cada dos mil años)… las tropas de los Einsatzgruppen procedían de las SS armadas… y sus jefes habían sido elegidos por Heydrich entre los mejores de las SS, todos ellos con título universitario. De ahí que el problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico«.

«Las relaciones entre las fuerzas móviles de matanza y las tropas regulares eran, por lo general, «excelentes» y, a veces, «afectuosas» (herzlich). Los generales adoptaban una actitud «sorprendentemente buena con respecto a los judíos»; no solo entregaban sus judíos a los Einsatzgruppen, sino que prestaban sus propios hombres, soldados ordinarios, para ayudar en la tarea de matarlos».

«La matanza mediante gas, de los enfermos mentales tuvo que ser detenida en Alemania, debido a las protestas de la población y de unos cuantos, pocos, dignatarios de las iglesias cristianas, y que tales protestas no surgieron cuando el gas se empleó para matar judíos».

«Los asesores jurídicos redactaron borradores de la legislación necesaria para dejar a las víctimas (judíos deportados de los países ocupados) en estado de apátridas lo cual tenía gran importancia desde dos puntos de vista. Por una parte, eso impedía que hubiera algún país que solicitara información sobre las víctimas, y, por otra, permitía al Estado en que la víctima residía confiscar sus bienes». 

«Nadie protestaba, nadie se negaba a cooperar. (Día tras día, los hombres parten camino de su tumba), como dijo un observador judío en Berlín el año 1943».

«Para los judíos, el papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa… En Amsterdam al igual que en Varsovia, en Berlín al igual que en Budapest, los representantes del pueblo judío formaban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio… la venta de brazaletes con la estrella llegó a ser un negocio de seguros beneficios».

«No, Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión – que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez – fue lo que le dispuso a convertirse en uno de los mayores criminales de su tiempo… En realidad una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión puede causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana».

«Para las ciencias políticas y sociales tiene gran importancia el hecho de que sea esencial en todo gobierno totalitario, y quizá propio de la naturaleza de toda burocracia, transformar a los hombres en funcionarios y simples ruedecillas de la maquinaria administrativa, y, en consecuencia, deshumanizarles».

Vienen a cuento las palabras del filósofo español Javier Muguerza cuando escribe:

«También los verdugos y no solo sus víctimas nos conciernen en cuanto representación de nuestra común condición humana. Es decir, también ellos, no menos que sus víctimas, son ‘patrimonio de la humanidad’ y han de ser integrados en la memoria colectiva, aunque no sea más que para recordarnos que a cualquiera de nosotros nos alcanza la doble capacidad de ser lo uno o lo otro«.- Javier Muguerza Carpintier (1936-2019), «De la realidad de la violencia a la no-violencia como utopía«, Revista Internacional de Sociología 2 (1992).

Adolf Eichmann no mostró durante el juicio ningún sentimiento de culpa o de arrepentimiento. Dijo que sólo se limitó a hacer su trabajo y a obedecer órdenes. Como Hannah Arendt dice en su libro, «Él cumplió con su deber…; no sólo obedeció las órdenes, también obedeció a la ley». No comparte la idea de que los criminales fueran manifiestamente psicópatas y diferentes de la gente normal.

Comentando sobre Hannah Arendt, Antonio Muñoz Molina escribe:

«Como les pasa a veces a las personas muy adiestradas en el pensamiento abstracto y en los debates de ideas, no parece que tuviera mucha perspicacia para juzgar a los seres humanos reales. Su lucidez ante el totalitarismo no la ayudó a comprender los procesos mentales ni la vileza íntima de gente que lo había apoyado y ejercido. Nunca llegó a aceptar que su venerado maestro y amante de la primera juventud, Martin Heiddeger, no fuera otra cosa que un nazi, un cínico miserable que después de la guerra se disfrazó de viejo ermitaño filosófico para eludir su colaboracionismo con los matarifes.

