Esperanza, «ancla del alma»

barco ancla«Creo en el sol aunque no brille. Creo en el amor, aunque yo no lo sienta. Creo en Dios aunque no pueda verlo«.

Esas palabras fueron escritas por un judío en 1940 en los muros del gueto de Varsovia, uno de los episodios históricos más tristes e ignominiosos de la Segunda Guerra Mundial, donde miles de judíos hacinados en unos pocos kilómetros de la ciudad se morían de hambre y de miseria. Al final, los que sobrevivieron a aquel horror fueron llevados al campo de exterminio de Treblinka, donde miles y miles de familias fueron vilmente asesinadas en las cámaras de gas.

No es de extrañar que, ante tanto sufrimiento, Theodor Adorno llegara a decir que «ya no es posible la poesía después de Auschwitz». Por eso sobrecoge y asombra hasta la más profunda admiración, que en medio de tanto sufrimiento, alguien todavía fuera capaz de escribir algo tan bello y lleno de esperanza.

Se ha dicho que la sociedad actual es «postmoderna«, que se han abandonado las creencias firmes (Gianni Vattimo), y que son los medios de comunicación los que adquieren una posición central a la hora de modelar el criterio de la gente. El problema viene cuando esa especie de «Babel informativa» logra relativizarlo todo, incluida también toda clase de esperanza.

Ernst Bloch (1885-1977), sin embargo, no entendía esta existencia sin que la esperanza la alumbrara. No era creyente, pero su obra clama desesperadamente por esa necesidad acuciante del alma humana: «La desesperanza es en sí, tanto en sentido temporal como objetivo, lo insostenible, lo insoportable en todos los sentidos».  O, «no me resigno a que la última melodía que escuche sean las paletadas de tierra que alguien arroje sobre mis despojos». No sabía cómo se podría realizar esa esperanza, pero la necesitaba desde lo más profundo de su ser. O como también lo expresó Christian Johann Heinrich Heine (1797-1856), poeta alemán del siglo XIX , «Y seguimos preguntando, una y otra vez, hasta que un puñado de tierra nos calle la boca. ¿Pero es eso una respuesta?»

andre-gorz-y-dorineQuizá podría mencionarse otro ejemplo de vislumbre y deseo de esperanza. Es el caso de André Gorz (1923-2007), filósofo marxista francés de origen judío y persona sensible. Su obra muestra la necesidad del desarrollo de la persona individual como condición imprescindible para la transformación de la sociedad, señalando también como un error la sumisión de la sociedad a los imperativos económicos. En los últimos años de su vida dedicó un libro a su esposa Dorine (Carta a D. Historia de un amor, Paidós Ibérica, 2008), quien padecía una enfermedad degenerativa que le causaba muchos dolores. En las siguientes palabras puede apreciarse el gran amor que el filósofo le tenía, un amor al que no estaba dispuesto a renunciar incluso ante la muerte y que estaba lleno de esperanza:

“Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que sólo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío… Por las noches veo la silueta de un hombre que camina detrás de una carroza fúnebre en una carretera vacía, por un paisaje desierto. No quiero asistir a tu incineración, no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos».

El 22 de septiembre del 2007, los cuerpos sin vida de André Gorz y su esposa Dorine fueron encontrados en su casa de Vosnon, Francia, después de que se suicidaran. Se habían asegurado de dejar varias notas escritas dando explicaciones. Y es que en su último libro, André había escrito, «Nos gustaría no sobrevivir a la muerte del otro. Nos hemos dicho a menudo que, si tuviésemos una segunda vida, nos gustaría vivirla juntos».

La tradición judeocristiana, sin embargo, sigue manteniendo sin ambages su seria oferta de sentido, incluso para más allá de la muerte; en ella nunca queda duda alguna de dónde puede encontrar el ser humano la fuente de toda esperanza:

«¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!» -Salmo 42:5, NVI.

«Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza«. -Salmo 62:5, NVI.

«De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza». – Romanos 15:4, NVI.

«Con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Éste es el evangelio que ustedes oyeron y que ha sido proclamado en toda la creación debajo del cielo». – Colosenses 1:23, NVI.

«En efecto, si trabajamos y nos esforzamos es porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente, que es el Salvador de todos, especialmente de los que creen«. – 1 Timoteo 4:10, NVI.

«Nuestra esperanza es la vida eterna, la cual Dios, que no miente, ya había prometido antes de la creación«. – Tito 1:2, NVI.

«Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza… Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa«. – Hebreos 6:19; 10:23, NVI.

Ceder al relativismo ideológico, a aquello de que «nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira,» puede hacer olvidar que la única posibilidad de esperanza y redención de la humanidad doliente (incluidas todas las víctimas inocentes de la historia por la violencia), no es la política, la ciencia o la filosofía (por mucho bueno que hayan logrado), sino Dios mismo. Sus tratos con la humanidad en el pasado muestran que haga lo que haga para el bien de la humanidad será algo «muy bueno». No es necesario conocer todos los detalles porque su respuesta siempre ha sorprendido agradablemente a los que esperaban en Él. Solo la idea de vivir con los seres queridos de uno en un entorno feliz y para siempre, llena de gozo el corazón. Como escribe Hans Küng en su libro El Judaísmo (Trotta, 2009):

«Porque existe Auschwitz, dice el incrédulo, la idea de Dios me parece insoportable. Y el creyente, judío o cristiano, puede replicar: solo porque existe Dios puedo soportar la idea de Auschwitz».

Esteban López

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