Era médico, pero además un médico que pensaba. Pensó en el hombre, en el sufrimiento del hombre, en el modo español de ser hombre y sobre todo en la esperanza del hombre. Pedro Laín Entralgo (1908-2001) creía que un médico tiene el mejor escenario, la enfermedad, para transmitir esperanza. Decía que el médico, además de otras cosas, era sobre todo ‘un dispensador de esperanza’. Y él mismo se identificaba también ‘con la visión esperanzosa de otra vida‘ de Miguel de Unamuno, y en aquello de ‘solo en la esperanza me confío‘ de Francisco de Quevedo. Nació en Urrea de Gaén, provincia de Teruel. Además de médico fue historiador, ensayista y filósofo. Recibió también el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y humanidades en 1989.
No le tocó vivir en una España fácil: hambre de todo, de pan, de justicia y de cultura. Dictadura férrea, miedo y represalia de quienes vencieron. Bautizado como católico, al principio en su juventud poco de esa fe le llenaba. La verdad es que nada le atraía la imagen aquella de ‘el cura, el rico y el guardia civil‘, de modo que solo fue fácil que llegara a la indiferencia religiosa. Sin embargo, una beca que lo llevó a estudiar desde 1924 a 1930 al colegio Beato Juan de Ribera en Valencia lo cambió todo. Aquello se convirtió en otra cosa para él. Encontró allí seriedad intelectual, espíritu crítico y libertad de expresión. Era lo que estaba buscando su alma. Fue como una sacudida que lo convirtió a un ‘cristianismo sincero, aunque nunca exento de problemas‘, una conversión que afectó tanto a su fe como a su conducta. Desde entonces, nunca pudo separar los conceptos de religión y ética. Como él mismo escribió, «me vi íntimamente obligado a sentir y a pensar que si yo no admitía de buen grado la divinidad y la muerte redentora de Cristo, la realidad de mi vida y la realidad del mundo carecerían para mi de sentido«. Lo que Pedro buscaba era una fe pensada y sentida.
Además en 1925, cuando tenía veintiún años, Pedro tiene la oportunidad de escuchar unas conferencias del franciscano Antonio Torró Sansalvador (1887-1937) que lo marcan de por vida. De él aprende que ‘la esencia del cristianismo es el amor, el amor entre los seres humanos, el amor a las cosas; que Dios es amor’. Hasta entonces, Pedro había considerado las prácticas religiosas, bajo la influencia paterna, como ritos arcaicos, reaccionarios y de pésimo gusto estético. Torró, sin embargo, le descubre que hay otra dimensión, la única creíble y auténtica, la propia de la «religiosidad interna«. El amor es la más honda, original y eficaz de cuantas novedades trajo al mundo el evangelio, y eso hace de nuestra convivencia algo humano y digno, diferente a lo meramente administrativo y maquinal.
Pedro nunca tuvo una fe ‘sin problemas’. Diría que ‘lo cierto es siempre penúltimo y lo último es siempre incierto’. Como diría el cardenal Newman, ‘que mis creencias soporten mis dudas’. Amaba a la Iglesia, le preocupaba su futuro como ‘ente social’ pero no la comprendía. Y es que la iglesia del momento, al igual que le ocurriría a José Luís López Aranguren, lo llevaría a la heterodoxia, siendo Pedro sin embargo hasta final un cristiano auténtico y profundo.
Esperanza
El gran tema de su obra es la esperanza. Decía que ‘un hombre sin esperanza sería un absurdo metafísico‘. Por eso la esperanza permanece siempre en el ser humano al acometer la empresa de vivir (esperanza biográfica); también en los pueblos (esperanza histórica) al resurgir una y otra vez de la destrucción y la ruina; y la esperanza escatológica, que se ha conocido con diversos nombres como inmortalidad del alma, resurrección, nirvana, etc. De ahí por ejemplo sus obras Antropología de la esperanza (1979) y Esperanza en tiempos de crisis (1993), en la que analiza la filosofía de la esperanza de Unamuno, Ortega, Jasper, Bloch, Marañón, Heidegger, Zubiri, Sartre y Moltmann. La idea ‘¿qué me es lícito esperar?‘ de Kant, es la gran constante en el pensamiento de Pedro Laín Entralgo. Y de su maestro Xavier Zubiri también entiende al hombre esperanzado como ens religatum, es decir, que el objeto de la esperanza es una ‘religación‘ entre el hombre y Dios.
