El nacionalismo que sufrimos

religión y derechos humanos

La historia humana tiene ya suficiente trayectoria como para haber acumulado una ingente cantidad de horror y de absurdo. Fue el culto escritor austriaco Stefan Zweig, quien después de haber visto toda clase de sufrimiento en la historia de Europa escribió:

Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea“. – Stefan Zweig, (1881-1942), prefacio de “El mundo de ayer».

Pero parece que el ser humano nunca aprende de la historia ni del mal ajeno. Reincide una y otra ver en su estupidez haciendo que la mala historia se repita ad eternum. Aunque la siguiente reflexión tiene que ver con el nacionalismo en Cataluña, España, quiero aclarar que no comparto ninguna clase de nacionalismo sea de donde sea por considerarlo disgregador y enemigo de la concordia entre los hombres.

El nacionalismo en Cataluña

Aunque son muchos los que se han sorprendido por la deriva nacionalista en Cataluña, a otros no nos ha sorprendido tanto, sobre todo a los que nacimos aquí, que la venimos sufriendo desde hace ya muchos años. Porque hemos visto cómo de manera progresiva se han conculcado nuestros derechos básicos por no ser nacionalistas ni separatistas y tenido la percepción de ‘ser extranjeros en nuestra propia tierra‘.

Por ejemplo, desde hace más de treinta años no es posible hacer uso de la libertad para escoger estudiar en español en los centros de enseñanza públicos, a pesar de que éste es un idioma tan oficial como el catalán, y a pesar también de que son varias las sentencias judiciales que obligaban al gobierno separatista de la Generalitat a que toda familia pudiera elegir en qué idioma deberían estudiar sus hijos. Sin embargo se ha hecho caso omiso a esas sentencias y nunca se han aplicado. Como es de imaginar, eso ha significado un retraso en el aprendizaje de muchos niños que preferían estudiar en español o en su idioma materno.

En Cataluña tampoco es posible trabajar en la administración, totalmente controlada por el nacionalismo, si no se habla catalán. Tampoco en muchas empresas privadas que han hecho acepción del discurso nacionalista. Eso ha llevado a la ridícula situación de que se prefiera gente con un buen nivel en ese idioma que buenos profesionales. De ahí que siempre haya sido un dilema para jueces, médicos, profesores, etc, de otros lugares de España el contemplar la posibilidad de mudarse para trabajar en Cataluña.

Recuerdo el caso de una persona que quedó finalista junto con varios candidatos para trabajar en cierto ayuntamiento, pero que finalmente fue rechazada por no tener un buen nivel de catalán, y eso a pesar de que tenía décadas de experiencia como secretaria administrativa. El argumento que se usa es que «usted vive en Cataluña», obviando descaradamente que también existe el español como idioma tan oficial como el ahora impuesto. Si durante la era franquista sólo se podía estudiar en español, ahora ocurre todo lo contrario con la imposición nacionalista de usar solo el catalán en la enseñanza en detrimento del otro idioma oficial. En definitiva es el cambio de una dictadura por otra. Sin embargo, se podría preguntar por qué no estudiar bien ambos idiomas. Una vez más el nacionalismo exacerbado muestra que el sentido común es a menudo el menos común de los sentidos.

La cultura está también condicionada por el nacionalismo excluyente. Es muy difícil ver obras de teatro clásicas españolas en Cataluña. Los clásicos españoles del Siglo de Oro apenas se enseñan en las escuelas y prácticamente han desaparecido. Solo recibe preponderancia la cultura autóctona como si fuera el centro del mundo, empobreciendo intelectualmente a la inmensa mayoría de la población de modo irremediable.

