El prisma de Senaquerib

prisma-de-taylorEste es el Prisma de Senaquerib. Data del año 700 antes de Cristo y fue hecho en la antigua Asiria. Es de barro cocido y mide unas 15 pulgadas de alto. La escritura cuneiforme en idioma acadio que contiene hace referencia al rey israelita Ezequías y al rey asirio Senaquerib. Ambos aparecen en el registro bíblico del Segundo Libro de los Reyes capítulos 18 y 19. En la inscripción el rey asirio relata cómo atrapa al rey Ezequías en Jerusalén como si fuera ‘un pájaro en una jaula‘. La pieza en forma de prisma fue comprada a un vendedor de antigüedades en Bagdad en el año 1919 y se encuentra hoy día en el Oriental Institute Museum de la universidad de Chicago. Este es su contenido completo:

«En cuanto a Ezequías el Judío, que no se sometió a mi yugo, puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, e innumerables aldehuelas de sus inmediaciones, y (las) conquisté mediante arietes y máquinas de asedio. Saqué (de ellas) 200.150 personas, jóvenes y ancianos, varones y hembras, [así como] innumerables caballos, mulas, asnos, camellos y ganado mayor y menor, que le arrebaté y consideré botín. A él mismo (Ezequías), encerré en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una jaula. […] Las ciudades que había tomado a saco desgajé de su país y las entregué a Mitinti, rey de Ašdod, a Padi, rey de Ecrón, y a Sillibel, rey de Gaza. Y así disminuí su territorio. (…) El propio Ezequías, fue por el terrible esplendor de mi majestad, y los árabes y las tropas mercenarias que había traído para reforzar Jerusalén, su ciudad real, le abandonaron. Me envió más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800 talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra roja, lechos (taraceados) con marfil, sillas [taraceadas] con marfil, cueros de elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros, sus hijas, concubinas, músicos y músicas. Para entregar el tributo y rendir obediencia como un esclavo envió a sus mensajeros (personales)».

El Prisma registra cómo logró Senaqueríb subyugar varias ciudades del reino de Judá, pero no dice que lo hiciera también con Jerusalén. ¿Por qué? El historiador judío del siglo I  Flavio Josefo  cita al sacerdote e historiador babilonio Beroso, y dice:

«Senaquerib, de la expedición de Egipto regresó a Jerusalén, donde encontró a las tropas comandadas por Rapsaces en gran peligro por la peste. Dios les envió una enfermedad que, en la primera noche en que sitiaron a la ciudad mató a ciento ochenta mil soldados, con sus capitanes y centuriones».

Como se ve, el Prisma no registra nada de eso. Pero el tono jactancioso que solía ser habitual en las inscripciones de los soberanos asirios, haría muy difícil que Senaquerib registrara tal derrota. Por otro lado, Heródoto dice que «cayó durante la noche un tropel de ratones campestres que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos», lo que hizo que el ejército del Senaquerib quedara totalmente incapacitado para la acción militar. Sea como fuere, el caso es que por alguna razón de suficiente peso el ejército de Senaquerib sufrió una repentina calamidad en esta campaña.

Registro bíblico

El registro bíblico (2 Reyes 18,19, DHH) dice que cuando el rey asirio Senaquerib se disponía a asaltar Jerusalén, envió antes unos mensajeros:

 «Después el rey de Asiria envió al rey Ezequías un alto oficial, un funcionario de su confianza y otro alto oficial, al frente de un poderoso ejército, y éstos fueron de Laquis a Jerusalén, para atacarla. Cuando llegaron a Jerusalén, acamparon junto al canal del estanque de arriba, por el camino que va al campo del Lavador de Paños.  Luego llamaron al rey, y Eliaquim, hijo de Hilquías, que era el mayordomo de palacio, y Sebná, el cronista, y Joah, hijo de Asaf, el secretario del rey, salieron a encontrarse con ellos. Allí el oficial asirio les dijo:

—Comuniquen a Ezequías este mensaje del gran rey, el rey de Asiria: “¿De qué te sientes tan seguro? ¿Piensas acaso que las palabras bonitas valen lo mismo que la táctica y la fuerza para hacer la guerra? ¿En quién confías para rebelarte contra mí? Veo que confías en el apoyo de Egipto. Pues bien, Egipto es una caña astillada, que si uno se apoya en ella, se le clava y le atraviesa la mano. Eso es el faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él. Y si me dicen ustedes: Nosotros confiamos en el Señor nuestro Dios, ¿acaso no suprimió Ezequías los lugares de culto y los altares de ese Dios, y ordenó que la gente de Judá y Jerusalén le diera culto solamente en el altar de Jerusalén? Haz un trato con mi amo, el rey de Asiria: yo te doy dos mil caballos, si consigues jinetes para ellos. Tú no eres capaz de hacer huir ni al más insignificante de los oficiales asirios, ¿y esperas conseguir jinetes y caballos en Egipto?  Además, ¿crees que yo he venido a atacar y destruir este país sin contar con el Señor? ¡Él fue quien me ordenó atacarlo y destruirlo!”

 «Eliaquim, Sebná y Joah respondieron al oficial asirio:

—Por favor, háblenos usted en arameo, pues nosotros lo entendemos. No nos hable usted en hebreo, pues toda la gente que hay en la muralla está escuchando.

 «Pero el oficial asirio dijo:

—No fue a tu amo, ni a ustedes, a quienes el rey de Asiria me mandó que dijera esto; fue precisamente a la gente que está sobre la muralla, pues ellos, lo mismo que ustedes, tendrán que comerse su propio excremento y beberse sus propios orines.

» Entonces el oficial, de pie, gritó bien fuerte en hebreo:

—Oigan lo que les dice el gran rey, el rey de Asiria: “No se dejen engañar por Ezequías; él no puede salvarlos de mi mano.” Si Ezequías quiere convencerlos de que confíen en el Señor, y les dice: “El Señor ciertamente nos salvará; él no permitirá que esta ciudad caiga en poder del rey de Asiria”, no le hagan caso. El rey de Asiria me manda a decirles que hagan las paces con él, y que se rindan, y así cada uno podrá comer del producto de su viñedo y de su higuera y beber el agua de su propia cisterna. Después los llevará a un país parecido al de ustedes, un país de trigales y viñedos, para hacer pan y vino, un país de aceite de oliva y miel. Entonces podrán vivir bien y no morirán. Pero no le hagan caso a Ezequías, porque los engaña al decir que el Señor los va a librar. ¿Acaso alguno de los dioses de los otros pueblos pudo salvar a su país del poder del rey de Asiria?  ¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arpad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim, Hená e Ivá? ¿Acaso pudieron salvar del poder de Asiria a Samaria?  ¿Cuál de todos los dioses de esos países pudo salvar a su nación del poder del rey de Asiria? ¿Por qué piensan que el Señor puede salvar a Jerusalén?

 «La gente se quedó callada y no le respondió ni una palabra, porque el rey había ordenado que no respondieran nada. Entonces Eliaquim, mayordomo de palacio, Sebná, el cronista, y Joah, secretario del rey, afligidos se rasgaron la ropa y se fueron a ver a Ezequías para contarle lo que había dicho el alto oficial asirio.

«Cuando el rey Ezequías oyó esto, se rasgó sus vestiduras, se puso ropas ásperas en señal de dolor y se fue al templo del Señor. Y envió a Eliaquim, mayordomo de palacio, al cronista Sebná y a los sacerdotes más ancianos, con ropas ásperas en señal de dolor, a ver al profeta Isaías, hijo de Amós,  y a decirle de parte del rey: «Hoy estamos en una situación de angustia, castigo y humillación, como una mujer que, a punto de dar a luz, se quedara sin fuerzas.  Ojalá el Señor tu Dios haya oído las palabras del oficial enviado por su amo, el rey de Asiria, para insultar al Dios viviente, y ojalá lo castigue por las cosas que el Señor mismo, tu Dios, habrá oído. Ofrece, pues, una oración por los que aún quedan.»