Le cautiva la obra de Ernst Bloch y su apuesta por ‘El principio Esperanza‘. Lo llama la ‘catedral laica de la esperanza’ porque Bloch siendo marxista esperaba un mundo más libre y justo ahora, sin la espera de la trascendencia. Laín sin embargo, afirma que ‘si la esperanza es auténtica, no quedará defraudada’. De ahí que considere la esperanza de Bloch ‘demasiado laica y enlutada’. Siente también mucha mayor sintonía con la Teología de la esperanza de Jürgen Moltmann.
La trascendencia
Pedro Laín entiende la trascendencia del ser humano como algo que está más allá de la muerte y de la historia. Más allá de los quehaceres diarios, el hombre se pregunta si ‘hay algo más’. El ‘más y más’ de Unamuno, a su ansia de ‘trepar a lo inaccesible‘. Alude sobre ello a ciertos ‘momentos de plenitud‘ en los que el hombre vislumbra fugazmente ‘una suerte de tangencia con la eternidad‘, los ‘instantes supremos‘ de Jaspers, ‘el instante de eternidad‘ de Goethe o ‘lo eterno del hombre‘ de Max Scheler. Pedro descarta que se trate de ‘la pasión inútil‘ de Sartre.
A diferencia de los que creen en la aniquilación total del hombre en la muerte, o de los que dejan la pregunta abierta, Laín Entralgo apuesta por la esperanza de la resurrección. La razón es que solo así puede responderse el argumento ético de que por fin se haga justicia, aparte de que responde a los más íntimos deseos de la persona. Pero ¿cómo tendrá lugar la resurrección? Es aquí donde Pedro dedica uno de sus mayores esfuerzos de investigación. Al final llega a la conclusión de que «científica y filosóficamente no parece admisible la existencia de un alma separada» del cuerpo, aunque sabe que esa es la creencia tradicional. Cree más bien en la llamada ‘muerte total’ del ser humano en el momento de morir, defendida en su opinión por la teología cristiana más reciente. Afirma que ‘moriremos todos por completo’ pero también que la resurrección será total, es decir, que resucitará ‘todo el hombre’. Argumenta que ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento hablan de un alma espiritual, y que ni Jesús ni Pablo sostienen que la muerte consista en la separación del alma inmortal de un cuerpo mortal. Que hasta el mismo Ratzinger notificó que en la edición del Missale Romanum de 1970, en la liturgia exequial se suprimió el término anima.
Aquí puede apreciarse la influencia de su maestro y amigo Xavier Zubiri (1898-1983), que en su libro «El hombre y su cuerpo» (1973) escribió,
«Cuando el cristianismo habla de supervivencia e inmortalidad, quien sobrevive y es inmortal no es el alma, sino el hombre, esto es, la sustantividad humana entera. Y esto tendría que ser por obra de una acción recreadora, resurreccional«.
Ignacio Ellacuría, comenta en la presentación del libro póstumo de Zubiri Sobre el hombre,
«Zubiri acabó pensando y afirmando que la psique es por naturaleza mortal y no inmortal, de modo que con la muerte acaba todo en el hombre o acaba el hombre del todo. Lo que sí sostenía Zubiri, pero ya como creyente cristiano y como teólogo, es que también todo el hombre resucita, si merece esta gracia o recibe esta gracia de Dios por promesa de Jesús».