Por otro lado, un simple partido de fútbol por ejemplo, deja de ser un evento deportivo para convertirse en una manifestación política rancia de mero odio a España. Y es que escuchar cómo la masa enardecida vocifera en un estadio lleno de miles de personas, estremece hasta la misma náusea como seguramente ya ocurría antaño en el circo romano. Como escribe Félix de Azúa (Barcelona, 1944), escritor español y miembro de la Real Academia Española:

«Una vez eliminada la creencia en Dios, el núcleo estalla, se produce una metástasis y empezamos a creer en dos mil cosas. Basta ir a un partido del Barça para darse cuenta de que estamos asistiendo a una ceremonia religiosa de principio a fin y que los apasionados seguidores que gritan, lloran y ondean sus banderas son exactamente igual que los chiíes que se fustigan en las procesiones. Pura religión. Desaparece la religión oficial y aparecen cinco mil subterráneas«.

A veces, cuando viajo por poblaciones del interior de Cataluña, incluido Gerona, la sensación que me invade es extraña, como si estuviera moviéndome no sólo en un país diferente sino también en un lugar profundamente antagónico: banderas separatistas ilegales por doquier, lazos amarillos a favor de delincuentes que el nacionalismo considera héroes, pintadas nacionalistas reivindicativas, rotulación de comercios y cartas de restaurantes sólo en catalán o en otros idiomas menos en español, etc.

Causas

Nada de todo esto hubiera sido posible sin la manipulación ideológica tanto en la enseñanza como en los medios de comunicación. Y es que el adoctrinamiento ha sido ahí constante y pertinaz desde hace años. Los jóvenes han crecido con la idea de que España es un enemigo y que además «nos roba». El resultado ha sido toda una generación intoxicada por el prejuicio y la desinformación, hasta llegar al extremo de que si no se es nacionalista y separatista se es un fascista.

Como ejemplo de lo que se dice, en una entrevista para el diario El Mundo, Jordi Cantallops, inspector de educación en la ciudad de Barcelona, reconoció que existe esa clase de adoctrinamiento en las escuelas:

Sí, hay pruebas evidentes que ya han recogido medios, el Ministerio, algunos partidos y parece que la Fiscalía. En algunos centros, gracias a determinado profesorado, hay tareas, murales, banderas sectarias y pancartas que perfectamente podrían calificarse de adoctrinamiento escolar y partidista. Todo con el conocimiento y la inacción de responsables públicos, y muy agravado tanto el 1-O, como antes el 9-N.

“Desde hace décadas se promueve una concepción identitaria excluyente, la catalanización, con la inmersión lingüística, o más bien imposición lingüística, con el catalán como única lengua vehicular y de comunicación en los centros. También con contenidos ideológicos de carácter nacionalista. Hay un adoctrinamiento identitario excluyente consustancial al sistema educativo prácticamente desde que se transfirieron las competencias de educación“.- El Mundo, 16 de octubre de 2017, “Soy inspector de Barcelona y sí, se adoctrina en los colegios».

El mismo discurso adverso y sectario se ha escuchado durante años tanto en la radio y televisión públicas, pagadas por cierto por todos los contribuyentes. Quien durante años sólo vea o escuche la televisión o radio públicas impregnadas de una constante manipulación nacionalista, llegará a creer que «nosotros, somos el centro del mundo y el resto son sólo nuestros enemigos«, característica, por cierto, tan común de tantas sectas. No es de extrañar por tanto que Aldous Huxley (1894-1963) escribiera,

La eficacia de una propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea”.

Las doctrinas del nazi fascismo, el comunismo, el nacionalismo, etc., son manifestaciones idiotas; mas quienes creen en ellas logran caldear enormemente sus corazones a través de estas creencias; y esta excitación inmediata les hace olvidar los desastres a largo plazo que son la consecuencia inevitable de semejantes creencias”.

Pero en realidad nada de todo eso es extraño, si se tiene en cuenta por ejemplo, una noticia del diario El País de octubre de 1990, donde ya se mencionaba la intención del gobierno nacionalista de adoctrinar e inculcar nacionalismo en la entera sociedad catalana:

«El Gobierno catalán debate desde hace un mes un documento que pretende ser el borrador del programa ideológico de Convergència Democràtica (CDC) para la próxima década, y que sirva de base para las elecciones autonómicas de 1992. La obsesión por inculcar el sentimiento nacionalista en la sociedad catalana, propiciando un férreo control en casi todos sus ámbitos -el documento propugna la infiltración de elementos nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación y de los sistemas financiero y educativo-, y las referencias a un ámbito geográfico -los Países Catalanes- que sobrepasa los límites del Principado, son algunos ejes del que viene a ser el Programa 2000 de los nacionalistas catalanes«. – El País, 28 octubre, 1990.

