El Buen Pastor

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Hace algunos años, un conocido político español pronunció unas palabras que llegaron a ser muy populares y que de hecho se siguen usando cada vez que se produce alguna situación parecida a la que existía cuando él las dijo: «El que se mueva no sale en la foto«. Quería decir con ello que nadie que osara en su partido discrepar en algún asunto debería ser tomado en cuenta o incluso que se le debería marginar. Por supuesto, eso no era algo nuevo. Ha sido así durante toda la historia de la humanidad.

El hecho de que unos hombres excluyan a otros arbitrariamente, que por ejemplo los despidan de sus empleos, que boicoteen sus negocios, que los calumnien, que los persigan, que los castiguen injustamente, que los exilien, que los quemen en la hoguera, que los expulsen o que desamoradamente corten toda relación con ellos, es toda una invitación a un profundo estudio psicológico del carácter del ser humano. ¿Tan arbitrarios somos por naturaleza? El hecho es que rasgos como esos pueden verse por ejemplo en el mundo de la empresa privada, la administración pública, la política y hasta en las comunidades de vecinos. Pero quizá lo que resulta más chocante es que puedan encontrarse también en el mundo de la religión, sobre todo cuando la mayoría de ellas preconiza el amor a Dios y al prójimo.

Lo que sigue está escrito por Raymond Franz (1922-2010), anterior miembro del cuerpo gobernante de los testigos de Jehová, quien pasó casi toda su vida dentro de esa religión llegando a formar parte de su gobierno central mundial durante nueve años, hasta su expulsión arbitraria sólo porque en conciencia no podía seguir apoyando algunas de sus enseñanzas doctrinales. Franz cita a tres personas diferentes de tres comunidades religiosas diferentes que de un modo u otro tuvieron que sufrir las consecuencias de ser leales a sus propias conciencias:

«Personalmente creo que ésta es una de las características extrañas
de nuestro tiempo: el que las más severas medidas encaminadas a
restringir cualquier manifestación de conciencia personal, provengan
de grupos religiosos que anteriormente se habían distinguido
precisamente por defender la libertad de conciencia.
Los ejemplos siguientes de tres hombres diferentes, puede ilustrar
lo que se dice. Todos eran profesores de prestigio en sus respectivas
religiones, y lo que les ocurrió sucedió en el mismo año:
Durante más de una década, uno de ellos escribió libros y
regularmente pronunciaba discursos en los que atacaba al centro
mismo de la estructura de autoridad de su religión.
Otro de ellos dio un discurso ante un auditorio de más de mil personas, en el que abordó asuntos relacionados con las enseñanzas de
su organización religiosa tocante a cierta fecha clave y su significado
en el cumplimiento de la profecía bíblica.
El tercer hombre no efectuó ningún pronunciamiento público
semejante. Solo había manifestado diferencias de opinión en
conversaciones privadas con amigos íntimos.
Sin embargo, la severidad de la acción oficial que se llevó a cabo
contra cada uno de ellos por parte de sus respectivas organizaciones
religiosas, fue la inversa a la seriedad de sus acciones. De hecho, el
mayor castigo vino de la organización que menos se hubiera esperado.
La primera persona descrita es el sacerdote católico romano Hans
Küng, profesor en la Universidad de Tübinga, Alemania. Después de
diez años de abierta crítica en la que negaba incluso la doctrina de la
infalibilidad del Papa y de los concilios de obispos, el Vaticano mismo tomó cartas en el asunto, y en 1980 éste decidió remover su estatus de
teólogo católico. Sin embargo, Küng todavía sigue siendo sacerdote
y una figura prominente en el instituto universitario de investigación
ecuménica. Incluso los estudiantes para el sacerdocio que asisten a sus
discursos no están sujetos a disciplina eclesiástica, aunque no reciben ningún crédito académico por asistir.

«La segunda persona es el profesor australiano Desmond Ford,
adventista del séptimo día. Su discurso ante un auditorio de unas mil
personas en una universidad de California en el que habló sobre la
enseñanza adventista relacionada con la fecha de 1844, le condujo
finalmente a una vista judicial en su iglesia. Se le concedió ausentarse por seis meses para preparar su defensa y en 1980, se reunió con cien
representantes prominentes que durante unas cincuenta horas
escucharon su testimonio. Entonces, los oficiales de su iglesia
decidieron removerle de su puesto como profesor despojándole
también de sus estatus como ministro de religión. Pero no fue
expulsado aunque ha publicado sus opiniones y las sigue tratando en
círculos adventistas. En conversación con Desmond Ford en Chattanooga, Tennesee, en 1982, él mencionó que por aquel entonces más de 120 ministros de la iglesia adventista del séptimo día, o habían renunciado o habían sido ‘despojados de sus levitas’ por su iglesia debido a que no podían dar apoyo a ciertas enseñanzas o a recientes acciones de la organización.

«El tercer hombre es Edward Dunlap, que fue por muchos años el
registrador de la única escuela misional de los testigos de Jehová,
la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, y uno de los
principales colaboradores en el diccionario bíblico de la organización
(Ayuda para Entender la Biblia –ahora se llama Perspicacia para
Comprender las Escrituras). Fue también el escritor de su único
comentario bíblico (Comentario sobre la Carta de Santiago). Él había
expresado de un modo privado con amigos de mucho tiempo, su
opinión diferente con respecto a ciertas enseñanzas. En la primavera
de 1980, un comité de cinco hombres que no formaba parte del cuerpo
gobernante de la organización, se reunió con él en sesión secreta
durante unas cuantas horas para interrogarle sobre sus puntos de vista.
Después de cuarenta años de asociación, Dunlap fue despedido de su
trabajo y de su hogar en la sede internacional y expulsado de la
organización».

