Las apariencias pueden engañar

DavidLas apariencias pueden engañar. A menudo juzgamos situaciones o personas sólo según lo que perciben nuestros sentidos. La belleza, la inteligencia, los logros académicos o las posesiones materiales suelen «encandilar» a mucha gente. Por ejemplo, en muchos anuncios publicitarios y en muchas películas de cine suele aparecer casi siempre gente joven, bien parecida o con profesiones de élite. El resto de la humanidad es como si no existiera. En realidad se transmite un mundo en gran medida inexistente, ficticio y apartado por completo de la realidad; es sin duda publicidad engañosa.

Muchas empresas en este mundo suelen usar marketing como un conjunto de técnicas y estudios que tienen como objeto mejorar la comercialización de un producto, y logran muy a menudo sus objetivos porque de otro modo no invertirían tanto dinero en ello. Pero el asunto es mucho más serio cuando se trata, no del mundo comercial, sino de nuestros valores existenciales, aquellos que pueden determinar en buena medida nuestra vida y hasta nuestra propia felicidad. De ahí la importancia de ser realistas y no dejarnos engañar por lo primero que entra por nuestros sentidos. Una perspectiva más inteligente y espiritual en la vida, podría ayudar a ver más allá de lo inmediato, de todo aquello que «encandila» y no ser llevado por toda suerte de vientos.

Pero por otro lado hay que decir que existe una fuente de información que rompe por completo con esa perspectiva. Una fuente de grandes lecciones morales que invitan a la reflexión y llenan de esperanza. Son las Escrituras o lo que se conoce comunmente como la Biblia. En ésta se indica que hay alguien que no mira a la gente de modo meramente superficial o físico sino que va mucho más allá, hasta lo más profundo del corazón humano. Se muestra algo que llama poderosamente la atención en el caso de Dios: que es capaz de saber cómo es el corazón de la persona; que puede ver con claridad su interior y qué es lo que lo impulsa o motiva, aunque sea algo oculto para el resto de la humanidad. Un par de ejemplos lo ilustrará.

«La forma en que el hombre mira, no es la forma en que mira Dios»

Cuando el profeta Samuel fue enviado a la casa de Jesé para ungir al que habría de ser el rey de Israel, éste le presentó uno a uno a todos sus hijos porque uno de ellos habría de ser el escogido por Dios. Entonces Jesé le mostró primero a su primogénito, después al segundo y así el resto de todos sus hijos. Quizá serían todos fuertes y atractivos. Samuel esperaba que en algún momento dado, mientras Jesé le presentaba uno a uno a sus hijos, Dios le haría alguna señal parecida a «¡este es!» Pero la verdad es que Samuel no recibió ninguna indicación de parte de Dios de que ungiera a alguno de ellos como el rey de Israel. Como dice el pasaje:

«Pero Dios le dijo: «Samuel, no te fijes en su apariencia ni en su gran estatura. Éste no es mi elegido. Yo no me fijo en las apariencias; yo me fijo en el corazón«.-1 Samuel 16:7, TLA.

Al final Samuel le preguntó a Jesé: «¿son estos todos tus hijos?» Jesé entonces le dijo, «Pues, verás, la verdad es que todavía queda uno, el más joven. Se llama David. Está cuidando el rebaño«. Entonces Samuel le pidió a Jesé que lo trajera.  Y ahora sí, ahora sí recibió Samuel indicación divina de que éste habría de ser el nuevo rey de Israel. De modo que lo ungió con aceite especial de unción, como solía hacerse entonces. Dios había indicado con claridad quién sería el rey de Israel.

El registro bíblico dice:

«Jesé hizo llamar a David, que era un joven de piel morena, ojos brillantes y muy bien parecido. Entonces Dios le dijo a Samuel: «Levántate y échale aceite en la cabeza, porque él es mi elegido». Samuel tomó aceite y lo derramó sobre David, en presencia de sus hermanos. Después de eso, regresó a Ramá. En cuanto a David, desde ese día el espíritu de Dios lo llenó de poder».

– 1 Samuel 16:10-13, Traducción al lenguaje actual (TLA).

Es posible que todos se quedaran muy sorprendidos por aquella elección. Dios no eligió a ninguno de los que parece que deberían tener más posibilidades, los mayores o más fuertes, sino que eligió al más joven, al más humilde, al que se le mandaba cuidar de las ovejas; pero éste tenía un buen corazón, y eso Dios lo sabía. ¿Pero por qué fueron así las cosas? Porque como Samuel lo expresó: «la forma en que el hombre mira, no es la forma en que mira Dios». Eso tranquiliza sobremanera, saber que Dios está al tanto de todo aunque aparentemente no seamos nadie para los demás.

Una viuda apreciativa

Otro ejemplo que invita a la reflexión es el caso de una viuda que amaba profundamente a Dios. El evangelio de Marcos describe lo que pasó:

viuda monedas poco valor«Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo:
—Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir«.- Marcos 12:41-45, DHH.

Este pasaje ilustra cómo ciertas acciones que en principio parecen correctas a los ojos humanos, carecerían de sentido si no se hicieran desde el corazón. Por ejemplo, ciertos puestos de servicio dentro de una organización religiosa invisten a quienes los llevan a cabo de honor y prominencia. Se ha transmitido la idea de que ciertas personas, como por ejemplo el clero, obispos, ancianos, pastores, misioneros, etc., son «diferentes» o más «santos» que el resto de creyentes sólo por el puesto prominente que ocupan, mientras que quizá haya personas humildes que luchan diariamente con gran esfuerzo por mantener a sus familias o cuidar de enfermos pero que pasen absolutamente desapercibidas y sin recibir apenas alguna clase de honra. Y es que según el Evangelio, el valor de la persona no depende del puesto oficial o social que ocupa, de su atractivo físico, o de su formación e inteligencia, sino de lo que hay realmente en su corazón. Que es sólo Dios el verdadero juez y el único que evalúa los motivos reales del interior de la persona con exactitud. Por eso, antes de juzgar con prontitud a alguien habría que esperar hasta conocer bien a esa persona, sus antecedentes y sus circunstancias en la vida. Quizá por eso el actor británico Laurence Olivier (1907-1989) se expresó así,

«Me estremezco pensando lo fácil que es estar totalmente equivocado acerca de las personas: ver una pequeña parte de ellas y confundirla en su conjunto, ver la causa y pensar que es el efecto o viceversa«.

Un apóstol de Jesucristo, Juan, escribió con sinceridad:

«Pues el mundo solo ofrece un intenso deseo por el placer físico, un deseo insaciable por todo lo que vemos, y el orgullo de nuestros logros y posesiones. Nada de eso proviene del Padre, sino que viene del mundo«.- 1 Juan 2:16, Nueva Traducción Viviente (NTV).

Esa es la razón por la que en las Escrituras se anima a confiar sólo en Dios, algo que Jesús de Nazaret no cesó de resaltar al invitar una y otra vez a tener una relación personal con «el Padre«. Que el sentido de soledad no tiene por qué ser abrumador ni desesperante cuando se sabe que es Dios mismo quien está al tanto de todo.

Por tanto una vez más, y eso es algo que reconforta profundamente el corazón, «el modo en que el hombre mira, no es el modo en que mira Dios» (1 Samuel 16).

Esteban López

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