Otro de los aspectos que quizá más entristecen es ver a buena parte de las iglesias católica y evangélica como soporte moral y espiritual del nacionalismo. En lugar de hacer llamamientos a la unidad y concordia entre todas las personas y pueblos, mezclan religión y política (algunos hasta usan argumentos bíblicos) en pro de intereses partidistas que no hacen más que dividir tanto a los cristianos como a los que no lo son. Incluso hasta el extremo de celebrar misas donde se arenga con razones políticas o colocar banderas independentistas en sus iglesias. Semejante actitud no hace más que añadir más enfrentamiento e incomprensión en todo este asunto de por sí ya tan doloroso. Es el caso, por ejemplo, de Montserrat en Barcelona, España. Aunque el monasterio tiene que ver con religión y debería ser un lugar solo de recogimiento y oración, Montserrat es símbolo también del nacionalismo separatista catalán. A pesar de que Cristo Jesús dijo «dad al César las cosas del César pero a Dios las cosas de Dios«, muchos clérigos no dudan en arengar y estimular el nacionalismo partidista creando confrontación y olvidando que según el Evangelio «todos vosotros sois hermanos«. Recuerdan las palabras de Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), «no se puede ser al mismo tiempo cristiano y nacionalista”.

Hay que decir por otro lado, que toda esa sinrazón nacionalista excluyente se ha ido implantando a través de los años y de manera progresiva con la equidistancia de partidos políticos y de los sucesivos gobiernos de Madrid. Como si todos confiaran en la «buena voluntad» de los nacionalistas de respetar para siempre el orden constitucional existente desde la Constitución de 1978. Nada más lejos de la realidad, porque el nacionalismo nunca está satisfecho con nada y siempre querrá más y más en sus reivindicaciones disgregadoras. Es poco generoso y se cree el centro del mundo. La concordia y la unidad de Europa por ejemplo le trae sin cuidado, y nunca dudará en dinamitar el orden democrático establecido con tal de alcanzar sus objetivos. Observar detenidamente el carácter nacionalista hace que se perciban en él rasgos semejantes a los que pueden encontrarse también en ciertas sectas religiosas: emotividad falta de toda razón, adoctrinamiento pernicioso, mitología propia, fanatismo exacerbado, supremacía orgullosa, muchedumbres enardecidas y exclusión del disidente.

Una cosa es apreciar la cultura y el lugar donde uno ha nacido y otra bien diferente es el nacionalismo como arma arrojadiza contra otros. El derecho a la independencia política es propio de los pueblos que fueron colonias, pero no de pueblos culturales ya integrados en antiguos Estados soberanos. Sobre otros pueblos culturales o étnicos que forman parte de Estados soberanos e independientes, la resolución 47/135 de la Asamblea General aprobada el 18 de diciembre de 1992, reconoce el derecho a “disfrutar de su propia cultura, a profesar y practicar su propia religión y a utilizar su propio idioma, en privado y en público, libremente y sin injerencia de ningún tipo“, pero no reconoce en absoluto el derecho de secesión o de fundar un Estado propio.

Muchos ciudadanos de Cataluña tenemos la sensación de que hay políticos que no entienden lo que está ocurriendo aquí; o no quieren entenderlo. El nacionalismo separatista es arrogante, egoísta y profundamente insolidario. Como todo nacionalismo exacerbado genera «enemigos» donde no los hay.

