Norman Rockwell fue un pintor e ilustrador estadounidense muy conocido por sus representaciones idealizadas de la vida cotidiana en Estados Unidos. Por eso solía decir que excluía lo feo y lo sórdido porque a él le gustaba pintar la vida tal y como le hubiera gustado que fuera, aunque tantas veces la realidad empañara su deseo.
Norman Percevel Rockwell (1894-1978) nació en Nueva York, Estados Unidos. Su inmenso talento ya empezó a manifestarse desde la adolescencia. Estudió en el Art Students League of New York, en el National Academy of Design y en el New York School of Art. Con el tiempo había producido más de 300 portadas para la revista The Saturday Evening Post (1916–1963) y realizado varios trabajos para Look, Boys’ Life y otros medios, siempre para la delicia y aprecio de millones de lectores. En 1977 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, el honor civil más alto en EE.UU.
El estilo de su pintura es el Realismo y el Idealismo. En cada una de sus obras refleja Ilustraciones narrativas con enfoque en escenas cotidianas, muchas de ellas entrañables, llenas de humor y valores tradicionales, como la familia, el patriotismo, las injusticias sociales y escenas nolstágicas de la vida. Al contemplar su obra puede apreciarse que en realidad tiene mucho de crónica del siglo xx.
Rockwell no tuvo una vida fácil. Quienes le conocieron dicen que era una persona de carácter humilde y sin grandes pretensiones. Ese deseo que él tenía de crear arte para las masas, hizo que no fuera comprendido por las élites vanguardistas de su día. A veces se sentía infravalorado y con gran inseguridad, lo que hacía que sufriera constantes depresiones. Por otro lado, su primer matrimonio acabó en divorcio después de catorce años de convivencia.
Su segunda esposa, Mary Barstow, con la que tuvo tres hijos, sí fue una bendición para él debido a su apoyo leal durante todos los años que estuvieron juntos. Él había escrito con mucho aprecio sobre ella, «cuya ayuda, llena de cariño ha significado tanto para mí«. Sin embargo, con el tiempo los problemas de salud de Mary aumentaron y tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico al igual que él mismo. Fue una época de mucho sufrimiento para ambos. Finalmente ella fallecería súbitamente de un ataque al corazón el 25 de agosto de 1959. Quizá por eso el psiquiatra que trató a Norman, Erik Homburger Erikson, de renombre mundial, dijo que «Rockwell pintó su felicidad, pero no la vivió«. Y es que a menudo muchos grandes hombres han tenido las circunstancias más adversas.
Una selección de sus obras
Norman Rockwell, «Girl at Mirror«, 1954.
Rockwell capta muy bien aquí el misterio y la belleza de la feminidad. La mujer que la niña ya lleva dentro. Los detalles: ha dejado aparte su muñeca y quisiera ser como la bella mujer de la revista. Pero parece como si su rostro expresara la duda: «¿Ha llegado realmente el momento de ser mujer»? Preciosa obra de arte llena de ternura y sensibilidad en la que se expresa el misterio y el milagro de la vida.
Norman Rockwell, Freedon from fear (Libertad del temor), 1943.
En medio de una guerra atroz que estaba asolando a buena parte del mundo, Rockwell compone esta bella ilustración llena de ternura. Transmite la paz y el sosiego que toda alma humana necesita. La seguridad que significan los cuidados de unos padres amorosos; la tranquilidad de un hogar donde reina la paz a pesar de las malas noticias que se pueden leer en el periódico. Evoca las bellas palabras de Pierce Brown (1988), escritor estadounidense, “El hogar no es de donde eres, es donde encuentras la luz cuando todo se oscurece”.
Este cuadro forma parte del «Discurso de las Cuatro Libertades» (Four Freedoms Speech) que el presidente Franklin D. Roosevelt pronunció el 6 de enero de 1941 en el Congreso el Discurso sobre el Estado de la Unión y que tuvo una profunda influencia en la redacción de la Carta Fundacional de las Naciones Unidas aprobada el 26 de junio de 1945 y, de modo muy explícito, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sobre esto se decía:
«La cuarta es la libertad frente al miedo, que, traducida en términos mundiales, significa una reducción a escala mundial del armamento hasta tal punto y de manera tan profunda que ninguna nación esté en situación de cometer un acto de agresión física contra ningún vecino, en cualquier lugar del mundo».
Rockwell es capaz aquí de transmitir con una sensibilidad exquisita el amor sincero entre un padre y su hija. Es el momento de recibir un regalo precioso porque lo que lo respalda es la alegría de poder amar. Sólo quienes han sido padres o madres entienden perfectamente aquellas palabras de Agustín de Hipona (354-430),
“El amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás”.
