Michael J. Sandel, en defensa del bien común

Michael J. Sandel (1953) es un filósofo estadounidense que enseña en la universidad de Harvard. Merece la pena que se conozca a este pensador porque su obra y pensamiento postula una justicia orientada al bien común, e incide en la ética, la filosofía política y el derecho. Sandel es profesor en la Facultad de Derecho de Harvard y, decir solo como referencia que, su curso sobre justicia que se imparte en allí desde hace dos décadas es el más popular de la universidad, habiendo sido visto vía satélite en varios países del mundo. En el año 2002 fue elegido miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias y en 2018 recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.

Es interesante saber que, según él mismo afirma, su interés por la filosofía comenzó en 1976 en Fuengirola (España), cuando alquila en invierno una pequeña casa y empieza a leer a Immanuel Kant, Hannah Arendt y John Rawls. Sandel siempre ha defendido que el mejor modo de hacer filosofía es desde la pregunta y la crítica, como solía hacer Sócrates, y que uno aprenda a reflexionar y a pensar por sí mismo. Sandel se caracteriza por poner una y otra vez ejemplos prácticos de la vida para que se entiendan bien sus argumentos. También aplica en ética la mentalidad de Aristóteles, quien afirma que para juzgar la moralidad de cuaquier acción es necesario ver el propósito de aquello que se hace.

A Sandel se le conoce por la profundidad de sus argumentos y lucidez. También por su Crítica a la Teoría de la Justicia de John Rawls (A Theory of Justice) y por sus estudios de ética en la cuestión de la ingeniería genética, tema éste muy abarcador y sensible en la sociedad actual.

Su esfuerzo continuado y sus planteamientos para que la sociedad sea más justa son:

  • Una pedadogía constante para que los ciudadanos que viven en sociedad se interesen en ella como conjunto y todos contribuyan así al bien común.
  • Que hay que poner límites morales a los mercados, es decir que en la vida no todo se puede comprar, como por ejempo la maternidad, la ciudadania, etc.
  • Disminuir enérgicamente las diferencias entre ricos y pobres, pues «socava la solidaridad que la ciudadanía democrática requiere, ya que a medida que aumenta la desigualdad, ricos y pobres viven vidas cada vez más separadas«. Porque quienes más tienen siempre tendrán acceso a las mejores viviendas, a la mejor educación y a los mejores servicios, creándose así una brecha de convivencia insalvable. Las desigualdades destruyen las virtudes cívicas. Crea arrogancia en unas clases pudientes y resentimiento en los más desfavorecidos, serio problema para la cohesión social en una democracia.
  • Crear una política del compromiso moral. Es decir, no dejar los asuntos morales para la vida privada sino debatirlos públicamete. Sobre esto Sandel dice: «No hay garantía alguna de que la deliberación pública sobre arduas cuestiones morales conduzca en toda situación a un acuerdo, o siquiera a que se aprecien los puntos de vista morales y religiosos de los otros. Siempre es posible que conocer mejor una doctrina moral o religiosa haga que nos guste menos. Pero no lo sabremos si no lo intentamos. Una política basada en el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa«.

Algunas de sus obras publicadas son:

  • El liberalismo y los límites de la justicia. Editorial Gedisa. 2000. 
  • Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética. Marbot Ediciones. 2007. 
  • Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política. Marbot Ediciones. 2008. 
  • Justicia ¿Hacemos lo que debemos?. Debate. 2011. 
  • Lo que el dinero no puede comprar: Los límites morales del mercado. Penguin Random House. 2013. 
  • Filosofía Pública. Ensayos sobre moral en política. Debate. 2020. 
  • La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?. Debate. 2020. 

En sus propias palabras

«Para discutir sobre la justicia es inevitable discutir sobre las virtudes, sobre cuestiones morales y hasta espirituales sustantivos«.

En la República de Platón, Sócrates compara los ciudadanos comunes a unos prisioneros encerrados en una cueva. Solo ven sombras cambiantes en la pared, reflejos de objetos que nunca les serán perceptibles. Solo el filósofo, según esta concepción, puede ascender desde la cueva hasta la brillante luz del día, donde ve las cosas como son en realidad. Según Sócrates, solamente el filósofo, por haber vislumbrado el sol, es el adecuado para gobernar a los moradores de la cueva, si es que se le puede convencer de que retorne a la oscuridad donde viven. Lo que platón quiere expresar con esto es que, para captar el significado de la justicia y la naturaleza de la vida buena, hemos de elevarnos sobre los prejuicios y rutinas de la vida diaria”.

«Las personas quieren que la política gire en torno a las grandes cosas, incluyendo los valores: la justicia, el bien común, lo que significa ser un ciudadano. No es posible decidir las cuestiones políticas más difíciles sin debatir acerca de los valores. Y el intento de hacerlo conduce al discurso público hueco, vacío, que los ciudadanos, con razón, encuentran desilusionante«.

“Justicia, ¿hacemos lo que debemos?” (2011).

«Desde el punto de vista moral, no está claro por qué quienes tienen talento merecen las desproporcionadas recompensas que las sociedades de mercado reservan a las personas de éxito… Pero, ¿de verdad poseer o (carecer de) ciertas actitudes en un logro nuestro? Si no lo es, cuesta ver por qué quienes ascienden gracias a su talento merecen mayor premio que quienes bien pueden ser personas igual de esforzadas, pero menos dotadas de los dones previos que una sociedad de mercado casualmente valora más.

«Entre las actitudes muy poco atractivas (desde la perspectiva moral) que la ética meritocrática fomenta tanto entre los ganadores como entre los perdedores, es que entre los primeros promueve la soberbia; entre los segundos, la humillación y el resentimiento. Son estos sentimientos los que constituyen ahora el transfondo de la revuelta populista contra la élite. Más que una protesta contra los inmigrantes y la deslocalización, la queja populista va dirigida contra la tiranía del mérito. Y está justificada.