«Y, extrañamente, no supo o no quiso ver detrás de la máscara de mediocridad y mansedumbre que adoptó Adolf Eichmann cuando estaba siendo juzgado en Jerusalén. Acertó parcialmente, a mi juicio, en un concepto, el de la banalidad del mal, que ya está asociado para siempre a ella: los mayores horrores, los más terribles sufrimientos pueden ser causados por personas superficiales y mediocres, en nombre de razones estúpidas, de ideas de quinta fila, o ni siquiera eso, por obediencia, por inercia, por moda, por el qué dirán. Adolf Eichmann no era muy inteligente, pero tampoco era ese burócrata más bien aséptico que organizó la logística formidable de la Solución Final porque se lo encargaron, igual que habría organizado una red de distribución de alimentos, o los suministros de gasolina de los que se ocupaba, sin ningún brillo profesional, antes de ingresar en el Partido nazi. Como sabía mucha gente ya entonces, y como han aclarado investigaciones posteriores en Argentina, Eichmann era un nazi convencido, un verdugo plenamente consciente de la magnitud sanguinaria de su tarea». – Antonio Muñoz Molina, «Las voces de Hannah Arendt», El País, 29/04/2016.

Pero, según Arendt, el ser humano es un ser que actúa libremente y es responsable de sus actos. Eichmann actuó según su voluntad. Por lo tanto, en la cuestión del Shoah (holocausto judío), la culpa recaería sólo sobre unas determinadas personas y descarta decididamente la idea de una culpa colectiva del pueblo alemán, tal y como defiende también su amigo Karl Jaspers en su libro «El problema de la culpa» (Paidós, 1998). En él escribe:

«Los actos de Estado son al mismo tiempo actos personales. De ellos son responsables y han de responder personas singulares».

Una pensadora independiente

Hannah Arendt recibió muchas críticas por parte de eminentes judíos debido a algunos de sus planteamientos en Eichmann en Jerusalén. Pero como muestra de su pensamiento analítico e independiente escribió a Gerhald Scholem, filósofo y profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén:

«Lo que le confunde a usted es que mis argumentos y mi planteamiento no son previsibles. O, dicho en otras palabras, que soy independiente. Con lo cual quiero decir que no milito en ninguna organización y hablo siempre a título personal. Y también, en segundo lugar, que intento pensar por mí misma.

«Usted sabe que la izquierda piensa que soy conservadora, y los conservadores piensan a menudo que soy de izquierdas, o que voy de libre o vaya usted a saber qué. Debo decirle que el asunto me deja completamente indiferente. No creo que de esta manera las verdaderas cuestiones de este siglo vayan a recibir ninguna luz, sea del tipo que sea.

«Nunca en mi vida he ‘amado’ a pueblo o colectivo alguno, ni al alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni tampoco a la clase obrera o cualquier otra cosa de ese tipo. En realidad solo amo a mis amigos y me siento completamente incapaz de otra clase de amor… Así es que en este sentido ni ‘amo’ a los judíos ni ‘creo’ en ellos; simplemente pertenezco a este pueblo de manera natural, fáctica».  – «Lo que quiero es comprender», Trotta, Madrid, 2010.

Es interesante saber que Hannah Arendt no abogaba por un Estado nacional israelí en Palestina, tal y como lograron los sionistas en 1948, sino más bien por un Estado federal basado en consejos árabe-judíos locales, algo que seguramente hubiera evitado mucho sufrimiento y antisemitismo.

La historia dice que fueron séis millones de judíos los que fueron asesinados. Si se piensa bien, no se trata de una simple estadística, ni de fríos números. Todos aquellas personas sufrieron lo indecible solo por pertenecer a una raza y a un pueblo determinado. Eran seres humanos con nombres y apellidos, con sus ilusiones, con sus vidas y sus afectos, a quienes de un solo golpe se les arrebató la vida por la violencia de una ideología inhumana y atroz. Hannah Arendt conocía personalmente a Walter Benjamin. De hecho era pariente lejana. Quizá él podría salirle al paso para hacer alusión a que lo único que podría ponerlo todo en su sitio al fin y al cabo, sería una absolutamente necesaria «redención mesiánica«.

Cuenta Manuel Fraijó, catedrático emérito de Filosofía de la religión en la UNED, una anécdota interesante. «Es especialmente conmovedor el relato de H. Jonas sobre su encuentro con H. Arendt. Cuenta que Arendt le desafió con la siguiente pregunta: ‘¿Crée usted en Dios?’, prosigue:

Tan directamente nadie me lo había planteado. ¡Y una persona casi desconocida! Primero la miré algo desconcertado, pero entonces lo medité y dije -para mi propia sorpresa- «Sí». Hannah se estremeció, todavía recuerdo que casi me miró espantada. «¿De verdad?». Y contesté: «Sí, en definitiva, sí. Más allá de lo que eso pueda significar, creo que la respuesta ‘sí’ se ajusta más a la verdad que un ‘no'». Poco después, a solas con Hannah, volvimos a hablar de Dios, y ella me dijo: «Nunca he dudado de la existencia de un Dios personal». A lo que le dije: «Pero, Hannah, ¡nunca lo hubiera imaginado! Y ahora sí que no entiendo por qué te quedaste tan extrañada la otra noche». Y ella contestó: «Estaba conmovida por el hecho de escucharlo de tus labios, pues jamás lo hubiera imaginado». De manera que ambos nos habíamos sorprendido mutuamente por aquella confesión«. – Hans Jonas, Memorias, Losada, Madrid, 2005, p. 370, citado por Manuel Fraijó en «Avatares de la fe en Dios«.

Interés por el cristianismo

Aunque Hannah Arendt mostró interés en el judaísmo, en sus años de formación en la universidad de Freiburg también investigó el cristianismo, sobre todo el concepto del amor tal y como se mostraba en la primera teología cristiana. Desarrolló un gran interés por Kierkegaard, y su tesis doctoral publicada en 1929 trató sobre el concepto del amor en San Agustín. Más tarde, cuando su carrera se encontraba en un punto álgido, investigó de nuevo sobre varios temas cristianos o más bien sobre sus implicaciones filosóficas y políticas, en obras como «La condición humana» (1959) o «La vida del espíritu» (1977).

Entendiendo el impacto de Jesús de Nazaret en la historia, Harendt escribió:

El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular… es un asunto eminentemente personal, lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo. También esto lo reconoció claramente Jesús (le son perdonados sus muchos pecados porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona poco ama)… sólo el amor tiene poder para perdonar, porque el amor, aunque sea uno de los hechos más raros de la vida humana, posee un igualado poder de autorevelación y una inigualada claridad de visión para descubrir el «quien», debido precisamente a su desinterés, hasta el punto de total no-mundanalidad, por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos, fracasos y transgresiones».

Llama la atención igualmente la preocupación de Hannah Arendt por fundamentar éticamente las leyes y los derechos humanos: no comprende que todo sea cuestión de un pacto político social para que sean reconocidos plenamente por todos, sino que la verdadera fundamentación es Dios. «El hombre no es la medida de todas las cosas. La medida de todas las cosas es Dios«, afirma la filósofa.

Algo más de su pensamiento

«No hay pensamientos peligrosos; el pensamiento es peligroso«.- La vida del espíritu (1978).

«La calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente, que el teatro podía aparecer como el reinado de la realidad«.- Los orígenes del totalitarismo (1951).

«El amor, por su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón más que por su rareza no sólo es apolítico sino antipolítico, quizá la más poderosa de todas las fuerzas antipolíticas humanas«. – La condición humana (1958).

«Fe y esperanza, dos esenciales características de la existencia humana que la antigüedad griega ignoró por completo, considerando el mantenimiento de la fe como una virtud muy poco común y no demasiado importante y colocando a la esperanza entre los males de la ilusión en la caja de Pandora. Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: «Os ha nacido hoy un Salvador«. – La condición humana (1958).

El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular”. – Hannah Arendt, citada por Manuell Fraijó, «Fragmentos de Esperanza«, 1992.

Nunca me habían interesado la historia ni la política, pero en 1933 no era posible ya esa indiferencia. El 27 de febrero de 1933, el incendio del Reichstag y todas aquellas detenciones ilegales aquella misma noche, la llamada ‘detención preventiva’, llevándose a la gente a los sótanos de la Gestapo… lo que se desencadenó aquella noche fue monstruoso y a menudo queda ensombrecido por lo que vino después. Pero para mí supuso una conmoción inmediata y desde ese momento sentí una responsabilidad, pensé por primera vez que no podía quedarme al margen”.- Fragmento de la entrevista realizada en 1964 por el periodista Günter Gaus:

 – Bibliografía:

  • Eichmann en Jerusalén“, Hannah Arendt, Lumen, 2005.
  • «Lo que quiero es comprender», Hannah Arendt, Trotta, Madrid, 2010.
  • «A vueltas con la religión“, Manuel Fraijó, EVD, 2005.
  • «¿Atenas y Jerusalén? Política, filosofía y religión desde 1945«, varios autores, Tecnos, 2022.

Esteban López

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