Entrañable Malta

Malta

En el año 60 E.C., Pablo de Tarso viaja a Roma custodiado pero el barco naufraga en la isla de Malta. Dice el registro de Hechos 28 que sus habitantes mostraron una gran hospitalidad. Pablo se queda allí durante tres meses y convierte al gobernador romano Publio. Viajaba a Roma porque había apelado al César debido a acusaciones graves falsas por parte de judíos intolerantes. Malta sigue ahí hoy día como testimonio histórico del comienzo del cristianismo y se puede visitar.

Hace algún tiempo conocí a dos turistas de Malta. Me hablaron de su bonita isla, de algunas de sus costumbres y de sus gentes. La verdad es que sentí algo especial y entrañable al saber que eran de Malta, porque no pude evitar recordar que fue allí donde el apóstol Pablo fue recibido con gran hospitalidad después de que el barco que le llevaba a Roma por apelar al César naufragara.

Pablo tenía la ciudadanía romana desde su nacimiento. Había sido acusado por los judíos por cuestiones de su religión ante los gobernantes romanos Félix y Porcio Festo. Pero cuando vio que iba a ser conducido a Jerusalén donde seguramente hubiera sido asesinado por judíos intolerantes que planeaban matarlo, Pablo apeló al César romano para defender su causa delante de él. Fue entonces conducido en barco con la intención de llegar hasta Roma, pero en cierto momento del trayecto éste naufragó cerca de la isla de Malta. El relato de Hechos 28 dice:

«Una vez a salvo, nos enteramos de que la isla se llamaba Malta.  Los isleños nos trataron con extraordinaria bondad. Encendieron una fogata y nos invitaron a acercarnos, porque estaba lloviendo y hacía frío.  Sucedió que Pablo recogió un montón de leña y la estaba echando al fuego cuando una víbora que huía del calor se le prendió en la mano.  Al ver la serpiente colgada de la mano de Pablo, los isleños se pusieron a comentar entre sí: «Sin duda este hombre es un asesino pues, aunque se salvó del mar, la justicia divina no va a consentir que siga con vida».  Pero Pablo sacudió la mano, la serpiente cayó en el fuego y él no sufrió ningún daño.  La gente esperaba que se hinchara o cayera muerto de repente, pero después de esperar un buen rato y de ver que nada extraño le sucedía, cambiaron de parecer y decían que era un dios.

 «Cerca de allí había una finca que pertenecía a Publio, el funcionario principal de la isla. Este nos recibió en su casa con amabilidad y nos hospedó durante tres días.  El padre de Publio estaba en cama, enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo y, después de orar, le impuso las manos y lo sanó.  Como consecuencia de esto, los demás enfermos de la isla también acudían y eran sanados.  Nos colmaron de muchas atenciones y nos proveyeron de todo lo necesario para el viaje». – Hechos 28:1-10, Nueva Versión Internacional (NVI).

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Llama la atención entre estas palabras el concepto justicia divina, es decir, una justicia que está por encima de la justicia humana y que finalmente sí se realiza plenamente. Por ejemplo Hannah Arendt reconoce que lo sucedido en el Holocausto nazi fue tan ingente y malvado que nunca podrá ser resarcido por derecho humano alguno. Y Walter Benjamin, aun siendo escéptico deseó algún tipo de redención mesiánica debido a tanto horror y sufrimiento  de millones de personas inocentes. De ahí que el concepto «justicia divina» llene tanto de esperanza. Como escribe Adela Cortina:

‪”La religión dice que “Dios existe” y eso es una buena noticia; es por lo tanto fuente de sentido y esperanza. Porque si Dios no existe no hay ninguna posibilidad de redimir la injusticia de la historia”.

El relato de Hechos de los Apóstoles es sencillamente apasionante porque cita por nombre lugares como Creta, Siracusa, Chipre, Tesalónica, Roma, etc., lugares que siguen ahí para que puedan ser visitados si se desea y que fueron testigos del comienzo del cristianismo.

Arco de Bará

Suelo tener una sensación parecida cuando viajo por la carretera de la costa en dirección a la ciudad de Tarragona, España. Antes de llegar a la ciudad, a unos veinte kilómetros de ella y circulando por la carretera N-340, puede contemplarse el Arco de Bará, construido sobre la antigua  Vía Augusta, y que desde los Pirineos pasaba por la ciudad romana de Tarraco (Tarragona) y llegaba hasta Cádiz, en el sur de España. Fue construido en la época del emperador romano Augusto alrededor del año 13 a. de C. Me resulta inevitable también recordar que el arco ya estaba ahí como testigo mudo del acontecimiento más trascendente de la historia de la humanidad, la venida e impronta de Jesús de Nazaret en la historia y su seria oferta de sentido y salvación. Abarcó todo el periodo apostólico y el fascinante inicio del cristianismo hasta nuestros días.

Tarragona está llena de vestigios romanos. En época romana recibía el nombre de Tarraco y además del teatro y circo romanos (donde se ejecutó a muchos cristianos) pueden hallarse infinidad de palacios y casas romanas. En el museo de la ciudad pueden contemplarse todavía bustos de distintos emperadores romanos, entre ellos, algunos mencionados en las Escrituras, como Tiberio César, César Augusto, Claudio, etc. Para Roma, esos bustos expuestos en todas las ciudades lejanas que Roma había conquistado, era como si el mismo emperador estuviera presente.

Entrañables sensaciones, también por hablar de Malta.

Esteban López

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