A veces ocurre que el bien es eclipsado o aplastado inexorablemente por el mal. La historia humana ha mostrado una y otra vez que no vivimos en ‘el mejor de los mundos posibles‘. Parece como si fuera muy difícil que la luz pudiera brillar en medio de la oscuridad, como si la iniquidad y la más vil injusticia impusieran su oscuro manto, como si definitivamente imperase la fría dictadura del absurdo.
Pero cuando eso sucede, cuando tanta maldad clama al mismísimo cielo, por el sentido de justicia que todos tenemos, algo nos dice también en nuestro fuero interno que eso no puede ser, que la oscuridad no es lo que debería prevalecer para siempre en la historia, y que todo el bien hecho debería algún día tener su oportunidad.
Esta historia, esta experiencia de la vida real, desgarra absolutamente el alma, porque es muy difícil imaginar que el ser humano sea capaz de tanta maldad. Es un caso como otros, es verdad, pero quizá más malvado si cabe, porque además de adultos, había niños que sin tener culpa de nada fueron víctimas de una de las ideologías más nefastas que jamás han existido.
Janusz Korczak, 1878-1942, fue un educador, escritor y pediatra polaco. Su obra dedicada durante años a defender los derechos de los niños preparó la Declaración de los Derechos del Niño de 1959 y la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989.
Sabía muy bien cuán importante era la educación en el ser humano y su fuerza transformadora. Dedicó su vida a la educación de los niños, sobre todo los niños huérfanos, postulando aspectos que mejorarían su formación integral, planteamientos que han quedado para la posteridad. Afirmaba que los niños tenían que ser tratados con el mismo respeto y dignidad que los adultos. Incluso estableció en sus clases la posibilidad de que todos los niños pudieran expresarse en sus puntos de vista e inquietudes, algo realmente innovador en su día.
Durante años trabajó como director de un orfanato en Varsovia, Polonia, que más tarde quedaría ubicado en el ignominioso «Gueto de Varsovia,» planificado vilmente por los nazis donde miles de personas se hacinaban en unos cuantos kilómetros cuadrados y que se morían literalmente de hambre y enfermedad.
Como judío y polaco, Korczak se negó a portar la estrella de David impuesta por los nazis por considerar que era una profanación de ese símbolo. A pesar de que recibió varias ofertas para poder huir del país y obtener la libertad con documentación falsa, las rechazó una y otra vez. Simplemente no quería abandonar a los niños. El día de la deportación final por los nazis, Korczak condujo el desfile de sus protegidos a la plaza Umschlagplatz desde donde partían los transportes hacia los campos de exterminio. En la marcha participaron más de doscientos niños y unas decenas de educadores. Era como si el amor y preocupación por aquellos niños no pudiera separarlos. Era una vez más, una preciosa luz en al más oscuro de los mundos. Finalmente, Janusz Korczak moriría con sus protegidos en el campo de exterminio de Treblinka.
Experiencias como esa y muchas otras, estremecen, pero nuestro corazón también se rebela, porque no puede ser, simplemente no puede ser que la luz se apague para siempre. Por eso nada extraña que tanta injusticia como esa llevara a Walter Benjamin al convencimiento de que tanto mal en la historia tenía que ser resarcido de algún modo, aludiendo incluso a la necesidad de una «redención mesiánica».
“¿Qué hacemos con las víctimas de la violencia? ¿Qué pasa con los perdedores, con los vencidos, con los desechos de la historia? ¿Podemos concebir alguna esperanza para ellos? ¿Se ha pronunciado ya la última palabra sobre su dolor y su muerte?”- Walter Benjamin (1892-1940)
Biografía de Janusz Korczak
Esteban López