Según se informó en varios medios de comunicación, en la iglesia católica australiana alrededor de 4.500 personas presentaron quejas por presuntos incidentes de abusos sexuales a menores, lo que obligó a la iglesia «a pagar más de 276 millones de dólares locales (213 millones de dólares estadounidenses o 200 millones de euros) a las víctimas de pederastia en respuesta a las denuncias interpuestas entre 1980 y 2015, según han informado fuentes judiciales».
Noticias parecidas surgen de vez en cuando no solo dentro de la iglesia católica sino en otras iglesias también. Esta triste cuestión, no solo es un mal moral que desprestigia por completo a las instituciones religiosas envueltas; es también un delito perseguido por la mayoría de las legislaciones. Sin embargo, sin duda lo peor de todo es el daño emocional y psicológico, a menudo irreversible, que se infringe a las víctimas, la mayoría de ellas niños y jóvenes inocentes.
Así las cosas, habría que preguntar hasta qué grado es la cuestión del celibato un factor determinante en todo esto. Desde luego no parece que lo sea en todos los casos, porque muchos ministros religiosos que han abusado de menores son personas casadas que pertenecen a otras iglesias. Pero no es difícil tampoco intuir que la cuestión del celibato puede ser una carga añadida, un elemento de tremenda presión para muchas personas que quieren servir a Dios.
Sobre el momento histórico de la imposición obligatoria del celibato dentro de la iglesia católica, en su obra El cristianismo, esencia e historia (Trotta, 1997), el teólogo católico Hans Küng escribe:
«Romanización significa clericalización. Bajo la influencia de los monjes Humberto e Hildebrando, Roma, en una especie de ‘panmonaquismo’, exigió a la totalidad del clero obediencia incondicional, rechazo del matrimonio y vida en común… Recurriendo al derecho, el concilio lateranense II de 1139 declaró que la recepción de las órdenes superiores ( a partir del subdiaconado) constituía un impedimento dirimente del matrimonio, lo que significa que el matrimonio de sacerdotes, prohibido, pero jurídicamente válido, es ahora inválido de raíz: todas las esposas de sacerdotes son consideradas como concubinas, y los hijos de sacerdotes son requisados como esclavos no libres para la fortuna de la Iglesia. A partir de ese instante, pues, existe una ley general de celibato obligatorio que, sin embargo, en la práctica, es observada de manera solo parcial incluso en Roma hasta el tiemplo de la Reforma.
«La medieval ley del celibato, típicamente católico-romana, hoy de nuevo muy discutida, contribuyó más que ninguna otra a que el «clero», la «jerarquía», la «clerecía», el «estado sacerdotal» sea destacado del «pueblo», entendiendo por tal a los laicos, y puesto por encima de él. En efecto, el estado del celibato es considerado ahora, sin discusión, como moralmente «más perfecto» que el estado del matrimonio. Sí, la clericalización alcanza ahora tales proporciones que «clero» e «Iglesia» llegan a ser considerados como idénticos; lenguaje que se ha conservado en parte hasta nuestros días. Esto significa para las relaciones de poder:
- Los laicos dejan de tener importancia en la Iglesia, a la que pertenecían hasta entonces clero y laicos.
- Solo el clero, como administrador de los medios de gracia, constituye «la iglesia».
- La Iglesia clerical tiene una organización jerárquico-monárquica que culmina en el papa, de forma que Ecclesia Catholica y Ecclesia romana son sinónimas.
- Clero («Iglesia») y laicos («pueblo») constituyen la «cristiandad» (christianitas) en la que, sin embargo, según la concepción romana, tienen que dominar de forma incondicional el papa y el clero».
– Hans Küng, El cristianismo, esencia e historia (Trotta, 1997), p. 412.
Y en su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?, el mismo autor escribe:
«Ya en los primeros siglos, las mujeres fueron crecientemente excluidas de los puestos de responsabilidad de la Iglesia. Pero en el tránsito del siglo IV al V, combatiendo a los pelagianos y su acentuación del libre arbitrio, Agustín, convertido ya en obispo, agudizó su teología del pecado y la gracia. Intentó explicar el pecado de todo ser humano desde el relato bíblico de la caída de Adán, «en quien (en lugar de lo que hubiera sido una lectura correcta del originario texto griego: conforme a cuyo ejemplo) todos los hombres pecan, era una traducción evidentemente errónea de Romanos 5:12. De este modo, Agustín imprimió un sesgo histórico, psicológico, más aún, sexual al pecado original de Adán. Y éste pecado hereditario, según Agustín, es transmitido a cada ser humano a través del acto sexual y los deseos carnales, esto es, egoístas (concupiscencia, libido). Por eso, según esta teología, todo lactante, si no es bautizado y liberado así del pecado original, se encuentra ya a merced de la muerte.
«Por medio de semejante interpretación de la Escritura, Agustín, que era dueño de una capacidad de autoanálisis no igualada por ningún otro autor de la antigüedad, legó a la entera Iglesia católica de Occidente la doctrina del pecado original, que hasta hoy es desconocida en la Iglesia de Oriente. Esa doctrina lleva aparejada una funesta desvalorización de la sexualidad, de la libido sexual. El deseo carnal, por sí solo, es pecaminoso y ha de ser reprimido; solo se permite cuando está orientado a tener hijos. Esta sigue siendo hoy día la aciaga de los papas romanos.
