Walter Benjamin, la memoria de las víctimas

Benjamin

Walter Benjamin nace en 1892 en el seno de una próspera familia judía de Berlín, Alemania. Estudia filosofía en Berlín y Turingia, y se hace ensayista y crítico literario. Su obra incluye una gran variedad de temas tratados con igual rigor filosófico que penetración imaginativa, y constituye una de las producciones críticas más importantes de la primera mitad del siglo XX.

Con la ascensión de Hitler al poder, Benjamin se instala en París donde escribe sus principales obras. Al invadir los nazis Francia intenta huir a Estados Unidos a través de la frontera española, pero en esos momentos el gobierno de Franco niega el paso de los refugiados hacia Lisboa. Estando en Port Bou, Benjamin está ya cansado de tanto horror y tanto sufrimiento. Ya no puede más y decide quitarse la vida ingiriendo una gran cantidad de morfina. Era la noche del 25 de septiembre de 1940.

Se podría decir que Walter Benjamin es una víctima más de la violencia de la historia. Le tocó vivir dos horribles guerras mundiales y eso afectó profundamente su visión de la vida y su obra. Llegó a crear una visión filosófica del recuerdo de las víctimas prohibiendo vehementemente que se olvidaran. Tenía un gran temor: que la modernidad, que lo que se conoce con el nombre de ‘progreso’ borrase todo el pasado y que la humanidad fuera la única víctima. Criticó el frenesí consumista y la vorágine del mundo moderno e intentó resucitar lo sencillo y lo no contaminado. Su gran obsesión fue la violencia soterrada que suele haber en las transformaciones industriales, sociales, estéticas, culturales y políticas provocadas por la modernidad. Y sobre todo, que la violencia ha convertido la historia humana en un ‘matadero.’ Por eso Walter Benjamin se pregunta: ¿Qué hacemos con las víctimas de la violencia? ¿Qué pasa con los perdedores, con los vencidos, con los desechos de la historia? ¿Podemos concebir alguna esperanza para ellos? ¿Se ha pronunciado ya la última palabra sobre su dolor y su muerte?

En aquel tiempo Benjamín se había aproximado al marxismo, pero reconoce que el simple materialismo es totalmente incompetente para dar respuestas a esas preguntas vitales ya que el pasado está cerrado y los muertos no serán redimidos de ningún modo. Pero Benjamin reconoce aquí que la pregunta por los derechos de las víctimas sí es patrimonio de la tradición religiosa. De ésta, él solo recoge las preguntas, pero no las respuestas que ofrece. Sin embargo, la religión no olvida el pasado. Lo recuerda. La teología deja abierto lo que la ciencia deja cerrado. Sobre ese mismo asunto, Manuel Fraijó, profesor de Filosofía de la Religión de la UNED escribe:

«La tradición bíblica no archiva las causas de las víctimas de la injusticia. Sabe que ahí hay derechos pendientes y mantiene abiertos sus expedientes… La tradición religiosa ofrece una respuesta serena a este dilema. Encomienda las víctimas del pasado al Dios del futuro, al Dios que resucita a los muertos. Desde esa confianza en la instauración de una armonía final, el hombre religioso puede, si no ser feliz, -cosa a todas luces desmesurada-, al menos alcanzar una paz de fondo».

Walter Benjamin muestra una profunda sensibilidad por el sufrimiento de las víctimas de la historia. No es de extrañar que su amigo Theodor W. Adorno se refiriera a él como ‘la mirada que veía el mundo desde la perspectiva de los muertos.’ Para él es necesario que esa memoria no se olvide, pues mientras la causa de los vencidos no triunfe, siempre serán posibles nuevos holocaustos. Esa compasión por los que ya no están es lo que le aproxima a la tradición bíblica. De hecho, él mismo, aunque era marxista, se negaba a descartar completamente una posible redención mesiánica, aunque de forma débil.

«Es imposible dar en pocas palabras ni siquiera una idea de la filosofía de Benjamin… Se desplegará en el tiempo, porque incluso su deseo más secreto es el deseo de todos. Pero se ha perdido la mirada que veía el mundo desde la perspectiva de los muertos… De manera incansable, esta mirada mortalmente triste derramó toda clase de calor y esperanza sobre esta vida gélida». -Theodor W. Adorno.

Pero alguien podría decir, «¿por qué recordar el pasado? Hay que mirar hacia adelante». Y es verdad, hay que mirar hacia adelante, pero sin olvidar a las víctimas inocentes de la historia. Sobre todo por la esperanza de que la injusticia no tenga la última palabra.

  • Bibliografía: A vueltas con la religión, Manuel Fraijó, Verbo Divino (1998), 114.

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