En Cataluña no existe ningún «conflicto» ni ninguna «opresión» que deba atenderse para que haya «normalidad» o hacer que «encaje en la Constitución». En todo caso lo que hubo el 1 de octubre del 2017 fue una agresión descarada al orden constitucional aprobado por la mayoría de los españoles. Si hubo un «conflicto» fue sin duda el que causaron los políticos separatistas. Ya existe un alto grado de autonomía y protección de la cultura catalana, pero el nacionalismo nunca tiene suficiente. Alimenta una y otra vez un odio al que «no es de los nuestros» que recuerda los peores tiempos de las ideologías totalitarias. Causa una terrible división entre padres e hijos y amigos de toda la vida, e ignora derechos básicos de más de la mitad de la población desde hace ya demasiados años.

Varias resoluciones de las Naciones Unidas muestran que ningún país con varios siglos de normalidad unitaria puede desmembrarse. Nada de eso podría ocurrir en Francia o Alemania por ejemplo. No había ninguna necesidad de enfrentar a Cataluña con España ni entre los mismos catalanes. Todo ha sido una «huida hacia adelante» para desviar la atención del grave problema de corrupción de algunos políticos separatistas. Tanto conato de «independencia» no ha hecho más que empobrecer económicamente todavía más a una bella tierra cuyos gobernantes han mostrado una profunda irresponsabilidad, inmadurez y falta de talla política.

Cataluña tampoco necesita en absoluto gritar «libertad» salvo si se hace desde una posición de nacionalismo ciego emocional. Tiene desde hace tiempo un alto nivel de autonomía con su propio parlamento. Pero en buena parte de su población, incluida una poderosa clase media, se fue desarrollando desde hace tiempo una actitud de superioridad y supremacía que les hizo verse superiores al resto de los españoles. Ese sentimiento se profundizó todavía más con la reciente crisis económica y los escándalos de corrupción de políticos separatistas sin escrúpulos, que junto con populismos izquierdistas, se llegó a aceptar la idea de que «solos mucho mejor que con España«. Craso error, si se tienen en cuenta rigurosos estudios de economía y el hecho de que multitud de empresas ya han abandonado Cataluña. En un Estado democrático de derecho son los ciudadanos los que tienen derechos, no los territorios, la raza, la sangre, la tribu, la lengua u otras supremacías artificiales. ‪

Tanto énfasis en la cuestión identitaria lleva hasta el cansancio y al más profundo hastío, porque bien pensado, en este siglo XXI una política responsable debería consistir en centrarse sólo en los verdaderos problemas de los ciudadanos, como el desempleo y cómo vencerlo, la educación, la sanidad, la cultura y la concordia entre todos los pueblos. Lo contrario, como muestra el hecho de que muchas empresas se hayan ido de Cataluña, solo crea inestabilidad política, enfrentamiento ciudadano y falta de seguridad jurídica y emocional. Porque, de nuevo, ¿qué necesidad había realmente de enfrentar a Cataluña con el resto de España y entre españoles dentro de Cataluña? ¿Cuál es la responsabilidad moral de los políticos nacionalistas que llenaron de ilusión a buena parte de la ciudadanía conduciéndolos hacia un viaje a ninguna parte? ¿Qué necesidad había de crear animosidad entre amigos y miembros de una misma familia cuando la verdad es que durante décadas la población vivía en armonía?

El filósofo Eugenio Trías escribía el artículo Defensa de las nacionalidades históricas en el diario El Mundo, el 13 de enero de 2005:

Ante actitudes independentistas que se manifiestan como pacíficas, o no violentas, siempre me pregunto lo mismo: ¿Saben exactamente lo que quieren? ¿Conocen las consecuencias de su orientación y tendencia? ¿Han reflexionado de verdad sobre lo que arriesgan? ¿Se inspiran en un examen serio sobre las posibilidades reales que su proyecto independentista posee? ¿Pueden vislumbrar, aunque sea de forma tentativa y aproximada, los modos, las rutas o los meandros posibles a través de los cuales su idea política puede llegar a implantarse? ¿Tienen en cuentan la situación geopolítica en que Cataluña y Euskadi se hallan? ¿Son las suyas actitudes verdaderamente responsables?”.