Triple Autorretrato (1960)
Esta es una obra profundamente ingeniosa que mezcla humor e introspección. Rockwell se muestra de espaldas pintando un autorretrato, pero lo interesante es que el rostro que aparece en el lienzo no coincide exactamente con el que vemos en el espejo (reflejado al lado del caballete). Esto sugiere una exploración de cómo el artista se ve a sí mismo, cómo quiere ser visto y cómo realmente es. La discrepancia entre la imagen del espejo y el retrato pintado subraya la tensión entre realidad y representación.
A la izquierda del caballete, Rockwell ha pegado bocetos de otros grandes autorretratos —como los de Durero, Rembrandt, Picasso y Van Gogh—, lo cual sitúa su trabajo dentro de una tradición artística rica y variada. Esto es una forma de rendir homenaje a los grandes maestros, pero también una declaración de que él, un ilustrador comercial a menudo subestimado por los críticos de arte, merece un lugar en ese canon.
Como es característico de Rockwell, hay una atención meticulosa al detalle y una dosis de humor: por ejemplo, el casco de pompier que coloca sobre el lienzo, la expresión del águila sobre el espejo, los útiles de artista exageradamente visibles. Todo esto crea una atmósfera lúdica que suaviza la carga reflexiva de la obra.
La postura encorvada, el hecho de que use anteojos para mirar de cerca, y los papeles arrugados a sus pies refuerzan la imagen de un artista trabajador, modesto y autoexigente. Rockwell no se idealiza a sí mismo, sino que se muestra en su faceta más humana y cotidiana. Esta obra es una meditación visual sobre la identidad, el arte y la percepción, contada con la maestría narrativa y el realismo accesible que caracterizan a Rockwell. Su mezcla de ironía, ternura y autorreflexión hace de esta pintura una de sus obras más emblemáticas y complejas.
Saying Grace (1951)
El cuadro Saying Grace (1951) de Norman Rockwell es una de sus obras más queridas y representativas, cargada de ternura, contraste social y una mirada profunda sobre los valores estadounidenses de mediados del siglo XX.
La escena muestra a una abuela y su nieto orando antes de comer en un restaurante concurrido. Están sentados en una mesa compartida, mientras otros comensales —especialmente dos hombres jóvenes— los observan con una mezcla de asombro, desconcierto y quizás respeto. El ambiente es sencillo: un restaurante popular, probablemente de clase trabajadora, lleno de detalles cotidianos como platos, cigarrillos y abrigos colgados.
Este cuadro quizá sea una ilustración muy gráfica del avance de la secularidad, hasta el grado de que se vea como algo extraño que alguien ore a Dios para darle las gracias por los alimentos que se van a tomar. Hoy en día algo así se seguiría viendo muy extraño. Dios ha dejado de ser una realidad para muchas personas, de ahí que no se comprenda a quienes lo consideran alguien real. El cuadro plasma muy efectivamente ese contraste de mundos en el que los seres humanos vivimos.
En Saying Grace Rockwell no evita el conflicto cultural. Lo presenta con suavidad, con humor y ternura, pero está ahí: la diferencia entre mundos y formas de vida. Lo que ofrece es una mirada esperanzadora, en la que la devoción y el respeto aún tienen cabida, incluso en medio de la incomodidad o la incomprensión.
The Holdout. February 14, 1959 cover of the Saturday Evening Post
Norman Rockwell, con su característico estilo narrativo y detallista, logra en The Holdout (resistencia) una potente representación de la tensión social y moral dentro del sistema judicial estadounidense. La escena muestra a un jurado deliberando: once miembros están claramente de acuerdo en el veredicto, mientras una mujer, sentada con expresión firme, se mantiene sola en su desacuerdo. Ella es «el último voto«, la que no cede, el holdout.
Visualmente, Rockwell encierra a los personajes en una habitación opresiva, con cuerpos inclinados hacia la mujer, en una mezcla de incomodidad, molestia y sorpresa. Su actitud, sin embargo, transmite convicción más que terquedad. Sus zapatos rojos contrastan con los tonos grises y apagados del resto, destacándola como figura central tanto literal como simbólicamente.
Este cuadro es más que una escena cotidiana: es un comentario sobre la integridad individual frente a la presión del grupo. Rockwell refleja el ideal democrático de que cada voz cuenta, incluso (o sobre todo) cuando disiente. En un contexto de cambio social como el de los años 50 —pleno auge del movimiento por los derechos civiles y debates sobre el papel de la mujer— la presencia de una mujer decidida en un rol tradicionalmente dominado por hombres añade una capa de profundidad política y cultural a la obra.
