Al contemplar la creación y la existencia, el ser humano ha sentido siempre un profundo respeto por ese misterio que le envuelve. Ese sentir especial se ha manifestado a lo largo de la historia de diferente maneras. Sus impulsos positivos han impelido al ser humano a buscar a Dios, a obrar el bien hacia otros y a orarle como gesto de gratitud y súplica.
Por ejemplo, en el antiguo Israel había quedado claro que el Dios creador de todas las cosas, el Dios verdadero, era alguien muy diferente a los dioses del resto de las naciones. Cuando muchas personas en el pasado conocían sus cualidades, más se sentían inclinados a estar cerca de Él, y eso les llevaba a alabarlo constantemente. Por eso Moisés exclamó:
«Voy a proclamar el nombre del Señor; voy a enaltecer a nuestro Dios. Él es nuestra Roca, y su obra es perfecta; todos sus caminos son de justicia. Es el Dios de la verdad, justo y recto; en él no hay ninguna maldad«. – Deuteronomio 32:4, RVC.
A pesar de que había fracasado en varias ocasiones en hacer el bien, el rey David de Israel demostró que amaba profundamente a Dios componiendo bellas canciones y salmos que mostraban la sinceridad y veneración de su corazón. Su arpa siempre estaba cerca de él para cantarle. Quiso edificar un templo como muestra de su amor a Dios, pero no se le permitió debido a sus propias transgresiones. Pero fue su hijo Salomón quien finalmente llevó a cabo el magnífico proyecto. Allí, los sacerdotes levitas ofrecían sacrificios a Dios según la costumbre de aquellos tiempos y además cantaban a Dios en señal de profunda gratitud, como por ejemplo se muestra en el Salmo 148:
«¡Aleluya!
Alabad al Señor desde los cielos;
alabadle en las alturas.
Alabadle, todos sus ángeles;
alabadle, todos sus ejércitos.
Alabadle, sol y luna;
alabadle, todas las estrellas luminosas.
Alabadle, cielos de los cielos,
y las aguas que están sobre los cielos.
Alaben ellos el nombre del Señor,
pues Él ordenó y fueron creados;
los estableció eternamente y para siempre,
les dio ley que no pasará.
Alabad al Señor desde la tierra,
monstruos marinos y todos los abismos;
fuego y granizo, nieve y bruma;
viento tempestuoso que cumple su palabra;
los montes y todas las colinas;
árboles frutales y todos los cedros;
las fieras y todo el ganado;
reptiles y aves que vuelan;
reyes de la tierra y todos los pueblos;
príncipes y todos los jueces de la tierra;
jóvenes y también doncellas;
los ancianos junto con los niños.
Alaben ellos el nombre del Señor,
porque solo su nombre es exaltado;
su gloria es sobre tierra y cielos.
Él ha exaltado el poder de su pueblo,
alabanza para todos sus santos,
para los hijos de Israel, pueblo a Él cercano.
¡Aleluya!»
También en el cristianismo se cantaba a Dios. Se cantó en la Última Cena, incluido Jesucristo mismo (Mateo 26:26-30) y se cantaba también cuando los cristianos primitivos se reunían en hogares privados. Desde entonces, se han compuesto las más bellas expresiones de aprecio y veneración a Dios en todas las iglesias del mundo. La siguiente composición es un ejemplo más, muy original y con un origen realmente inspirador.
Misa criolla
Ariel Ramírez (1921-2010), argentino de nacimiento, había conocido durante los años cincuenta del siglo XX, en Alemania, a dos mujeres religiosas, Elisabeth y Regina Brückner, que durante la segunda guerra mundial, habían arriesgado sus vidas para llevar comida de noche a los presos de un campo de concentración nazi cercano. De ser descubiertas, lo hubieran pagado con sus vidas. Ariel era por entonces un músico desconocido y residía en un convento en Würzburg (Alemania), cuando supo de la acción heróica de aquellas mujeres. Aquel ejemplo de valentía desinteresada le impresionó tanto que él mismo escribe:
«Al finalizar el relato de mis queridas protectoras, sentí que tenía que escribir una obra, algo profundo, religioso, que honrara la vida, que involucrara a las personas más allá de sus creencias, de su raza, de su color u origen. Que se refiriera al hombre, a su dignidad, al valor, a la libertad, al respeto del hombre relacionado a Dios, como su Creador… Comprendí que solo podía agradecerles escribiendo en su homenaje una obra religiosa, pero no sabía aún cómo realizarla«.- Ramírez, Ariel (2006): «La creación de la “Misa criolla”.
Años después, Ariel expresó su deseo de juventud de escribir una obra dedicada a Dios debido a su experiencia en Alemania, y fue un amigo suyo y sacerdote, Antonio Osvaldo Catena, que en ese momento era presidente de la Comisión Episcopal para Sudamérica, quien fue el que concibió la idea de «componer una misa con ritmos y formas musicales de esta tierra«. Y fue otro sacerdote y director de coro, Jesús Gabriel Segade, quien realizó los arreglos corales. Segade fue también quien dirigió el coro (la Cantoría de la Basílica del Socorro) en la primera versión de la Misa criolla.
Ariel Ramírez siempre ha insistido en que la obra «Misa criolla» no debe verse como un mensaje estrictamente «católico», sino como la expresión de un sentimiento universal, vinculado al deseo de paz que existe en todas las culturas humanas».
El resultado final fue una preciosa y original exposición de música y cantos dedicados a Dios según los ritmos musicales tradicionales de Argentina. Desde entonces se ha cantado de diversas maneras en muchos lugares del mundo, siendo un ejemplo vivo de veneración, gratitud y súplica a Dios por parte del ser humano.
«¡Que alaben a Dios todos los seres vivos! ¡Alabemos a nuestro Dios!»- Salmo 150, Traducción en Lenguaje actual (TLA).
Esteban López
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