Para Laín «al morir, todo el hombre muere» y «todo yo resucitaré«. Para él el alma es ‘la unidad de acción de la estructura específica del ser humano‘. Alma es ‘el término de referencia de todo lo que el hombre hace por ser específica personalmente la estructura que es: sentir, pensar, querer, recordar, olvidar, crear, imitar, amar, odiar, etc‘. O como dice Joseph Ratzinger y que Laín acepta, «alma es la capacidad de referencia del hombre a la verdad y al amor eterno».
Como creyente cristiano, Pedro tenía gran cariño a estas palabras de Ortega y Gasset:
«¿Qué es en el hombre la esperanza? ¿Puede el hombre renunciar a ella? Hace unos cuantos años Paul Morand me envió un ejemplar de su biografía de Maupassant con una dedicatoria que decía: ‘Le envío esta vida de un hombre qui n’espèrait pas’. ¿Tenía razón P. Morand? ¿Es posible, literal y humanamente posible, un humano vivir que sea un esperar? ¿No es la función primaria y más esencial de la expectativa y su más visceral órgano de esperanza?» – Pedro Laín, La espera y la esperanza, pag.11. Véase también Creer, esperar y amar, Galaxia Gutemberg, 1993, pág, 174.
En sus propias palabras
«Pero la nota más original y profunda de la idea cristiana de la divinidad viene expresada por esta rotunda y maravillosa sentencia del Nuevo Testamento: «Dios es amor»; hò theós agápe estin, Deus caritas est, en los textos originarios de la fe cristiana. No se afirma con ella que el amor -un amor radicalmente distinto del éros griego, el amor como agápe o caritas, en definitiva como autodonación- sea el nervio más entrañable de toda operación divina -creación, redención, salvación- sino que, cualquiera que sea el modo humano de concebirla, la realidad primaria de Dios consiste precisamente en ser amor. Lo primario para la realidad de Dios no es para el cristiano «ser espíritu puro», sino «ser amor.» Misterio insondable, en cuanto que enseña que con Dios el amor no es, como en el hombre, modo posible de operación, sino principio supremo de realidad.
«En cualquier caso, pienso que también son cristianos, aunque confesionalmente no pertenezcan a ninguna Iglesia, las no pocas personas que en su intimidad, acaso sin expresarlo públicamente, se sienten unidas a Cristo según lo que para ser cristiano es esencial».
-Pedro Laín Entralgo, en El Problema de Ser Cristiano, Galaxia Gutemberg, 1996.
«Y si mi muerte, como hondamente deseo, me permite hacer de ella un acto personal, si no es la súbita consecuencia de un accidente fortuito, al sentirla llegar diré en mi intimidad: ‘Señor, esta es mi vida. Mírala según tu misericordia‘».
– Pedro Laín Entralgo, Cuerpo y alma, Espasa Calpe, Madrid, 1991, pág. 95.
- Bibliografía: «Esperanza y trascendencia en Pedro Laín», en Avatares de la creencia en Dios, Manuel Fraijó, Trotta 2016.
Estimado amigo,
Aprovecho estas líneas para decirle que no pongo MG por no estar de acuerdo con mucho de lo que se dice sobre la inmortalidad o no inmortalidad del alma o, incluso, de su existencia como algo separado o no del cuerpo.
Pero el artículo es interesante. Esta tarde le he remitido un enlace sobre Ortega y la cortesía del filósofo. Mi blog es, técnicamente, un desastre, y de momento no encuentro quien me lo adecente. Lo digo porque viendo el suyo comprendo lo que me falta.
Yendo ahora del continente al contenido, aún no he tenido tiempo de leer más que éste y otro trabajo, así que guardo silencio, pues también dijo el inmortal Ortega, y Vd. lo sabrá mejor que yo, que, o se hace ciencia, o se hace literatura, o se calla uno. Pues eso, de momento, me callo.
Que tenga un fructífero resto de jornada (si la fórmula de despedida no es larga, no escribo punto)
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Muchas gracias, Julio, por escribir y por sus comentarios. Que tenga un buen fin de semana y un buen año. Un saludo afectuoso.
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