The Holdout es una escena cargada de tensión humana, justicia, y valentía moral, donde Rockwell rinde homenaje a quienes se atreven a sostener sus convicciones, incluso en soledad.
‘El problema con el que todos vivimos‘ (1963), obra de Rockwell para la revista ‘Look’
Rockwell podía ser muy entrañable pero también denunciaba con gran habilidad las injusticias de su día. En esta obra muestra la historia de Ruby Bridges. La inmortalizó el primer día de colegio de Ruby, en el William Frantz Elementary School de New Orleans, Louisiana, un colegio sólo para blancos. Rodeada por agentes federales anónimos que la protegían de una muchedumbre enfurecida. La lucha por los derechos civiles y el respeto por la dignidad humana no fue nada fácil. Pero aunque fueran contracorriente, el valor, el coraje y el profundo sentido de justicia de algunas personas pudo cambiar radicalmente aquel sistema injusto.
El cuadro «La regla de oro» (The Golden Rule), pintado por Norman Rockwell en 1961, es una obra profundamente humanista que refleja uno de los valores éticos más universales: “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”. Este principio, presente en múltiples religiones y filosofías, es el eje central de la pintura y aparece inscrito en la parte superior de la composición. Esta obra está expuesta en un muro en el edificio de la Naciones Unidas en Nueva York.
Creado en una época marcada por tensiones raciales y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, el cuadro adquiere una dimensión política y moral. Rockwell había comenzado a abordar temas más serios y sociales tras dejar de trabajar exclusivamente para The Saturday Evening Post. «La regla de oro» es un llamado a la empatía, la convivencia y el respeto mutuo en tiempos de división. La pintura invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como seres humanos en la construcción de un mundo más justo.
Si un escritor deja muestra de su forma de ser en las obras que escribe, Rockwell lo muestra en sus entrañables y bellas pinturas. Tenía un extraordinario talento y amaba profundamente su trabajo. Falleció el 8 de noviembre de 1978 de enfisema a la edad de 84 años en su casa de Stockbridge, Massachusetts. En cierta ocasión había escrito:
«El secreto de la longevidad de tantos artistas reside en que cada cuadro es una nueva aventura. Así que, como ven, siempre están mirando hacia adelante, hacia algo nuevo y emocionante. El secreto es no mirar atrás«.
Hay seres humanos que parece que nacieron para hacer más felices a los demás. Norman Rockwell está entre ellos.
Esteban López










Estimado Esteban,
Te felicito por las hermosas imágenes que has elegido para este artículo. Una imagen no necesita comentario cuando está impregnada del sentimiento del artista y pocos lo han logrado .
Si una fotografía, pintura, escultura, texto, pieza musical nos hacen llorar o reír es que la intención última y sensible de su autor o autora quedará para siempre. ¡ Que suerte la nuestra !
Es el caso del protagonista de tu artículo: vida personal complicada e impulso por demostrarse y demostrar que la belleza está en todas partes porque así lo creó Dios…otro tema es qué hacemos las personas con tan extraordinarias oportunidades para vivir felices. ( Estamos poco centrados, despistados, sordos y ciegos y no me refiero a nuestro cuerpo físico )
Por eso, reconectarnos a lo bello a través de estas pinturas y sus pensamientos es volver a resintonizar nuestra frecuencia y dar las gracias por lo vivido, lo que viviremos hoy y lo que vendrá.
La persona con inquietudes creativas es valiente, siempre lo he considerado así porque rompe moldes e incomoda. Los años han demostrado la valía de muchos artistas que fallecieron criticados por una sociedad miedosa y nada preparada a las innovaciones.
Cada acción tiene su tempo. Su ritmo, sintonía y público adecuado. Es cuestión de sincronicidades.
Gracias por tu artículo, gracias por recopilar datos, imágenes e impresiones que a los lectores como yo nos ayudan a reflexionar.
No es fácil lograrlo cuando estamos metidos en una esfera de horarios que nos comprimen profesionalmente o en responsabilidades familiares. Aún así , es gratificante poder pararnos unos minutos y contempar que efectivamente la vida es bella.
Una taza de café, una cara aún medio dormida que nos sonríe, un cómo estás, tal vez un qué hacemos hoy juntos …
Por eso la vida es bella y por eso nos gusta pararnos frente a obras de arte donde nos sentimos reflejados pese a las diferencias temporales.
Muchas gracias por la oportunidad de poder opinar.
Un cordial saludo.
Teresa.
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Muchas gracias, Teresa, por tu comentario. Es precioso. Está lleno de excelentes reflexiones. Hago mías todas tus palabras.
Un abrazo muy fuerte.
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Gracias a ti, esperamos que sigas publicando en este blog y tengas muchos éxitos .
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