El rigorismo en materia de moral sexual se abre paso en un amplio frente: al clero se le exige abstinencia sexual y a los laicos se les prohíbe, a la inversa, todo contacto con las «especies sagradas» (pan y vino en la eucaristía).
«Una dirección en la Iglesia formada por varones célibes impuso finalmente en el siglo XI la prohibición del matrimonio para todos los sacerdotes de la Iglesia Occidental. En la Iglesia Oriental, el clero, a excepción de los obispos, puede casarse y está , por tanto integrado en la estructura social de forma mucho más cercana al pueblo. En cambio, el clero célibe de Occidente parece totalmente separado del pueblo cristiano, a causa sobre todo del celibato: se trata de un estamento social propio y dominante que, en virtud de su superior «perfección» moral, es antepuesto por principio al estamento laical y solo está subordinado por entero al papa».
– Hans Küng, ¿Tiene salvación la Iglesia?, páginas 74,75, Trotta, 2013.
Lo que dicen las Escrituras
Tanto en las Escrituras como en el cristianismo primitivo el celibato obligatorio era un asunto totalmente desconocido. De hecho, la mayoría de los apóstoles estaban casados. Permanecer casado o no era solo una cuestión de elección personal. El apóstol Pablo recomienda que se permanezca soltero si no se desea tener tantos quebraderos de cabeza por las obligaciones del matrimonio y así poder servir mejor a Dios, pero no lo impone a nadie. Solo sugiere:
«No les digo todo esto para complicarles la vida, sino para ayudarlos a vivir correctamente y para que amen a Dios por encima de todo. Sin embargo, si un hombre está comprometido con su novia, y piensa que lo mejor es casarse con ella porque ya tiene edad para hacerlo, que se casen, pues no están pecando. Pero si alguno no se siente obligado a casarse y puede controlar sus deseos, hará bien en no casarse. Así que, quien se casa hace bien, y quien no se casa, hace mejor«. – 1 Cor.7:35-38, TLA.
«Pero si no pueden controlar su naturaleza, que se casen, pues más vale casarse que consumirse de pasión». – 1 Cor. 7:9, DHH.
Incluso a la hora de nombrar obispos en la iglesia, éstos deberían satisfacer ciertos requisitos, a saber:
«Es preciso que el obispo, sea un hombre sin tacha, marido de una sola mujer. Debe ser sobrio, equilibrado, cortés, hospitalario, con capacidad para enseñar. No ha de ser borracho ni pendenciero, sino ecuánime, pacífico y desinteresado«. – 1 Tim. 3:1-3, BLP.
Sin embargo, alguien podría decir que el celibato obligatorio lleva ya muchos años vigente dentro de la iglesia católica y que es parte de la ‘sagrada tradición’. Pero si esa ‘tradición’ entra en conflicto directo con los orígenes del cristianismo y resulta ser una carga severa, ¿no habría que replantearse seriamente por cuál criterio guiarse teniendo en cuenta las palabras de Jesús ‘mi yugo es suave y mi carga ligera‘?
El deseo de servir a Dios puede ser muy importante para muchas personas, pero lo es también la necesidad emocional de dar y recibir afecto y cariño. Por otro lado, el deseo sexual normal, como don de Dios que es, puede variar de persona en persona, pero por lo general es un deseo intenso. Por tanto, ¿qué necesidad hay de obligar a nadie artificialmente a que se abstenga de algo creado por Dios si eso va a significar una grave carga para la persona? Las vidas de muchos siervos de Dios en el pasado muestra que es posible servir a Dios perfectamente tanto con cónyuge como sin él. ¿No se debería dejar que cada persona deseosa de servir a Dios decidiera en conciencia sin necesidad de sentirse presionada por la idea de que se es menos apto o menos «santo» si se está casado?
Por otro lado, la idea de que la Iglesia de Cristo deba estar compuesta de clérigos por un lado y legos por otro, simplemente no aparece en el Evangelio. «Todos vosotros sois hermanos«, dijo Cristo Jesús. Es verdad que dentro de la iglesia de creyentes podría haber distintos «carismas» o «dones en forma de hombres«:
«Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo«.
Estas habilidades o carismas no eran puestos jerárquicos, sino oportunidades para el servicio a toda la congregación, cuyos miembros, en lugar de dividirse entre clérigos y legos, formaban todos un sacerdocio santo y una nación santa a los ojos de Dios:
“Cristo es la piedra viva, rechazada por los seres humanos pero escogida y preciosa ante Dios. Al acercarse a él, también ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo… Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”. – 1 Pedro 2:4-6, 9.
Que se obligue o que se imponga la obligación de ser célibe recuerda, y es inevitable, aquellas otras palabras de Pablo a su amigo y discípulo Timoteo cuando le escribió:
«Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe… prohibiendo casarse y mandando abstenerse de alimentos que Dios ha creado para que con acción de gracias participen de ellos los que creen y que han conocido la verdad«. – 1 Tim. 4:1-3, LBLA.
Ojalá que se reflexione sobre todo ello y el tiempo haga que el espíritu sencillo y amoroso de Cristo Jesús prevalezca sobre toda clase de imposición humana.
Esteban López
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