La lucha política es a menudo descarnada y violenta. Se sabe que el objetivo básico de los partidos políticos es alcanzar el poder, y que una vez que lo consigan harán todo lo posible por mantenerse allí cueste lo que cueste. La historia humana está llena de ejemplos que ilustran que la ética y la política no siempre han caminado juntas de la mano. Más bien a menudo ha ocurrido todo lo contrario. Como escribió George Orwell (India, 1903-Londres, 1950),
«El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez“.
– “Politics and the English Language”, Horizont, abril de 1946, incluido en: The Collected Essays, Journalism and Letters of G. Orwell, vol. IV (1945-1950), Secker & Warburg, Londres 1968, pp. 127.140.
El ansia de poder, la manipulación mental, la propaganda insana constante y el desprecio por la verdad y los derechos humanos, han hecho que ideologías como el racismo, el nacionalismo, el nazismo o el comunismo hayan llegado a ser fuente de un terrible sufrimiento para la humanidad en la forma de guerras, invasiones, asesinatos, violaciones, limpiezas étnicas, genocidios, esclavitud, terrorismo, corrupción, etc. Nada es de extrañar que el filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679) afirmara con contundencia que «el hombre es un lobo para el hombre«, y que Sócrates (470-399 a.C.) dijera de sí mismo que “si yo me hubiese dedicado a la política habría muerto hace mucho“.
Hay que decir por otro lado que no todas las personas que están en política carecen de escrúpulos. Muchas trabajan con sinceridad y verdadero ahínco en la causa en la que creen logrando mucho bien. Es como si en ese campo existieran dos fuerzas antagónicas en el que el bien lucha por abrirse paso como puede, en ocasiones, en la más profunda oscuridad. Se podrían citar muchos ejemplos, pero como ilustración de lo que se quiere decir, uno solo bastará. Es el caso de Boris III, el que fuera zar o rey de Bulgaria entre 1918 y 1943.
Boris heredó el trono de su padre, el zar Fernando I después de que éste abdicara del trono en favor de su hijo. Desde comienzo de su reinado, cuando solo tenía 24 años, Boris se encontró con un país dividido por distintas facciones de derechas e izquierdas, y durante todo su reinado procuró conciliar y unificar su país. A pesar de ello sufrió dos atentados terroristas que casi acaban con su vida. Su tarea no resultaba nada fácil en medio de crisis económicas, luchas internas rivales, el ascenso del comunismo y los fascismos, y la Gran Depresión. A pesar de todo ello, Boris seguía trabajando lo mejor que podía con buena voluntad. No compartía la brutalidad de los regímenes totalitarios existentes en su día, y procuró estrechar lazos de amistad con los países vecinos. También intentó aproximarse a los países democráticos occidentales solo para recibir la indiferencia de éstos. Luchó también por hacer que su país se mantuviera neutral durante la II Guerra Mundial, pero cuando el ejército alemán se posicionó en la frontera de Bulgaria, se vio obligado a alinearse con las potencias del EJE. Sin embargo, nunca participó militarmente en el conflicto.
En la primera reunión que tuvo con Benito Mussolini en Roma, y como muestra de su oposición a toda clase de dictadura impuesta por la fuerza, Boris comentó:
«Le admiro por haber conseguido reorganizar Italia, pero una dictadura, un régimen totalitario, solo puede ser transitoria. Recuerde las palabras de Bismarck: se puede hacer de todo con las bayonetas, excepto sentarse encima. Lo admiraré mucho más si se va, cuando sea necesario, y vuelve la legalidad«.
De hecho, siempre que se imponía una dictadura en su país debido a circunstancias de excepcional violencia política, Boris manifestaba su firme determinación de que fuera una solución necesariamente temporal hasta que se alcanzara de nuevo la normalidad democrática.
Boris era un pacifista convencido que tuvo que hacer malabarismos para intentar mantener a su país neutral en medio de un mundo que se había vuelto completamente loco. Era muy querido por su pueblo, sobre todo entre los campesinos, un filántropo que viajaba por todo el país incluso para ayudar a los más necesitados. A pesar de las terribles presiones de la Alemania nazi, se negó a deportar a los judíos de su país a Alemania, lo que hubiera significado una muerte segura para todos ellos. Su conciencia y forma de ser hacían de él en el fondo un resistente en la práctica. Sin embargo, intentar mantener esa posición en medio de un entorno agresivo y cruel le delataba. La fotografía adjunta es muy ilustrativa de lo que se quiere decir: Boris se niega a acompañar a Hitler en el saludo nazi en las Olimpiadas de Berlín de 1936.
Así las cosas, el 14 de agosto de 1943, Hitler convoca a Boris a una reunión en su cuartel general conminándole a que dispusiera sus tropas contra los soviéticos, pero Boris se niega categóricamente. Fue una reunión muy tensa que acabó en solo 45 minutos y de la que salió muy afectado y abatido. Nueve días después de la reunión y sin que hubiera dado síntomas de enfermedad alguna, Boris empezó a padecer de vómitos violentos. Cinco días después, el 28 de agosto de 1943, a los 49 años de edad fallecía. Muchos creen que fue envenenado, aunque la versión oficial fue que el fallecimiento se había debido a un ataque cardíaco producido por el tremendo estres que había estado sufriendo.
Reflexión
El caso de Boris III de Bulgaria muestra lo difícil que puede llegar a ser moverse con soltura dentro del campo político y todavía seguir manteniendo una buena conciencia, cuando a menudo la arena política está llena de lobos ávidos de poder que no dudarán ni un momento en lanzarse, sea como sea, al cuello de su presa. Por eso habría que preguntar cuál podría llegar a ser el precio a pagar por todo eso. Conrad Adenauer solía decir que existen los adversarios políticos, pero que por otro lado también existen los enemigos dentro del mismo partido. La razón es que a la política suelen confluir toda clase de individuos, algunos dispuestos a todo y sin ninguna clase de escrúpulos. Y es que el mundo no está habitado precisamente de ángeles inmaculados.
Cuando se supone que en política la patria es lo primero, ¿debería ser a toda costa? La llamada «razón de Estado» ¿debería traspasar todos los límites éticos? Nicolás de Maquiavelo (1469-1527):
«En las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso, sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad«.
Al ejercer la política, ¿debería cauterizarse la conciencia hasta el extremo de transgredir principios éticos básicos que significara la violación de derechos humanos básicos?
También puede argumentarse, no obstante, que si los buenos no entran en política, sólo serán los menos buenos los que ocupen los puestos de poder y que será mucho más difícil que puedan llevarse a cabo políticas productivas y equitativas. Al final es siempre la persona la que, con profunda meditación y evaluando todo lo que está envuelto, la que debe decidir. Porque sólo uno sabe hasta dónde puede alcanzar su buena voluntad y sus fuerzas, y si estará dispuesto a arriesgarse. Pero si se acepta el reto, es seguro que las trampas, los obstáculos y las tentaciones pueden llegar a ser muchas, y al final solo se tendrá éxito siempre que se mantenga la firme determinación de mantener la integridad personal en toda acción futura y en todo momento. Como dice Emilio Lledó, «a la política deberían dedicarse solo las personas honradas“. De lo contrario, se repetirá lo que tantas veces ya ha ocurrido en la historia humana y que Aleksandr Solzhenitsyn, (1918-2008) definió con tanta certeza: “Los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los grandes crímenes de este siglo”.
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