Erasmo de Rotterdam (1446-1536) escribió un opúsculo en 1515 titulado Dulce bellum inexpertis (la guerra es dulce para quien no tiene experiencia en ella). En él, describe los males de la guerra, y afirma que no hay fiera alguna que no sea más perjudicial para el hombre que el hombre mismo.
Entre los años 1820-1823, el pintor español Francisco de Goya pintó el cuadro ‘Duelo a garrotazos,’ para ilustrar el horror de la guerra fratricida y la vertiente más violenta del ser humano. En él puede apreciarse a dos hombres hundidos en un cenagal hasta la rodilla y en un enfrentamiento a muerte. Es una poderosa imagen ilustrativa de lo que ha sido una constante en la historia humana.
Podría haber sido un terrible colofón lo sucedido en el siglo XX: 80 millones de muertos en dos guerras mundiales. Pero hasta el día de hoy, la guerra sigue usándose como método para redimir diferencias. Sigue siendo el fracaso moral del ser humano. Y es que una guerra nunca comienza así como así. Antes siempre se ha ido gestando un clima tenso o «prebélico» propicio. Suele consistir en acusaciones falsas, manipulación de los medios de comunicación, adoctrinamiento constante en el sentido de «nosotros contra ellos«, desprecio de la otra cultura o raza, declaraciones insultantes, humillantes u ofensivas, ataques físicos esporádicos, vandalismo, y a menudo exaltación nacionalista de «mi patria tenga razón o no«; en definitiva el lenguaje del odio, ese que inflama por completo el espíritu y las emociones, y que conduce al ser humano a matarse entre sí hasta el mismísimo horror.
Por ejemplo, antes de que estallara la Guerra Civil Española, todos los bandos ideológicos tenían sus razones. Todo se podía justificar de modo absoluto en honor de cualquier idea excelsa: Dios, la patria, el socialismo, la república, la libertad, etc. El resultado según la historia ya se sabe: cientos de miles de muertos, tullidos y heridos, además de toda la miseria y profundo dolor que vino después. Como dice la letra de una vieja canción relacionada con la Guerra Civil Española (1936-1939), “hubo en España una guerra, que como todas las guerras, la ganara quien la ganara, la perdieron los poetas”. Años después, Claudio Sánchez-Albornoz (Madrid, 1893 –1984), historiador y político español que fue presidente de la República española en el exilio tras la Guerra Civil Española entre 1962 y 1971, declaró regresando del exilio el sábado 24 de abril de 1976:
«Sólo tengo una palabra: paz. Ya nos hemos matado demasiado; entendámonos en un régimen de libertad poniendo todos de nuestra parte lo que sea necesario. Hay que hacer una España nueva entre todos los españoles. No soy más que un viejo predicador de la paz y la reconciliación. No tengo de rojo más que la corbata».
Prohibición internacional del uso de la guerra
Sin embargo, hay que recordar que la guerra está legalmente prohibida desde la “Constitución Global” que resultó de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, por los Pactos de 1966 y por la propia Carta fundacional de las Naciones Unidas. Por tanto, el recurso a la guerra como sanción constituye un contrasentido desde el punto de vista moral como desde el punto de vista jurídico. Muy a menudo la violencia de la guerra viene como resultado de ideologías nocivas, sean éstas políticas o religiosas.
El nacionalismo, por ejemplo, ha sido causa de graves conflictos entre los pueblos, así como el fundamentalismo religioso. Enaltecer a una nación, a una raza o a una religión sobre otra, suele a menudo atentar contra derechos humanos básicos.
Luigi Ferrajoli es catedrático de Teoría del Derecho en la Universidad de Roma. Ha escrito varios libros sobre derecho y libertades y sobre la necesidad de que los derechos y garantías de cualquier sistema jurídico signifiquen la protección de los más débiles. Uno de sus libros es “Razones jurídicas del pacifismo” (Trotta, Madrid, 2005).
Como intelectual sensible, manifiesta en él estar absolutamente escandalizado por el uso de la guerra para solventar conflictos entre los humanos, y apela a la necesidad de que sea solo el derecho la ÚNICA herramienta que pueda usarse para lograr paz y justicia en un mundo plural. Según él, el uso de la guerra es una contradicción con el derecho internacional de derechos humanos y con el espíritu constitucional de derechos elaborados tras la segunda guerra mundial. Por tanto, las guerras de Yugoslavia, Afganistán, Colombia o Irak, no solo fueron ilegítimas moralmente sino ilegales desde el punto de vista del derecho internacional. El pacifismo de Ferrajoli preconiza una nueva «esfera pública global» y un constitucionalismo genuinamente mundial orientado a la tutela de los más débiles, lo que incluiría la intervención militar concertada por una democracia mundial solo para la resolución de conflictos graves o amenazantes para el bien común de la humanidad.