 «Los funcionarios del rey Ezequías fueron a ver a Isaías,  e Isaías les encargó que respondieran a su amo:  ‘El Señor dice: “No tengas miedo de esas palabras ofensivas que dijeron contra mí los criados del rey de Asiria. Mira, yo voy a hacer que llegue a él un rumor que lo obligue a volver a su país, y allí lo haré morir asesinado'».

«El oficial asirio se enteró de que el rey de Asiria se había ido de la ciudad de Laquis. Entonces se fue de Jerusalén, y encontró al rey de Asiria atacando a Libná. Allí el rey de Asiria oyó decir que el rey Tirhaca de Etiopía había emprendido una campaña militar contra él. Una vez más, el rey de Asiria envió embajadores al rey Ezequías de Judá, a decirle: «Tu Dios, en el que tú confías, te asegura que Jerusalén no caerá en mi poder; pero no te dejes engañar por él.  Tú has oído lo que han hecho los reyes de Asiria con todos los países que han querido destruir. ¿Y te vas a salvar tú?  ¿Acaso los dioses salvaron a los otros pueblos que mis antepasados destruyeron: a Gozán, a Harán, a Résef, y a la gente de Bet-edén que vivía en Telasar?  ¿Dónde están los reyes de Hamat, de Arpad, de Sefarvaim, de Hená y de Ivá?»

«Ezequías tomó la carta que le entregaron los embajadores, y la leyó. Luego se fue al templo y, extendiendo la carta delante del Señor, oró así: «Señor, Dios de Israel, que tienes tu trono sobre los querubines: tú solo eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú creaste el cielo y la tierra. Pon atención, Señor, y escucha. Abre tus ojos, Señor, y mira. Escucha las palabras que Senaquerib mandó decirme, palabras todas ellas ofensivas contra ti, el Dios viviente.  Es cierto, Señor, que los reyes de Asiria han destruido las naciones y sus tierras,  y que han echado al fuego sus dioses, porque en realidad no eran dioses, sino objetos de madera o de piedra hechos por el hombre. Por eso los destruyeron.  Ahora pues, Señor y Dios nuestro, sálvanos de su poder, para que todas las naciones de la tierra sepan que tú, Señor, eres el único Dios.»

 «Entonces Isaías mandó a decir a Ezequías: «Esto dice el Señor, Dios de Israel: “Yo he escuchado la oración que me hiciste acerca de Senaquerib, rey de Asiria…

 Acerca del rey de Asiria dice el Señor:

“No entrará en Jerusalén,
no le disparará ni una flecha,
no la atacará con escudos
ni construirá una rampa a su alrededor.
 Por el mismo camino por donde vino, se volverá;
no entrará en esta ciudad.
Yo, el Señor, doy mi palabra.
Yo protegeré esta ciudad
y la salvaré,
por consideración a mi siervo David
y a mí mismo».

 «Aquella misma nochesello Ezequías 2 el ángel del Señor fue y mató a ciento ochenta y cinco mil hombres del campamento asirio, y al día siguiente todos amanecieron muertos.  Entonces Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y regresó a Nínive.  Y un día, cuando estaba adorando en el templo de Nisroc, su dios, sus hijos Adramélec y Sarézer fueron y lo asesinaron, y huyeron a la región de Ararat. Después reinó en su lugar su hijo Esarhadón».

En el año 2009 durante las excavaciones Ophel dirigidas por el doctor Eilat Mazar del Instituto de Arqueología en la Universidad Hebrea de Jerusalén, se encontró un sello en la ciudad vieja con la inscripción: “Pertenece a Ezequías [hijo de] Acaz, rey de Judá”. Mide 9,7 por 8,6 milímetros.

 Véase también Arqueología bíblica

Esteban López

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