«La idea de que el sistema premia el talento y el trabajo anima a los ganadores a considerar que su éxito ha sido obra suya, un indicador de su virtud, y a mirar con condescendencia a quienes no han sido tan afortunados como ellos.

«La soberbia meritocrática refleja la tendencia de los ganadores a dejar que su éxito se les suba demasiado a la cabeza, a olvidar lo mucho que les ha ayudado la fortuna y la buena suerte. Representa la petulante convición de los de arriba de que se merecen el destino que les ha tocado en suerte y de que los de abajo se merecen también el suyo.

«Cuando se tiene presente el carácter contingente de nuestra situación en la vida, se genera una cierta humildad… No obstante, una meritocracia perfecta… disminuye nuestra capacidad para concebirnos como seres que compartimos un destimo común. Deja escaso margen a la solidaridad que puede surgir cuando reflexionamos sobre la naturaleza azarosa de nuestras aptitudes y fortunas. Esto es lo que hace que el mérito sea una especie de tiranía o gobierno injusto».

«Para quienes no pueden encontrar trabajo o llegar a fin de mes, es difícil rehuir la desmoralizadora idea de que su fracaso es culpa suya, de que todo se reduce a que carecen del talento y el empuje necesarios para tener éxito.

«La élite ha llegado a atribuir tal valor a un título universitario -como una vía de acceso tanto al desarrollo profesional como a la estima social- que le cuesta entender la soberbia a la que una meritocracia puede dar lugar y la dureza con la que ésta puede hacer que se juzgue a quienes no han estudiado en una universidad«.

«Cuando los políticos repiten hasta la saciedad una verdad hueca, comienza a haber motivos para sospechar que ya es una falacia… El prejuicio credencialista es un síntoma de la soberbia meritocrática… Kennedy y Obama compartían el pedigrí de la Ivy League, así como cierta arrogancia y cierto alejamiento de la vida cotidiana de la mayoría de los estadounidenses… John F. Kennedy reunió a un equipo de personas con credenciales del mayor relumbrón que, pese a su teórica destreza en el plano tecnocrático, condujeron a Estados Unidos de cabeza hacia el sinsentido de la guerra de Vietnam».

«Gobernar bien requiere de sabiduría práctica y virtud cívica, es decir, de las aptitudes necesarias para deliberar sobre el bien común y tratar de hacerlo realidad. No obstante, ninguna de esas capacidades es fomentada particularmente bien en la mayoría de las universidades actuales, ni siquiera en las que gozan de la máxima reputación. La experiencia histórica reciente nos induce a creer que es escasa la correlación entre la capacidad para el buen juicio político – que implica la posesión de carácter moral, además de conocimiento y perspicacia- y la capacidad para obtener buenas puntuaciones en los test estandarizados y ser admitido en una universidad de élite. La idea de que «los mejores y los más brillantes» son preferibles como gobernantes a sus conciudadanos con menores credenciales educativas es un mito nacido de la soberbia meritocrática… George Washington, Abraham Lincoln, Harry S. Truman no tenían titulación superior«.

«Cuando la gente se queja de la meritocracia, suele hacerlo no porque esté en contra del ideal, sino porque entiende que no se está llevando a la práctica: que los ricos y los poderosos han amañado el sistema para perpetuar sus privilegios; que los profesionales con alta cualificación educativa han hallado el modo de transferir directamente su ventajosa situación a sus hijos y, de ese modo, han convertido la meritocracia en una aristocracia hereditaria; que las universidades que afirman seleccionar a sus estudiantes según los méritos de estos dan ventaja a los hijos e hijas de los ricos y de los que tienen contactos en las altas esferas. Lo que esas quejas vienen a decir es que la meritocracia es un mito, una promesa distante que aún estamos lejos de haber materializado».

«La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?», Debate, 2020. 

«Los términos del discurso público se han vaciado, se han hecho huecos, se han empobrecido, de modo que hoy en día lo que se hace pasar por discurso público consiste en un intenso intercambio de gritos y descalificaciones entre los partidos, en el que la gente habla por encima de los otros, al tiempo que se implanta un tipo de política tecnocrática de gestión que no inspira a nadie. Hay muy poca sustancia de compromiso con las grandes cuestiones como justicia, igualdad y desigualdad con el bien común y lo que significa ser un ciudadano. Es importante provocar un debate moralmente comprometido sobre el papel de los mercados, para elevar el nivel del relato, para enfrentarse a las cosas importantes. Una de las razones por las que hay tal grado de frustración con las instituciones democráticas, con los políticos, con la forma de hacer las cosas -algo que sucede en todos los países del mundo- es porque en la vida política no abordamos las grandes cuestiones sobre valores y ética«.

– Michael J. Sandel, entrevista en La Maleta de Portbou, marzo-abril 2014.

Es gratificante que la sabiduría se ponga al servicio del bien común. Que personas lúcidas y reflexivas procuren aportar su grano de arena para hacer de este mundo un lugar mejor donde vivir. No es que las recomendaciones de todos ellos sean infalibles, pero por lo menos lo intentan seriamente y con sinceridad. Y no cabe duda de que el ejemplo, tesón y preseverancia de Michael J. Sandel es todo un estímulo y una fuente de inspiración para todo el que entienda que el mal en este mundo debe vencense con el bien.

Esteban López

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4 comentarios sobre “Michael J. Sandel, en defensa del bien común

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  1. Es magnífico y brillante como todo lo que escribes. Gracias infinitas…por entregar el alma en cada artículo y palabra dada para edificarnos y por hacernos parte de ella. Que Dios te guarde y te bendiga siempre. Amén. 🤲☀️💗

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