En su libro Razones jurídicas del pacifismo, el profesor de teoría del Derecho de la universidad de Roma, Luigi Ferrajoli, escribe:
«La guerra entre Estados, precisamente por sus intrínsecas características destructivas, no admite justificaciones morales y políticas. Es de por sí un mal absoluto… Occidente ha justificado siempre sus guerras -sus cruzadas, sus conquistas y sus colonizaciones- en nombre de sus propios valores: primero como una misión de evangelización, más tarde como una visión de civilización. Pero esta vez (la guerra contra Irak) la contradicción es bastante más evidente. Ante todo porque el nuevo fundamentalismo apela, precisamente, a los derechos -que por su naturaleza excluyen la guerra y exigen la mediación jurídica- amenazando así con desacreditarlos con el último engaño de occidente».
Y en el libro «No en mi nombre» (Trotta, 2003), Ferrajoli escribe:
«No podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas y de declarar la bancarrota del derecho internacional, pues el derecho internacional -la ONU- sigue siendo la única alternativa racional a un futuro de guerras, de terrorismo, de violaciones masivas de los derechos humanos.. Normalmente son los pacifistas quienes son acusados de utopía o de idealismo en contraposición a las duras, desagradables y sin embargo «realistas» posiciones de quienes, con grados distintos de adhesión, consideran inevitable, y por ello mismo no condenable apriorísticamente, la guerra. La tesis que pretendo sostener es que, por el contrario, no hay nada más irreal, aparte de irracional, que la perspectiva de un gobierno del mundo confiado a la guerra; y que, viceversa, la única hipótesis realista de salvaguardia no solo de la paz y de los derechos humanos sino también de nuestra seguridad y de nuestras democracias es un nuevo e incondicionado repudio de la guerra y la instauración de garantías eficaces para ello…

«La guerra es, por su propia naturaleza, un uso de la fuerza desmesurado e incontrolado, encaminado a aniquilar al adversario y destinado inevitablemente a golpear también a la población civil… la guerra ha sido prohibida por el derecho. Pero también es verdad lo contrario. La guerra ha sido prohibida porque se ha hecho inaceptable moralmente. – Págs. 214-215.
Entendiendo cuán importante es una educación por la paz, la Declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo (Chicago, 1993) decía en parte:
«Ciertamente, allá donde haya humanos habrá siempre conflictos. Pero, como principio, tales conflictos deberían solventarse sin recurso a la violencia y en el marco de un ordenamiento jurídico. Esto vale tanto para los individuos y los Estados. A los dirigentes políticos se les exige más que a ningún otro que se atengan al orden jurídico y se empeñen en lograr soluciones pacíficas, en lo posible no violentas, en el marco de un ordenamiento de paz internacional, que a su vez precisa ser salvaguardado y defendido frente a los violentos. La carrera de armamentos es un camino equivocado; el desarme, un imperativo del momento presente. Que nadie se engañe: ¡No es posible la supervivencia de la humanidad sin una paz mundial! Por eso los jóvenes deberían aprender ya en la familia y en la escuela que la fuerza nunca puede ser medio de confrontación con los demás. Solo así puede establecerse una cultura de la no-violencia».
Educar en la paz; esa es la clave. Algo que podría transformar las mentalidades y producir una ‘revolución pacífica’ en toda persona. O como Mahatma Gandi pensaba, tener la plena convicción de que ‘no hay caminos para la paz; la paz es el camino’.
Se incluye el trailer del excelente film La delgada línea roja. Es todo un alegato contra lo absurdo de la guerra. La historia tiene lugar en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Y es que una guerra atroz en un paraíso como Polinesia, no es más que el paradigma de una abyecta contradicción.
Esteban López
Será que se pudiera hacer leyes constitucionales para un orden mundial.? Señores si bien es cierto que las guerras hacen mucho daños, también lo hacen muchos organismos, como la ONU, OMG ,la de los derechos humanos exts, ya que no cumplen como organismos internacionales sino más bien actúan en complicidad de los agresores, tal son los casos de Nicaragua, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, China, es bien sabido de las violasiones a los derechos humanos.
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