– Raymond Franz, «Crisis de Conciencia«, Atlanta, Georgia, Estados Unidos, págs. 4, 5.

Estos son sólo tres ejemplos de los muchos que ha habido a lo largo de la historia del cristianismo que ilustra hasta qué grado, en nombre de cierta «autoridad«, se ha llegado a mancillar la vida y reputación de personas sin que hayan renunciado en absoluto a Dios ni al cristianismo.

Sin embargo, alguien podría decir que las religiones organizadas son al fin y al cabo humanas, que necesitan mantenerse a toda costa con una estructura ideológica, punitiva o procesal como lo hace también cualquier otra organización política o empresarial, y que sin esas características no podrían sobrevivir. Pero bien pensado, ¿era ese el espíritu del fundador del cristianismo, Jesús de Nazaret?

Única referencia y autoridad

En ningún lugar de las Escrituras encontramos la palabra «organización», ni «cuerpo doctrinal», ni «jerarquía», ni «Congregación para la Doctrina de la Fe», ni «Santa Inquisición», ni «comité judicial», ni cargos oficiales de autoridad de unos hombres sobre otros. Más bien la comunidad cristiana primitiva era como una familia espiritual sencilla donde, si existía alguna asignación de trabajo o labor era para el beneficio de todos, y no un puesto de mando autoritario. Como su Maestro les había enseñado:

«Los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos«.- Mateo 20:25-28, Nueva Versión Internacional, NVI.

En la vida de Israel y en la congregación cristiana primitiva, si se respetaba a algún hombre o mujer era por sus cualidades humanas y espirituales, no por el cargo de mando o de autoridad que ostentaran. El respeto se ganaba de manera natural, no se imponía. Como escribe el erudito bíblico Herbert Haag (1915-2001)

Jesús no quiso que hubiera entre sus discípulos distintas clases o estados. «Todos sois hermanos», declara (Mt 23:8). Por ello los primeros cristianos se daban unos a otros el nombre de «hermanos» y «hermanas», teniéndose por tales”. – Herbert Haag (1915-2001), «¿Qué iglesia quería Jesús?«, Herder, 1998.

Y por supuesto, los cristianos no se expulsaban unos a otros ni se dejaban de hablar de por vida como ocurre en algunas comunidades, incluso entre miembros de una misma familia. Si todos mantenían fe en Cristo Jesús, todos estaban obligados a mostrarse amor y a tratarse con paciencia y consideración dejando que fuera el Espíritu Santo de Dios quien los guiara en todas las cosas. Creer a pie juntillas todo y cada uno de los dogmas creados a menudo artificialmente por una religión no era un requisito. Como indica cierto pasaje del Evangelio:

«Maestro —intervino Juan—, vimos a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre; pero, como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo.  —No se lo impidan —les replicó Jesús—, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes«.- Lucas 9:49, 50, NVI.

La obligación moral de las personas que habían puesto fe en Cristo Jesús era la de ayudarse unos a otros a madurar emocional y espiritualmente procurando todos imitar a su Maestro y cultivar los frutos del Espíritu de Dios:

«En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros«.– Gálatas 5:22, 23, NVI.

Y sabían muy bien cómo era la verdadera sabiduría:

«¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría. Pero, si ustedes tienen envidias amargas y rivalidades en el corazón, dejen de presumir y de faltar a la verdad. Esa no es la sabiduría que desciende del cielo, sino que es terrenal, puramente humana y diabólica. Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. En fin, el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz«. – Santiago 3:13-18, NVI.

La verdadera autoridad no es la que se otorga a sí misma una organización religiosa determinada, incluso por muy antigua que sea. En el cristianismo la única autoridad real existente es Cristo Jesús y es él la única referencia. Como muy bien lo expresó Henri de Lubac (1896-1991), «Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable«. De modo que desde su venida ya no serían necesarios más profetas, ni «vicarios» que dictaran o que castigaran a otros si rompían su ortodoxia. Por si hubiera alguna duda:

«Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas«.- Hebreos 1:1-3, NVI.

Muchas personas de fe han sufrido lo indecible por seguir a Cristo Jesús y también a sus propias conciencias. No han renunciado ni mucho menos a Dios ni al cristianismo y sin embargo, otros los desprecian. Pero saben que el Buen Pastor no trata rudamente a ninguna de sus ovejas. Tienen la tranquilidad de saber que su relación con Dios a través de Cristo Jesús es lo que más vale y eso es lo que realmente los sustenta. Saben que otros siervos de Dios en el pasado pasaron por lo mismo, pero siguen mirando al Agente principal que perfecciona su fe y causa de su esperanza y salvación plenas. Recuerdan sus preciosas palabras:

«Así como Dios mi Padre me conoce, yo lo conozco a él… de igual manera yo conozco a mis seguidores y ellos me conocen a mí. Yo soy su buen pastor, y ellos son mis ovejas. Así como el buen pastor está dispuesto a morir para salvar a sus ovejas, también yo estoy dispuesto a morir para salvar a mis seguidores».- Juan 10:14-16, TLA.

Esteban López

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