Algunos dicen que «Cataluña es un sentimiento«. Pero la experiencia muestra que el sentimiento debe atemperarse con la razón práctica respetando los derechos de todos los ciudadanos. Hay que tener por tanto mucho cuidado con los sentimientos, porque por poner solo un ejemplo nefasto extremo, para Hitler, Alemania también era un sentimiento. Más de 80 millones de muertos en dos guerras mundiales y otras, muestra que el nacionalismo ha probado ser siempre uno de los más acérrimos enemigos de la humanidad.

En su libro «Miedo a la libertad«, Erich Fromm (1900-1980) incluye un factor añadido a todo este tema. Es la identificación de los líderes con la entera comunidad:

«Después que Hitler llegó al poder surgió otro incentivo para el mantenimiento de la lealtad de la mayoría de la población al régimen nazi. Para millones de personas el gobierno de Hitler se identificó con «Alemania»… la oposición al nazismo no significó otra cosa que oposición a la patria misma… personas que no son nazis y, sin embargo, defienden al nazismo contra la crítica de los extranjeros porque consideran que un ataque a este régimen constituye un ataque a Alemania«.

En el contexto que nos ocupa, cámbiese el nombre de «Alemania» por «Cataluña» o «País Vasco» (Euskal Herria), etc, y se comprenderá cómo el oponerse al nacionalismo disolvente es oponerse también a la patria.

En una entrevista para El País, el pensador español Emilio Lledó se expresó del modo siguiente:

«A pesar de que se diga que el hombre es un lobo para el hombre, la sociedad funciona cuando hay un principio de bondad. Lo realmente importante es el hombre que tiene poder. Un político indecente es la ruina del país… Creo que cualquier bandera entorpece. Lo que tenemos que tener es una bandera de justicia, de bondad, de educación, de cultura, de sensibilidad, de filantropía, otro sustantivo maravilloso de los griegos, el amor a los otros. Pero trazar fronteras me parece una equivocación. No lo entiendo«. – El País, 26 de octubre 2017.

España es un país precioso con una increíble variedad de pueblos y culturas diferentes. Solo como ilustración se podría mencionar su inmensa riqueza culinaria: el cocido madrileño, el caldo gallego, el vino de Rioja, el gazpacho y las aceitunas de Andalucía, el jamón extremeño, la paella valenciana, el cava catalán, etc. Todas esas diferencias culturales deberían ser suficiente razón para la alegría y el enriquecimiento de todos, no malas excusas para crear más enemigos y fronteras después de quinientos años de historia juntos y de cuarenta años existiendo España como firme Estado Democrático de Derecho.

El proyecto de la Unión Europea necesita ciudadanos con amplitud de miras, generosos, fuertes de espíritu y una firme determinación por la concordia entre todos los hombres y pueblos. No necesita más fronteras ni estériles enfrentamientos, porque si no todo se resiente, incluidas la economía y la pacífica convivencia. Como escribió Cayo Salustio Crispo (83-35 a. C.) historiador latino«La concordia hace crecer las pequeñas cosas, la discordia arruina las grandes«.

Esteban López

5 comentarios sobre “El nacionalismo que sufrimos

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  1. no puedo estar más de acuerdo, estoy viviendo el problema «in situ». Muchísimas gracias. Es una gran alegría, en estos días, leer algo asi. Saludos.

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  2. Magnífica publicación. Soy una lectora y gran admiradora de Stefan Zweig. Precisamente, hoy mismo, he reproducido en mi muro este pasaje del libro, «El mundo de ayer», sobre el nacionalismo.

    Un placer leer este excelente blog.

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    1. Gracias por escribir, Jaume. Todo nacionalismo es un error cuando se usa como arma arrojadiza contra otros o cuando se conculcan metódicamente derechos básicos de las personas. El nacionalismo ha pasado de moda. Todos vivimos en el mismo hogar terrestre y tenemos la obligación moral de ayudarnos los unos a los otros. Las diferencias culturales de cada pueblo debe ser razón para enriquecernos más, no para crear más barreras ni odio de ningún tipo. Se impone en este momento de la historia de Europa la colaboración de unos con otros, no el enfrentamiento ni la creación de más fronteras.

      Un saludo

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