Woody Allen y la filosofía

Woody AllenWoody Allen (1935) es un cineasta nato. Desde que empezó a hacer sus primeros filmes prácticamente no ha parado de crear nuevas historias para el deleite de sus muchos seguidores. Aunque también es verdad que no gusta a todo el mundo, es difícil sin embargo que resulte del todo indiferente.

Allen tiene un gran talento y originalidad para crear historias nuevas llenas de humor desenfadado e inteligente. Pero también la particularidad de que en medio de todo eso, a menudo introduce cuestiones filosóficas o de pensamiento trascendente. Los temas recurrentes en casi todos sus filmes han sido casi siempre el sexo, la muerte y Dios. Es rara la película donde estos tres elementos no aparezcan de algún modo. Se nota mucho cuando él se expresa que son cuestiones que siempre le han preocupado y atormentado, y a través de su obra, parece que las lanza al mundo como si esperara que algo o alguien pudiera darle alguna respuesta.

En su autobiografía «A propósito de nada» (Alianza), 2020, Allen se describe a sí mismo cuando era un niño como “yo era un holgazán que no encontraba nada divertido en abrir un libro ¿Y por qué iba a hacerlo? Las radios y el cine eran mucho más excitantes”. También describe su sentir cuando nació en este mundo, el 30 de noviembre de 1935, de este modo:

«Por fin llego al mundo. Un mundo en el que jamás me sentiré cómodo, al que jamás entenderé, jamás aprobaré ni perdonaré”.

Unas palabras contundentes sin duda, y que muy probablemente sean el resultado de observar este mundo con perplejidad y profunda reflexión.

En realidad las preguntas que Allen se hace son las preguntas que en el fondo todos nos hacemos: ¿cuál es el sentido de todo? ¿por qué existe el mal? Después de la muerte, ¿todo se acaba para todos? ¿existe Dios? Si existe, ¿por qué no hace algo contra el mal? ¿debo esforzarme ahora por hacer el bien si al final solo queda la nada y el vacío?  Y cuestiones como esas.

Sin embargo, aunque se cuestiona una y otra vez sobre asuntos que le parecen tan acuciantes, es fácil observar también que Allen se queda solo en las preguntas. Sí, las plantea, las formula y parece incluso que las sufre. No obstante, su perspectiva, su sentir, es meramente existencial, retórico, sin que en el fondo se perciba el menor atisbo de esperanza. De hecho buena parte de la filosofía de sus filmes es, «como no es posible conocer las respuestas a las preguntas más importantes, vivamos la vida lo mejor posible ahora».

La apelación constante en sus películas a los grandes temas filosóficos, ha llegado a hacer incluso que se publiquen libros como respuesta, como por ejemplo el libro «Lo que Sócrates diría a Woody Allen«. Se trata de un tratado de ética trabado en torno a ideas de siempre (el amor, la felicidad, el azar, la voluntad, la muerte) y un buen puñado de categorías muy poco manoseadas por la Historia de la Filosofía.

Por ejemplo, en su filme Stardust Memories (1980) se muestra cómo el fin físico de los seres humanos es el mismo para todos, sea cual sea la posición existencial que adopten en la vida. El sentir que transmite la escena es de un profundo vacío existencial, donde parece que poco importa si los actos de uno tienen o no algún tipo de trascendencia en el futuro. Se trata de una descripción fría que se centra solo en la realidad de la muerte de todo ser humano sin atisbo alguno de algún tipo de esperanza.

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Su otro filme Annie Hall (1977), que en principio parece una simple historia de amor, eso sí, original y llena de sentido de humor que merecería un Oscar de la Academia de Hollywood, es también toda una exposición de preguntas y reflexiones filosóficas, como por ejemplo, «¿para qué hacer los deberes si el universo se expande y llegará un día en que todo estallará?» La respuesta del doctor que aparece en la escena refleja muy bien la posición existencial falta de toda esperanza de Allen y que de un modo u otro casi siempre ha insuflado en todas sus películas.

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Muchas de las cuestiones que se plantean en sus filmes son las mismas que casi todos tenemos. Sin embargo, sus respuestas muestran un profundo vacío y desesperanza. Quizá sea ese el tributo por sacrificar todo en el altar de la razón, o el resultado del simple hastío por proceder de un mundo (la religión judía) en el que las grandes cuestiones existenciales se responden de un modo casi absoluto y dogmático. Sea como sea, no cabe duda de que Allen, a pesar de su inteligente sentido del humor se instaló hace tiempo en el más profundo escepticismo.

En cierta entrevista le preguntaron si él creía que la vida era una comedia. Allen respondió:

«Para mí no. Nunca he creído que sea justa, o decente, o buena; sólo descubro evidencias en la vida de tristeza, de horror, de estupidez y sinsentido. Debería ser un hombre triste, lo sé. Pero mi habilidad se inclina hacia el humor, y me he ganado la vida con la comedia… Aunque creo que mi visión de la vida, incluso en las películas más divertidas, es siempre oscura, me parece a mí… Dentro de unos días –el 1 de diciembre de 2017– cumpliré 82 años. Tan sólo aspiro a vivir de una manera sana y buena. Me asustan esas enfermedades ligadas a la edad como alzheimer y así, pero he dejado pasar los sueños de grandeza. Sólo pido seguir trabajando, como sigo, y hacer las paces con la existencia». – La Vanguardia, 26/11/2017.

Pero es precisamente alguien que tampoco era menos inteligente, el gran matemático y pensador Blaise Pascal, quien sin embargo apuesta por el término medio, entre el pensamiento y la intuición, cuando escribe:

Conocemos la verdad no solo por la razón sino también por el corazón. De esta última manera es como conocemos los primeros principios, y es vano que el razonamiento, que no participa en ellos, trate de combatirlos».

Esteban López

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